Petrovic abraza a Divac tras ganar el Mundial de 1990, sería la última vez, pues unos segundos después, la política rompió su amistad. |
Cuando la política invade otros ámbitos
siempre es para mal; si entra en el terreno deportivo o en el cultural, en el
educativo o en el de la comunicación, sólo causará perjuicios, enfrentamientos,
ruptura de la convivencia, rabia y, con total seguridad, odio. No es preciso
que la ideología se expanda fuera de sus límites para empujar a la gente a
tomar posiciones extremas e irracionales, pero es que cuando entra donde no
debe entrar infectará todo y a todos, creará nuevos y grandes problemas y
enemistades donde no había. El feo asunto del futbolista Gerard Piqué es una prueba
concluyente; pero en la reciente historia del deporte pueden encontrarse otros casos
con final infeliz a causa de la aparición de la política en las canchas.
Un buen ejemplo es el enfrentamiento
entre dos enormes jugadores de baloncesto, el recordado Drazen Petrovic y el
pívot Vlade Divac. Ambos defendieron entusiásticamente los colores de
Yugoslavia, pero aquel era croata y éste serbio… El Mundial de Baloncesto de
1990 lo ganó el desaparecido país al vencer a la hoy también extinta Unión
Soviética. En aquellos momentos ambos deportistas eran inseparables, como
hermanos dicen algunos de sus compañeros, tanto que hablaban a diario cuando
jugaban en distintos equipos de la NBA. Al acabar aquella final disputada en
Argentina, los dos se abrazaros en medio de la alegría de todo el equipo;
entonces sucedió que uno de los muchos aficionados que saltaron a la pista
ondeó una bandera croata, Divac forcejeó con él, se la arrebató por la fuerza y
la tiró; Petrovic lo vio y consideró que aquello era un desprecio innecesario.
Luego ambos volvieron a la liga estadounidense, pero Drazen ya no quería hablar
con Vlade, ya no lo consideraba un amigo y trataba de esquivarlo, de no
cruzarse con él. La amistad se rompió, es más, se convirtió en odio.
Al poco se declaró la sangrienta y
crudelísima Guerra de los Balcanes; Divac fue entonces considerado un héroe en
Serbia por haber arrojado la bandera croata, mientras que Petrovic (de padre
serbio y madre croata) declaraba entender el gesto de su ex amigo como un acto
político y una ofensa a su país. Las barbaridades perpetradas por unos y otros
(aunque todos los especialistas señalan a Serbia como la más brutal)
alimentaron las llamas del rencor, de manera que el escolta jamás volvió a regalar
asistencias al pívot y nunca más volvieron a dirigirse la palabra. Quienes
vieron en acción al genial Drazen Petrovic saben cómo se las gastaba, cómo era
su carácter explosivo, cuánta pasión ponía en la pista y fuera…, así que no
podrá extrañar que jamás perdonara que su amigo íntimo le insultara
despreciando su bandera, arrojando al suelo el trozo de tela que identificaba a
su país. La ideología política entró en la pista y destrozó una amistad casi
fraternal, pues a pesar de los intentos de Divac, que buscó la reconciliación, jamás
volvieron a cruzar palabra. Dicen sus cercanos que ‘El genio de Sibenik’ tuvo
siempre ese puñal clavado, que se pasaba las horas en el gimnasio o entrenando
el tiro, y que nunca más volvió a sonreír en la cancha…, salvo cuando ganó con
Croacia la plata en Barcelona 92. De todos modos no tuvo mucho tiempo para pensar
en ello, pues murió en accidente de coche en 1993.
Claro que también existe la versión de
que, en realidad, el odio en que se transformó la amistad entre Petrovic y
Divac procedía de una acción de un partido NBA entre los equipos de uno y otro;
cuentan amigos de ambos que, deliberadamente, el pívot le pisó la cabeza cuando
aquel estaba en el suelo, cosa que el escolta jamás le perdonó… Es posible que
aquello tuviera que ver (la pelea en el terreno de juego se queda ahí, suelen
decir), pero fuese como fuese, seguro que el incidente de la bandera y, claro,
la guerra, resultaron factores definitivos para que aquel inolvidable e
infalible tirador, aquel ‘diablo yugoslavo’ (como se le conocía en España antes
de llegar al Real Madrid) le negara hasta el saludo a quien fue su amigo
íntimo. Llegó la política a donde no debía y, envidiosa, perversa y soberbia,
en un instante dañó irreparablemente a dos personas.
Hasta el estallido de la guerra, cuando
jugaba Yugoslavia, los yugoslavos animaban incondicionalmente, salvajemente,
agresivamente (‘el infierno yugoslavo’), ya fuera el partido en territorio
serbio o croata, en Belgrado o en Zagreb. Pero de un día para otro, los que
compartían bandera y gritaban codo con codo ‘¡Ju-gos-la-vi-ja!’ sin que
importara si el de al lado era serbio, bosnio, esloveno, montenegrino o croata,
ahora se odiaban hasta la muerte (literalmente).
Cuando murió Drazen, Vlade quiso acudir
a su entierro en Croacia, pues el tipo de 2,16 de altura sentía que debía una
explicación a su ex amigo y quería cumplir aunque fuera en su adiós definitivo,
sin embargo, los dirigentes políticos se lo impidieron. Más de 20 años después
pudo por fin visitar su tumba, ¿qué pensaría en ese momento?, ¿en culparse o en
explicarse?, ¿cómo recordaría el incidente?, ¿se arrepentiría de su acto?
Lo de Piqué no va a llegar a tanto,
seguro, pero ya será imposible que los silbidos dejen de acompañarlo siempre
que vista de rojo. Y es que la política no perdona, es como un virus que,
cuando desborda el espacio donde está bajo control y penetra un organismo, lo
pudre. Irremisiblemente. Es una certeza matemática.
CARLOS DEL RIEGO
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