domingo, 20 de septiembre de 2020

MEDIO SIGLO DE LA MUERTE DE JIMI HENDRIX, EL GRAN MITO DE LOS AÑOS DORADOS DEL ROCK

 


Medio siglo después de su muerte, Jimi Hendrix es ya más que un mito

Hace justo medio siglo de la muerte de Jimi Hendrix. Desde entonces ese nombre suena a leyenda, a mito inmortal de la guitarra eléctrica. Su figura es casi venerada por los amantes del rock & roll y hasta quienes no saben de qué va esto reconocen esas dos palabras. Pero además del talento artístico que desplegó, Hendrix es hoy un recordatorio de lo que fue el rock cuando aun no formaba parte del sistema, cuando era verdadera contracultura

Han pasado cincuenta años desde aquella noche en Londres (18-IX-70) en que murió el artista y emergió el mito, ya que Hendrix (igual que la otra baja irreparable de 1970, Janis) es la viva imagen y sonido de aquellos años dorados del rock, cuando escuchar eso tenía el atractivo de lo prohibido, de lo clandestino, además de lo estrictamente artístico. Sus asombrosas y sorprendentes actuaciones en los grandes festivales (la guitarra ardiente en Monterrey, el himno de EE UU en Woodstock) forman parte del evangelio del rock, más aún, son imágenes representativas del siglo XX.

Pero antes de aquel día de 1970, antes de su ascenso al Olimpo de los dioses del rock & roll, hubo mucho Hendrix. Como ocurría habitualmente con gran parte de los jóvenes negros de Estados Unidos a lo largo de la pasada centuria, su infancia y juventud (o sea, su vida toda) fue una sucesión de ausencias y abusos paternos, alcohol, violencia, decepción, drogas…  

Su padre, Al, fue reclutado por el ejército tres días después de casarse y con Lucille, embarazada de Jimi (que sería bautizado Johnny Allen). Pidió permiso para ir a ver a su hijo, pero se le denegó y se le asignó un destino que imposibilitara irse sin permiso. Entre destinos lejanos y servicios varios, Al Hendrix no conoció a su hijo hasta que tenía tres años. Al regresar y comprobar que su hijo se llamaba Johnny Allen, Al sospechó que ese nombre podía ser el de algún amante de su mujer en esos tres años, así que se lo cambió por James Marshall.

Sus padres estaban todo el día como el perro y el gato, sobre todo por lo mucho que bebían; según Leon Hendrix, su hermano menor, Al no era violento con ellos, pero sí su madre, que cuando estaba bebida (muy a menudo) era capaz de todo. Así, cuando preveían pelea los niños se escondían en un armario hasta que escampaba. La primera guitarra de Jimi Hendrix fue…, una escoba, que tocaba con tanta pasión como luego una de verdad. La segunda fue un ukelele con una cuerda que encontró en la basura. Por increíble que parezca aprendió a tocar, de oído, sin ayuda y con ese instrumento, clásicos del r & r como el ‘Hound dog’. Cuando por fin tuvo guitarra, decidió tocarla como zurdo pero sin modificarla, o sea, con las cuerdas al revés.

Su madre murió alcoholizada y con el hígado y el bazo reventados en 1958, pero su padre, Al, no les dejó asistir al funeral, algo que Jimi siempre tuvo clavado y jamás perdonó. Ese dolor consiguió expresarlo con la guitarra, que se convirtió en otra extremidad; faltaba a clase para estar con músicos de blues, de los que aprendió a convertir sentimientos en música.

El que fue su primer concierto tuvo lugar en una sinagoga de Seattle, pero el joven Jimi empezó a ser Hendrix en escena y le echaron antes de terminar. Desde finales de los cincuenta militó en varios grupos. Y fue reclutado por el ejército, donde pasó unos cuantos meses; por las noches, tocaba su guitarra, cuando tenía unos minutos tocaba…, hasta que sus compañeros se hartaban y se la escondían. Un año después fue licenciado.

En poco tiempo era músico de artistas como Wilson Pickett, Sam Cooke o Little Richard; con éste rivalizaba a la hora de hacer extravagancias y excesos en escena y, además, Jimi siempre estaba tratando de ligar con todas las chicas que se cruzaba. Y hacia 1966, gracias al productor Chas Chandler, forma la Jimi Hendrix Experience, con la que en un par de años alcanza la fama y la gloria para siempre.

Como muchos (casi todos) los músicos de rock de aquellos años, no se libró de las drogas y el alcohol, las fiestas, las mujeres y los excesos de todo tipo, incluyendo la violencia. Cuenta Eric Burdon, amigo personal, que Hendrix podía “estar cantando sobre las injusticias y los desamparados y, al terminar, atizar a alguna chica en un callejón”. Afirman sus biógrafos que ninguna de sus novias y amigas se libraban de la violencia de Hendrix cuando estaba bebido, entonces “se convertía en un bastardo”, según uno de sus íntimos. Buscando dar un giro a su vida se fue a Europa, pero no cambiaron las cosas: en un concierto en Alemania se negó a tocar porque el escenario estaba mojado y temía electrocutarse; por fin se presentó, totalmente borracho, para recibir un abucheo generalizado; salió corriendo mientras los Ángeles del Infierno, encargados de la seguridad (¿), dispararon a un ayudante, quemaron el escenario y dieron de palos al road manager… Este fue su último concierto.

El 17 de septiembre de l970 estaba en Londres. Esa noche estuvo de fiesta. Se fue a casa con su novia. Bebieron. Jimi se tomó un montón de pastillas para dormir. A la mañana siguiente le encontraron. Muerto. Tenía 27.

Sus discos, sus actuaciones, sus solos, sus locuras (como tocar con los dientes), su pasión desatada…, todo eso que forma parte del mito se concentró en los últimos tres o cuatro años de su vida, la cual tenía que ser una auténtica vorágine, una batidora donde se agitaban desordenadamente la música, el alcohol, las drogas, las mujeres, la violencia… 

No tuvo tiempo Jimi Hendrix de adocenarse, de acomodarse al sistema. Por eso su figura se mantiene en lo más alto del panteón de reyes del rock & roll. Y es que, en este medio siglo que ha transcurrido desde su muerte, eso que fue contracultura, rebelión, protesta, contestación o descaro, ya forma parte de la gran industria. Jimi Hendrix quedará para siempre como uno de los gigantes de los años gloriosos del rock. Y del mismo modo que nunca habrá otro Siglo de Oro, nunca habrá otra época como aquella que él tan perfectamente representa.   

CARLOS DEL RIEGO

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