Un eminente científico vaticinó, ocho años antes del primer vuelo de los hermanos Wright, que las máquinas más pesadas que el aire jamás podrían volar
A lo largo de la historia reciente no
han sido pocos los científicos, ingenieros o investigadores que, eufóricos tras
un descubrimiento o un experimento exitoso, se lanzan a la adivinación, a la
futurología, sin tener en cuenta que ese camino conduce siempre al disparate,
al ridículo. De hecho, cada vez que un sabio se atreve a ejercer de profeta se
convierte en un charlatán, en un embustero
Siempre se ha dicho que la predicción
y la adivinación del futuro es un camino que lleva inevitablemente al error,
puesto que nunca se tienen en cuenta las variables y factores desconocidos que
intervendrán en el asunto. Por ello resulta más chocante que sean reputados
científicos e investigadores quienes, de forma totalmente acientífica, se toman
a sí mismos como profetas. En los dos últimos siglos, que es cuando la ciencia
termina por imponerse a la magia o la astrología, se observan algunos casos
casi bochornosos.
William Thomas, Lord Kelvin (1824-1907),
fue un físico e inventor británico que dio su nombre a una de las escalas que
miden la temperatura (las de Celsius y Farenheit son las otras), entre otras
importantes aportaciones a la Física. Sin embargo, tal vez llevado por la
vanidad de su evidente sabiduría, hizo una serie de predicciones que,
lógicamente, fueron erradas. Así, en 1895 sentenció que “Las máquinas más
pesadas que el aire no volarán jamás”, y añadió “no tengo ni una molécula de fe
en la navegación aeronáutica” (claro que peor fue uno que, mes y medio antes
del primer vuelo de los hermanos Wright en 1903, dijo en el New York Times que
“se necesitarán entre uno y diez millones de años para construir una máquina
voladora”). Un par de años después se atrevió a augurar que “La radio no tiene
ningún futuro”. Y cuando Roentgen presentó los rayos X, Lord Kelvin se dejó
decir que “Los rayos X son un engaño, un fraude”. Claro que todo eso se queda
en nada comparado con su oráculo de 1898: “Sólo quedan 400 años de oxígeno en
la Tierra”. Un científico nunca será adivino.
Lee De Forest (1873-1961) fue un
físico estadounidense, inventor con cerca de 300 patentes y gran pionero de la
radio (inventó la válvula de vacío). Pero en 1926, cuando la televisión ya era
un hecho desde 1920, se atrevió a ejercer de vidente y dijo: “Técnica y
físicamente la televisión es posible, pero comercial y financieramente no es
viable, es imposible”. En 1939 comenzaron las emisiones de televisión en
Estados Unidos, pero un periodista radiofónico se sintió gran profeta y escribió:
“El problema de la televisión es que hay que mantener los ojos pegados a la
pantalla, y la familia estadounidense media no tiene tiempo para eso”. Más
sentido tiene el vaticinio (errado) del oscarizado cineasta Darryl F. Zanuck
(1902-1979), que debió ver en la televisión una terrible competencia y por eso
dijo en 1946: “La televisión nunca retendrá una gran audiencia, pues la gente
se aburrirá rápidamente de mirar cada noche una caja de madera”. Predecir es
sinónimo de equivocarse.
Mucho más recientemente, en 1995, el
astrofísico Clifford Stoll, escribió en un libro: “Las guías telefónicas, los
periódicos o los videoclubes no van desaparecer por mucho que se extiendan las
redes informáticas”. Y más aún: “No creo que mi teléfono se convierta en una
computadora para convertirse en un dispositivo de información”. Que Santa Tecla
le conserve el oído porque…
Otro gran pionero de la informática y
de Internet, Robert Metcalfe, predijo en 1995 que para el año siguiente
Internet “colapsará catastróficamente como una supernova”. Y tan seguro estaba
de su augurio que prometió comerse sus palabras sino sucedía así. En 1997,
durante una conferencia internacional sobre el asunto de Internet, reconoció
que se había equivocado (faltaría más) y, como había prometido comerse sus
palabras, sacó un pastel con referencias a Internet y se comió una parte…, pero
los asistentes esperaban más ‘penitencia’, más rigor a la hora de comerse sus
palabras, así que lo abuchearon sonoramente. Ante esta situación, Metcalfe
cogió el periódico en el que había escrito su vaticinio, rompió la página con
su texto, la metió en una batidora con agua y se comió la pulpa resultante…
Siguiendo al anterior, en 1998, otro
que no temía al ridículo, el economista Paul Krugman, predijo que “Internet se
desacelerará porque la mayoría de las personas no tienen nada que decirse unas
a otras”.
Marty Cooper, uno de los inventores
del teléfono móvil, incomprensiblemente profetizó en 1981: “Los teléfonos
móviles nunca sustituirán a los de cable”.
Y esta pequeña lista de videntes a
quienes el tiempo y la realidad desmienten una y otra vez, puede cerrarse con
la sandez que lanzó en 2007 Steve Ballmer, quien fuera ejecutivo de Microsoft:
“No hay ninguna posibilidad de que el IPhone consiga una cuota de mercado
significativa, ninguna posibilidad”.
Es increíble que mentes tan
despejadas, que brillantes investigadores e inventores caigan en la infantil y
vanidosa tentación de predecir qué va a suceder en el futuro.
CARLOS DEL RIEGO
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