Portada de la primera edición de la obra, 1939
El descendiente de la
gran novelista Agatha Christie ha tenido la osadía de corregir sus obras. La
cosa apenas ha tenido difusión y trascendencia, ya que casi no se habla de otra
cosa que de virus, contagios y vacunas. El bisnieto de la escritora ha decidido
cambiar el título de ‘Diez negritos’ (y otras 74 expresiones de la obra) porque
puede parecerle mal a los negros…, y eso que ninguno ha dicho nada al respecto.
El asunto es un grave precedente que permitirá a quien posea los derechos de
las obras de autores fallecidos modificarlas a su antojo o al antojo de las
modas, pensamientos y tendencias de cada momento
Característico del
mediocre es creerse a la altura del gran artista. Por eso, el engreído no comprende
que lo que hizo el artista no debe ser tocado, puesto que además de lo que la
obra de arte muestra, también es un reflejo de su momento, de su sociedad, de
cómo se vivía y pensaba cuando la pieza fue terminada. Por eso, cambiar una
novela es distorsionarla, censurarla, desnaturalizarla, convertirla en algo
anacrónico y traicionar tanto la obra como a su autor. ¿A alguien se le
ocurriría repintar un Velázquez porque la escena que representa le parece
machista? Pues tal ha sido la insolencia, la soberbia de un sujeto llamado
James Prichard, bisnieto de la eterna
Agatha Christie; como posesor de los derechos de sus novelas, el heredero ha
tenido la desfachatez de corregir a la autora “para adaptarla a los nuevos
tiempos”. Y es que, además del título, el muy necio ha cambiado hasta 74
expresiones a lo largo de ‘Diez negritos’.
¿Cuántas pinturas,
esculturas, obras de teatro, novelas, poesías, películas, letras de canciones…
habría que adaptar a los nuevos tiempos?
¿Cómo puede haberse atrevido a censurar a una escritora de este calibre?
¿Cómo puede creerse que le está haciendo un favor y que incluso está cumpliendo
la voluntad de la creadora de Poirot? Sólo la soberbia, la vanidad, el
engreimiento de creerse a su altura y sentirse legitimado para fusilar la obra
de otros está detrás de este crimen de ‘lesa literatura’. También hay que ser
un verdadero estúpido para pensar que así se combate el racismo y que con
cambiar palabras o frases de una novela habrá menos racistas.
El tal Prichard sigue
tratando de explicar su disparate diciendo que “no debemos utilizar términos
que puedan hacer daño en 2020”, lo que indica que este individuo está
convencido de que hay muchos negros que sufren a diario con la expresión diez
negritos (por cierto, no aparecen negros en la novela, el título viene de una
canción infantil). Por otro lado, tal vez en el futuro haya quien piense que
hay que modificar otro tipo de expresiones o imágenes que alguien podría
considerar ofensivas para las mujeres, los homosexuales, los animales, los
discapacitados, los vegetarianos, el medio ambiente, el planeta…, con lo que se
entraría en una espiral censora de la que nadie podría escapar, desde Platón
hasta los Beatles.
Además, no consta que
ningún negro se quejara por el título de la obra. ¿Acaso no protestan ellos,
‘the black people’, por el evidente racismo que sufren en EEUU gritando ‘las vidas
negras importan’? Esto demuestra que es el
inquisidor literario quien lleva racismo dentro, ya que entiende que los negros
no pueden defenderse por sí mismos, que son incapaces, y por tanto, con un
estúpido sentimiento paternalista, se presenta como paladín de la corrección
política (en este caso con efecto retroactivo) porque, seguro, está convencido
de que lo necesitan a él para combatir el racismo censurando a la bisabuela.
Esta es otra evidencia
de la cantidad de gente que siente el impulso irresistible de ofenderse en
lugar de otros; la cosa funciona así: el ofendidito entiende que una imagen,
película, texto, foto o discurso tiene que resultar, por fuerza, ofensivo para
este o aquel colectivo, y como desde dicho colectivo no hay reacción, él se
siente obligado a ofenderse en su lugar. En realidad es una muestra de soberbia
de quien se siente moralmente superior por encontrar algo para ofenderse que ni
los propios interesados encuentran ofensivo.
Corren tiempos en que
la corrección política y la búsqueda de motivos para indignarse, por más infantiles
y estúpidos que sean, pueden terminar ‘adaptando’ obras de arte de hace siglos
a los nuevos tiempos. Según la visión del buscador de agravios, sería
conveniente revisar y corregir miles y miles de manifestaciones artísticas
desde el Paleolítico.
El descendiente de
Agatha Christie no sólo ha cometido la insolencia de ofenderse en lugar de los
negros (quienes jamás se han quejado), sino que se siente a la altura de su
ilustre ancestro y por eso se atreve a censurarla, a rectificarla, a juzgarla
moralmente con carácter retroactivo. En definitiva, al cambiar el original (en
el título y otras 74 veces) el traidor bisnieto cambia el todo, ya no es la misma
novela que escribió Christie en 1939. Es una estafa.
CARLOS DEL RIEGO
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