miércoles, 18 de enero de 2023

LA LEYENDA DE TRAGABUCHES, EL GITANO TORERO Y BANDOLERO

 


Retrato (supuesto) del bandolero El Gitano


José Ulloa cuando era el torero Tragabuches (M. Castellanos)

El bandolerismo español del siglo XIX tenía un algo romántico, seguramente porque no pocos salteadores de caminos se habían echado al monte tras sufrir una injusticia, y también, así se decía, por entregar a pobres lo que quitaban a los ricos, aunque de esto, poco. Muchos de aquellos bandoleros fueron muy célebres en su momento, e incluso algunos permanecen en la cultura popular a través de la leyenda. Uno de estos es Tragabuches, gitano, torero y bandido 

Tras terminar la Guerra de la Independencia, gran parte de los que habían combatido a los franceses como guerrilleros optaron por seguir en el monte como bandoleros de caminos, forajidos que, al amparo de su conocimiento del terreno (sobre todo en Andalucía), asaltaban carruajes de grandes señores y carretas de arrieros y trajineros. Algunos procuraban evitar la sangre, aunque otros no dudaban en rajar al que se resistía. Uno de los más peculiares bandidos de comienzos del siglo XIX fue el conocido como Tragabuches. Había heredado el apodo de su padre, de quien se decía se había zampado un pollino recién nacido (‘buche’) enterito. Su nombre real era José Balcázar, pero su padre se había cambiado el nombre aprovechando una ley de Carlos III que permitía a los gitanos ponerse el apellido que quisieran; de ahí que el gitano, torero y bandido se hiciese llamar José Ulloa. 

En 1802 (tendría unos 22 años), después de acudir a las academias taurinas de los hermanos Romero, José Ulloa tomó la alternativa en Salamanca, en cuya plaza un toro corneó y mató al diestro Gaspar Romero, con lo que el joven gitanillo se vio obligado a matar él a los morlacos del que fuera su maestro, además de los que le correspondieron. Y debió hacerlo bien, porque fue contratado para otras corridas, en las que su pose elegante y un tanto arrogante (era alto y esbelto) conquistó a público y empresarios. Aun así no debía ganar mucho, puesto que alternaba corridas y contrabando en comandita con una guapa y muy popular bailaora apodada ‘La Nena’, de la que estaba ciegamente enamorado. 

Vivía en una casa de Ronda con La Nena, ganándose unos cuartos en la plaza de toros a la vez que trapicheaba con todo tipo de mercancías. Años después, en 1914, se produce el regreso a España de Fernando VII, El Deseado (en realidad un indeseable), por lo que se organizaron múltiples festejos en todo el país, sobre todo corridas de toros, que entonces constituían el gran espectáculo, la máxima expresión de cultura popular de la época. Málaga organizó tres corridas que contarían con el concurso de Tragabuches, quien para entonces ya era muy popular en toda Andalucía. Un par de días antes de la primera cita aprovechó que un arriero iba de Ronda a Málaga para que le llevara todos sus pertrechos, aparejos y utensilios taurinos. El día de la corrida, de madrugada, se despidió de La Nena y montó su caballo para hacer los pocos kilómetros que hay a Málaga. 

Desgraciadamente para todos, el jaco tropezó y lo derribó, causándole una dislocación del hombro. Frustrado, desilusionado, dolorido y con muy mal humor regresó a casa. La Nena no respondía a sus llamadas y silbidos. Extrañado y ya mosqueado, el gitano se impacientaba cuando La Nena abrió la puerta. Parecía asustada, agitada, recelosa…, el gitano disparó sus sospechas. Cogió un candil y recorrió toda la casa pero no encontró a nadie. Volvió con ella y le preguntó qué le pasaba, pero ella no paraba de gimotear. Sediento después del accidente, del regreso y las sospechas, Tragabuches fue a la cocina y destapó la tinaja de agua. Entonces lo vio: sumergido y aterrorizado estaba un joven monaguillo (no más que un adolescente) conocido en la comarca como Pepe ‘el Listillo’. Tranquilamente, muy despacio, como si fuera a lidiar y estoquear al toro, Tragabuches dejó el candil en la mesa, sacó de la faja su enorme navaja de hoja de rejón, la abrió con los dientes (su brazo izquierdo estaba dislocado) y le rebanó el pescuezo al pobre Listillo (esta vez no lo fue tanto). Acto seguido el torero gitano se fue a donde La Nena, la levantó con su único brazo útil y la tiró por la ventana. Un vecino escuchó el grito y el golpe de la muchacha contra el suelo, se asomó y vio cómo salía Tragabuches, quien antes de darse a la fuga colocó púdicamente las ropas de la que había sido su amada, que yacía con el cráneo destrozado. 

En aquel año de 1814 había adquirido cierta fama la pandilla de bandoleros conocida como Los Siete Niños de Écija, que ‘operaba’ entre Córdoba y Sevilla. A ella se unió José Ulloa, que a partir de ese momento dejó de ser el torero Tragabuches  para convertirse en el forajido El Gitano. Pero la célebre partida de salteadores fue poco a poco desarticulada; fueron cayendo sus integrantes: el Escalera (que dijo que El Gitano era el más despiadado y sanguinario), fray Antonio de Lagama, José Rojo, Antonio Fernández y Juan Gutiérrez ‘el Cojo’, todos fueron capturados y ahorcados entre 1817 y 1818 (al año siguiente dessapareció la banda). Sólo eludió a la justicia Tragabuches, El Gitano. 

El Rey Fernando VII había promulgado una amnistía para todos los bandidos que no tuvieran delitos de sangre antes de su vida de delincuentes, una medida de gracia a la que el torero bandolero no pudo acogerse. Pero tampoco se dejó capturar. Simplemente desapareció, tal vez huyó a Portugal, que era lo más cómodo y cercano para los que no querían verse en manos del verdugo. De todos modos, por calles y caminos de la región los edictos y pregoneros iban proclamando la condena a la horca que un juez había sentenciado para El Gitano, recalcando que antes de la ejecución sería arrastrado por las calles, y después sería ‘incubado’, pena que consistía en meter el cuerpo del reo en una cuba en la que tendría que compartir espacio con un gallo, un perro y una serpiente, y luego, al agua. 

José Ulloa, Tragabuches, el Gitano, nunca fue capturado. La leyenda dice que, muchos años después, por las cercanías de Ronda se asentó un viejo gitano, huraño y solitario, que entró como guarda al servicio de un terrateniente. Las hablillas populares decían que el anciano calé tenía un baúl en el que guardaba riquezas producto de sus andanzas bandoleriles. De este modo el pueblo identificó a aquel anciano como Tragabuches, pero aquello nunca se comprobó, nunca pasó de rumor. 

Así surgió la leyenda de Tragabuches, el gitano bandido y torero.     

CARLOS DEL RIEGO

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