Es difícil imaginar cómo fue la batalla, pero seguro que el río bajó rojo a lo largo de kilómetros
En el año 456 tuvo lugar la Batalla
del río Órbigo (provincia de León), en la que el visigodo Teodorico derrotó al
suevo Requiario, al que luego persiguió, dio caza y ejecutó. El Imperio Romano
de occidente vivía sus últimos momentos (cayó veinte años después) e Hispania
era invadida por todo tipo de pueblos bárbaros
Sin duda, la Hispania de hace 1567
años debía ser un lugar terriblemente inseguro (como toda Europa), puesto que
el orden romano era un recuerdo, los pueblos bárbaros invadían a sangre y fuego
casi sin oposición y todas las violencias imaginables eran cosa cotidiana. En
realidad, todo el Imperio Romano vivía en la anarquía. En este escenario, el
rey visigodo del reino de Tolosa Teodorico II vio una oportunidad para aumentar
su poder ante el muy debilitado emperador Avito.
El pueblo suevo entró en la península
a comienzos del siglo V (junto a otros pueblos germánicos como los vándalos y
los alanos), empujado por los hunos y las malas condiciones en las que vivían.
Lógicamente estas hordas llegaban, atacaban a sangre y fuego y saqueaban toda
población con la que se encontraban; eran bárbaros, que en latín venía a significar
extranjeros, pero dada su forma de actuar, pronto se asoció bárbaro a cruel,
bestial, salvaje. Así, el Reino Suevo llegó a abarcar lo que hoy es Galicia,
norte de Portugal y grandes zonas de las provincias de León, Zamora, Palencia y
Asturias. Continuamente emprendían campañas de saqueo que sólo buscaban botín,
sin intención de dominar, organizar o imponer leyes en los nuevos territorios…,
es decir, no puede hablarse de un verdadero reino. Según el historiador Hidacio
(contemporáneo de los hechos), el rey Requiario se dedicó al pillaje desde su
coronación (año 448); desde Lérida (Ilerda) hasta Mérida pasando por Zaragoza,
las tropas suevas iban matando, quemando, violando, saqueando y, en fin,
destruyendo todo a su paso; hay que imaginarse el terror de la gente cuando
veía lo que se les echaba encima: espadazos, tajos, fuego y humareda, palos,
gritos, llantos, miedo, sangre… y salvajes chillidos y risotadas de los
atacantes. Imposible entender hoy cómo era aquello.
Ante todo esto el visigodo Teodorico
recibió el encargo de parar los pies a los suevos, así que emprendió el camino
hasta encontrarse con el ejército de Requiario a orillas del río Órbigo, a 12
millas (unos 50 kilómetros) de la ciudad de Astorga, el 6 de octubre del año
456. El historiador y obispo gallego Hidacio no da muchos detalles de lo que
fue la batalla en sí, limitándose a señalar la infinidad de muertos que sufrió
el bando suevo. El enfrentamiento debió ser feroz, en primer lugar porque
aquellas sociedades germánicas no sabían de tácticas ni estrategias de batalla,
sino que se lanzaban a toda velocidad contra el enemigo, gritando
enardecidamente y blandiendo sus armas: lanzas de unos dos metros para la
primera acometida, espadas largas de hierro, hachas arrojadizas, arcos,
escudos…, y los más pudientes irían a caballo con yelmos, cotas de malla de
hierro y otras protecciones. La escena tuvo que ser apocalíptica, con varios
miles de combatientes por ambos bandos en medio de una indescriptible
confusión, con un ruido insoportable de metal contra metal, entre alaridos desesperados
y el relinchar de los caballos, los golpes continuos, el caer de los cuerpos… El
río Órbigo tuvo que bajar teñido de rojo y transportando restos humanos a lo
largo de kilómetros.
Incluso el rey suevo resultó herido
(hasta los reyes entraban en combate) y como pudo logró huir. Pero Teodorico no
iba a dejar escapar la presa y lo persiguió casi obsesivamente. El derrotado
rey se refugió en Braga, que fue atacada sin piedad por Teodorico; Requiario
consiguió huir nuevamente, y el godo se entretuvo unos días saqueando, quemando
y violando. Finalmente Teodorico capturó a Requiario en Portucale (Oporto) y lo
ejecutó; es de suponer, teniendo en cuenta cómo se las gastaban los godos en
esto de las ejecuciones, que la cosa debió ser lo más brutal, lento y
sanguinario que pueda imaginarse. Fue el fin del reino suevo, que languideció
unos años más.
Al volver, ya en 457, Teodorico atacó
varias poblaciones, entre ellas el Castrum Coviacense, Coyanza, hoy Valencia de
don Juan, puesto que los nobles godos estaban descontentos al no haber tomado
botín suficiente a lo largo de la campaña.
Más de quince siglos hace de aquello.
Los godos se imponían a los bárbaros, pero poco más de dos siglos y medio
después, la península vivió otra invasión (la enésima pero no la última) y,
lógicamente, tierras y aguas volvieron a regarse con sangre. ¡Cuántas de estas
se han vista en la vieja Hispania!
CARLOS DEL RIEGO
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