Representación de la batalla, de la que huyeron cobardemente Drake y Hawkins, abandonando a sus hombres
Durante los siglos en que el Imperio
Español era el más poderoso se produjeron infinidad de sucesos, episodios
bélicos, guerras, asaltos y batallas de las potencias marítimas contra el
imperio dominante, algo lógico. Destacaron en esta actividad los ingleses,
sobre todo los piratas al servicio de su corona. Uno de ellos, el famoso
Francis Drake, tenido por héroe en Inglaterra, fue derrotado varias veces por
ejércitos españoles; en una de ellas traicionó y abandonó a sus hombres en
plena batalla
Es sorprendente cómo en Reino Unido
olvidan los patinazos propios, casi tanto como España sus éxitos. E igualmente
ocurre con los personajes, pues allí
sólo se fijan en los logros de sus figuras históricas y pasan por alto
sus defectos y delitos, mientras que aquí ocurre justo lo contrario. En el año
1568, a pesar de que Inglaterra y España habían firmado un tratado de paz unos
años antes, una flotilla al mando de los piratas Francis Drake y John Hawkins
intentaron tomar el puerto de San Juan de Ulúa (Veracruz)…
Hacía más de un año que la media docena
de barcos del corsario atacaban y sometían al pillaje barcos y puertos
españoles en el Caribe, desde Florida hasta Cartagena, además de vender
esclavos (muchas veces a la fuerza) que habían capturado en África. Y todo ello
a pesar de que las coronas de España e Inglaterra (Felipe II e Isabel I) habían
firmado un acuerdo. El caso (a grandes rasgos) es que la flota pirata decidió
atracar en San Juan de Ulúa (hoy Veracruz, México) para reparar y
aprovisionarse antes de volver a Inglaterra. Los barcos ingleses se acercaron a
puerto y fueron confundidos con una flota española que se esperaba (retirarían banderas
y estandartes); incluso las autoridades españolas subieron a los barcos
ingleses, momento en que descubrieron que no eran los buques que creían; Drake
y Hawkins los tranquilizaron diciendo que sólo pretendían arreglar desperfectos
en los barcos y hacerse con provisiones. Eso sí, antes de que se dieran cuenta
los españoles, los piratas se hicieron fuertes en ciertas posiciones en tierra
y allí ubicaron varias baterías de cañones, lo que venía a ser una advertencia:
o se hacía lo que ellos querían o… Claro que los españoles también habían
tomado sus posiciones.
En estas, a finales de septiembre de
1568, llegó la flota española que se esperaba, al mando de Francisco Luján y el
nuevo virrey, Martín Enríquez de Almanza, con lo que las tornas se cambiaron.
Los recién llegados no se fiaban nada de los británicos, así que se dispusieron
a darles una sorpresa. Se ordenó el ataque en tierra y se tomaron fácilmente
las posiciones artilladas inglesas, pues los artilleros huyeron a toda
velocidad hacia sus barcos.
La batalla había estallado. Cerca del
puerto los barcos se tiroteaban con todo lo que tenían. Al ver que las cosas se
ponían feas, Francis Drake ý John Hawkins pusieron pies en polvorosa, dejando
atrás barcos y hombres, que seguían luchando mientras sus capitanes huían en un
acto de cobardía que la historiografía inglesa se ha ocupado de silenciar, de
borrar de los libros. Pero no terminó ahí la traición de Drake y Hawkins; los
dos barcos en los que escapaban (los otros cuatro fueron hundidos o capturados)
iban abarrotados y no había provisiones para todos, así que los célebres
piratas decidieron desembarcar a más de cien hombres en las costas del sur de
lo que hoy e EE UU, lo que equivalía a entregarlos a sus enemigos. Lógicamente
fueron capturados, y bien tratados en principio, pero luego llegó la
Inquisición, que los juzgó por los típicos crímenes piráticos: asaltos y
saqueos, asesinatos, incendios, destrucción…; algunos fueron condenados a
muerte y otros a galeras. Los traidores Drake y su colega llegaron a Inglaterra
con unos setenta supervivientes, y allí contaron que los malvados españoles
habían roto la tregua…, olvidándose de decir que ellos llevaban más de un año
rompiéndola.
La versión oficial inglesa de la batalla
fue la de los desertores, quienes se guardaron mucho de revelar que habían abandonado a sus hombres en plena batalla
mientras ellos corrían aterrados; e igualmente olvidaron que, una vez lejos del
combate, dejaron tirados a más de un centenar de ingleses en territorio enemigo
para asegurarse ellos dos el regreso a casa.
Es curioso ver cómo cuando Inglaterra es
derrotada su historiografía calla o recurre a argumentos y razonamientos
legales, mientras que cuando vence idealiza la victoria sin acudir a más
razones. Los anglosajones tienen el dicho: ‘Our country, right or wrong’, o
sea, ‘nuestro país es lo primero y nos da igual que tenga o no la razón’. En
otros lugares hay quien piensa al revés: ‘nuestro país es culpable tenga o no
tenga razón’.
CARLOS DEL RIEGO
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