No se precisa más explicación
Al igual que muchas otras cosas han
realizado una evolución lógica, una actualización (la televisión, la
publicidad, los coches…), la política precisa cambios urgentes, puesto que se
ha quedado absolutamente obsoleta; es más, ha degenerado. Y todo a causa de la
existencia del político vitalicio, ese que entra en política con veintitantos
años y ahí se queda hasta la jubilación y más
Es, sin duda, el gran problema de la
democracia a día de hoy. El político llega a la política con intención de no dejar
esa situación privilegiada jamás. De ese modo, al poco de conseguir su acta y
su primer sueldo salido de las arcas públicas, el político hace de la política
su único objetivo, su única meta, su única preocupación. El bien común deja de
tener ninguna importancia a los pocos años de conseguir un puesto, un cargo de
poder.
Cinco, seis o siete años en política (si
no antes) son suficientes para que el político sólo piense en la política, es
decir, en el poder: conservarlo o conquistarlo. Y para ello estará dispuesto a
lo que sea: mentirá, sobornará, traicionará, manipulará, difamará… Es como en
la película ‘Alien’: cuando la protagonista (la teniente Ripley) accede al
ordenador central de la nave y pregunta cuál es el objetivo de la misión se
encuentra con que la orden es: “Llevar organismo vivo a la tierra. Las demás
consideraciones anuladas. Tripulación sacrificable”. Tal cual es la cosa para
el político, para todos los políticos de todos los partidos de todos los
países: lo único que importa es conseguir el poder a costa de lo que sea, a
costa de quien sea, sin consideraciones de moralidad, integridad, conciencia,
lealtad, justicia…, nada de eso cuenta, todo eso deja de tener valor o
significado y, por supuesto, toda persona que se interponga es sacrificable.
Por otro lado, no hará falta recordar
que las mayores masacres, las más pavorosas degollinas, las más atroces
matanzas han sido perpetradas invariablemente por políticos. No hay banda
terrorista o mafiosa, narcos o pandilla asesina que pueda alcanzar ni una
millonésima parte de las hecatombes llevadas a cabo por los políticos. Y no
sólo hay que hablar de dictadores aterradores como Hitler, Stalin, Mao, Pol
Pot… ‘Demócratas’ como Winston Churchill llevaron a la muerte por hambre,
conscientemente, a millones de personas, concretamente en la India, cuando para
dar de comer a su ejército el ‘premier’ inglés arrebató cosechas enteras a la
población de ese país (que entonces era propiedad de la corona británica)
condenando así a tres millones de personas a morir de inanición (las fotos son
inequívocas). También se pueden recordar las guerras del opio por las que
Inglaterra condenó a la drogadicción a millones de chinos y al hambre a otros
tantos indios: a estos los obligó a plantar adormidera en lugar de grano y a
los chinos a aceptar cobrar en opio todo lo que los británicos compraban en
China. Los ‘demócratas’ padres de la patria de EE UU llevaron casi a la
extinción a los indios de este país pagando en efectivo por sus cabelleras,
eliminando su principal fuente de subsistencia (los bisontes) o confinándolos
en campos de concentración llamados reservas (hoy menos del 1% de la población
estadounidense son amerindios). Como es sabido, hasta la segunda mitad del
siglo XX los indios y los negros (que fueron linchados ‘legalmente’ durante…)
no fueron ciudadanos de pleno derecho. Podría hablarse de las matanzas que
ingleses y holandeses perpetraron en Sudáfrica con su régimen racista…Y así
podría continuarse enumerando atrocidades cometidas por políticos elegidos
democráticamente (sin tener en cuenta, lógicamente, los de épocas
preindustriales).
En pocas palabras, los políticos
vitalicios, eternos, para siempre, son una plaga, una desgracia para la
población, pues los ciudadanos les importan tres pares de coj… Lo único que
tienen en mente en tener y mantener un sillón, concretamente el que más poder
conlleve.
¿Y cómo se convierte uno en político?
Fácil: se entra en un partido y se empieza a hacer la pelota y a lamer el culo
del candidato que más poder tenga o parezca tenerlo. Y cuando éste pierda las
elecciones o el favor del mandamás, no hay problema, se cambia de culo y se
convierte uno en pelota y correveidile de quien parezca que va a ser jefe. O
sea, para ser político con proyección o posibilidades sólo hay que saber ser
veleta, traicionar, cambiar de camisa y halagar a quien antes acusabas y
denostar a quien antes halagabas. Así se tendrá la seguridad de subir en el
partido, lo que significa que se tendrán muchas más posibilidades de acceder a
la poltrona, al poder. En pocas palabras, para subir en el partido hay que
olvidarse de lealtad o moralidad.
La única solución es proscribir la
figura del político profesional, prohibir el cargo de político vitalicio,
impedir la permanencia en política más allá de seis o siete años. Y sustituir a
esa especie de parásito egoísta por el ciudadano metido temporalmente a labores
políticas, es decir, cuando uno alcanza un cargo pagado con dinero público, al
lado de la fecha de entrada en vigor de ese cargo ha de estar la fecha de
extinción de su estancia en política. En resumen, seis, siete u ocho años (
nunca más de ocho, que es un diez por ciento de la esperanza de vida de una
persona) con cargo pagado con el dinero de todos y ‘pa casa’, a trabajar y no a
vivir a costa de los demás. Hay dos problemas: el primero es que quienes tienen
que decidir esto son precisamente… ¡horror!, políticos; y el segundo es que
gran parte de la población defiende a los políticos a los que votan, los
buenos, e insulta a los otros, los malos; pero no hay nada que se parezca más a
un político que otro, sean del partido que sean.
Todos los profesionales de la política,
todos, son vagos, parásitos, mediocres, cobardes, veletas, traidores,
sembradores de cizaña. ¡Gentuza indeseable!
CARLOS DEL RIEGO
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