miércoles, 2 de septiembre de 2020

AGATA CHRISTIE, CENSURADA Y TRAICIONADA POR SU BISNIETO

 


Portada de la primera edición de la obra, 1939

El descendiente de la gran novelista Agatha Christie ha tenido la osadía de corregir sus obras. La cosa apenas ha tenido difusión y trascendencia, ya que casi no se habla de otra cosa que de virus, contagios y vacunas. El bisnieto de la escritora ha decidido cambiar el título de ‘Diez negritos’ (y otras 74 expresiones de la obra) porque puede parecerle mal a los negros…, y eso que ninguno ha dicho nada al respecto. El asunto es un grave precedente que permitirá a quien posea los derechos de las obras de autores fallecidos modificarlas a su antojo o al antojo de las modas, pensamientos y tendencias de cada momento

Característico del mediocre es creerse a la altura del gran artista. Por eso, el engreído no comprende que lo que hizo el artista no debe ser tocado, puesto que además de lo que la obra de arte muestra, también es un reflejo de su momento, de su sociedad, de cómo se vivía y pensaba cuando la pieza fue terminada. Por eso, cambiar una novela es distorsionarla, censurarla, desnaturalizarla, convertirla en algo anacrónico y traicionar tanto la obra como a su autor. ¿A alguien se le ocurriría repintar un Velázquez porque la escena que representa le parece machista? Pues tal ha sido la insolencia, la soberbia de un sujeto llamado James Prichard, bisnieto  de la eterna Agatha Christie; como posesor de los derechos de sus novelas, el heredero ha tenido la desfachatez de corregir a la autora “para adaptarla a los nuevos tiempos”. Y es que, además del título, el muy necio ha cambiado hasta 74 expresiones a lo largo de ‘Diez negritos’.

¿Cuántas pinturas, esculturas, obras de teatro, novelas, poesías, películas, letras de canciones… habría que adaptar a los nuevos tiempos?  ¿Cómo puede haberse atrevido a censurar a una escritora de este calibre? ¿Cómo puede creerse que le está haciendo un favor y que incluso está cumpliendo la voluntad de la creadora de Poirot? Sólo la soberbia, la vanidad, el engreimiento de creerse a su altura y sentirse legitimado para fusilar la obra de otros está detrás de este crimen de ‘lesa literatura’. También hay que ser un verdadero estúpido para pensar que así se combate el racismo y que con cambiar palabras o frases de una novela habrá menos racistas.

El tal Prichard sigue tratando de explicar su disparate diciendo que “no debemos utilizar términos que puedan hacer daño en 2020”, lo que indica que este individuo está convencido de que hay muchos negros que sufren a diario con la expresión diez negritos (por cierto, no aparecen negros en la novela, el título viene de una canción infantil). Por otro lado, tal vez en el futuro haya quien piense que hay que modificar otro tipo de expresiones o imágenes que alguien podría considerar ofensivas para las mujeres, los homosexuales, los animales, los discapacitados, los vegetarianos, el medio ambiente, el planeta…, con lo que se entraría en una espiral censora de la que nadie podría escapar, desde Platón hasta los Beatles.

Además, no consta que ningún negro se quejara por el título de la obra. ¿Acaso no protestan ellos, ‘the black people’, por el evidente racismo que sufren en EEUU gritando ‘las vidas negras importan’? Esto demuestra  que es el inquisidor literario quien lleva racismo dentro, ya que entiende que los negros no pueden defenderse por sí mismos, que son incapaces, y por tanto, con un estúpido sentimiento paternalista, se presenta como paladín de la corrección política (en este caso con efecto retroactivo) porque, seguro, está convencido de que lo necesitan a él para combatir el racismo censurando a la bisabuela.

Esta es otra evidencia de la cantidad de gente que siente el impulso irresistible de ofenderse en lugar de otros; la cosa funciona así: el ofendidito entiende que una imagen, película, texto, foto o discurso tiene que resultar, por fuerza, ofensivo para este o aquel colectivo, y como desde dicho colectivo no hay reacción, él se siente obligado a ofenderse en su lugar. En realidad es una muestra de soberbia de quien se siente moralmente superior por encontrar algo para ofenderse que ni los propios interesados encuentran ofensivo.

Corren tiempos en que la corrección política y la búsqueda de motivos para indignarse, por más infantiles y estúpidos que sean, pueden terminar ‘adaptando’ obras de arte de hace siglos a los nuevos tiempos. Según la visión del buscador de agravios, sería conveniente revisar y corregir miles y miles de manifestaciones artísticas desde el Paleolítico.

El descendiente de Agatha Christie no sólo ha cometido la insolencia de ofenderse en lugar de los negros (quienes jamás se han quejado), sino que se siente a la altura de su ilustre ancestro y por eso se atreve a censurarla, a rectificarla, a juzgarla moralmente con carácter retroactivo. En definitiva, al cambiar el original (en el título y otras 74 veces) el traidor bisnieto cambia el todo, ya no es la misma novela que escribió Christie en 1939. Es una estafa.

CARLOS DEL RIEGO

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