En una de las batallas de los españoles y sus aliados tlaxcaltecas contra loz aztecas murió el leonés de enorme cabeza, Juan Argüello |
Ignorantes
de un lado y otro del Atlántico siguen empeñados en modificar la historia. Así,
hay sitios donde el 12 de octubre ha sido designado como el día de la
resistencia indígena. Y ello sin tener en cuenta o sin saber que cuando
llegaron los españoles, los territorios que hoy conforman México estaban en
permanente y violentísima guerra de todos contra los aztecas; eso explica por
qué tantos y tan fácilmente se aliaban con los recién llegados, como los
tlaxcaltecas, los totonaques, los zapotecas…, que resistían al dominio mexica y
cuyos caciques se quejaban continuamente, insistentemente, de la tiranía
sangrienta que ejercían los mexicanos. Una anécdota narrada por Bernal Díaz del
Castillo (testigo ocular, presencial) en su imprescindible ‘Historia verdadera
de la conquista de la Nueva España’ es más que ilustrativa: Un enviado de
Hernán Cortés llegó a un pueblo llamado Guazacualco, cuyos caciques, al
entender que eran enemigos de los aztecas, les ofrecieron toda su ayuda y les
contaron que “había poco tiempo que tuvieron una batalla con ellos, y que cerca
de un pueblo de pocas casas mataron los de aquella provincia a los mejicanos
muchos de sus gentes, y por aquella causa llaman hoy en día donde aquella
guerra pasó Cuylonemiquis, que en su lengua quiere decir donde mataron a los
putos mejicanos”. Este y otros muchos episodios similares demuestran que la
mayoría de los habitantes del territorio que hoy es México no hacían más que
resistirse a la sangrienta opresión ejercida por el pueblo dominante, el
azteca, regido por el gran Moctezuma. Esta es la verdadera resistencia
indígena.
Este
emblemático monarca mejicano se las vio con la cabeza cortada de un leonés… y
salió huyendo en cuanto la tuvo delante. Cuenta Bernal que Cortés dejó una
pequeña guarnición de cuarenta soldados, auxiliados por unos dos mil
totonaques, en la Villa Rica (Veracruz) mientras él avanzaba hacia
México-Tenochtitlán. En cierto momento, fuerzas mexicas atacaron, pero los
aliados de los españoles les tenían tal pavor que a la primera refriega
escaparon gritando aterrorizados; los españoles se quedaron solos y aun así consiguieron
resistir , aunque al final casi todos murieron, capitán incluido, pero no un
soldado que, capturado malherido, lo llevaban a Moctezuma como gran trofeo.
Díaz del Castillo explica: “Le llevaron un soldado vivo, que se decía Argüello,
que era natural de León, y tenía la cabeza muy grande y la barba prieta y
crespa, y era muy rebusto (sic) de gesto y mancebo de muchas fuerzas”.
Es
preciso imaginarse el aspecto del tal Argüello (con orígenes, seguro, en la
comarca leonesa de Los Argüellos, cuyo nombre está acreditado desde el siglo
XIV) como un tipo alto y muy fuerte, criado en los rigores y fríos de la montaña
con las mejores cecinas y embutidos, con un cabezón enorme y una negra y
frondosísima barbaza; asimismo es fácil deducir que el angelito, una vez metido
en batalla, debía repartir a diestro y siniestro con una fiereza y contundencia
que asustó y asombró a los atacantes.
Un
poco más adelante, el soldado-cronista detalla cómo fue el encuentro entre el
gran Moctezuma y el cabezón del leonés: “… y aun le llevaron presentada la
cabeza del Argüello, que paresció ser murió en el camino de las heridas, que
vivo le llevaban. Y supimos que el Montezuma, cuando se la mostraron, como era
rebusta y grande y tenía grandes barbas y crespas, hobo pavor y temió de la
ver, y mandó que no la ofreciesen a ningún cu de Méjico”. Es decir, el
poderosísimo Moctezuma (hay especialistas que afirman que su nombre era
Motecozuma), sentado en su trono y rodeado de muchos caciques, capitanes y
soldados, casi se lo hace encima cuando le presentaron la inmensa y
barbadadísima testa de Argüello, la cual, seguramente, conservaría una expresión
de rabia, un acongojante rictus de furia, como si en cualquier momento pudiera
recobrar la vida y lanzarse contra todos los que le rodeaban…; por eso el
soberano azteca ordenó que no se ofreciese en ningún templo de su ciudad.
Y
esa es, casi, toda la información que existe en torno a este grandón
(leonesismo). Casiano García publicó en 1946 un interesante estudio titulado
‘Leoneses en América’, en el que compendia los nombres de todos los leoneses (de
los que se tiene noticia) que tomaron parte en la conquista. Este autor añade
que el cabezón se llamaba Juan Argüello, y dice que “le hirieron muy malamente
y le cogieron a tiempo que no podía ser socorrido y así lo llevaron queriendo
hacer presentación de él al Emperador y sacrificarlo en sus templos. Aun herido
mucho les costó llevarlo, pues sus fuerzas extraordinarias le ayudaron a que se
defendiera como un toro de todos los que le rodeaban. Consiguieron atarlo y,
aun así, su gesto era tan terrible que les infundió pánico y no se atrevían a
mirarlo. Murió por fin de las heridas (...) y le cortaron la cabeza (…) cosa
que hicieron los capitanes”.
Esto
es todo lo que se sabe de aquel tiarrón de cabeza desmesurada, espesas barbas y
una fuerza de la naturaleza en combate, aquel leonés que, con dos riñones,
impresionó de tal modo a Moctezuma y sus huestes, que no se atrevía ni siquiera
a mirar su cabeza inerte… Hay que suponer que, incluso sin vida, sus ojos
abiertos debían ser ciertamente aterradores, sobre todo para los mexicanos que
lo habían visto pelear y, seguro, escuchado sus desaforados y amenazantes
gritos.
Juan
Argüello, español de León, murió en México a finales de 1519. Han quedado para
la historia su tremenda figura y su indomable valentía.
CARLOS
DEL RIEGO
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