miércoles, 30 de septiembre de 2020

LOS POLÍTICOS Y LOS PARTIDOS HAN PERVERTIDO EL SISTEMA DEMOCRÁTICO

 


Circula por las redes una imagen que describe perfectamente la situación

La actual situación de emergencia en las democracias occidentales, especialmente en España, demuestra que el sistema que ordena y administra se ha pervertido y necesita revisión y modificación.

Por un lado los partidos políticos. Se han convertido en estructuras piramidales cuyos objetivos son ganar elecciones, pescar subvenciones, hacer política y colocar en puestos apetecibles a cuantos más de sus adeptos mejor. Lo de buscar y procurar el bien común es tan ajeno a un partido político como la rueda a un trineo. Es una certeza matemática que las políticas de partidos, es decir, las políticas partidistas, son eso: por y para el partido. Por eso se ha repetido tantas veces que las luchas partidistas y los mismos partidos políticos, según está montado el sistema actualmente, son inevitablemente perjudiciales para el bien público. Y es que cuando un partido (cualquiera) desea el poder no dudará en aliarse con quien le haga falta y cueste lo que cueste, aunque lo que conceda signifique perjuicio para otros. Esto es política y a esto dedican los partidos todos sus esfuerzos.

Por otra parte el político en sí. Es evidente que, en la actualidad, la figura del político es la de quien sólo piensa en la política, quien sólo hace política. Todo su tiempo, sus ilusiones, anhelos, energías tienen como único fin la propia política. Así, tanto en sus manifestaciones públicas como en sus intervenciones en el parlamento todo es política: “Exigimos la dimisión de…”, dicen unos, y otros contestan: “Apoyen incondicionalmente nuestras maniobras”, y luego, “Son ustedes unos irresponsables”, “Ustedes dijeron esto y hacen lo otro”, “Ustedes son unos tal y unos cual”…, y así sucesivamente. En otras palabras, el 99.99% del tiempo están tratando asuntos políticos, asuntos que les interesan a ellos y a sus partidos, de modo que no les queda tiempo para afrontar los verdaderos problemas, es decir, no se busca el bien común ni siquiera en situaciones de emergencia sanitaria y económica como la presente. Lo que importa es conservar el poder unos, y ganarlo otros. Nada más.

Si no hay reformas de fondo la cosa irá a peor, de modo que los partidos se convertirán en sectas (si no lo son ya) en las que el líder manda sin que nadie le discrepe y los fieles obedecen pase lo que pase, se diga lo que se diga y se haga lo que se haga. Buena cosa sería limitar la estancia en política a ocho años (más o menos el diez por cien de la vida de una persona) para que el ciudadano metido a labores políticas sepa la fecha en que se extingue su tiempo en esa tarea y se dedique a aquello por lo que se le paga, no a hacer política y medrar para ir para ir ascendiendo. Otra medida útil sería que los cargos específicos se otorgaran tras oposición y no por amiguismo, enchufismo y nepotismo, que es como se hace ahora. Lo mismo habría que hacer con los destinos en que se suele colocar a los políticos que ya están amortizados, a los que se sienta en poltronas que exigen muy poco pero están muy bien pagadas, como los puestos en consejos de administración de empresas públicas o en organismos como el Consejo del Reino y similares. Y qué se puede decir de esa norma que  le da una jugosa paga vitalicia a quien ha estado dos legislaturas en función pública.

Todo esto se ha propuesto, se ha repetido infinidad de veces, pero lo malo es quien tiene que tomar la decisión de acabar con todas estas perversiones es el mismo político que está disfrutándolas, con lo que la cosa no pinta bien, o sea, que de momento todo seguirá igual, pues ellos, los políticos profesionales y vitalicios, no querrán ni hablar de privarse de todos los privilegios que ahora disfrutan. Además, es fácil deducir que cualquiera de los presentes, llegado el caso, haría lo mismo que los políticos, puesto que ¿quién se resiste a ganar mucho, a ejercer poder y a ser protagonista en los medios sin tener realmente ninguna obligación?

¿Alguien piensa que los actuales gobernantes y grandes cargos políticos (se incluye diputados y senadores) tendrían éxito dependiendo exclusivamente de su trabajo, de su mérito y de su esfuerzo? ¿Alguien sabe de algún político que haya vuelto al trabajo después de dejar de serlo? En fin, según están las cosas hay que ser muy ingenuo, crédulo o fanático para creer hoy en los políticos vitalicios. Y sin entrar en algo tan propio e inseparable del político como la corrupción, pues no hay partido que no tenga su lista de casos.

El sistema está pervertido, podrido, es carísimo e ineficaz. ¿Qué hacer?

CARLOS DEL RIEGO

2 comentarios:

  1. Muy bien descrito. Si además a todo ello le agregamos el control sobre el poder judicial, ¿qué tenemos?. Pues eso. Ineficacia más impunidad. Una auténtica bicoca para el político y un desastre para el ciudadano.

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