Hemingway junto al general republicano Enríque Líster
La Guerra Civil
Española atrajo atención mundial, de modo de en aquellos años se vio por aquí
políticos, combatientes y asesores militares, espías, periodistas y escritores
procedentes de muchos países. Muchos estadounidenses pasaron por España entre
el 36 y el 39, algunos de los cuales se convirtieron después en grandes
personajes. Uno de estos fue Ernest Hemingway, que vino como corresponsal de guerra.
Sus crónicas, que ya mostraban a un gran escritor, no coincidían siempre con la
realidad
Se ha comprobado
infinidad de veces que las informaciones que aparecían en la prensa
internacional sobre la guerra española eran siempre pura manipulación, cuando no
pura mentira; y los medios españoles eran instrumentos de propaganda. Cantidad
de escritores y periodistas vinieron y contaron, pero rara vez contaron la
verdad, o al menos lo que vieron.
Ernest Hemingway fue
enviado por la ‘Nana’ (Alianza norteamericana de periódicos), y llegó a
Barcelona el 18 de marzo de 1937 (día en que finalizó la batalla de
Guadalajara), en avión de allí a Alicante, alquiló un coche con chófer y partió
hacia Madrid, a donde llegó el día 22. Se hospedó en el hotel Florida, en una habitación
doble que siempre estaba bien abastecida. De hecho, muchos de sus compañeros de
profesión lo miraban con envidia, pues en su cuarto había de todo: comida
abundante (jamón, mermelada, fruta…), cigarrillos, mujeres y, sobre todo,
whiskey, litros y litros; se cuenta que jamás salía de casa sin una enorme
cantimplora bien repleta al cinto. Además, tenía a su disposición dos coches y
un conductor, que lo llevaba a catar los caldos de bares, hoteles y
restaurantes.
El luego Premio Nobel
de Literatura no pudo de ningún modo estar en Guadalajara los días que duró la
batalla. Visitó los escenarios días después y mandó su primera crónica luego de
dos semanas, sin embargo, al utilizar el presente de indicativo da la impresión
de que lo vivió en primera persona. Incluso en una de sus crónicas cuenta que
habían encontrado, él y algunos compañeros, “…un puesto de observación al
abrigo del peligro, cuando una bala rebotó contra un saliente del muro, cerca
de la cabeza de Ivens”. También escribió: “Nada más terrible ni más siniestro
que el rastro que deja un carro de combate”. El último episodio de la batalla
de Guadalajara fue la toma de Brihuega por el ejército republicano, el 18 de
marzo; el escritor no llegó a lo que fueron campos de batalla hasta cinco o
seis días después, pero envió a su agencia de noticias un despacho que decía:
“Los obuses disparados por los cañones de sesenta carros de asalto que
acompañaban a la infantería al combate a la batalla de Brihuega, hicieron volar
en mil pedazos…” Hemingway sugiere una y otra vez en sus textos que estuvo
presente allí, en el frente en plena batalla, cuando silbaban las balas y
operaban los tanques. Cosa que es físicamente imposible.
También exageró los
datos e importancia de los combates. Escribió que las tres divisiones italianas
que combatieron (en aquella batalla hubo pocas fuerzas del ejército nacional)
perdieron unos tres mil hombres y otros tantos heridos, pero se olvidó de
apuntar las bajas republicanas, que debieron ser bastante parecidas. Es decir,
contó sólo la mitad de la verdad, lo cual dista mucho de la verdad. Asimismo
hinchó la importancia de la batalla y de la victoria republicana (una de las
últimas veces que la República tuvo algo que celebrar); así, dijo en una de sus
crónicas: “… afirmo sin reservas que Brihuega tendrá un lugar entre las
batallas decisivas de la historia militar del mundo”. A primeros de mayo ya
estaba en Estados Unidos, donde aseguró que tras la victoria de Guadalajara
Madrid no caería y que la República tenía ganada la guerra. Evidentemente, la
toma de Brihuega no tuvo la importancia bélica que Hemingway afirmó, Madrid
cayó y la República no ganó, y tampoco aparece esa batalla cuando se habla de
las grandes y más decisivas de la Historia.
Esto de hacer
periodismo desde la ideología termina por chocar con la realidad.
CARLOS DEL RIEGO
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