domingo, 6 de julio de 2025

EN LA II GUERRA MUNDIAL SE PRODUJERON HECHOS QUE, VISTOS HOY, PARECEN CHISTES

 


Una de las fotos que hizo el 'turista' Takeo Yushikawa del puerto desde un avión turístico estadounidense alquilado días antes del ataque japonés a Pearl Harbour

 

Hace unas semanas se cumplieron ochenta años del final de la II Guerra Mundial. Seguramente sea el conflicto más estudiado, documentado, analizado y desmenuzado de la Historia, tanto que también se han constatado hechos que, dentro de aquella inmensa tragedia, tienen un cierto sabor humorístico, parecen bromas, chistes

 

Ocho décadas han pasado ya desde que terminó aquella masacre iniciada por un pervertido descerebrado. Fueron seis años de guerra global en la que se produjeron todo tipo de episodios, incluyendo algunos que, si no fuera porque se produjeron en un entorno sangriento, parecerían chascarrillos, chanzas, cuchufletas.

 

Un suceso poco conocido se produjo al poco de que el ejército nazi entrara en Francia (VI-1940). En aquel momento se produjo un éxodo de franceses hacia las zonas no ocupadas. Al llegar los alemanes a Orleáns se encontraron con una ciudad semidespoblada, casi fantasma: no había alcalde ni concejales, ni policía ni funcionarios ni autoridad alguna, tampoco había agua, electricidad ni, en fin, ningún servicio básico. Lo que sí había era edificios ardiendo sin que nadie les hiciera el menor caso. En toda la ciudad sólo una farmacia abría sus puertas, con lo que las colas eran kilométricas. El farmacéutico atendía él sólo al público durante horas y horas, siempre sonriente. Cada cliente, al salir, comentaba lo bondadoso pero extraño que era ese boticario, pues vendía todos los productos a diez céntimos, desde el tubo de aspirina hasta el más caro tratamiento, todo a diez céntimos. Unas cuantas horas después se descubrió el misterio: el solícito farmacéutico era uno de los internos de un manicomio cercano que habían salido del siquiátrico cuando éste se quedó sin nadie que lo atendiera. No es que trataran de escapar, sino que simplemente salieron, y mientras algunos deambulaban por las calles gritando y gesticulando, otros vivían sus fantasías y locuras con total libertad, entre ellos el que se sintió farmacéutico. Incluso los alemanes colaboraron en la captura de aquellos desdichados.

 

Conocidas son las historias de los soldados japoneses que, destinados en islas del Pacífico, se quedaron en sus puestos ignorando que la guerra había terminado. Algunos habían conseguido ocultarse a los ejércitos estadounidenses cuando atacaron su isla, de modo que cuando les llegaban noticias de que Japón se había rendido, simplemente no lo creían, y así permanecieron escondidos durante décadas. En otras ocasiones los soldados nipones no se enteraron del fin de la guerra, puesto que el alto mando de EE UU comprobó que ir reconquistando isla por isla costaba miles y miles de vidas, por lo que decidió recuperar sólo las que tuvieran aeropuerto, estación de radar u otras instalaciones de interés militar, con lo que muchas islas del Pacífico nunca fueron atacadas y su guarnición japonesa se quedó allí cumpliendo las órdenes. De este modo, unos cuantos soldados y oficiales japoneses permanecieron en guerra con Usa muchos años después de terminada, alguno hasta 1975. El soldado Yoichi Yokoi fue el último superviviente de un pequeño grupo que se refugió en las selvas de la isla de Guam; durante muchos años sobrevivió comiendo cangrejos y peces, caracoles, roedores y la fruta que encontraba. Cuando finalmente fue convencido (no sin esfuerzo) del fin de la guerra y se entregó, en 1972, vestía ropa hecha de corteza de árbol. Igualmente, el teniente Onoda sólo se creyó la derrota de Japón cuando, en 1974, fue a buscarlo el que había sido su superior. Muchos otros morirían en la isla que se les había encomendado sin saber que todo había terminado y sin ser encontrados nunca. El fanatismo llevado al extremo se vuelve hilarante.

 

Otra más de la guerra en el Pacífico. En el famoso ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, los pilotos japoneses se guiaron por unas fotografías aéreas que mostraban perfectamente el puerto y el resto de las instalaciones y, más importante, por unas instantáneas conseguidas por un ‘turista’ japonés que, sin ocultarse, con la cámara colgada del cuello, iba haciendo fotos de los puntos militarmente más sensibles de la isla de Oahu (donde estaba Pearl Harbor) sin que nadie le pidiera explicaciones y, en fin, sin levantar sospechas. El alto mando japonés ya tenía mapas de la isla y fotos aéreas, pero no actuales y no de esos puntos. El espía, llamado Yoshikawa, envió fotografías que fueron valiosísimas. Tranquilamente, desde bares y restaurantes situados en posiciones elevadas, fotografió movimientos y tipos de barcos, horarios, instalaciones militares, depósitos de combustible, pistas de aterrizaje y días en que más aviones había en tierra, despegues, patrullas, defensas antiaéreas… Incluso alquiló un avión para conseguir aquellas fotos aéreas. Y todo a la luz del día, sin que nadie nunca sospechara nada ni se extrañara de tanta foto; de hecho, fotografió y envió esos ‘reportajes’  hasta un par de semanas antes del ataque japonés, es decir, la información estaba perfectamente actualizada. Y todo en las mismísimas narices del enemigo.

 

Es curioso pero incluso en las situaciones más terribles se pueden encontrar hechos, situaciones y sucesos chuscos, de esos que mueven a la sonrisa.

 

CARLOS DEL RIEGO

No hay comentarios:

Publicar un comentario