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viernes, 29 de noviembre de 2024

CUANDO RAMIRO II DE LEÓN DERROTÓ AL CALIFA DE CÓRDOBA ABDERRAMÁN III EN LA BATALLA DE SIMANCAS, AÑO 939

 


Mapa de Hispania pocos años antes de la batalla de Simancas.

Hace nada menos que 1085 años. Unos tres cuartos de la Península Ibérica estaban dominados por el Califato de Córdoba, mientras que el cuarto restante era, casi todo, el Reino de León. Era el año 939, el Califa Abderramán III se sentía insultado e irritado por las victorias que Ramiro II de León lograba sobre los musulmanes. Le llamaba tirano y puerco y para acabar con él organizó un gigantesco ejército con el que demostrar quién mandaba en la península

 

Abd al-Rahman ibn Muhammad (891-961), que ha pasado a la Historia como Abderramán III, se había proclamado califa independiente de Bagdag diez años antes, en 929, cuando fundó el Califato de Córdoba, un reino poderoso y admirado en todo occidente, y ello a pesar de las rencillas y disputas internas a las tuvo que enfrentarse y al constante incordio de los reyes de León, siempre empeñados en empujar la frontera hacia el sur. Ramiro II de León (898-951) era un tipo de armas tomar (cuando atrapó a los traidores que querían usurparle el reino no dudó en sacarles los ojos, incluyendo a su hermano Alfonso); en los veinte años de su reinado no dejó pasar alguno sin campaña contra los sarracenos; “no sabía descansar” dice de él la Historia Silense.

 

El Rey de León había conquistado Osma (además de otras muchas acciones bélicas exitosas) y tomado la fortaleza de Margerit (Madrid). Al orgulloso Abderramán (cuya madre era vascona) los triunfos de ese “diablo, perro, puerco, tirano Ramiro” (calificativos con que lo ‘adornan’ las crónicas musulmanas) le parecieron inadmisibles, de modo que organizó un gigantesco ejército, llamando a la yihad para castigar al ‘enemigo de Dios’. Soldados propios, mercenarios e infinidad de voluntarios de todos los territorios dominados por los musulmanes conformaron un ejército de un tamaño jamás visto en la península: entre ochenta mil y cien mil hombres para emprender la ‘Campaña del supremo poder’. Tan convencido estaba de su triunfo que ordenó oraciones a Alá en todas las mezquitas para agradecer la próxima y segura victoria. Ramiro contó con su ejército y con tropas castellanas, navarras y de otras regiones cercanas al Duero.

 

Julio de 939, los dos ejércitos estaban casi frente a frente cerca de Simancas (Valladolid), preparándose para la batalla. Consta que hacía el 20 de julio se produjo un eclipse de sol (del que hay datos de cronistas de uno y otro bando y que también fue visto en Alemana e Italia), con lo que todo el mundo se quedó a la espera. Kitab Al Raud cuenta: “hubo un espantoso eclipse de sol (…) que llenó de terror a los nuestros y a los infieles (…) Dos días pasaron sin que unos y otros hicieran movimiento alguno”. Pasado el susto, a principios de agosto se desataron las hostilidades. Las bajas fueron abundantes en ambos bandos, pero la segunda parte de la batalla fue terrible para los caldeos (también llamados amorreos, bárbaros…). Al parecer, el ejército califal había sido reclutado demasiado deprisa; el cronista Ibn Hayyan habla de incompetencia de los mandos militares, e incluso enfrentamientos y recelos entre unos y otros generales que desembocaron en vergonzosas retiradas (muchos fueron ejecutados al llegar a Córdoba).

 

Ante el empuje del ejército cristiano los musulmanes huyeron hacia un paraje llamado La Alhóndega (ya en Soria), donde se toparon con tremendos precipicios. Escribió el cronista Al Muqtabis: “… y en la retirada el enemigo los empujó hacia un profundo barranco (…) del que no pudieron escapar, despeñándose muchos y pisoteándose de puro hacinamiento”. El propio Abderramán se vio obligado a huir a toda prisa y herido (“semivivus evasit”), ni siquiera tuvo tiempo de desmontar su lujosa tienda, ni de llevarse el valioso Corán que le habían traído de Oriente, ni su famosa cota de malla tejida con hilo de oro, ni las mujeres que conformaban su harén personal (que, despavoridas, corrían diseminadas por los campos)…, todo cayó en manos de Ramiro, que con gran botín y muchos cautivos regresó triunfante a León.

 

Además de los errores de reclutamiento y organización del ejército de Abderramán, los historiadores musulmanes hablan de la caballería pesada leonesa como factor determinante en la batalla. Serían unos trescientos o cuatrocientos jinetes con pesadas armaduras de hierro que, según la estrategia de Ramiro, debían esperar el momento oportuno para entrar en acción; entonces, tras horas de combate, los caballeros leoneses reciben la orden de ataque: no cabalgan, no corren, sino que avanzan despacio, apenas al trote, todos juntos, como una máquina enorme y pesada que se lleva por delante todo lo que encuentra a su paso sin sufrir bajas. Lógicamente, al ver ‘aquello’ y escuchar cómo retumbaba la tierra, el enemigo entrara en pánico y huyera en desbandada.

 

De tan grande enfrentamiento se supo en toda Europa, y existen varios textos de diversas procedencias que hablan de tan sonado triunfo cristiano (alguno de los cuales habla de ‘Radamiro, cristianísimo rey de Galicia”), del eclipse, de las incontables bajas en el ejército del califa…A raíz de la batalla, el territorio dominado por el Rey de León desplazó su frontera hacia el sur del río Duero, zona a la que se llamó ‘extrema Dorii’, Extremadura.

 

La victoria en Simancas está considerada como una de las más meritorias y trascendentes de toda la Edad Media europea y la primera gran victoria de la Reconquista. Como detalle final se puede añadir que Ramiro entabló posteriormente pactos con el califa y, como muestra de buena voluntad, dos años después le devolvió su preciado Corán (doce tomos), así como otros objetos de gran valor y algunas decenas de prisioneros. Este gesto fue muy valorado en Córdoba, que se lo agradeció enviando embajadores a León para dar gracias en nombre del Califa Abd al-Rahman ibn Muhammad al-Nāṣir li-dīn Allah.   

 

CARLOS DEL RIEGO

 

jueves, 4 de enero de 2024

EL NOBLE LEONÉS QUE PREDIJO, CUATRO SIGLOS ANTES, EL FINAL DE LA RECONQUISTA

 


Territorios de la península hacia el año 1074, cuando el embajador de León le anunció al rey de la taifa de Granada lo que iba a ocurrir siglos después

Cada comienzo de año se recuerda, se conmemora o se desprecia la última escena de la Reconquista: la entrega de Granada a los Reyes Católicos, la cual se produjo sin violencia, sin disparar una flecha. Un noble leonés predijo que ese acto final sería tal como ocurrió, “sin trabajo”, más de cuatro siglos antes 

La entrega del Reino Nazarí, el último bastión musulmán en la península, tuvo lugar el 2 de enero de 1492, y fue pactada por el sultán Muhamad XII (llamado Boabdil el Chico por los cristianos) con Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. En realidad las luchas internas entre los nobles y facciones musulmanas habían llevado a una debilidad insostenible al Reino de Granada, que junto a la presión de los reinos cristianos condujo inevitablemente a la rendición.

La conquista comenzó en 711, pero sólo siete u once años más tarde se produjo la batalla de Covadonga (escaramuza, refriega o como quiera llamarse), lo que indica que la resistencia a la invasión y ocupación fue prácticamente inmediata. Ese contraataque o reconquista culminó 770 años después, pero hay que tener en cuenta que en muchos lugares del norte los musulmanes no llegaron a poner los pies, que en gran parte del territorio peninsular sólo estuvieron de paso, y que más de la mitad de ese territorio estaba controlado por los reinos cristianos desde hacía siglos. Es decir, en extensas zonas de la península la reconquista había terminado muchísimos años antes.

El acto final fue la toma de Granada sin la intervención de un solo soldado, tal y como había vaticinado un noble portugués, el conde Sisnando Davidiz, al servicio de Fernando I de León y luego de su hijo Alfonso VI de León, nada menos que en el año 1074, o sea, 418 años antes del trascendental suceso. Enviado por el Rey Alfonso VI de León para cobrar los tributos al reino taifa de Granada, el tal Sisnando se atrevió a explicar a Abdalá ben Muluggin, el monarca de esa taifa: “Al-Andalus fue al principio de los tiempos tierra de cristianos hasta que llegaron los árabes y expulsaron a aquellos a Galicia, tierra menos favorecida por la naturaleza. Pero ahora que pueden, los cristianos quieren recuperar todo lo que se les quitó por la fuerza, y para hacerlo definitivamente tienen que debilitaros y agotaros durante una larga época. Y cuando ya estéis sin dinero y sin soldados os arrebataremos la tierra sin trabajo”.

Que un cristiano hablara así al rey de Granada indica, en primer lugar, la confianza en el éxito de la empresa iniciada en Covadonga, puesto que el sentimiento estaba muy arraigado, es decir, estaba asumido por los hispano-cristianos que la cosa sería larga y costosa, pero que no iban a renunciar y que finalmente lograría el propósito “sin trabajo”. Existía en aquellas sociedades y reinos cristianos (no era igual el siglo IX que el XV) un sentimiento de haber sido despojados de la tierra y, por tanto, una legitimación para luchar hasta recuperarla.

Ese sentimiento, que sí permaneció ocho siglos en la Hispania cristiana, fue el que estimuló a los hispanos a recuperar todo el territorio. Y lo hicieron, lógicamente, con los medios y herramientas que se usaban en la Edad Media por todos en todas partes. No había otra forma.

 

CARLOS DEL RIEGO

 

jueves, 23 de noviembre de 2023

LA BATALLA DEL RÍO ÓRBIGO (LEÓN), AÑO 456, LOS VISIGODOS APLASTAN A LOS SUEVOS EN TERRIBLE COMBATE

 


Es difícil imaginar cómo fue la batalla, pero seguro que el río bajó rojo a lo largo de kilómetros

En el año 456 tuvo lugar la Batalla del río Órbigo (provincia de León), en la que el visigodo Teodorico derrotó al suevo Requiario, al que luego persiguió, dio caza y ejecutó. El Imperio Romano de occidente vivía sus últimos momentos (cayó veinte años después) e Hispania era invadida por todo tipo de pueblos bárbaros

 

Sin duda, la Hispania de hace 1567 años debía ser un lugar terriblemente inseguro (como toda Europa), puesto que el orden romano era un recuerdo, los pueblos bárbaros invadían a sangre y fuego casi sin oposición y todas las violencias imaginables eran cosa cotidiana. En realidad, todo el Imperio Romano vivía en la anarquía. En este escenario, el rey visigodo del reino de Tolosa Teodorico II vio una oportunidad para aumentar su poder ante el muy debilitado emperador Avito.

 

El pueblo suevo entró en la península a comienzos del siglo V (junto a otros pueblos germánicos como los vándalos y los alanos), empujado por los hunos y las malas condiciones en las que vivían. Lógicamente estas hordas llegaban, atacaban a sangre y fuego y saqueaban toda población con la que se encontraban; eran bárbaros, que en latín venía a significar extranjeros, pero dada su forma de actuar, pronto se asoció bárbaro a cruel, bestial, salvaje. Así, el Reino Suevo llegó a abarcar lo que hoy es Galicia, norte de Portugal y grandes zonas de las provincias de León, Zamora, Palencia y Asturias. Continuamente emprendían campañas de saqueo que sólo buscaban botín, sin intención de dominar, organizar o imponer leyes en los nuevos territorios…, es decir, no puede hablarse de un verdadero reino. Según el historiador Hidacio (contemporáneo de los hechos), el rey Requiario se dedicó al pillaje desde su coronación (año 448); desde Lérida (Ilerda) hasta Mérida pasando por Zaragoza, las tropas suevas iban matando, quemando, violando, saqueando y, en fin, destruyendo todo a su paso; hay que imaginarse el terror de la gente cuando veía lo que se les echaba encima: espadazos, tajos, fuego y humareda, palos, gritos, llantos, miedo, sangre… y salvajes chillidos y risotadas de los atacantes. Imposible entender hoy cómo era aquello.

 

Ante todo esto el visigodo Teodorico recibió el encargo de parar los pies a los suevos, así que emprendió el camino hasta encontrarse con el ejército de Requiario a orillas del río Órbigo, a 12 millas (unos 50 kilómetros) de la ciudad de Astorga, el 6 de octubre del año 456. El historiador y obispo gallego Hidacio no da muchos detalles de lo que fue la batalla en sí, limitándose a señalar la infinidad de muertos que sufrió el bando suevo. El enfrentamiento debió ser feroz, en primer lugar porque aquellas sociedades germánicas no sabían de tácticas ni estrategias de batalla, sino que se lanzaban a toda velocidad contra el enemigo, gritando enardecidamente y blandiendo sus armas: lanzas de unos dos metros para la primera acometida, espadas largas de hierro, hachas arrojadizas, arcos, escudos…, y los más pudientes irían a caballo con yelmos, cotas de malla de hierro y otras protecciones. La escena tuvo que ser apocalíptica, con varios miles de combatientes por ambos bandos en medio de una indescriptible confusión, con un ruido insoportable de metal contra metal, entre alaridos desesperados y el relinchar de los caballos, los golpes continuos, el caer de los cuerpos… El río Órbigo tuvo que bajar teñido de rojo y transportando restos humanos a lo largo de kilómetros.

 

Incluso el rey suevo resultó herido (hasta los reyes entraban en combate) y como pudo logró huir. Pero Teodorico no iba a dejar escapar la presa y lo persiguió casi obsesivamente. El derrotado rey se refugió en Braga, que fue atacada sin piedad por Teodorico; Requiario consiguió huir nuevamente, y el godo se entretuvo unos días saqueando, quemando y violando. Finalmente Teodorico capturó a Requiario en Portucale (Oporto) y lo ejecutó; es de suponer, teniendo en cuenta cómo se las gastaban los godos en esto de las ejecuciones, que la cosa debió ser lo más brutal, lento y sanguinario que pueda imaginarse. Fue el fin del reino suevo, que languideció unos años más.

 

Al volver, ya en 457, Teodorico atacó varias poblaciones, entre ellas el Castrum Coviacense, Coyanza, hoy Valencia de don Juan, puesto que los nobles godos estaban descontentos al no haber tomado botín suficiente a lo largo de la campaña.

 

Más de quince siglos hace de aquello. Los godos se imponían a los bárbaros, pero poco más de dos siglos y medio después, la península vivió otra invasión (la enésima pero no la última) y, lógicamente, tierras y aguas volvieron a regarse con sangre. ¡Cuántas de estas se han vista en la vieja Hispania!

 

CARLOS DEL RIEGO

 

jueves, 12 de octubre de 2023

LA LEY DEL TALIÓN: ALGUNAS TERRIBLES VENGANZAS DE LA HISTORIA

 


Las víctimas de Auschwitz fueron vengadas con la ejecución del jefe del campo,

 Rudolf Höss

Como viene sucediendo periódicamente desde hace muchas décadas, tras un tiempo en aparente y tensa calma, la violencia más extrema y brutal ha regresado a Israel y Palestina. Así, después del ataque palestino viene la represalia, la revancha, la venganza israelí. La Historia está abarrotada de episodios de venganzas terribles y crudelísimas en las que quienes fueron agresores terminaron como víctimas

 

La Ley del Talión se resume en aquello de ‘ojo por ojo y diente por diente’, y apareció escrita por primera vez en el Código de Hammurabi, datado en el año 1750 a d C. En realidad, la Ley del Talión fue un gran avance, puesto que hasta ese momento, si a uno le robaban una cabra podía ir a casa del ladrón, matar a todo el mundo y llevarse sus rebaños; desde que se promulgó ese Código, sólo se podía cobrar una venganza proporcionada: si te sacó un ojo podrás sacarle otro, pero no los dos. Sin duda fue un gran avance. El pueblo judío ha tirado muchas veces de aquella ley durante el último siglo, tal y como se demuestra en la situación actual y como se ha demostrado en otras parecidas del pasado. Es decir, los israelíes recurren a la venganza, y no sólo contra los palestinos (término que viene de philistin, filisteo), aunque lo cierto que es que no hay territorio o país sin sus abundantes episodios de venganza.

 

La hija del rey de los celtas icenos de Britania en el año 60 después de Cristo se llamaba Boudica. Al morir su padre, los romanos rompieron todos los pactos y atacaron, quemaron, masacraron y se llevaron a los supervivientes como esclavos; Boudica fue azotada y violadas sus hijas en su presencia. Pero la dejaron viva y ella se tomó cumplida venganza. Según los romanos "era alta y terrible, con pelo rojo que le llegaba a las caderas". Al frente de las hordas celtas, Boudica tomó una ciudad ocupada por romanos y mató a todo bicho viviente, derrotó a las tropas que iban en su auxilio y luego se dirigió a Londinium (Londres), no dejando piedra sobre piedra ni habitante vivo. Fue derrotada finalmente, pero antes de caer en manos romanas se envenenó. El orgullo romano vio con vergüenza que sus legiones fueran derrotadas por una mujer, una matrona. En total, dicen los historiadores que acabó con alrededor de 80.000 romanos. Sí, la venganza de Boudica fue terrible. 

 

Hacia el año 85 a d C., el joven Julio César fue capturado por los piratas. Tras pagarse el rescate fue liberado. Pero el militar, político y escritor romano no se conformó con la libertad. Así, armó una potente flota y se echó al Mediterráneo a la búsqueda de los piratas que lo habían capturado. Los encontró, los derrotó y a los supervivientes los degolló y, a la mayoría, los crucificó. Venganza sin piedad.

 

Otra mujer que ejecutó su venganza del modo más aterrador fue la infanta de León Sancha Adefónsez (hija de Alfonso V de León). Corría el año 1029. Doña Sancha (tendría 15 años) iba a casarse con el noble castellano García Sánchez (de 19 años), quien fue a León a reunirse con su futura. Pero otros nobles rivales, los Vela, lo asesinaron delante de ella y huyeron. Aliada con el rey de Navarra (Sancho el Mayor), doña Sancha pidió que le llevaran vivo a al menos uno de los asesinos. Las tropas navarras y leonesas acorralaron a los Vela y sus partidarios en un castillo y los mataron a todos menos a uno. Los godos (y las godas) eran un pueblo muy sanguinario, y doña Sancha era goda. Cuando el asesino de su novio fue llevado a su presencia, ordenó que le sacaran los ojos y la lengua, le cortaran manos y pies y, lo que quedaba, fuera arrastrado por las calles hasta que aquello se convirtió en una masa sanguinolenta. El espíritu violento y sanguinario de los godos se materializó en la venganza de Sancha de León.

 

Hace unos 500 años, hacia 1520, Hernán Cortés y unos cuantos españoles se aventuraban por tierras absolutamente desconocidas para los europeos. Pronto comprobaron que los aztecas (o mexicas) dominaban de modo sangriento a todos los pueblos de la zona. Los tlascaletas, totonacas, tarascos… odiaban a muerte a sus opresores aztecas, por lo que se aliaron incondicionalmente con Cortés. Españoles y tlascaltecas llegaron al pueblo de Chulula, cuyos habitantes los recibieron cordialmente, pero españoles y tlascaltecas pronto se enteraron de que planeaban acabar con ellos, así que hubo represalias. Los tlascaltecas empezaron a matar a diestro y siniestro, sin piedad, al estilo precolombino; Díaz del Castillo (testigo ocular) cuenta: “harto trabajo tuvimos los españoles en evitar que los mataran a todos”. Venganza de un pueblo oprimido, sacrificado y devorado durante siglos. Tanto odiaban a los mexicas.

 

Cuando el ejército estadounidense liberó el campo de concentración de Dachau en 1945, comprobaron por sí mismos el horror que allí había tenido lugar. Espantados, agruparon a los SS que custodiaban el campo y entregaron armas a los supervivientes, que no tuvieron piedad con sus verdugos nazis; con ametralladoras o pistolas, con martillos o palos, incluso con las manos desnudas los masacraron a todos, los despedazaron, los redujeron a picadillo… Los presos se cobraron su terrible y cruel venganza con

los crueles y terribles nazis.

 

Y volviendo a los judíos. Como se narra en la película ‘Munich’ de Spielberg, el gobierno Israelí aplicó la Ley del Talión a los que perpetraron, ayudaron o financiaron los atentados contra el equipo olímpico israelí en los Juegos de Munich 1972. Así, recorrieron medio mundo buscando a quien tuvo que ver (o fuera sospechoso) con los asesinatos de la villa olímpica, y de un modo u otro, acabaron con todos ellos. Ojo por ojo.

 

Son apenas unas gotas en el mar de las venganzas que el mundo ha visto. Y tal parece que va a seguir viendo.

 

CARLOS DEL RIEGO

 


miércoles, 8 de febrero de 2023

LA MUERTE EN PRIMERA LÍNEA DE BATALLA DEL REY ALFONSO V DE LEÓN

En el asedio a la ciudad portuguesa de Viseo murió Alfonso V de León hace casi mil años
 

Corría el mes de agosto del año 1028, hace casi un milenio. El Rey de León, fuera quien fuera, tenía la obligación inherente a su cargo de combatir a los sarracenos para recuperar lo que fue reino y territorio de godos. Por eso no era raro que el mismísimo rey combatiera en primera línea, asumiendo todos los riesgos. Así hizo el gran Alfonso V de León, llamado ‘El Noble’ o ‘El de los Buenos Fueros’, que pereció por un flechazo a las puertas de la ciudad portuguesa de Viseo. De eso hace 995 años 

Alfonso V, hijo de Bermudo II ‘El Gotoso’, fue Rey de León desde el año 999 (tendría alrededor de cinco años, siendo declarado mayor de edad en 1008, cuando asumió plenamente el trono) hasta su muerte en 1028. Sin duda fue un gran rey: paró los pies a nobles díscolos o abusones, detuvo el ataque de los vikingos, reconquistó y repobló, trajo estabilidad al reino…, y promulgó una serie de leyes, unos fueros territoriales que en conjunto parecen una auténtica ordenanza municipal (la primera del Medievo europeo) que otorgaba derechos a los habitantes de León ciudad (no serían más de 5.000), y también a los del resto del reino.  

Estaría entre los 32 y 34 años. En su afán reconquistador y repoblador, se propuso recuperar Coimbra y su comarca, que habían sido conquistadas por Almanzor, el cual las había poblado de andalusíes. El Rey de León se puso en marcha al frente de sus huestes. En el camino estaba la ciudad de Viseo, también en poder de los ‘infieles’, que debía ser tomada. Alfonso puso cerco a la ciudad (en cuya región aseguran que había nacido Viriato unos cuantos siglos antes), que estaba protegida por fuertes murallas y todas las defensas de la época. 

Era pleno verano y debía hace muchísimo calor. El 7 de agosto de 1028 (miércoles) es posible que Alfonso ordenara a sus principales capitanes que le acompañaran a inspeccionar una vez más las murallas para determinar el mejor sitio para atacar. Y es posible también que algún arquero hubiera identificado el caballo del rey por las veces que anteriormente había recorrido el perímetro de la ciudad. Entonces, agobiado por el tremendo calor, Alfonso se quitó la coraza, quedándose sólo con una camisa de lino. Es muy probable que sus acompañantes se lo hubieran desaconsejado, pero el rey no podía soportar aquel pedazo de hierro en su pecho y se libró de ese. Así, mientras trataba de encontrar algún punto débil en las defensas de Viseo, un arquero experimentado debió pensar que, si no el rey, aquel de la camisa blanca debía ser alguien importante, de modo que preparó su arco o ballesta, se situó en una torre, esperó el momento propicio, se apoyó perfectamente, se concentró, apuntó cuidadosamente y disparó. La flecha impactó entre las costillas del desdichado Alfonso Bermúdez, tal vez atravesándolo. Las heridas eran mortales y debió morir a los pocos minutos. Muerto el rey, se levantó el asedio para trasladar sus restos a León, donde reposa. 

Así murió el gran Alfonso V de León, ‘El Noble’, que no dudó el ponerse al frente de sus tropas y luchar y morir en primera línea de combate; algo parecido hizo su hijo Bermudo III unos pocos años después (eran godos). Además de tener un espíritu noble y de promulgar leyes en beneficio de todos, Alfonso rebosaba valor, tanto que ni la coraza pudo sujetarlo. Hace casi mil años de aquello.    

CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 11 de enero de 2023

LO QUE ESCRIBIERON SOBRE EL REINO DE LEÓN DESDE AL ANDALUS

 

A Ramiro II de León, vencedor en la batalla de Simancas, le llamaban 'puerco y tirano' los cronistas andalusíes

El Reino de León sigue siendo hoy un gran desconocido para la mayoría de los españoles, incluyendo autores de prestigio. Sin embargo, en un amplio período del Medievo español fue la entidad política y territorial más importante de las dos zonas, la cristiana y la musulmana. Por eso, a lo largo de sus más de tres siglos de existencia independiente (910-1230), el Reino de León estuvo muy presente en todas las crónicas y anales que redactaban los historiadores de Al Ándalus, que reconocían su poder y, durante mucho tiempo, su supremacía

Abundantes  textos firmados por los principales cronistas de Al Ándalus se refieren al Reino de León, sobre todo para insultar a sus reyes y gentes, lo cual significa que temían lo que hicieran los soberanos y ejércitos leoneses; es decir, desde la fundación del reino, desde García I (910-914), los musulmanes que habían invadido y ocupado la Península Ibérica vieron en el Reino de León a su más peligroso enemigo. Y así lo escribieron los autores andalusíes. 

Cuando García se instaló definitivamente en León, los cronistas árabes se quejaban de que los cristianos estaban cada vez más cerca: “… si desde León ya nos causaban estragos en nuestras tierras, qué será desde Zamora si ya antes nos tendían celadas e intentaban matarnos”. 

El rey Ordoño II, siendo rey de Galicia, atacó Evora y, al parecer, preparó una buena escabechina, de modo que cuando se convirtió en rey de León, los musulmanes de aquella ciudad (y otras) reconstruyeron las murallas para, según cuenta el autor árabe Al Razi, resistir los previsibles ataques del “…tirano Ordoño, rey de los gallegos, a quien Dios destruya”. Siendo ya rey de León, el historiador Ibn Jaldun vuelve a referirse al “… tirano Ordoño, rey de los leoneses infieles, a quienes Dios maldiga”. 

Alfonso IV ‘El monje’ renunció al trono al morir su mujer y se retiró a un monasterio, pero luego cambió de idea y quiso recuperar la corona que ya saboreaba su hermano Ramiro II (931-951). De este asunto habla Ibn Hayyan, quien explica que fueron los cortesanos más viejos quienes convencieron a Alfonso de que cambiara de opinión y volviera para exigir su corona (cosa que le salió mal). Luego, una vez que Ramiro reconquistó tierras y ciudades (incluyendo Madgerit), el califa Abderramán III preparó un enorme ejército para marchar contra “el puerco Radimir”; éste derrotó estrepitosamente al andalusí en la batalla de Simancas (año 939), por lo que continuaron refiriéndose a él como “el puerco y tirano Ramiro”, dice Ibn Hayyan, que también explica que “los infieles cristianos de Ramiro bajaban gritando de los montes, como cabras”. En aquella señalada batalla Abderramán huyó a toda prisa, dejando en su tienda un valiosísimo Corán en doce tomos de oro; pero el astuto Ramiro se convenció de que, de momento, era mejor ofrecer al Califa de Córdoba una muestra de amistad, así que decidió devolverle su preciado Corán; en 941 una embajada leonesa partió hacia Córdoba para devolverle sus queridos libros, además de prisioneros y otros presentes. Abderramán envió a León legados y regalos para agradecer a Ramiro su gesto. 

Fernando I de León (1037-1065) se convirtió en rey de León por matrimonio con Sancha, hermana de Vermudo III (que murió en la batalla de Tamarón). A mediados de ese siglo emprendió numerosas campañas reconquistadoras, por lo que los autores musulmanes escribieron: “El déspota Fernando, hijo de Sancho, rey de los gallegos (a veces se usaba este término para referirse a la zona que comprendía la Galaecia romana) viene por territorios de Al Ándalus con su ejército cristiano tratando de dominar a todos, y se hartó de cobrar parias y no se sació hasta ocupar los reinos y arrebatarlos del poder islamista”. 

Alfonso VI de León (1072-1109) conquistó, entre otros territorios, la emblemática ciudad de Toledo, que además de su valor ideológico era paso estratégico para todos los reinos de taifas, incluyendo el de Sevilla. Los cronistas cristianos otorgaron a Alfonso títulos como ‘Rey de toda España’, ‘Emperador de toda España’, ‘Emperador de León y Toledo’…, mientras que los andalusíes lo intitulan ‘Emperador de las dos religiones’, asumiendo así la autoridad del rey leonés sobre todos los reyes y reinos de taifas.      

Para asistir a la coronación de Alfonso VII (1126-1157) acudieron a León los principales obispos, condes y grandes señores de la Hispania cristiana (y de más allá de los Pirineos), y también los reyezuelos de taifas; todos le rindieron vasallaje mediante los gestos y reverencias característicos, admitiendo la autoridad de León sobre toda Hispania. 

En el siglo XII el viajero Al Idris escribió sobre León: “Allí se practica un comercio muy provechoso, sus habitantes son ahorradores y prudentes”. 

Y también hubo reyes de León que fueron destronados y acudieron a pedir ayuda a Córdoba para recuperar la corona, como  Ordoño IV ‘El Malo’ (958-959); acompañado por su séquito entró en Madinat Al Zahra, según cuenta Ibn Hayyan: “Al pasar entre las filas de soldados de Zahra, Ordoño y sus compañeros leoneses fingieron admirarse y hasta asustarse ante tal aparato militar”. También pidió ayuda a los musulmanes Sancho I ‘El Craso’ (956-958), cuya mórbida obesidad le impedía desde subir al caballo hasta orinar sin ayuda; el judío cordobés Hasday le prometió quitarle unos cuantos kilos (y ayuda militar para recobrar León), pero a cambio le exigió entregar a Abderramán diez fortalezas fronterizas leonesas, a lo que Sancho accedió, de modo que Hasday fue loado en Al Ándalus: “Sin flechas ni espadas, sólo con su elocuencia ha quitado a los abominables leoneses comedores de puercos fortalezas y ciudades”.  

Hay muchas más referencias al Reino de León y a sus reyes en los textos andalusíes, lo que viene a demostrar que durante más de tres siglos León fue su más duro enemigo, su principal preocupación, hasta señalar a alguno de sus reyes “señor de las dos religiones”. Pocos españoles saben de todo esto.        

CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 16 de noviembre de 2022

JUAN ARGÜELLO, EL LEONÉS CUYA CABEZA INERTE ATERRORIZÓ A MOCTEZUMA

Los aztecas eran un pueblo violento y agresivo al que se enfrentaron los españoles y sus aliados indígenas

 Infinitos episodios de toda clase sucedieron en los años de la conquista de América (a mediados del siglo XVI ya estaba concluida), los cuales fueron protagonizados por personajes que, en mayor o menor medida, conservan su nombre en las páginas de la Historia. El leonés Juan Argüello hizo lo imposible: después de muerto, su cabeza aterrorizó al emperador azteca Moctezuma 

Aunque parezca reiteración, es necesario recordar que cuando llegaron los españoles (hace unos 500 años), los territorios que hoy conforman México estaban en permanente y violentísima guerra de todos contra los aztecas. Éstos venían a suponer alrededor del cinco por cien de la población que habitaba el territorio, sin embargo, habían impuesto una tiranía revienta-pechos y antropófaga al resto. Esa situación explica por qué tantos y tan fácilmente se aliaron con los recién llegados, los tlaxcaltecas, los totonacas, los zapotecas…, que resistían al dominio mexica y cuyos caciques se quejaban continuamente, insistentemente, de la tiranía sangrienta que ejercían los mexicanos. Esta situación de enemistad permanente fue aprovechada por los españoles, que aun así se las vieron en aventuras asombrosas, inverosímiles, increíbles, como la de Juan Argüello, el leonés que, formando parte de la hueste de Hernán Cortés en 1519, peleó hasta su último aliento, siendo su enorme cabeza cortada y luego presentada a Moctezuma, el cual se acobardó al verla…  

Cuenta Bernal Díaz del Castillo que Hernán Cortés dejó una pequeña guarnición de cuarenta soldados, auxiliados por unos dos mil totonacas, en la Villa Rica (Veracruz) mientras él avanzaba hacia México-Tenochtitlán. Al poco, fuerzas mexicas atacaron el puesto, provocando el pánico en los aliados de los españoles, quienes a la primera refriega escaparon gritando aterrorizados; los españoles se quedaron solos y aun así consiguieron resistir. Pero finalmente casi todos murieron, incluyendo el capitán, sólo sobrevivió muy malherido un soldado, el cual iba a ser llevado como trofeo a Moctezuma. El cronista-soldado Díaz del Castillo explica: “Le llevaron un soldado vivo, que se decía Argüello, que era natural de León, y tenía la cabeza muy grande y la barba prieta y crespa, y era muy rebusto (sic) de gesto y mancebo de muchas fuerzas”. 

Hay que imaginarse el aspecto del tal Argüello (con orígenes, seguro, en la comarca de Los Argüellos, al norte de León, la cual está acreditada desde la Edad Media): un tipo alto, macizo, muy fuerte, criado en los rigores y fríos de la montaña con las mejores cecinas y embutidos, con una gran cabeza con pelo alborotado y una negra y frondosísima barbaza. Asimismo es fácil deducir que el angelito, una vez metido en batalla, debía repartir mandobles a diestro y siniestro con una fiereza y contundencia que asustó y asombró a los atacantes (de ahí lo de “rebusto de gesto”). Y tampoco sería disparate especular con que lucharía gritando e insultando… En fin, un enemigo verdaderamente temible. 

Un poco más adelante, el soldado-cronista detalla cómo fue el encuentro entre el gran Moctezuma y el cabezón del leonés: “… y aun le llevaron presentada la cabeza del Argüello, que paresció ser murió en el camino de las heridas, que vivo le llevaban. Y supimos que el Montezuma, cuando se la mostraron, como era rebusta y grande y tenía grandes barbas y crespas, hobo pavor y temió de la ver, y mandó que no la ofreciesen a ningún cu de México”. Es decir, el poderosísimo Moctezuma (al parecer el nombre real era Motecozuma), sentado en su trono y rodeado de muchos caciques, sacerdotes y capitanes, casi se desmaya de espanto cuando le presentaron la inmensa y barbadadísima testa de Argüello, la cual, seguramente, conservaría una expresión de rabia, un acongojante rictus de furia, como si en cualquier momento pudiera recobrar la vida y lanzarse contra todos los que le rodeaban… Por eso el soberano azteca ordenó que no se ofreciese en ningún templo (‘cu’) de su ciudad. 

Y esa es casi toda la información, casi toda la huella que este grandullón  leonés dejó en la Historia. Casiano García publicó en 1946 un interesante estudio titulado ‘Leoneses en América’, en el que compendia los nombres de todos los leoneses (de los que se tiene noticia) que tomaron parte en la conquista. Este autor añade que el cabezón se llamaba Juan Argüello, y dice que “le hirieron muy malamente y le cogieron a tiempo que no podía ser socorrido y así lo llevaron queriendo hacer presentación de él al Emperador y sacrificarlo en sus templos. Aun herido mucho les costó llevarlo, pues sus fuerzas extraordinarias le ayudaron a que se defendiera como un toro de todos los que le rodeaban. Consiguieron atarlo y, aun así, su gesto era tan terrible que les infundió pánico y no se atrevían a mirarlo. Murió por fin de las heridas (...) y le cortaron la cabeza (…) cosa que hicieron los capitanes”. 

Esto es todo lo que se sabe de aquel tiarrón de cabeza desmesurada, espesas barbas y una fuerza de la naturaleza en combate, aquel leonés al que le sobraban riñones, el que impresionó de tal modo a Moctezuma y sus huestes que no se atrevían ni siquiera a mirar su cabeza inerte… Hay que suponer que, incluso sin vida, sus ojos abiertos debían ser ciertamente aterradores, sobre todo para los mexicanos que lo habían visto pelear y, seguro, oído sus desaforados y amenazantes gritos. 

Juan Argüello, español de León, murió en México a finales de 1519. Han quedado para la historia su tremenda figura y su indomable valentía.  

 CARLOS DEL RIEGO

(Actualización de texto de X-2017)

miércoles, 2 de noviembre de 2022

EN EL AÑO 1202 EL REINO DE LEÓN CELEBRÓ CORTES EN BENAVENTE CON PRESENCIA DEL PUEBLO


En el contorno se lee, Adefonsi Regis Legionis Signum. El sello del Rey

El Rey Alfonso IX de León fue el primero de toda Europa que convocó a los representantes de las ciudades a una curia, a unas cortes, junto a la Corona, la Iglesia y la nobleza; fue en 1188, cuando se promulgaron los Decreta. Pero esa convocatoria de ciudadanos no fue una casualidad, como demuestra el hecho de que unos años después volviera a emplazarlos para participar en las Cortes de Benavente de 1202 

Nunca antes en ningún lugar el pueblo llano había tenido representación en uno de esos cónclaves en donde los poderes tradicionales, Corona, Iglesia y nobleza, trazaban las líneas a seguir en el reino. Hasta que el Rey de León Alfonso IX decidió contar con la opinión de los ciudadanos, a los que citó por vez primera a finales del siglo XII en San Isidoro de León. Aquello fue algo absolutamente novedoso, revolucionario: el rey junta a las clases sociales más elevadas con los delegados del pueblo llano. Pero aquella insólita iniciativa en la Plena Edad Media Europea no fue la única en la que Alfonso IX de León dio voz a los pobladores de las ciudades a través de sus representantes. 

Hace 820 años, Alfonso Fernández, hijo del Rey Fernando  II de León y padre de Fernando III ‘El Santo’, volvió a llamar a obispos, nobles y ciudadanos para alcanzar acuerdos que dejaran a todos satisfechos. Se acordaron disposiciones sobre herencias y, entre otras, una ley monetaria que convino a todas las partes. Según un documento firmado por el Rey y que se conserva en el Archivo de la Catedral de Zamora, el 11 de marzo de 1202: “En Benavente, con la presencia de los obispos, de mis vasallos y de muchos de cada villa…”, Esto viene a dejar bien claro que Alfonso tenía presentes a sus súbditos cuando se trataba de concilios, foros, juntas, curias o cortes en las que se promulgaban leyes y disposiciones que afectaban a todos los estamentos de aquella sociedad. De hecho hubo otras cortes, como la que celebró en esta misma ciudad en 1228. 

Alfonso IX Fernández de León consiguió que el pueblo accediera a mejoras económicas y sociales, como el freno que puso a los abusos de la nobleza o el avance en derechos jurídicos que afectó a todos los habitantes del Reino. Muchas otras iniciativas de Adefonsus Rex Legionensis fueron cimiento para obras que aun hoy perduran, como el Estudio General de Salamanca que él puso en marcha y en el que su nieto, Alfonso X ‘El Sabio’, se basó para fundar la Universidad de Salamanca 24 años después de la muerte de el último rey privativo de León. 

Es desconcertante que un personaje que se adelantó tanto a su tiempo en el terreno de derechos y libertades sea tan desconocido por los españoles. Evidentemente Alfonso Fernández de León también tiene sus sombras (no era santo, como su hijo), pero sus adelantadas iniciativas supusieron un gran avance en el contexto de la Plena Edad Media Europea. Nació en Zamora en 1171 y murió en Sarria, hoy Lugo, en 1230, ambas ciudades formaban parte del Reino de León. 

¿Será posible que aquel reino (y aquellos reyes) que tanto dio a la Historia de España haya sido silenciado, tapado, encerrado en una comunidad tan artificial, falsa y fraudulenta? 

CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 31 de agosto de 2022

LA INSOPORTABLE NEGACIÓN QUE SUFREN LEÓN Y SU HISTORIA

 

La leyenda del pedestal es otra colosal y burda mentira, puesto que Alfonso VI nunca firmó como rey de Castilla, sino que se intitulaba Rey de León, de Galicia y, luego, de Toledo, además de Imperator Totius Hispaniae

Cuando se dividió España en 17 autonomías (aquella conjura perversa que perpetraron los políticos para multiplicar por 17 los cargos a trincar) se hizo según el lema ‘café para todos’, es decir, autonomía para todos, fuera necesaria o no, lo pidiera el pueblo o no. El problema es que, mientras algunos territorios estaban histórica o geográficamente bien marcados, otros no, consumándose entonces sangrantes injusticias. León bien lo sabe 

Los parásitos (sinónimo de políticos) que urdieron la conjura hicieron las cosas a su antojo, derivando en situaciones tan delirantes como esconder León detrás de Castilla; para completar la infamia, los inútiles gorrones trataron de hacer desaparecer de los libros la Historia de León, con lo que se ha llegado al delirio de escuchar de boca de personas ilustradas, supuestos expertos e incluso gentes que escriben de historia, disparates como “Alfonso VI de Castilla”; igualmente grupos musicales que, al presentarse en un escenario leonés, sueltan “ya teníamos ganas de tocar en tierras castellanas”; o a comentaristas deportivos meter la pata al decir “el equipo castellano-leonés” para referirse a la Sociedad Deportiva Ponferradina (¿alguien sabría decir qué tiene El Bierzo de castellano?).

Todo eso es consecuencia de aquel momento en que los caraduras decidieron por su cuenta cómo desgajar el país, convirtiéndolo en un conglomerado de reinos de taifas; esto se demuestra a diario, puesto que el reyezuelo de cada uno de esos taifas hace y deshace como si el territorio a su cargo fuera posesión personal y en implacable competencia con el resto. Cuando en los primeros años ochenta del siglo pasado despedazaron España, los jetas tuvieron la ocurrencia de opacar León y ocultarlo detrás de Castilla la Vieja, y para ello no preguntaron a los ciudadanos, no hubo referéndum, sino que obraron al estilo totalitario.

Se produjeron así agravios comparativos insoportables, insultantes; por ejemplo, se otorgó estatus de comunidad autónoma a Santander (hoy Cantabria) y a Logroño (hoy La Rioja) a pesar de que jamás en la historia ni una ni otra tuvieron entidad jurídica o política propia. El Reino de León, por el contrario, existió política y jurídicamente durante 320 años, durante los cuales fue el reino cristiano más importante de la península y, durante un siglo, el más poderoso ‘totius Hispaniae’ y más allá… Veintitantos reyes contemplan aquel reino que, entre otros muchos logros, realizó decisivos avances en el empeño reconquistador y recuperador, promulgó leyes pioneras en todo el mundo, convocó concilios y juntas a las que acudieron las máximas autoridades de la península y más allá, dejó un legado impagable en el terreno del arte… Nada fue (es) suficiente para que se considerara (se considere) a León digno de tener entidad autónoma propia; y, por lo que se deduce del agravio antes mencionado, Cantabria y La Rioja tienen muchos más méritos históricos que León (¿). Por otro lado, la cuarta parte del escudo de España representa al Reino de León; los reyes que gobernaron después de la fusión con Castilla se intitulaban, lo primero, reyes de León y luego de Castilla y otros territorios. Del Reino de León surgieron Castilla, Portugal o Extremadura (‘extremo douro’). ¡Hay que ser traidor y manipulador para despreciar todo eso y perpetrar tamaña injusticia!, es decir, hay que ser un político.

A pesar de los muchísimos logros y aportaciones del Reino de León, hoy día son muy pocos no nacidos en León, Zamora y Salamanca que tienen conocimiento de aquello, lo ignoran porque los docentes, gracias a las maquinaciones de los corruptos por definición (sí, políticos), tampoco lo saben. Por eso hay quien dice sin abochornarse ‘Alfonso VI y Alfonso VII de Castilla’, siendo que ambos fueron coronados como Reyes de León (Alfonso VI jamás se intituló rey de Castilla, sino de León, Galicia y Toledo); curiosamente no se moteja de castellana a la Reina doña Urraca de León, hija del VI Alfonso y madre del VII, de hecho, ni siquiera se sabe que doña Urraca fue la primera reina por derecho propio de la Historia de Europa.

 

Y también por la ignorancia, el desprecio y la negación de León, en la que tanto empeño han puesto desde hace cuatro décadas los envilecidos caudillos, se escucha el insultante ‘Castilla-León’, incluso a los egoístas (representantes) públicos; y cuando se trata de corregir al ignorante, éste suele decir que qué más da, que no es tan importante la conjunción copulativa; en este caso es oportuno explicar que no es lo mismo Juan José que Juan y José. ¿O sí?         

Y nunca hay que olvidar el constante desprecio de las poltronas de Castilla hacia León, de su historia y su cultura, además de la discriminación económica, política y social a que someten a lo que fue el viejo reino (baste recordar que la fiesta principal de la comunidad es cien por cien y exclusivamente castellana).

Gracias al descuartizamiento que se perpetró en aquellos años de transición, con el detestable y traidor Martín Villa como muñidor principal, la histórica región leonesa es hoy poco más que un adminículo del eje Valladolid-Burgos. 

Ya es hora de corregir esta aberración.

CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 24 de agosto de 2022

LEÓN 1017, ALFONSO V DE LEÓN PROMULGA LA PRIMERA ORDENANZA MUNICIPAL DE QUE SE TIENE NOTICIA

 


En presencia del Rey don Alfonso y de su mujer doña Elvira reunimonos en León en la Iglesia de Santa María todos los obispos, abades..., así comienza el Fuero de León de 1017

Se cumplen mil cinco años de la promulgación del Fuero de León, un corpus legislativo avanzadísimo para su época que puede ser considerado como el primer estatuto municipal de Europa. Fue decretado por el Rey de León Alfonso V, ‘El noble’. Este tremendo avance legislativo supuso un enorme progreso en cuanto a derechos del ciudadano, a pesar de lo cual es un hecho muy poco conocido incluso por historiadores 

Hace nada menos que un milenio y un lustro, el 30 de julio de 1017, el rey de León Alfonso V ‘El noble’ o ‘El de los buenos Fueros’ (hijo de Bermudo II ‘El gotoso’ y padre de Bermudo III ‘El mozo’) proclamaba el Fuero de León, una nueva legislación para la ciudad y para el reino cuyas avanzadas propuestas fueron luego imitadas en Europa. Con esas ordenanzas León se convertía en la primera ciudad del Medievo Europeo que garantizaba a sus vecinos una serie de derechos que no existían en ninguna otra urbe del viejo continente. Por desgracia, un hecho tan trascendental no sólo no es valorado, sino que, fuera de León, apenas unos pocos especialistas saben de él. 

Para entender mínimamente lo que aquello significó para la capital del principal reino cristiano de la Hispania del año mil hay que intentar situarse en el tiempo. Apenas iniciado el segundo milenio, bien se puede decir que el pensamiento tenía más de tardo-antiguo que altomedieval. Lógicamente, la mentalidad de la época ni siquiera soñaba con los conceptos que presiden la sociedad de hoy (derechos, democracia, igualdad…), por lo que, para comprender y situarse en la época, hay que tener presente esas carencias, del mismo modo que se entienden sus carencias tecnológicas; para hacerse idea de cómo era aquel tiempo hay que pensar que gran parte de la sociedad (excepto intelectuales y eruditos) estaba convencida de que la Tierra era plana, que desde el rey al labrador sabían tanto de higiene como de chino, que estaban idénticamente expuestos a epidemias y enfermedades, que desconocían el tenedor o que de Córdoba a Toledo se tardaban nueve días. León capital tendría en torno a los 5.000 habitantes, una centésima parte de los que tendría Córdoba, y seguro que aunque Almanzor había muerto hacía años, los leoneses temerían que en cualquier momento se presentasen allí los sarracenos, y recordarían perfectamente cómo se las gastaban. La mayoría trabajaría de sol a sol, sufriría todo tipo de necesidades y, la mayor parte del año, pasaría un frío de narices. Padecerían estoicamente todo tipo de dolores y enfermedades sin más remedios que las sangrías, los paños calientes o las pócimas de vaya usted a saber qué. No existían ideas como respeto a los animales, ecología o machismo del mismo modo que no existía la tele. Dios estaba presente en todo de la mañana a la noche, a pesar de lo cual la gente era muy promiscua, el robo y el engaño eran corrientes si se presentaba la oportunidad y la violencia era recurso general. En definitiva, aunque sea difícil, hay que tratar de situarse en aquel sitio en aquel momento para entender. 

En este contexto, un joven Alfonso entendió que había que poner un poco de orden en el reino y en la ciudad, reafirmar su autoridad, protegerse contra los musulmanes, controlar las revueltas aristocráticas, acabar con la sensación de inestabilidad y, en fin, organizar la sociedad. Reunió a los notables (la curia regia) en la antigua catedral en julio de 1017 y promulgó una serie de normas que afectaban a la ciudad y al Reino de León, a su iglesia y su aristocracia. Todas las disposiciones del Fuero de León (48 en total, 28 para la ciudad y 20 para todo el reino) están publicadas en muchas páginas de Internet. Baste destacar algunas disposiciones: Se protege y otorgan beneficios a todos los comerciantes, agricultores, ganaderos, artesanos… de la ciudad y su alfoz; es decir, se apoya la producción local. Se impone el miércoles como día de mercado y se perseguirá al que perturbe su normal desarrollo; o sea, se promueve la actividad económica. Se garantiza la propiedad y la vivienda; derechos hoy normales que hasta entonces dependían del más fuerte. Se establece la inmunidad de la esposa: “ninguna mujer de León sea presa, ni juzgada, ni procesada en ausencia del marido” (esto acababa con la costumbre de llevarse a la mujer cuando el marido deudor no estaba en casa), y también se instituye el derecho de la mujer a heredar, algo que debió ser revolucionario. 

Las normas acordadas para el resto del reino incluyen un primer paso para la separación de Iglesia y Estado, la protección de los vecinos y sus pertenencias, de la mujer y sus bienes dentro del matrimonio, ciertas garantías para el ciudadano si se veía obligado a presentarse ante los tribunales… Una de las leyes de este fuero tenía cierta gracia, es la que dice textualmente: “Si alguno hiriere a otro y éste lo denunciare al sayón del rey, el que causó la herida pague al sayón una cañadilla de vino y compóngase con el herido; y si no lo denunciare al sayón no le pague nada pero compóngase con el herido”. 

También había obligaciones: acudir a la llamada del rey cuando era preciso combatir a los infieles (excepto los recién casados antes de que engendraran), pagar impuestos (esto nunca falta en las legislaciones), y otras leyes referentes a la Iglesia. El texto terminaba con una amenaza: “Quien de nuestro o de extraño linaje intentase quebrantar esta nuestra constitución, quebradas las manos, los pies y la cerviz, sacados los ojos, derramados los intestinos y herido de la lepra, así como de la espada del anatema, padezca las penas de la condenación eterna con el diablo y sus ángeles”. 

Algunos historiadores afirman que aquello fue el germen de lo que luego serían los ayuntamientos, pues otorgaron derechos específicos a sus ciudadanos e incluso a algunos forasteros que, en algunos casos, podrían beneficiarse de esos derechos. Sea como sea, el Fuero de León supuso un enorme avance en cuanto a la protección y los derechos de los leoneses, algo que no existía en ningún otro lugar de la Europa altomedieval; de hecho, muchos códigos y disposiciones legislativas posteriores tomaron el Fuero de León como base. Y andando el tiempo, unos 170 años después, ahí mismo, en León, otro joven rey, Alfonso IX, volvió a reunir a los notables, pero también y por vez primera en la historia, a los representantes de los ciudadanos… 

Sorprende, por tanto, la escasa importancia que se da en España a un hito de tal trascendencia.

 CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 10 de agosto de 2022

LOS ASTURES, EL ÚLTIMO PUEBLO LIBRE DE LA ANTIGUA HISPANIA

 

 

Así podía lucir un guerrero astur


Los astures estaban muy hechos a la violencia (Imagen, Despertaferro)

Fueron los astures, junto a los cántabros, los últimos pueblos de la península que sucumbieron al empuje de las legiones romanas. Astura es como los clásicos llamaron al río Esla, y astures los que habitaban en las riberas y cercanías del Astura. A comienzos del primer milenio antes de Cristo la zona estaría habitada por diversos pueblos íberos, que luego asimilaron gran parte de la cultura celta. Los historiadores clásicos informaban de la existencia y costumbres del pueblo de los astures (al parecer se pronuncia ‘ástures), y se sabe que estaban allí en el VI a. de C.

Suele decirse que los astures fueron el último pueblo libre de la península, ya que desde que fueron derrotados por Roma (19 a. de C.), los habitantes de la vieja Hispania fueron invadidos y ocupados casi sin interrupción durante el siguiente milenio y medio. Aquellos habitantes de la actual provincia de León (desperdigados también por Asturias, Zamora y el este de Galicia) eran un pueblo muy primitivo, con tradiciones, costumbres y creencias arcaicas, sobre todo comparándolo con los pueblos de la ribera mediterránea. 

Eran tribus basadas en estructuras familiares, se asentaban en lugares algo elevados y fáciles de defender (la principal ciudad astur fue Lancia, cerca de León capital). Las mujeres eran las verdaderas propietarias y, por tanto, las que se quedaban con la herencia y decidían las esposas para sus hermanos; además existía la costumbre de la ‘covada’, que consistía en que nada más dar a luz, la mujer se levantaba del lecho y lo cedía al marido para que cuidara él  al recién nacido…, se suele explicar que con ese gesto el hombre se sentía padre legítimo, aunque es imposible saber la verdadera razón. 

Se dedicaban a la agricultura y la ganadería, aunque no tanto como a la guerra y la rapiña; así, cuando la naturaleza no daba lo suficiente (o aunque lo diera) salían a arrebatárselo a otras tribus a sangre y fuego. Y si se veían perdidos, sólo se daban una opción: el suicidio. Debían ser gentes duras como rocas, con sus tradiciones guerreras por encima de todo; por ejemplo, si las cosas iban mal en la batalla, las madres mataban inmediatamente a sus hijos para que no se convirtieran en esclavos (práctica que también se daba en Grecia), y se cuenta que un hombre vio encadenados a su padre y a sus hermanos, los cuales le suplicaban que los matara…, cosa que hizo. También cuentan las fuentes clásicas que, tras la derrota ante Roma, los supervivientes fueron crucificados, pero no por ello dejaron de cantar himnos de guerra. Por otro lado, parece que eran muy hospitalarios y recibían bien al viajero. 

Explican los autores antiguos (Estrabón, Plinio, Diodoro, Trogo Pompeyo, Tito Livio) que su principal fin en la vida era la libertad, por lo que estaban dispuestos a perder la primera antes que la segunda. Podían dormir en el suelo sobre un lecho de pajas o ramas, comer una sola vez al día, beber de cualquier charco o enjuagarse los dientes con orina; al parecer, metían trozos de cerdo en tripas y luego lo secaban y ahumaban (botillo del Bierzo). Se hacían pan de bellota, que era tan duro como su propia existencia, y por eso casi siempre estaban dispuestos a viajar a las llanuras a quitar el grano de trigo a sus habitantes…, después de haber matado y quemado hasta agotarse.

Tenían sus mitos y sus dioses, como Marti Tileno (nombre romano, del que deriva el del Monte Teleno; el original astur era Cossus) o Bodo (nombre cien por cien autóctono), a quienes sacrificaban animales y, claro, prisioneros. Sus sacerdotes (¿druidas?) adivinaban el futuro observando el vuelo de la corneja, el temblor del fuego o los sinuosos movimientos de las culebras. También llevaban a los enfermos a los lugares sagrados, donde curaban o morían; a veces a los niños enfermos los ahumaban (eso valía para todo). Los criminales eran despeñados por un barranco o apedreados hasta la muerte. 

Habitaban en pallozas, construcción que, al parecer, hunde sus raíces en el Neolítico, con muros de pizarra sin ventanas y con cubierta (teito) vegetal. Sus armas eran ligeras y manejables, espada, daga, lanza y hacha, escudo y casco de bronce, honda y falcata ibérica, que era una espada de filo único y forma muy característica (en hoja y enmangue) que tuvo que llegar importada de otras partes de la península. 

Su cultura y civilización desparecieron cuando, finalmente y tras siglos de intentarlo, Roma logró derrotarlos. Para ello el emperador Augusto empleó nada menos que siete legiones: la I y II Augustas, la III Macedonica, la IV Alaudae, la IX Hispanica, la X Gemina y la VI Victrix; junto a ellas, las tropas auxiliares, en total un ejército de unos 70.000 hombres. Unas atacaron hacia el Bierzo y Lugo, otras desde Asúrica Augusta y la ribera del Órbigo hacia el norte, hacia el mar Cantábrico siguiendo las orillas del Esla. Aun así, los romanos sufrieron lo indecible, pues eran maestros en batallas en campo abierto, mientras los astures recurrían a la guerra de guerrillas. Por eso, tras la batalla solían crucificar a todos los supervivientes, en su mayoría heridos y moribundos; a veces ‘sólo’ les cortaban las manos, como cuenta el topónimo Mampodre (macizo montañoso), que viene de ‘manus podare’, o sea, manos cortadas.

Los astures del lado norte de Picos de Europa, al parecer, nunca dejaron de sentirse astures, y de ahí Asturias.

CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 25 de mayo de 2022

HACE 950 AÑOS EL HÉROE LEONÉS VELLIDO DOLFOS MATÓ AL REY SANCHO DE CASTILLA MIENTRAS ESTABA… Y SALVÓ ZAMORA

 


Algo así debió ocurrir, si es que la leyenda y las crónicas no están equivocadas.

 

En noviembre de este año se cumplen 950 de la muerte del primer rey de Castilla, Sancho, a manos de un enemigo que lo engañó, se ganó su confianza y aprovechó la oportunidad. Ésta llegó cuando, durante el asedio a la ciudad de Zamora, tal vez inspeccionado por enésima vez sus defensas, el rey Sancho se separó del grupo de lugartenientes que lo acompañaba para ir a…, y ese fue el momento que Vellido Dolfos aprovechó para atravesarlo con una lanza

Era la Edad Media, era el año 1072, por lo que todo se pensaba y hacía al estilo medieval. Al morir el rey Fernando I de León (1065), siguiendo las costumbres godas, repartió su reino entre sus hijos pensando que así no se pelearían, aunque es evidente que no logró su propósito. Al mayor, Sancho, le dio el recién instituido Reino de Castilla; a su preferido, Alfonso (VI), le entregó el reino de más valor y prestigio, León (que otorgaba también el título de emperador); a su otro hijo, García, le concedió Galicia, y a sus hijas Elvira y Urraca les entregó las ciudades de Toro y Zamora respectivamente. Pero Sancho se propuso rápidamente ganar terreno y, con la complicidad de Alfonso, derrotó a García y tomó Galicia; a continuación se enfrentó al propio Alfonso y lo derrotó, aunque el rey de León huyó y se refugió en Toledo. Su hermana Elvira le entregó Toro sin rechistar, por lo que sólo quedaba Zamora y la irreductible Urraca (que es la del Cáliz de doña…) para que Sancho se hiciera con todo.

A principios de 1072 Sancho de Castilla y su ejército, en el que ya destacaba el espatario (jefe de la guardia) Rodrigo Díaz, el Cid, marchó contra Zamora e inició un asedio que duró algo más de siete meses. Sin embargo, los zamoranos (apoyados por nobles partidarios de Alfonso), se defendían heroicamente ante los ataques de Sancho, quien no conseguía traspasar las murallas. Pasaba el tiempo y el asedio no daba resultado, para desesperación del rey castellano.

Entonces de Zamora salió un caballero. Las cosas pudieron suceder así (¡quién sabe!):  Fingiendo escapar de la ciudad, Vellido Dolfos (Vellite Adaulfiz) se presentó en el campamento de Sancho echando pestes contra la señora de Zamora, Urraca, contra los nobles que la apoyaban y contra el propio Alfonso; seguramente diría que, a causa de su fidelidad al rey Sancho de Castilla, le habían privado de sus bienes, de sus dominios, de sus siervos, de sus privilegios de noble…, y por eso había aprovechado la circunstancia del asedio para escapar y unirse a su ‘verdadero rey’. Es posible que de ese modo, día a día durante un par de meses, con halagos y proporcionando toda la información que sobre la ciudad sin duda le pedirían los castellanos, Dolfos terminara por ganarse la confianza de Sancho y de sus caudillos.

Es posible que el 6 de octubre de 1072 el Rey de Castilla paseara por un bosque desde el que veía perfectamente las murallas de la recalcitrante Zamora. Lo acompañan el Cid y otros capitanes y lugartenientes, y Vellido Dolfos, cuya presencia en el entorno del rey es tan habitual que ya no levanta sospechas. En estas estaban cuando Sancho debió decir algo así como: “Esperadme aquí un momento, que tengo que…” (es lógico, ¿por qué, si no, se iba a separar de sus acompañantes buscando soledad?). El noble leonés vio inmediatamente que esa era la oportunidad que tanto tiempo llevaba esperando. Tranquilamente, descuidadamente, sin prisas y tal vez excusándose un momento por la misma o parecida necesidad que el rey, Dolfos se separó del grupo y fue hacia el descuidado monarca, al que vio aliviándose, en cuclillas y totalmente indefenso. Entonces, con una lanza o venablo que Sancho siempre llevaba consigo y que había soltado mientras procedía a descargar el vientre, Vellido Dolfos le metió un metro de hierro en el torso, de atrás hacia adelante. Los gritos alertaron a la guardia, pero el regicida ya cabalgaba a galope tendido hacia Zamora, consiguiendo refugiarse tras sus murallas a pesar de que el Cid le persiguió y casi lo atrapa. En la ‘Cronica del famoso cauallero Cid Ruy Diaz’ (de principios del XVI; citada por J.M. López de Uribe en ileon.com) se lee: “E el rey apartose a solazarse e a fazer lo que los omes no pueden excusar, e Vellido Dolfos (…) tirole el venablo y diole por las espaldas e saliole de la otra parte por los pechos”. Hay quien dice que Dolfos y Urraca de Zamora eran amantes, tal vez, y si no, ella no sería corta en agradecimientos y recompensas.

Para la historiografía castellana Dolfos fue un traidor, pero para la tradición leonesa fue un héroe, ya que su arriesgada maniobra hizo que el ejército real levantara el asedio y se marchara, es decir, el caballero leonés salvó Zamora. En todo caso, si ocurrió algo parecido, Sancho y sus capitanes fueron unos tontos, unos necios que cayeron en la trampa montada por un enemigo, y por tanto no cabe hablar de traición. Vellido Dolfos fue un valiente que arriesgó su vida para liberar la ciudad. Y lo consiguió. Y Alfonso volvió y recuperó el Reino de León, y además el de Galicia y el de Castilla.

Claro que, tras casi un milenio, va a ser imposible separar el mito de la realidad, la historia del cantar de gesta. Parece más que probado que Sancho de Castilla murió durante aquel asedio a Zamora (de donde viene lo de “No se ganó Zamora en una hora”), pero no hay pruebas concluyentes de que la muerte le llegara en una postura tan… incómoda.

CARLOS DEL RIEGO