La ideología ha esclavizado al músico que exhibe en sus conciertos un cerdo hinchable cargado de mensajes políticos
Otro ejemplo de exceso de ideología que tiraniza al músico
Una de las características propias de
la música rock es que, desde sus inicios, siempre ha sido vehículo ideal para
lanzar mensajes de todo tipo, entre ellos (y según el subgénero del rock) los
que contienen desafío, provocación, insolencia, arrogancia. Por eso, no extraña
que también haya habido grupos y solistas que se han posicionado políticamente,
lo cual es de lo más legítimo; lo malo es cuando convierten sus conciertos en
una asamblea política con sermones y arengas
Uno de los grandes referentes del
rock, que dinamitó su grupo porque su ego se lo impuso (y cuyo nombre no es
preciso recordar), ha convertido sus conciertos en mítines políticos en los que
se condena a los enemigos; y como el no mencionado dice, quien no esté de
acuerdo que se ‘fuck’. Todo el mundo tiene su ideología y sus preferencias
políticas, pero cuando el músico de rock se pierde en sermones, proclamas y
homilías sobre la sociedad y la economía, los partidos y los políticos o la
geopolítica internacional, se convierte en un líder político y deja de ser un
músico de rock, el cual está contra todo tipo de poder, el de un lado y el de
otro.
Aunque la mayor parte de las veces el
rock & roll habla de las cosas que gustan o preocupan a los veintitantos
años (hoy día ya no, puesto que los rockeros envejecen…), hay muchas ocasiones
en que el autor escribe de otras cosas que exigen mayor compromiso. Siempre ha
habido cantantes protesta, compositores con temáticas sociales y costumbristas,
grupos que ofrecen textos airados y exaltados contra las clases altas y, por
supuesto, también bandas y letristas que se han atrevido a lanzar discursos
eminentemente políticos envueltos en guitarras distorsionadas. Claro que, si el
grupo tiene éxito, cae inevitablemente en la incoherencia, en la contradicción.
Así, suelen bramar contra el capitalismo y la burguesía, pero ellos viven como
burgueses capitalistas muy acomodados; pontifican contra banqueros, empresarios
y políticos a la vez que guardan sus pingües ingresos en los grandes bancos o
se los llevan a paraísos fiscales; escriben encendidas defensas de los trabajadores
y aguerridas proclamas contra los ricos mientras viven en mansiones exclusivas
con seguridad privada; tienen sus propias empresas y se sirven de su legión de
asalariados… Lo curioso es que no ven conflicto moral entre lo que dicen y lo
que hacen.
Cierto que los más grandes del negocio
del rock han escrito fantásticas canciones con trasfondo político o ideológico
(ya lo hicieron Beatles con temas como ‘Taxman’ o ‘Blackbird’; y muchos otros
tocaron el asunto), pero no lo han convertido en el tema exclusivo de sus
conciertos. Por desgracia la proclama política se ha convertido en algo
habitual en los directos de no pocos grandes nombres del rock.
Muchas veces se ha contado cómo Freddie
Mercury pidió, casi exigió, a sus compañeros de grupo que no escribieran
canciones-sermón, e insistió en que ellos no estaban en este espectáculo para
largar sermones, discursos ni rollos parecidos, sino que Queen tiene que subir
al escenario con la idea de hacer lo posible para que el público se divierta, esforzarse
para que la gente baile, cante y salte, para que todos los presentes se olviden
de todo aquello que no forme parte del concierto, de cada concierto.
Inevitablemente, donde entra la
política crece la división, el enfrentamiento, la enemistad, el ‘ellos y
nosotros’. Y un concierto de rock es algo así como un ritual, como una
ceremonia con sus oficiantes y sus fieles, todos los cuales cantan los mismos
himnos
CARLOS DEL RIEGO
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