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miércoles, 19 de abril de 2023

DON QUIJOTE HUBIERA QUERIDO SER EL CAPITÁN TRUENO

 


El Capitán Trueno materializó el deseo de don Quijote de enfrentarse y vencer a monstruos y gigantes.

 

Los gigantes de don Quijote sólo existían en su fantasía

Aunque siempre es buen momento para hablar de El Quijote, parece oportuno hacerlo en torno al aniversario de la muerte de Cervantes (22-IV-1616). El gran problema es que sobre el ingenioso hidalgo se ha escrito tanto que una vida dedicada enteramente a ello no sería suficiente para leerlo todo. Pero sí que se puede fantasear, fabular e incluso desvariar, de modo que, si se reflexiona y examina la cosa, podría pensarse que el Capitán Trueno tenía, hacía y vivía  como don Alonso Quijano hubiera deseado tener, hacer y vivir 

Puede parecer disparate, atrevimiento o grosería, pero la realidad es que el Capitán Trueno materializó aquello que don Quijote tenía en su mente pero nunca consiguió hacer realidad. Así, se puede colocar un nexo entre la universal creación de Cervantes y el personaje pensado y escrito por Víctor Mora y dibujado por Ambrós. Uno de los dos protagonizó asombrosas aventuras y el otro sucesos y chanzas, aunque no menos asombrosas..    

Para empezar, ambos eran idealistas puros, sin dobleces, sin intereses personales, sin pedir nada a cambio de sus esfuerzos, valientes ante cualquier situación, siempre de parte de los más débiles y oprimidos y dispuestos a enfrentarse a los tiranos, malhechores y abusones. 

Don Quijote soñaba que tenía una prometida bellísima, refinada y virtuosa, una princesa que siempre le esperaba en un gran castillo, pero la realidad es que ni era su prometida (ni lo conocía), ni era princesa (sino aldeana) y ni siquiera se llamaba Dulcinea como él pensaba (era Aldonza). Por el contrario, el Capitán Trueno sí que tenía una bellísima, refinada y virtuosa prometida, Sigrid, una princesa que vivía en un castillo en una lejana tierra del norte, Thule, que siempre pensaba en Trueno, lo esperaba y lo recibía con gran alegría cuando sus trabajos le permitían ir a verla. Quijote y Trueno se batían en nombre de sus respectivas, pero el hidalgo manchego nunca recibió un abrazo o una palabra amable de su supuesta dama, a diferencia del héroe medieval. ¿Qué no hubiera dado don Quijote por tener la prometida que sí tenía el Capitán? 

Pero el recuerdo de la prometida no comprometía la misión de salvar a doncellas y princesas cautivas y atemorizadas por malvados reyezuelos y gerifaltes. Don Alonso Quijano trataba de convertirse en su salvador sólo en su ensoñación, mientras que el Capitán realmente se enfrentaba y terminaba por derrotar al bellaco y liberar a la princesa (“El malo siempre palma, la chica se salva”, decían Asfalto en su brillante ‘Capitán Trueno”). Y a pesar de las veces le tiraron los tejos, el héroe del cómic nunca sopesó la posibilidad de engañar a su dama, cosa que también hubiera hecho don Quijote en caso de habérsele presentado la ocasión. 

Los dos imaginados personajes salían a los caminos a “desfacer entuertos” uno y a hacer el bien el otro, o sea, lo mismo. El manchego se hizo sus kilómetros por la península y sin alejarse demasiado de las llanuras centrales, pero  fabulaba que llegaba a tierras lejanas dominadas por magos y gigantes, por “gente descomunal y soberbia”. Por su parte, el Capitán visitó la vieja Europa, próximo y extremo Oriente, África e incluso pisó tierras americanas; es decir, cumplió el deseo viajero de don Quijote, quien no se ponía fronteras aunque nunca pudo ir más lejos de lo que Rocinante pudiera llevarlo. Así, Capitán Trueno venció siempre al tirano y liberó a los débiles, humildes y justos que estaban bajo la tiranía del jefezuelo de turno en cualquier lugar de la Tierra; don Alonso, en realidad, nunca cruzó su espada con un poderoso, sobre todo porque nunca se topó con él.     

Lo que más deseaba el ingenioso hidalgo era meterse en batalla y medir su lanza con monstruos, alimañas, gigantes y bribones, es decir, “prodigar el bien y evitar el mal”. Pero casi nunca pudo hacerlo, puesto que sus enemigos sólo estaban en su imaginación: eran arrieros, venteros, pastores, molinos… Trueno, por el contrario, no rehuyó combate con verdaderos engendros y quimeras, a los que sometió tanto con la espada como con la inteligencia. Y también gozó de la amistad y la admiración de reyes y grandes señores, así como del agradecimiento y amistad eterna de todos los que vivían bajo la opresión de perverso cacique al que derrotó. ¡Cuánto hubiera deseado don Quijote sentir esa admiración, ese agradecimiento, ese reconocimiento de sus méritos en combate! 

El capítulo de ayudantes, escudero o compañeros sí que muestra una diferencia evidente: el andante caballero sólo tenía un Sancho Panza, mientras que el guerrero medieval tenía dos, el grandullón Goliath (“Por el gran batracio verde”) y el adolescente Crispín. Eso sí, los tres leales hasta el fin.    

Sí, todo aquello que don Quijote de la Mancha soñó, deseó y fabuló, el Capitán Trueno lo tuvo, lo realizó, lo conquistó. En fin, el hidalgo hubiera deseado hacer realidad el bienintencionado delirio en que vivía, es decir, emular al guerrero…  O tal vez no, tal vez se hubiera quedado en su mundo ilusorio. Sea como sea, el iluso es mucho más grande, da más, enseña más, asombra más. 

CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 31 de marzo de 2021

ISAAC ASIMOV, EL FÉNIX DE LOS INGENIOS DEL SIGLO XX

 


Isaac Asimov, con sus características patillas

Isaac Asimov, uno de los más prolíficos e ingeniosos escritores del siglo pasado, murió en abril de 1992 a causa del sida, enfermedad que contrajo tras una transfusión de sangre. Sólo reconocido como uno de los grandes de la ciencia ficción, también es  uno de los menos valorados a pesar de haber dejado una interminable producción literaria que abarcó todos los géneros

A comienzos de los noventa del siglo pasado el sida era una enfermedad aun incurable y desconocida. Por eso, no sólo los llamados grupos de riesgo, sino toda la población estaba expuesta al contagio. Una de las formas más crueles de contraer el virus era la transfusión sanguínea. Así murió Asimov en abril de 1992, tras recibir sangre contaminada al practicársele un bypass.

La mayor parte de quienes reconocen su nombre lo asocian exclusivamente a los relatos de ciencia ficción, sin embargo, su producción literaria abarca casi todos los géneros y es tan enorme que no es una exageración comparar a este estadounidense, nacido en la desaparecida Unión Soviética, con el escritor del Siglo de Oro Español Félix Lope de Vega, a quien se llamó ‘Fénix de los ingenios’ por la ingente cantidad de obras que alumbró. Tenía Asimov una prodigiosa mentalidad creativa, una inagotable capacidad de trabajo, unas insaciables ansias de aumentar su ya inmenso conocimiento…, por eso un día le preguntaron: “¿Cómo se siente uno sabiéndolo todo?”, a lo que él respondió, “Yo sólo sé cómo se siente uno al tener esa reputación, y es inquieto”.

Asimov es autor de infinidad de libros de las temáticas más diversas. Sus inicios en la literatura, a finales de los años treinta, lo decantan por la ciencia ficción, dedicándose casi en exclusiva a este género durante unos veinte años. Pero después, durante los 25 siguientes apenas publicó cuatro obras de ficción, centrándose entonces los otros géneros que cultivó. Posteriormente retomó su vertiente de ciencia ficción alternándola con temas de todo tipo.

Así, como bioquímico, editó un sinfín de obras de divulgación científica que abarcan prácticamente todas las ramas de la ciencia (deteniéndose principalmente en la Astronomía) y que, sorprendentemente, resultan muy amenas (extraordinaria ‘X representa lo desconocido’).Lúcidas e ingeniosas son sus revisiones e interpretaciones de personajes históricos (la corta pero intensa biografía de Leonor de Aquitania resulta emocionante), o de obras como La Biblia (monumental publicación que incluye cantidad de informaciones adicionales); tocó asuntos  tan dispersos como los dinosaurios (los ‘Lagartos terribles’), o los orígenes del hombre, los inicios de la civilización y de la escritura, la formación de América o de los Estados Unidos, la historia de la Bioquímica, de la Literatura, de la Ciencia Ficción e incluso sobre la propia historia de la Ciencia. Publicó numerosos textos en los que, de modo ameno e instructivo, abordaba desde un punto de vista científico temas como la estrella de Belén, el cometa Halley o del origen de los números... Asimov era capaz de escribir con soltura y conocimiento de prácticamente todos los temas, pues su inteligencia desbordante siempre fue acompañada por una curiosidad sin límites. No faltaron en su interminable producción los relatos y novelas de misterio, los sesudos tratados filosóficos y de pensamiento, los humorísticos o las poesías, algunas de las cuales están basadas en juegos de palabras..., e incluso publicó obras como ‘Tesoros del humor de Asimov’, que es un libro con chistes y, a la vez, un profundo estudio en torno al humor y la risa.

Ateo y muy respetuoso con las religiones (“con las genuinas”, decía), atacó y escribió mucho contra las supersticiones, los adivinos, los curanderos, los médiums y demás patulea de falsarios y timadores. También se preocupó y escribió sólidos estudios sobre el calentamiento global o la desaparición de la capa de ozono, e incluso explicó porqué Internet iba a revolucionar el mundo, anticipando muchísimas de las posibilidades de esa herramienta, y lo hizo en 1988, cuando eso de Internet era sólo para unos cuantos.

Su influencia ha sido tremenda, y no sólo en lo literario. Las dos fábricas de robots y autómatas más importantes del mundo fueron fundadas por dos hombres que, en sus años de universidad, quedaron cautivados por las historias de ciencia ficción de Asimov. Además, la palabra robótica es de su invención y se utiliza hoy habitualmente. Sus obras de divulgación fueron  como una revelación para posteriores autores, que entendieron las proporciones idóneas de ciencia y de diversión que hay que poner en una obra para que cautive al lector.

Algo casi exclusivo de Asimov es ese diálogo que mantiene con el lector a través de esa especie de prólogos con que da entrada a muchísimos de sus relatos; ahí explica cómo, por qué, en qué se inspiró o cuánto le pagaron por escribir el texto que se está a punto de leer; por ejemplo, en una de esas descripciones previas al relato, dice algo así como “por esta obra cobré x dólares”, y a continuación añade entre paréntesis “sí, soy judío y, por tanto, tacaño, y por eso anoto todas las cuentas”. Cuando uno lee esto llega a imaginarse que el escritor está ahí mismo, charlado justo al lado. Además, reírse de sí mismo es prueba de inteligencia.

Aunque menos de la mitad de su producción es ciencia ficción, es por este género por lo que es más recordado, sobre todo por los cuentos de robots. Y dentro de esta temática se podría destacar otra de sus grandes aportaciones, las tres leyes de la robótica (de Isaac Asimov, se suele decir cuando se las menciona); se trata de tres sencillas reglas éticas moralmente irreprochables con las que este judío de enormes patillas hizo autenticas maravillas en una serie de relatos sencillamente prodigiosos. En su cuento ‘Runaround’ (de 1942), luego incluido en ‘Yo robot’ (llevada al cine de modo poco afortunado)  es donde las enuncia por primera vez: Primera regla, un robot no hará daño a un ser humano ni permitirá que éste sufra daño sin hacer nada (sustitúyase robot por ser humano y queda una regla que todo el mundo debería obedecer); Segunda regla: un robot debe obedecer a un ser humano salvo cuando esa obediencia entre en conflicto con la primera ley; Tercera regla: un robot debe conservar su vida excepto cuando entre en conflicto con las otras dos leyes. Asimov saca enorme partido a estas tres obligaciones robóticas y demuestra su capacidad para crear situaciones asombrosas y soluciones imprevisibles.

Casi tres décadas después de su muerte, sigue siendo buena idea echar mano de uno de sus libros, ya sea de ficción, de divulgación, de historia, de pensamiento... Sí, Asimov fue un auténtico monstruo de la literatura, un ‘Fénix de los ingenios’.    

CARLOS DEL RIEGO

 

viernes, 25 de diciembre de 2020

HEMINGWAY EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA. EXAGERACIONES Y MEDIAS VERDADES

 


Hemingway junto al general republicano Enríque Líster

La Guerra Civil Española atrajo atención mundial, de modo de en aquellos años se vio por aquí políticos, combatientes y asesores militares, espías, periodistas y escritores procedentes de muchos países. Muchos estadounidenses pasaron por España entre el 36 y el 39, algunos de los cuales se convirtieron después en grandes personajes. Uno de estos fue Ernest Hemingway, que vino como corresponsal de guerra. Sus crónicas, que ya mostraban a un gran escritor, no coincidían siempre con la realidad

Se ha comprobado infinidad de veces que las informaciones que aparecían en la prensa internacional sobre la guerra española eran siempre pura manipulación, cuando no pura mentira; y los medios españoles eran instrumentos de propaganda. Cantidad de escritores y periodistas vinieron y contaron, pero rara vez contaron la verdad, o al menos lo que vieron.

Ernest Hemingway fue enviado por la ‘Nana’ (Alianza norteamericana de periódicos), y llegó a Barcelona el 18 de marzo de 1937 (día en que finalizó la batalla de Guadalajara), en avión de allí a Alicante, alquiló un coche con chófer y partió hacia Madrid, a donde llegó el día 22. Se hospedó en el hotel Florida, en una habitación doble que siempre estaba bien abastecida. De hecho, muchos de sus compañeros de profesión lo miraban con envidia, pues en su cuarto había de todo: comida abundante (jamón, mermelada, fruta…), cigarrillos, mujeres y, sobre todo, whiskey, litros y litros; se cuenta que jamás salía de casa sin una enorme cantimplora bien repleta al cinto. Además, tenía a su disposición dos coches y un conductor, que lo llevaba a catar los caldos de bares, hoteles y restaurantes.

El luego Premio Nobel de Literatura no pudo de ningún modo estar en Guadalajara los días que duró la batalla. Visitó los escenarios días después y mandó su primera crónica luego de dos semanas, sin embargo, al utilizar el presente de indicativo da la impresión de que lo vivió en primera persona. Incluso en una de sus crónicas cuenta que habían encontrado, él y algunos compañeros, “…un puesto de observación al abrigo del peligro, cuando una bala rebotó contra un saliente del muro, cerca de la cabeza de Ivens”. También escribió: “Nada más terrible ni más siniestro que el rastro que deja un carro de combate”. El último episodio de la batalla de Guadalajara fue la toma de Brihuega por el ejército republicano, el 18 de marzo; el escritor no llegó a lo que fueron campos de batalla hasta cinco o seis días después, pero envió a su agencia de noticias un despacho que decía: “Los obuses disparados por los cañones de sesenta carros de asalto que acompañaban a la infantería al combate a la batalla de Brihuega, hicieron volar en mil pedazos…” Hemingway sugiere una y otra vez en sus textos que estuvo presente allí, en el frente en plena batalla, cuando silbaban las balas y operaban los tanques. Cosa que es físicamente imposible.

También exageró los datos e importancia de los combates. Escribió que las tres divisiones italianas que combatieron (en aquella batalla hubo pocas fuerzas del ejército nacional) perdieron unos tres mil hombres y otros tantos heridos, pero se olvidó de apuntar las bajas republicanas, que debieron ser bastante parecidas. Es decir, contó sólo la mitad de la verdad, lo cual dista mucho de la verdad. Asimismo hinchó la importancia de la batalla y de la victoria republicana (una de las últimas veces que la República tuvo algo que celebrar); así, dijo en una de sus crónicas: “… afirmo sin reservas que Brihuega tendrá un lugar entre las batallas decisivas de la historia militar del mundo”. A primeros de mayo ya estaba en Estados Unidos, donde aseguró que tras la victoria de Guadalajara Madrid no caería y que la República tenía ganada la guerra. Evidentemente, la toma de Brihuega no tuvo la importancia bélica que Hemingway afirmó, Madrid cayó y la República no ganó, y tampoco aparece esa batalla cuando se habla de las grandes y más decisivas de la Historia.  

Esto de hacer periodismo desde la ideología termina por chocar con la realidad.

CARLOS DEL RIEGO

 

miércoles, 2 de septiembre de 2020

AGATA CHRISTIE, CENSURADA Y TRAICIONADA POR SU BISNIETO

 


Portada de la primera edición de la obra, 1939

El descendiente de la gran novelista Agatha Christie ha tenido la osadía de corregir sus obras. La cosa apenas ha tenido difusión y trascendencia, ya que casi no se habla de otra cosa que de virus, contagios y vacunas. El bisnieto de la escritora ha decidido cambiar el título de ‘Diez negritos’ (y otras 74 expresiones de la obra) porque puede parecerle mal a los negros…, y eso que ninguno ha dicho nada al respecto. El asunto es un grave precedente que permitirá a quien posea los derechos de las obras de autores fallecidos modificarlas a su antojo o al antojo de las modas, pensamientos y tendencias de cada momento

Característico del mediocre es creerse a la altura del gran artista. Por eso, el engreído no comprende que lo que hizo el artista no debe ser tocado, puesto que además de lo que la obra de arte muestra, también es un reflejo de su momento, de su sociedad, de cómo se vivía y pensaba cuando la pieza fue terminada. Por eso, cambiar una novela es distorsionarla, censurarla, desnaturalizarla, convertirla en algo anacrónico y traicionar tanto la obra como a su autor. ¿A alguien se le ocurriría repintar un Velázquez porque la escena que representa le parece machista? Pues tal ha sido la insolencia, la soberbia de un sujeto llamado James Prichard, bisnieto  de la eterna Agatha Christie; como posesor de los derechos de sus novelas, el heredero ha tenido la desfachatez de corregir a la autora “para adaptarla a los nuevos tiempos”. Y es que, además del título, el muy necio ha cambiado hasta 74 expresiones a lo largo de ‘Diez negritos’.

¿Cuántas pinturas, esculturas, obras de teatro, novelas, poesías, películas, letras de canciones… habría que adaptar a los nuevos tiempos?  ¿Cómo puede haberse atrevido a censurar a una escritora de este calibre? ¿Cómo puede creerse que le está haciendo un favor y que incluso está cumpliendo la voluntad de la creadora de Poirot? Sólo la soberbia, la vanidad, el engreimiento de creerse a su altura y sentirse legitimado para fusilar la obra de otros está detrás de este crimen de ‘lesa literatura’. También hay que ser un verdadero estúpido para pensar que así se combate el racismo y que con cambiar palabras o frases de una novela habrá menos racistas.

El tal Prichard sigue tratando de explicar su disparate diciendo que “no debemos utilizar términos que puedan hacer daño en 2020”, lo que indica que este individuo está convencido de que hay muchos negros que sufren a diario con la expresión diez negritos (por cierto, no aparecen negros en la novela, el título viene de una canción infantil). Por otro lado, tal vez en el futuro haya quien piense que hay que modificar otro tipo de expresiones o imágenes que alguien podría considerar ofensivas para las mujeres, los homosexuales, los animales, los discapacitados, los vegetarianos, el medio ambiente, el planeta…, con lo que se entraría en una espiral censora de la que nadie podría escapar, desde Platón hasta los Beatles.

Además, no consta que ningún negro se quejara por el título de la obra. ¿Acaso no protestan ellos, ‘the black people’, por el evidente racismo que sufren en EEUU gritando ‘las vidas negras importan’? Esto demuestra  que es el inquisidor literario quien lleva racismo dentro, ya que entiende que los negros no pueden defenderse por sí mismos, que son incapaces, y por tanto, con un estúpido sentimiento paternalista, se presenta como paladín de la corrección política (en este caso con efecto retroactivo) porque, seguro, está convencido de que lo necesitan a él para combatir el racismo censurando a la bisabuela.

Esta es otra evidencia de la cantidad de gente que siente el impulso irresistible de ofenderse en lugar de otros; la cosa funciona así: el ofendidito entiende que una imagen, película, texto, foto o discurso tiene que resultar, por fuerza, ofensivo para este o aquel colectivo, y como desde dicho colectivo no hay reacción, él se siente obligado a ofenderse en su lugar. En realidad es una muestra de soberbia de quien se siente moralmente superior por encontrar algo para ofenderse que ni los propios interesados encuentran ofensivo.

Corren tiempos en que la corrección política y la búsqueda de motivos para indignarse, por más infantiles y estúpidos que sean, pueden terminar ‘adaptando’ obras de arte de hace siglos a los nuevos tiempos. Según la visión del buscador de agravios, sería conveniente revisar y corregir miles y miles de manifestaciones artísticas desde el Paleolítico.

El descendiente de Agatha Christie no sólo ha cometido la insolencia de ofenderse en lugar de los negros (quienes jamás se han quejado), sino que se siente a la altura de su ilustre ancestro y por eso se atreve a censurarla, a rectificarla, a juzgarla moralmente con carácter retroactivo. En definitiva, al cambiar el original (en el título y otras 74 veces) el traidor bisnieto cambia el todo, ya no es la misma novela que escribió Christie en 1939. Es una estafa.

CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 26 de febrero de 2020

LA INSACIABLE CODICIA DE PERSONAJES BIEN TRATADOS POR LA HISTORIA: VOLTAIRE, DANTON, MORATIN, ESQUILACHE

Voltaire se lucró con fraudes, especulaciones e incluso con el comercio de esclavos, por eso Dalí pintó 'Mercado de esclavos con busto de Voltaire' (mancha blanca en el centro, los ojos son las cabezas de las mujeres


Ocurre muchas veces que la Historia presenta a algunos grandes protagonistas como en un altar, como bondadosos perfectos, y casi ocultando sus ‘cadáveres en el armario’, en pocas palabras, la Historia los trata muy bien; sorprende que en otros casos, idénticos ‘cadáveres’ cobran más importancia que los méritos. Durante la etapa conocida como la Ilustración (de mediados del siglo XVIII a comienzos del XIX) fueron muchos los que se erigieron en defensores del pueblo y, a la vez, aprovecharon el río revuelto para conseguir enormes y/o fraudulentos beneficios, como Danton, Voltaire…
La etapa de la Ilustración produjo un gran avance en el desarrollo de la sociedad occidental; de hecho, es el antecedente directo de la Declaración de Derechos, la separación de poderes, la democracia moderna…Sin embargo, algunos de los que la idearon, la apoyaron o la pusieron en práctica se aprovecharon de aquel momento de transición, y de su posición. Sí, en estos años ilustrados abundaron los que exigían medidas reformadoras y contra la desigualdad a la vez que se lucraban por métodos dudosos o fraudulentos. Voltaire y Danton en Francia y Esquilache y Moratín en España son muestras perfectas de cómo entendían el buen gobierno algunos de los grandes protagonistas de este importante período.
Una de las frases más célebres y clarividentes de Voltaire (François-Marie Arouet, 1694-1778, uno de los más grandes pensadores y escritores franceses) dice: “Quien cree que el dinero lo hace todo termina haciendo todo por dinero”. Sin embargo, él declaró abiertamente que uno de sus principales propósitos en esta vida era hacerse rico, acumular dinero, cosa que consiguió, pues al morir era millonario. Con 19 años ya se hizo con un cargo oficial, secretario de embajada, cosa difícil sin formación ni experiencia, pero no con padrinos. Hacia 1719 el gobierno francés instauró una lotería cuyos billetes eran una especie de bonos de muy poco valor; esos bonos-billete de lotería eran de diversos precios y, en fin, el sistema estaba lleno de defectos, de modo que Voltaire y un matemático (Condamine) se dieron cuenta de que si compraban la mayoría de esos billetes ganarían seguro (a causa de los errores del reglamento lotero); no era ilegal, pero sí inmoral, sobre todo teniendo en cuenta lo que Voltaire había dicho sobre el dinero; en todo caso, él y sus cómplices amasaron así una gran fortuna. Pero no se sació ahí la codicia del gran ilustrado; a pesar de sus continuos desprecios a España, invirtió en la Casa de Contratación de Cádiz (no lo hizo en compañías inglesas, holandesas o francesas), especulando con remesas de oro y plata procedentes de América; también invirtió en muy diversas operaciones financieras, bancarias e inmobiliarias; fue prestamista y financió el comercio de esclavos; se cuenta que, cerca del final de su vida, se había convertido en uno de los mayores rentistas de Francia y, evidentemente, en inmensamente rico. Para ser alguien que tanto habló y escribió (evidentemente con mucho mérito) sobre moralidad, integridad, igualdad… sorprende que el dinero estuviera por encima de todo.
Cuando se habla de la Revolución Francesa siempre aparece Danton, uno de los protagonistas de tan trascendente ocasión. Georges Danton (1759-1794) fue uno de los que mejor supo aprovechar el desorden y la confusión revolucionaria para ganar mucha, mucha pasta. Cuando compró su cargo de abogado en los Consejos del Rey antes de la revolución (práctica habitual en la época) pagó casi 80.000 libras, pero no se sabe cómo, puesto que con sus ahorros e ingresos le hubiera sido matemáticamente imposible hacer frente a aquel pago; además, tenía que costear alquiler de vivienda, los muebles y enseres con los que la acondicionó, dos criados, gastos cotidianos… Sus ingresos eran muy inferiores a sus gastos, pero el tío pagaba como un banco, es más, muchas propiedades inmobiliarias (incluyendo 85.000 libras por un terreno con casa en su pueblo) las pagó a tocateja. Luego vendió su cargo por poco menos de lo que lo compró. Al caer la monarquía (1792) fue nombrado ministro, lo cual supuso la entrada de millones en sus arcas a pesar de sólo estuvo dos meses en el cargo. Se ha escrito que Danton estaba al servicio del conspirador Duque de Orleans, y también que trabajaba para Inglaterra con el fin de desestabilizar Francia; sí parece demostrado que estaba a sueldo de la corona francesa, la cual le abonaría grandes sumas (de 100.000 en 100.000 libras) para que la defendiera, sin embargo, el tipo cobraba del rey y luego lo atacaba e insultaba (el ministro Montmorin dijo: “el rey le paga para adormecer su rabia”). En todo caso, las cuentas de Danton no cuadran. Se sabe que tuvo tratos con un banquero español llamado Guzmán que aprovechó el descontrol de la revolución para ganar millones; y también con proveedores del ejército con los que hizo lucrativos negocios: Francia estaba en guerra y necesitaba armas, municiones, uniformes, provisiones, pertrechos…, de modo que estando en el ministerio podía adjudicar contratos a quien ofreciera mayores comisiones. No dejó Danton de aprovechar su información privilegiada para ganar verdaderas fortunas con la Compañía de Indias, comprando acciones a precio bajísimo sabiendo que se iban a disparar al poco tiempo; se asegura que Danton y sus secuaces ganaron ¡cuarenta mil millones de libras! Luego, cuando la Compañía fue liquidada, él se encargó de ‘modificar’ la ley para que el coste para los accionistas fuera mínimo y, de paso, llevarse la correspondiente comisión… En fin, cuando fue guillotinado, era un revolucionario muy rico.
En España, en aquella época, también hubo aprovechados hipócritas, aunque a otra escala y con otros modos. Aquí lo que primaba era el nepotismo, el amiguismo, el otorgar cargos bien remunerados al pariente o amigo. Uno de los políticos más corruptos de la Historia de España fue un italiano, el conocido como Marqués de Esquilache (Leopoldo de Gregorio, 1699-1785); cierto que propuso y llevó a cabo algunas buenas y necesarias obras e iniciativas, pero el tipo se lo cobró bien cobrado. El caso es que Esquilache no solo amasó una inmensa fortuna y muchos cargos y sueldos (nada más pisar tierra española fue nombrado Teniente General sin haberse puesto nunca un uniforme), sino que practicó un nepotismo exagerado, casi de risa; baste señalar que su hijo mayor se convirtió en mariscal instantáneamente, el segundo fue nombrado arcediano con pingües ingresos a pesar de que apenas era adolescente, y el tercero, que aun andaba a gatas, recibió el cargo de Administrador de la Aduana de Cádiz. ¡Qué bien entendió la ‘modernización de España’!
Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) fue un gran escritor, eso es innegable, pero también un traidor que se puso de parte del invasor napoleónico y en contra de su pueblo; no le importó que los franceses mataran, quemaran, robaran (muchos oficiales y sus familias vivieron durante décadas de lo robado en España) o destruyeran por gusto, sino que marchó con ellos cuando fueron derrotados, y regresó con los Cien Mil Hijos de San Luis (reacción absolutista) para combatir a los liberales de la Constitución de Cádiz. Resulta que cayó en gracia al conde de Floridablanca (valido de Carlos III), con lo que logró unos cuantos cargos; de entrada le cae una renta de trescientos ducados a pagar por el arzobispado de Burgos, pero como no tenía relación directa con la Iglesia (no era cura, diácono ni nada de nada) el obispo le hizo una primera ordenación para que pudiera cobrar; luego llegó Godoy (príncipe de los corruptos y favorito de Carlos IV), quien le ‘ayudó’ a estrenar sus comedias (los empresarios debieron recibieron propuestas imposibles de rechazar); y también recibió cargos y remuneraciones, como una ‘feligresía’ pagada con tres mil ducados, o otros seiscientos a pagar por el obispado de Oviedo…, y eso sin tener nada de eclesiástico. El afrancesado, desertor y gran dramaturgo trincaba todo lo que podía sin que ello le supusiera conflicto moral, por más que él achacara tales defectos a los demás.
Las personas son personas y tienen virtudes y vicios, siempre, nadie es perfecto. Otra cosa es que, en las páginas de la Historia, a veces pesan más unas que otros, y otras al revés.
CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 19 de diciembre de 2018

NERUDA, ROUSSEAU, VERLAINE: ATROCES PADRES DESALMADOS Hace unos días se supo que de momento no se pondría el nombre de Pablo Neruda al aeropuerto de Santiago de Chile ante las protestas de quienes opinan que un tipo que despreció, insultó y abandonó a su hija, y que confesó haber violado, no puede ser distinguido con dicho honor. No es Neruda el único literato que ha ido más allá de los simples defectos de la persona para convertirse en un ser desnaturalizado: Rousseau o Verlaine fueron auténticos criminales con sus hijos

El genial cuadro de Goya es una perfecta descripción del trato que Neruda, Verlaine y Rousseau dieron a sus hijos.


No existe la perfección entre los individuos del género humano, toda persona tiene defectos y comete sus faltas. Pero hay algunos que traspasan los límites de las debilidades humanas y se convierten en auténticos indeseables. Como es lógico, tal cosa se da en todos los ámbitos. Recientemente se supo de la controversia en torno al poeta chileno Pablo Neruda, a quien se iba a honrar dando su nombre al aeropuerto de la capital de este país; sin embargo, las maldades que perpetró en su vida han frenado la iniciativa. Él mismo admitió haber violado a una camarera; se sabe además que fue un maltratador reincidente, y sus propios textos muestran el trato que dio a su hija, Malva Marina, la cual nació con una discapacidad, hidrocefalia; el poeta la rechazó, la insultó y trató con desprecio y, finalmente, la abandonó cuando tenía dos años (murió con ocho). ¿Cómo puede un corazón tan duro y desnaturalizado hablar de amor, de bondad, de los sentimientos más elevados de la persona? ¿Acaso sus versos son el tupido velo que tapa todas sus atrocidades?

Pero no es el de Neruda el único caso de escritor-bestia. El filósofo suizo Jean Jacques Rousseau (1712-1778) puede ser un perfecto candidato para el título de peor padre del mundo. Este elemento, que pasa por ser uno de los grandes pensadores del XVIII, como es sabido, tuvo cinco hijos con una joven lavandera llamada Teresa Levaseur, los cuales, a todos los bebés, a los cinco, se los arrancó de los brazos a la llorosa y suplicante madre y, sin  ponerles nombre siquiera, los echó al hospicio, donde el 95% no llegaba a la edad adulta y los que llegaban se convertían en mendigos alcohólicos. ¿Y este sádico figurón da lecciones de educación? ¿Es posible que semejante bestia tenga aun consideración entre ciertos intelectuales? Voltaire lo caló rápidamente y le dirigió las más violentas y merecidas invectivas, pero él se exculpaba con un ridículo “no puedo trabajar con el ruido de los niños”. El muy hipócrita, egoísta y mezquino (le encantaba presumir en las tabernas de lo que obligaba a hacer a las mujeres), cuando la gente murmuraba por lo que había hecho a sus hijos y a la mujer (“nunca he sentido el menor rastro de amor por Teresa, no tengo nada con ella como individuo”, graznó una vez) alegó que no tenía dinero para mantenerlos, cuando era evidente que dinero no le faltaba (era avaro hasta el extremo); luego trató de disculpar su aberración diciendo que no quería que sus hijos fueran educados por sus abuelos… Un indeseable que se atrevió a decir que él hubiera sido un buen padre, un desvergonzado que escribió ‘Emilio o de la Educación’ y que fue incapaz de cumplir con su obligación. David Hume dijo de él: “Es un monstruo que se ve a sí mismo como el único ser importante del universo”; y Denis Diderot: “falaz, vanidoso como Satán, cruel, hipócrita y lleno de malevolencia”. Pero él tenía otro concepto de sí: “Nunca he conocido a un hombre mejor que yo, con un corazón más amoroso, tierno y sensible”. Un auténtico degenerado cuyos libros no pueden lavar su asquerosa conducta.  

El francés Paul Verlaine (1844-1895) es otro ejemplo de literato pervertido y contrario a cualquier atisbo de humanidad. Este sub- simio pegaba por costumbre a su mujer Matilde Mauté, de 16 años, sin decir nada, sin mediar pretexto o palabra, golpes, palizas, borracho y feroz, puñetazos y patadas; estando embarazada le dio tal paliza que hubiera muerto sin el rápido socorro de los vecinos; en otra ocasión, lleno de ira asesina, cogió al bebé de tres meses y lo lanzó contra la pared. Luego, este ser atroz se enamoró del poeta Arthur Rimbaud y se fue a vivir con él a su casa, con su familia; la cama matrimonial quedó para ellos. Finalmente abandonó a su mujer e hijo (lo mejor que les pudo pasar), y huyó con su amante, quien se llevó todo lo que de valor encontró en la casa. Un año antes de su muerte Verlaine fue proclamado ‘Príncipe de los poetas’, aunque merecía el de la crueldad.

No puede extrañar que Neruda tuviera a Verlaine como una de sus referencias.  
     
CARLOS DEL RIEGO