El Capitán Trueno materializó el deseo de don Quijote de enfrentarse y vencer a monstruos y gigantes.
Aunque siempre es buen momento para hablar de El Quijote, parece oportuno hacerlo en torno al aniversario de la muerte de Cervantes (22-IV-1616). El gran problema es que sobre el ingenioso hidalgo se ha escrito tanto que una vida dedicada enteramente a ello no sería suficiente para leerlo todo. Pero sí que se puede fantasear, fabular e incluso desvariar, de modo que, si se reflexiona y examina la cosa, podría pensarse que el Capitán Trueno tenía, hacía y vivía como don Alonso Quijano hubiera deseado tener, hacer y vivir
Puede parecer disparate, atrevimiento o grosería, pero la realidad es que el Capitán Trueno materializó aquello que don Quijote tenía en su mente pero nunca consiguió hacer realidad. Así, se puede colocar un nexo entre la universal creación de Cervantes y el personaje pensado y escrito por Víctor Mora y dibujado por Ambrós. Uno de los dos protagonizó asombrosas aventuras y el otro sucesos y chanzas, aunque no menos asombrosas..
Para empezar, ambos eran idealistas puros, sin dobleces, sin intereses personales, sin pedir nada a cambio de sus esfuerzos, valientes ante cualquier situación, siempre de parte de los más débiles y oprimidos y dispuestos a enfrentarse a los tiranos, malhechores y abusones.
Don Quijote soñaba que tenía una prometida bellísima, refinada y virtuosa, una princesa que siempre le esperaba en un gran castillo, pero la realidad es que ni era su prometida (ni lo conocía), ni era princesa (sino aldeana) y ni siquiera se llamaba Dulcinea como él pensaba (era Aldonza). Por el contrario, el Capitán Trueno sí que tenía una bellísima, refinada y virtuosa prometida, Sigrid, una princesa que vivía en un castillo en una lejana tierra del norte, Thule, que siempre pensaba en Trueno, lo esperaba y lo recibía con gran alegría cuando sus trabajos le permitían ir a verla. Quijote y Trueno se batían en nombre de sus respectivas, pero el hidalgo manchego nunca recibió un abrazo o una palabra amable de su supuesta dama, a diferencia del héroe medieval. ¿Qué no hubiera dado don Quijote por tener la prometida que sí tenía el Capitán?
Pero el recuerdo de la prometida no comprometía la misión de salvar a doncellas y princesas cautivas y atemorizadas por malvados reyezuelos y gerifaltes. Don Alonso Quijano trataba de convertirse en su salvador sólo en su ensoñación, mientras que el Capitán realmente se enfrentaba y terminaba por derrotar al bellaco y liberar a la princesa (“El malo siempre palma, la chica se salva”, decían Asfalto en su brillante ‘Capitán Trueno”). Y a pesar de las veces le tiraron los tejos, el héroe del cómic nunca sopesó la posibilidad de engañar a su dama, cosa que también hubiera hecho don Quijote en caso de habérsele presentado la ocasión.
Los dos imaginados personajes salían a los caminos a “desfacer entuertos” uno y a hacer el bien el otro, o sea, lo mismo. El manchego se hizo sus kilómetros por la península y sin alejarse demasiado de las llanuras centrales, pero fabulaba que llegaba a tierras lejanas dominadas por magos y gigantes, por “gente descomunal y soberbia”. Por su parte, el Capitán visitó la vieja Europa, próximo y extremo Oriente, África e incluso pisó tierras americanas; es decir, cumplió el deseo viajero de don Quijote, quien no se ponía fronteras aunque nunca pudo ir más lejos de lo que Rocinante pudiera llevarlo. Así, Capitán Trueno venció siempre al tirano y liberó a los débiles, humildes y justos que estaban bajo la tiranía del jefezuelo de turno en cualquier lugar de la Tierra; don Alonso, en realidad, nunca cruzó su espada con un poderoso, sobre todo porque nunca se topó con él.
Lo que más deseaba el ingenioso hidalgo era meterse en batalla y medir su lanza con monstruos, alimañas, gigantes y bribones, es decir, “prodigar el bien y evitar el mal”. Pero casi nunca pudo hacerlo, puesto que sus enemigos sólo estaban en su imaginación: eran arrieros, venteros, pastores, molinos… Trueno, por el contrario, no rehuyó combate con verdaderos engendros y quimeras, a los que sometió tanto con la espada como con la inteligencia. Y también gozó de la amistad y la admiración de reyes y grandes señores, así como del agradecimiento y amistad eterna de todos los que vivían bajo la opresión de perverso cacique al que derrotó. ¡Cuánto hubiera deseado don Quijote sentir esa admiración, ese agradecimiento, ese reconocimiento de sus méritos en combate!
El capítulo de ayudantes, escudero o compañeros sí que muestra una diferencia evidente: el andante caballero sólo tenía un Sancho Panza, mientras que el guerrero medieval tenía dos, el grandullón Goliath (“Por el gran batracio verde”) y el adolescente Crispín. Eso sí, los tres leales hasta el fin.
Sí, todo aquello que don Quijote de la Mancha soñó, deseó y fabuló, el Capitán Trueno lo tuvo, lo realizó, lo conquistó. En fin, el hidalgo hubiera deseado hacer realidad el bienintencionado delirio en que vivía, es decir, emular al guerrero… O tal vez no, tal vez se hubiera quedado en su mundo ilusorio. Sea como sea, el iluso es mucho más grande, da más, enseña más, asombra más.
CARLOS DEL RIEGO
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