viernes, 28 de noviembre de 2025

LOS DELIRIOS Y DEMENCIALES DESATINOS QUE LE VALIERON A JUANA DE CASTILLA EL APLEATIVO DE ‘LA LOCA’

 


Pintura de Francisco Pradilla de 1877 que representa a Juana ante el féretro 

de su marido Felipe

 

En 1555, hace 470 años, moría en su encierro en Tordesillas Juana de Castilla, que ha pasado a la Historia como Juana ‘La Loca’. La Historiografía sobre el personaje siempre ha confrontado las dos posturas: unos aseguran que fue encerrada por intereses políticos y otros que verdaderamente manifestó desde muy joven graves desarreglos mentales. Los cronistas de la época dejaron constancia de episodios psicopáticos 

 

La segunda hija de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón había nacido 75 años antes, de los cuales se pasó nada menos que 46 encerrada en una casona de la localidad vallisoletana de Tordesillas. La cuestión es si fue confinada por interés político de unos y otros o si verdaderamente sufría trastorno mental.  Repasando sucesos e incidentes de los que dejaron constancia cronistas de su tiempo decanta la duda hacia la segunda postura.

 

Todos los hijos de Isabel La Católica recibieron una educación esmerada; aprendieron literatura, humanidades, historia, arte y latín, además de ‘labores de mujer’ ellas (su hermano Juan murió antes de cumplir los veinte años), y todo lo referente a la religión católica. Se casó en Flandes al cumplir los 17 con el archiduque Felipe de Austria, un tipo de armas tomar, atractivo, mujeriego hasta el extremo, dado a todo tipo de placeres y, según los cronistas, con un carácter de mil demonios.    

 

Enamorada hasta las trancas de su marido, Juana no vivía más que para él, dejando totalmente de lado cualquier otro asunto, desde obligaciones religiosas hasta el cuidado de sus hijos. Sólo vivía para Felipe ‘El Hermoso’, que no dejaba de estar enamorado de ella, pero no paraba de perseguir a otras mujeres. Presa de los celos, y embarazada de nueve meses, lo acompañó a un baile para no dejarlo solo…, teniendo que dar a luz a su segundo hijo (el futuro Carlos I de España y V de Alemania) aquella misma noche en las letrinas del palacio de Flandes donde estaban. Volvieron a España por tierra, y al pasar por Francia el irredento Felipe se las ingeniaba para demostrar que las francesas también se le daba muy bien… A punto de parir a su cuarto hijo, Fernando, en Alcalá de Henares (1503), Felipe decidió irse a Bruselas sin ella, que no estaba en condiciones de viajar. En ese momento empezaron los desajustes mentales de Juana; al poco de marcharse su marido, empezó a gritar desaforadamente y a dejarse: “Su estado es tal que causa aflicción a los que la ven, apenas duerme o no duerme, apenas come o no come, está triste y consumida y se niega a hablar”, escribió el cardenal Cisneros. Tenía antecedentes, pues su abuela, Isabel de Portugal, ya había mostrado síntomas parecidos.

 

Nada más parir ya quiso viajar a Bruselas a reunirse con Felipe, pues según ella, cualquier nodriza podía amamantar al recién nacido (extrañó que una madre se alejara de su hijo recién nacido). La desdichada Juana sólo tenía en mente ir al lado de su marido; su madre, la poderosa Isabel de Castilla, no sólo le suplicaba sino que soportaba gritos e insultos (algo que no hubiera permitido a nadie más en el mundo). Al no poder marchar, Juana gritaba ante las puertas del castillo, a la intemperie, con frío y nieve, y allí se quedaba días y noches chillando hasta quedar exhausta. Isabel, al verla, le permitió irse a Flandes.

 

Al llegar, Felipe apenas le hizo caso, pues estaba encaprichado con una joven de cabellos rubios. Esperó su ocasión y, aprovechando que Felipe estaba fuera del palacio, buscó a la rubia damisela armada con unas tijeras. La sorprendió leyendo una carta que la otra guardó en su escote. Juana la acometió gritando y exigiendo que le diera la carta, pero la amante de su marido se la comió. Juana, enloquecida, sacó las tijeras y trató de cortarle las rubias trenzas, haciéndole también cortes en el rostro. Al griterío acudieron sirvientes y damas de compañía que consiguieron separarlas. Y cuando llegó Felipe, Juana le arrojó, fuera de sí, su trofeo: los cabellos de la concubina; y luego huyó, pero ‘El Hermoso’ la alcanzó y la sacudió hasta que Juana cayó al suelo gritando desaforadamente. Él la dejó allí, se fue a su alcoba y cerró con llave. Ella lo siguió suplicando perdón y allí quedó, a la puerta, gritando y gimiendo; arrodillada golpeaba la puerta implorando y llorando a voz en grito, pero su marido no abrió. Y así transcurrió gran parte de la noche, hasta que sin más fuerzas, la pobre Juana apoyó su cabeza contra la cerrada puerta y se quedó en silencio con los ojos muy abiertos.

 

Al parecer, ese era uno de los castigos que Felipe propinaba a su mujer: encerrarse en la alcoba para desesperarla hasta la locura; ella quedaba horas y horas tirada a la puerta, sin comer, sin atender a sus hijos, sin dormir, sin hacer caso a nadie; de vez en cuando gritaba y suplicaba y, al rato, se quedaba callada durante horas.

 

En 1504 murió Isabel de Castilla y Juana se convirtió en reina, lo que despertó las hasta entonces retenidas ambiciones de Felipe ‘El Hermoso’. Pero las cosas seguían como siempre: ella no atendía a nada que no fuera su marido y éste no paraba de hacerla rabiar con cuantas mujeres se le ponían a tiro, que debían ser muchas, pues su porte y su posición lo debían hacer irresistible y, además, no se preocupaba por esconderse. Ella moría de celos y rumiaba venganzas. Él maniobró para hacerse con la corona de España y ella, echada a sus pies, gritaba que haría todo lo que él le pidiera, todo. Su padre y su marido no dejaban de maquinar e intrigar para hacerse con el poder. Ella ni comprendía ni le interesaba ese asunto, hasta el punto de descuidar su persona: ni se lavaba ni se cambiaba de ropa hasta el punto de que vestía harapos rotos y sucios, no comía ni dejaba de llorar, comida por los celos.

 

En 1506, Felipe murió tras jugar un partido de pelota y beber agua muy fría; enfermó ese día, 16 de septiembre, le subió la fiebre, vomitaba sangre y murió ocho días después. Se dijo que su suegro lo había envenenado, aunque Fernando estaba lejos de Burgos (donde sucedió todo). Pero parece que fue la peste, pues Pedro Mártir de Anglería escribió “estamos rodeados de la peste”. Ella estuvo a su lado y probó las medicinas que le daban para comprobar que no eran veneno…, y a pesar de estar embarazada no se separó de él. Murió y ella gritó y gritó, lo besaba y abrazaba y hubo que separarla del cadáver a la fuerza. No dormía, no hablaba, no comía, no se lavaba, no mudaba su ropa.

 

Enterraron a Felipe, pero ella ordenó desenterrarlo, meterlo en un ataúd y llevarlo a Granada. Así, acompañada por un gran cortejo, emprendió viaje por una helada Castilla. En cada iglesia que paraba ella exigía que ninguna mujer entrara “porque no tentaran a su marido”, e incluso cuando un coro de monjas entonó cánticos en una capilla, ella, encolerizada, las mandó expulsar, pues ninguna mujer podía estar en la misma estancia que su marido aunque fueran monjas. A mitad de camino parió a Catalina, hija póstuma de su Felipe.

 

Finalmente, Fernando de Aragón, decidió apartarla del mundo y la encerró en aquella fortaleza de Tordesillas. Recibió visitas, pero no reconoció a nadie, ni siquiera a sus hijos, Carlos y Leonor. También fueron los comuneros, que dijeron que ella estaba de acuerdo con ellos, pero no le consiguieron arrancar su firma. Comía lo poco que comía y dormía lo poco que dormía en el suelo, no se lavaba ni peinaba, no se cambiaba de ropa; sus piernas se llenaron de llagas. Y gritaba y gritaba. Y así años y décadas. Murió la desdichada Juana en abril de 1555, pocos meses antes que su hijo el Emperador Carlos I.

 

Así, ¿estaba loca Juana ‘La loca’?      

 

CARLOS DEL RIEGO

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