sábado, 19 de mayo de 2012

HISTORIA TONTA CON NEGROS Y BLANCOS Mucho se ha alabado el artículo de Rosa Montero sobre el negro, la rubia y la bandeja de comida, pero el relato, que se dice real, no resiste el mínimo análisis


La corrección política surge de
los complejos de los occidentales

Circula por Internet una corriente de alabanza a la tolerancia y el buenismo que se basa en un artículo de la periodista Rosa Montero en El País. Ésta cuenta que en un comedor de una universidad de Alemania, una chica coge su bandeja,  la llena de comida, bebida y postre y va a una mesa, se sienta y se da cuenta que ha olvidado los cubiertos, va a por ellos y al volver ve que un negro está comiendo de su bandeja; como no se atreve a decirle nada ella se pone a comer compartiendo dicha bandeja y sintiéndose la mejor y más tolerante persona del mundo. Al terminar se da cuenta de que tras ella, en la mesa vecina, está su abrigo y su bandeja intacta.

Para empezar, si esta historia es real, como asegura, Montero tuvo que presenciarla, tuvo que ser ella la protagonista ‘alemana’ o alguien se la contó; y claro, si te cuentan fábula semejante puedes creértela o puedes pensar que te ha llegado tras mucho boca a oído, o puedes deducir que se trata de  una leyenda urbana en el mejor de los casos o de una invención disfrazada en el peor. Si ella la presenció o protagonizó la cosa cambia, aunque se antojan bastante dudosas estas posibilidades y todo hace pensar que se la contó alguien a quien también se la habían contado.

El segundo lugar, choca mucho que al regresar a tu sitio no te asegures que todo lo tuyo, que todo lo que dejaste sin vigilancia en un lugar público sigue en su sitio, sobre todo si es el abrigo donde llevas carnets, dinero, llaves, teléfono... (no se habla de bolso), y también que a lo largo de la comida no se te haya ocurrido cerciorarte de que tus cosas están donde las dejaste.
En tercer lugar hay que ser más bien tonto para no decir al subsahariano en cuestión con una gran sonrisa: “oye perdona, pero creo que te has equivocado de bandeja”, con lo que el entuerto se resolvía en el acto. Además, callarse por pensar que un universitario africano que estudia en Alemania (o un encargado de mantenimiento que trabaja allí) es tan tonto que no sabe lo que es la propiedad es considerarse a sí mismo superior, pues equivale a pensar que el pobre hombre sigue en el paleolítico. Es un poco la forma de entender la relación con los nativos de los exploradores europeos en África en el siglo XIX, pues los trataban sintiéndose infinitamente superiores.

Los alemanes transigieron con uno de
 los asesinos suicidas de las Torres Gemelas
En cuarto lugar resulta una coincidencia que la sopa, el estofado, la ensalada, la bebida, la fruta y el yogur de la bandeja en disputa fuera todo exactamente igual a lo que ella había cogido, es decir, hay que suponer que el muchacho y la muchacha habían elegido una comida idéntica en todos sus elementos, porque de lo contrario, tarde o temprano, ella tendría que 1darse cuenta de que allí faltaba algo y sobraba algo.

Y por último, si este cuento hubiera tenido algo de realidad, lo único que estaría reflejando es esa condescendencia tonta y acomplejada que abunda en Europa y especialmente en Alemania, y que consiste en transigir con todo lo que venga de los inmigrantes, sea lo que sea, porque los pobres vienen de un país del tercer mundo y están entre los desheredados de la Tierra. Al hilo viene el caso de uno de los asesinos suicidas de las Torres Gemelas; resulta que éste estudió en Alemania, y cuando se le iba a hacer entrega de su diploma, el musulmán rehusó estrechar la mano de quien se lo daba, pues se trataba de una mujer y él no quería contaminarse al tocar a un ser impuro; así, las autoridades académicas decidieron transigir, permitir tal humillación e insulto machista, obligar a la impura mujer a hacerse a un lado y que fuera un hombre quien le entregara el título académico.

Hay muchos ciudadanos del primer mundo que piensan que la forma correcta de actuar con los inmigrantes es transigir con sus modos y costumbres, permitir que sus leyes se apliquen aunque vayan en contra de las del país de acogida, dejar que hagan según sus creencias y que impongan sus tradiciones. Eso sí, a esos mismos europeos jamás se les ocurriría pedir que los occidentales gozaran de esos privilegios en los países que emiten emigración, es más, lo considerarían una afrenta, un insulto a aquellos países y sus habitantes.


Pocas cosas hay más estúpidas que la corrección política y el buenismo, pues en el fondo no son más que complejo de superioridad con un punto de complejo de culpa.
Carlosdelriego.

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