Medio siglo después de su muerte, Jimi Hendrix es ya más que un mito
Hace justo medio siglo de la muerte de
Jimi Hendrix. Desde entonces ese nombre suena a leyenda, a mito inmortal de la
guitarra eléctrica. Su figura es casi venerada por los amantes del rock &
roll y hasta quienes no saben de qué va esto reconocen esas dos palabras. Pero
además del talento artístico que desplegó, Hendrix es hoy un recordatorio de lo
que fue el rock cuando aun no formaba parte del sistema, cuando era verdadera
contracultura
Han pasado cincuenta años desde aquella
noche en Londres (18-IX-70) en que murió el artista y emergió el mito, ya que
Hendrix (igual que la otra baja irreparable de 1970, Janis) es la viva imagen y
sonido de aquellos años dorados del rock, cuando escuchar eso tenía el
atractivo de lo prohibido, de lo clandestino, además de lo estrictamente
artístico. Sus asombrosas y sorprendentes actuaciones en los grandes festivales
(la guitarra ardiente en Monterrey, el himno de EE UU en Woodstock) forman
parte del evangelio del rock, más aún, son imágenes representativas del siglo
XX.
Pero antes de aquel día de 1970, antes
de su ascenso al Olimpo de los dioses del rock & roll, hubo mucho Hendrix. Como
ocurría habitualmente con gran parte de los jóvenes negros de Estados Unidos a
lo largo de la pasada centuria, su infancia y juventud (o sea, su vida toda) fue
una sucesión de ausencias y abusos paternos, alcohol, violencia, decepción,
drogas…
Su padre, Al, fue reclutado por el
ejército tres días después de casarse y con Lucille, embarazada de Jimi (que
sería bautizado Johnny Allen). Pidió permiso para ir a ver a su hijo, pero se
le denegó y se le asignó un destino que imposibilitara irse sin permiso. Entre
destinos lejanos y servicios varios, Al Hendrix no conoció a su hijo hasta que
tenía tres años. Al regresar y comprobar que su hijo se llamaba Johnny Allen,
Al sospechó que ese nombre podía ser el de algún amante de su mujer en esos
tres años, así que se lo cambió por James Marshall.
Sus padres estaban todo el día como el
perro y el gato, sobre todo por lo mucho que bebían; según Leon Hendrix, su
hermano menor, Al no era violento con ellos, pero sí su madre, que cuando estaba
bebida (muy a menudo) era capaz de todo. Así, cuando preveían pelea los niños
se escondían en un armario hasta que escampaba. La primera guitarra de Jimi
Hendrix fue…, una escoba, que tocaba
con tanta pasión como luego una de verdad. La segunda fue un ukelele con una
cuerda que encontró en la basura. Por increíble que parezca aprendió a tocar,
de oído, sin ayuda y con ese instrumento, clásicos del r & r como el ‘Hound
dog’. Cuando por fin tuvo guitarra, decidió tocarla como zurdo pero sin
modificarla, o sea, con las cuerdas al revés.
Su madre murió alcoholizada y con el
hígado y el bazo reventados en 1958, pero su padre, Al, no les dejó asistir al
funeral, algo que Jimi siempre tuvo clavado y jamás perdonó. Ese dolor
consiguió expresarlo con la guitarra, que se convirtió en otra extremidad;
faltaba a clase para estar con músicos de blues, de los que aprendió a
convertir sentimientos en música.
El que fue su primer concierto tuvo lugar en una sinagoga de
Seattle, pero el joven Jimi empezó a ser Hendrix en escena y le echaron antes
de terminar. Desde finales de los cincuenta militó en varios grupos. Y fue
reclutado por el ejército, donde pasó unos cuantos meses; por las noches,
tocaba su guitarra, cuando tenía unos minutos tocaba…, hasta que sus compañeros
se hartaban y se la escondían. Un año después fue licenciado.
En poco tiempo era músico de artistas
como Wilson Pickett, Sam Cooke o Little Richard; con éste rivalizaba a la hora
de hacer extravagancias y excesos en escena y, además, Jimi siempre estaba
tratando de ligar con todas las chicas que se cruzaba. Y hacia 1966, gracias al
productor Chas Chandler, forma la Jimi Hendrix Experience, con la que en un par
de años alcanza la fama y la gloria para siempre.
Como muchos (casi todos) los músicos de
rock de aquellos años, no se libró de las drogas y el alcohol, las fiestas, las
mujeres y los excesos de todo tipo, incluyendo la violencia. Cuenta Eric
Burdon, amigo personal, que Hendrix podía “estar cantando sobre las injusticias
y los desamparados y, al terminar, atizar a alguna chica en un callejón”.
Afirman sus biógrafos que ninguna de sus novias y amigas se libraban de la
violencia de Hendrix cuando estaba bebido, entonces “se convertía en un
bastardo”, según uno de sus íntimos. Buscando dar un giro a su vida se fue a
Europa, pero no cambiaron las cosas: en un concierto en Alemania se negó a
tocar porque el escenario estaba mojado y temía electrocutarse; por fin se
presentó, totalmente borracho, para recibir un abucheo generalizado; salió
corriendo mientras los Ángeles del Infierno, encargados de la seguridad (¿),
dispararon a un ayudante, quemaron el escenario y dieron de palos al road
manager… Este fue su último concierto.
El 17 de septiembre de l970 estaba en
Londres. Esa noche estuvo de fiesta. Se fue a casa con su novia. Bebieron. Jimi
se tomó un montón de pastillas para dormir. A la mañana siguiente le
encontraron. Muerto. Tenía 27.
Sus discos, sus actuaciones, sus solos,
sus locuras (como tocar con los dientes), su pasión desatada…, todo eso que
forma parte del mito se concentró en los últimos tres o cuatro años de su vida,
la cual tenía que ser una auténtica vorágine, una batidora donde se agitaban
desordenadamente la música, el alcohol, las drogas, las mujeres, la
violencia…
No tuvo tiempo Jimi Hendrix de
adocenarse, de acomodarse al sistema. Por eso su figura se mantiene en lo más
alto del panteón de reyes del rock & roll. Y es que, en este medio siglo
que ha transcurrido desde su muerte, eso que fue contracultura, rebelión,
protesta, contestación o descaro, ya forma parte de la gran industria. Jimi
Hendrix quedará para siempre como uno de los gigantes de los años gloriosos del
rock. Y del mismo modo que nunca habrá otro Siglo de Oro, nunca habrá otra
época como aquella que él tan perfectamente representa.
CARLOS DEL RIEGO
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