Puede que la policía detenga al responsable del desastre, pero la ley y la justicia no estarán a su altura. |
El asunto de la quema intencionada de bosques tiene diversas vertientes. Por un lado está la dificultad de dar con los culpables y con los que se benefician de las catástrofes; y por otro está el hecho de que, cuando se detiene al pirómano con las manos en la masa, hay que contar con la absoluta ineficacia de toda la maquinaria legal, que incluye una legislación incapaz, insuficiente, y una gran parte de jueces (no todos) que siempre están por sentenciar de modo benevolente y lo más beneficioso posible para el delincuente, cosa que sucede también cuando se trata de otro tipo de delitos.
El
caso es que España cuenta con unos cuerpos policiales muy eficaces, y pocos
pondrán en duda la competencia de los que actúan en todo el territorio (aunque,
claro, siempre hay garbanzos negros). Sí, una aplastante mayoría de los agentes
de policía nacional y guardiaciviles son muy buenos profesionales, sin embargo,
habrá veces que tanto ellos como el ciudadano se pregunten: ¿para qué esforzarse
y poner todo el empeño en trabajar con interés y profesionalidad, buscando
indicios, atando cabos e investigando hasta llegar al pirómano (o cualquier
delincuente) si luego te encuentras con que las leyes son ridículamente
clementes y desproporcionadamente benignas con el condenado?; y para remate,
magistrados que dan la sensación de estar siempre buscando el modo de rebajar
la pena, tratando de imponer sistemáticamente la más leve, como si liberar
cuanto antes al culpable les hiciera sentirse mejores jueces y mejores
personas. En resumen, la mayor parte de las veces, los agentes se tiran semanas
o meses investigando hasta el último detalle, hasta el más insignificante
atisbo de pista para detener al criminal, y cuando lo ponen a disposición de la
justicia comprueban cómo ese mismo día se va a casita y, finalmente, le cae una
condena tan nimia que ni siquiera ingresa en prisión. Tiene que ser
descorazonador contrastar el tiempo y esfuerzo invertido en dar con el
pirómano, ladrón o matón, con los pocos minutos que unos y otros tardan en
ponerlo en la calle.
Y
luego están los que, desde poltronas públicas, se oponen sistemáticamente al
endurecimiento de penas para los delitos más graves: asesinato, violación,
pederastia, terrorismo, tráfico de personas…, o incendios provocados con
resultados catastróficos e incluso muertes. En este sentido se han manifestado varios
partidos políticos en España, contrarios a la prisión permanente revisable
porque, aseguran, eso no garantiza la reinserción y la rehabilitación del
criminal; es decir, según tal opinión, el violador asesino no debe ser
castigado con la privación de libertad, sino que tiene que estar en la cárcel
sólo para ser convertido en una buena persona; en otras palabras, la prisión no
ha de tener un componente de castigo, sino que ha de servir exclusivamente para
convertir al matón en bienhechor de la Humanidad…
Esta
gran preocupación que muchos políticos, juristas y ciudadanos muestran por el
bienestar de quien puso una bomba, de quien abusó de un menor o de quien
incendió un bosque y achicharró a dos vecinos, no deja de recordar aquel viejo
chiste: “A un poderoso cargo público le piden los maestros y profesores diez
mil euros para pupitres, bombillas y tizas, pero él contesta que no, que no hay
fondos, que ya veremos si en el futuro… Luego vienen los directores de
prisiones pidiendo cien mil euros para mejorar la vida del preso en el penal,
cantidad que el dirigente otorga sin pensárselo. Entonces el ayudante le
pregunta en voz baja que cómo es que no hay diez para el colegio y sí cien para
la cárcel, a lo que el apoltronado responde con una pregunta: ¿Acaso piensas tu
volver al colegio?”. Sí, un chiste, pero de otro modo es difícil explicar por
qué un político desea que el delincuente regrese cuanto antes a la calle, por
qué se opone a que el pedófilo no pueda salir a buscar víctimas, por qué se
niega a que el pirómano homicida pague con años de su vida todo el mal que ha
hecho.
Tampoco
puede olvidarse la burla que significa condenar a un asesino múltiple a mil
años de cárcel sabiendo que pasará allí, como mucho, veinte o veintitantos;
también se antoja un disparate que condenen a un corrupto a cien años de
prisión y a un violador a veinte; o que un delincuente callejero sea detenido
trescientas veces y otras tantas liberado a las pocas horas; o que un
prehomínido aporree hasta la muerte a su mujer a cambio de cuatro o cinco años.
Parece
urgente la revisión del sistema penal para evitar que alguien que mató a veinte
personas esté celebrando su libertad después de haberse pasado en la trena un
año por cada vida que arrebató; es perentorio que la pena más baja que los
jueces puedan determinar, en casos como los mencionados, aparte al bestia de la
sociedad para los restos, o al menos hasta que sea un anciano; es necesario que
quien causa grandes estragos, como la quema de miles de hectáreas de bosque,
vea cómo éste se recupera totalmente desde su celda. No se puede olvidar que
ser clemente con el criminal significa ser cruel con su víctima, y juzgar con
indulgencia al gran delincuente equivale a ensañarse con el agredido, y que una
ley beneficiosa para el perverso es una humillación para el que lo sufrió.
CARLOS
DEL RIEGO
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