Pocos habrían sobrevivido a tanto
Es sin duda un caso
bastante inusual. Y es que pocas personas seguirían vivas de haber pasado por
alguno de los abundantes episodios en los que Keith Richards estuvo al borde de
la muerte. El tío cumple 77 tacos, y aunque su físico muestra el paso del
tiempo, muchos otros no han llegado tan lejos (sólo hay que repasar la lista) a
pesar de no haber pasado por tantos trances mortales como el enjuto guitarrista
El 18 de los
corrientes alcanza los 77 añazos, contra todo pronóstico, uno de los grandes
calaveras de la historia del rock, Keith Richards. Siempre fue lo que se dice
un crápula, un tipo que siempre actuó sin calcular las consecuencias. A veces
por los excesos con que castigó su cuerpo, otras por no pensar antes de hacer y
otras por puro azar, el caso es que su ángel de la guarda ha tenido mucho
trabajo para mantenerlo vivo, puesto que el viejo rollingstone ha estado muchas veces a un paso del otro barrio.
Casi siempre fue por
su propia voluntad, aunque la primera vez que la Parca lo rondó apenas había
nacido. Vino al mundo en Dartford, zona varias veces bombardeada durante la
Segunda Guerra Mundial (había fábricas), el 18 de diciembre de 1943, mientras
la Luftwaffe soltaba unas toneladas de bombas. Un tercio de la calle
desapareció en un enorme cráter y murieron vecinos de un lado y otro de donde
estaban él y su aterrada madre. Pero no les pasó nada. A ese episodio debe
referirse el primer verso de ‘Jumpin´ Jack Flash’ que dice: “Yo nací en un
huracán de fuego cruzado”.
A comienzos de los
años setenta, el músico, siempre dispuesto a meterse lo que hubiera, aceptó
fumarse ‘algo’ con unos tipos…, hasta que empezó a sentirse extraño. Al parecer
aquello que fumaban (polvo, seguro) estaba cortado con estricnina. Él mismo
recordaba el suceso: “Alguien había puesto estricnina en ‘mi’ droga. Entonces
me sentí totalmente inmovilizado aunque estaba despierto y podía escuchar a los
que estaban allí, que decían: ‘¡está muerto, está muerto!’; yo lo escuchaba
todo, estaba perfectamente despierto, pero incapaz de moverme. Entonces traté
de levantar un dedo para convencerme a mí mismo de que no, que no estaba
muerto”. Finalmente fue reanimado, pero sin duda debió ser un mal trago, un mal
viaje.
Varias veces en su
vida estuvo a punto de palmar en incendios varios. Hacia 1972 Keith y su novia
de entonces, Anita Pallenberg, se quedaron dormidos en la cama mientras él
fumaba (pocas fotos de Keith sin pitillo); el cigarrillo cayó en la sábana y
empezó a echar humo; no hubieran sido los primeros intoxicados y muertos por
los humos de una combustión sin llamas. Aquel mismo año, los Stones hicieron un
descaso de una gira y fueron a visitar la Mansión Playboy, que entonces estaba
en Chicago; el irredento tarambana y otro compinche se encerraron en un baño a
meterse unas ‘golosinas’ (¿no había nada mejor que hacer en aquella casa?); de
repente, una gran humareda dentro del baño, pero los dos ‘colocaos’ apenas se
movieron; afortunadamente los de seguridad se dieron cuenta y echaron la puerta
abajo mientras ellos seguían sentados en el suelo, inmóviles y con los ojos muy
abiertos… En 1973 su casa de Redlands Estate se quemó totalmente; él dijo que
había sido por culpa de un ratón que masticó los cables eléctricos, aunque todo
el mundo tenía la certeza de que el culpable no era ningún roedor…
En 1976 se quedó
dormido al volante con su hijo de siete años, Marlon, en el asiento trasero. Tras
un concierto en Knebworth, Inglaterra, estrelló su precioso Bentley contra un
árbol. Durante años el asiento trasero exhibía la huella de la mano
ensangrentada del niño y la abolladura de la cabeza de Keith en el volante. Fue
arrestado y la policía encontró ácido en la guantera. Su inconsciencia pudo
costar caro a otros.
Tal vez el suceso más
‘espectacular’ que sufrió fue cuando, el 3 de diciembre de 1965, mientras
tocaba en el Memorial Auditorium en Sacramento, California, su guitarra entró
en contacto con su pie de micro, se produjo un tremendo chispazo y Richards
cayó al suelo fulminado. El promotor, Jeff Hughson, estaba convencido de que el
guitarrista había recibido un disparo, y el asistente Mick Martin declaró: “Vi
a Keith salir volando hacia atrás, literalmente; estaba seguro de que estaba
muerto, me quedé horrorizado, todos lo estábamos”. Sucedió que hubo una
sobrecarga en su micro y, al tocar la guitarra, los voltios pasaron por el
cuerpo del sufrido Richards. Lo entubaron y llevaron al hospital, donde le
dijeron que había estado muy cerca, y que seguramente le salvaron las gruesas
suelas de goma de sus zapatos. Al día siguiente volvió a saltar a escena como
si nada. Hay que recordar que otros que sufrieron lo mismo no tuvieron tanta
suerte.
No tan aparatosa fue
la vez que se le cayó una estantería encima. Fue en 1998, cuando se subió a una
silla para coger un libro, la silla cedió, él se agarró a la estantería y se le
vino encima toda ella, cargada con cientos de libros. ‘Sólo’ se rompió tres
costillas. Sin perder el humor, dijo: “Fue uno de esos momentos en que hay que
decidir si asumir lo sucedido o pegar cuatro tiros a aquella condenada
librería”.
Una de las últimas no
deja de tener gracia. Hacia 2006 el grupo estaba de descanso en medio de una
gira, así que se fueron a una isla privada en las Fiji, en el Pacífico Sur.
Tras un chapuzón marino, vio un árbol no muy alto, “era bajo y con muchos
nudos, casi una rama horizontal, a dos o tres metros del suelo”, describió él.
Alguien dijo “¡a comer!” y él quiso saltar ágilmente del árbol, pero se resbaló
y se dio un señor trompazo en la cabeza. En principio no le dio importancia, le
dolía un poco el coco, pero nada preocupante. Días después el dolor iba en
aumento, “era un dolor cegador”, explicó, y una noche sufrió convulsiones
mientras dormía. Lo llevaron inmediatamente a Auckland, Nueva Zelanda, donde fue
operado de urgencia y se recuperó sin problemas.
Sí, la Parca lo ha
rondado varias veces, pero el tío que esnifó las cenizas de su padre (“A él no
le hubiera importado”, comentó) es un tipo duro de pelar.
CARLOS DEL RIEGO
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