Los cambios bruscos de las condiciones
climáticas están llevando a muchos ciudadanos a atribuirlos al cambio
climático. Pero un gran colectivo de científicos, incluyendo dos premios nobel,
afirman que esa creencia es eso, creencia, ideología, y nada tiene que ver con
la ciencia climática. Así, niegan el relato de que el calentamiento global tenga
que ver con un aumento de huracanes, sequías, olas de calor, inundaciones o
desastres naturales en general. Los científicos en cuestión afirman que “La
ciencia del clima se ha convertido en un asunto basado en creencias"
El clima siempre ha estado en perpetuo
cambio; en realidad clima es cambio. Cierto que la industrialización y la
acción humana ha elevado mucho más de lo razonable la contaminación del aire,
tierras y aguas, pero de eso al cambio climático originado por el hombre hay
mucho trecho. Y peor aún es la politización y polarización ideológica, la
‘doctrina indiscutible’ del cambio climático que se quiere imponer. Por ello,
gran parte de la población y no pocos especialistas climáticos han puesto en
duda abundantes afirmaciones sin base científica y, por supuesto, las
predicciones apocalípticas.
Así piensan 1609 científicos y expertos
de todo el mundo que firmaron una declaración en la que rechazan la idea de que
exista una emergencia climática y en la que, igualmente, exigen que la política
y la ideología salgan de esta cuestión exclusivamente científica. “No hay
ninguna emergencia climática. Por tanto, no hay motivo de pánico ni alarma”, concluye
el escrito publicado este mes de agosto por el Global Climate Intelligence
Group.
En el documento afirman que el dióxido
de carbono es “imprescindible” para la vida en la Tierra y “favorece a la
naturaleza”, permite el crecimiento de la biomasa vegetal y aumenta la eficacia
de los cultivos. Por ello, señalan que “los modelos climáticos exageran el
impacto de los gases de efecto invernadero”.
Dos de los firmantes, dos premios nobel,
el físico John Francis Clauser de EE. UU. y el noruego-estadounidense Ivan
Giaever, descartan también que el calentamiento global esté relacionado con un
aumento de desastres naturales, pues “no hay evidencia estadística” que
respalde esta creencia. Y afirman con rotundidad: “La ciencia del clima debería
ser menos política, mientras que las políticas climáticas deberían ser más
científicas. Los científicos deberían abordar abiertamente las incertidumbres y
exageraciones en sus predicciones sobre el calentamiento global, mientras que
los políticos deberían explicar con sinceridad los costes reales y los
beneficios reales de sus medidas”. Es más, sostienen que el calentamiento está siendo “mucho
más lento” de lo previsto por el Panel Intergubernamental sobre Cambio
Climático. Y el mencionado Nobel de Física Clausser ha denunciado: “La ciencia
climática acientífica ha producido metástasis hasta convertirse en una
pseudociencia periodística que busca el impacto masivo. No existe una verdadera
crisis climática, sino un relato promovido y divulgado por el marketing de las
multinacionales, por políticos, periodistas, agencias gubernamentales,
organizaciones ecologistas”.
También recuerda el documento suscrito
por esos 1609 científicos las equivocadísimas profecías de los ‘popes’ del
cambio climático, pero sólo las recientes. Así la de Al Gore (Nobel junto al
comité del clima de la ONU en 2007 por un documental), quien al presentar la
película un año antes vaticinó: “Nos quedan diez años para tomar medidas
drásticas respecto a nuestras emisiones de dióxido de carbono o el mundo
llegará a un punto de no retorno”. Se ha cumplido el plazo pero no la profecía.
La en otro momento emblema del dogma
climático Greta Thunberg sentenció en marzo de 2018, citando a un “célebre científico”
(aunque no dijo quién): “El cambio climático acabará con toda la humanidad si
en menos de cinco años no dejamos de quemar combustibles fósiles”. Cumplido el
plazo, no la predicción.
Menos famosos, aunque no menos
equivocados (si no malintencionados), fueron los casos de Mostafa Tolba, ex director
del programa ambiental de la ONU, quien se creyó futurólogo al decir en 1982:
“Si el mundo no cambia de rumbo, se enfrentará a una catástrofe ambiental que provocaría
una devastación total e irreversible, como un holocausto nuclear, hacia el año
2000”. Y finalmente James Hansen, director del Instituto Goddard de Ciencias
Espaciales de la NASA, quien predijo en 2008 que “dentro de cinco a diez años el
Ártico se quedará sin hielo durante los verano”.
Los plazos se cumplen sobradamente
pero no las adivinaciones y vaticinios de los profetas climáticos. ¿De verdad
hay aun criaturas que, a pesar de todo, se tragan las trolas y los augurios de
estos videntes?
¿Quién es el negacionista?, ¿el que no
cree en adivinos ni en futurología o el que niega la evidencia y se traga las
profecías aunque nunca se cumplan?
CARLOS DEL RIEGO
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