martes, 30 de septiembre de 2025

SEIS DÉCADAS DE LA SAGUINARIA, DESASTROSA Y FASCISTOIDE REVOLUCIÓN CULTURAL CHINA


Ejecuciones, linchamientos, degradación pública fueron corrientes en la Revolución Cultural China

 

En mayo del próximo año se cumplen sesenta años de la puesta en práctica del segundo de los proyectos personales de Mao Zedong, la Revolución Cultural, cuyos resultados fueron tan desastrosos, catastróficos, mortales para la población china como su anterior plan, el Gran Santo Adelante. La cifra de muertos de los siniestros y totalitarios proyectos maoístas supera los 50 millones de personas. A la altura de Hitler o Stalin

 

Hace casi seis décadas, en mayo de 1966, daba inicio una iniciativa personal de la mente desquiciada y dictatorial de Mao Zedong para China, la Gran Revolución Cultural Proletaria, que resultó un completo fracaso y un baño de sangre. No era la primera vez que Mao imponía a sangre y fuego sus disparatadas y criminales ideas.

 

La terrorífica ocurrencia de Mao, el sangriento disparate se dio en llamar  Revolución Cultural y se prolongó durante diez años, de 1966 a 1976, cuando por fin muere el tirano; en realidad la cosa vino a ser una purga de intelectuales, profesionales, cargos del partido, militares, civiles de ciudades y del campo y, en fin, de todo el que fuera sospechoso de no ser lo suficientemente entusiasta con el amado líder y su pensamiento. Pero lo que verdaderamente pretendió Mao fue liquidar a todo aquel le pudiera hacer algo de sombra, a todo el que sospechara que pudiera disputarle el poder y a todos los que lo criticaron por el terrible desastre que fue el llamado Gran Santo Adelante (1958-1962). Además, la intención era borrar todo lo que pudiera ser calificado como burguesía reaccionaria o capitalismo (como si para entonces quedara huella de capitalismo en aquella China), y también había que eliminar toda huella de la cultura tradicional china y, por supuesto, de cualquier cosa que oliera a religión. Para poner en práctica esta campaña, el dueño de China se apoyó en la Guardia Roja, ejército de jóvenes extremadamente fanáticos encargados de ir buscando y eliminando a todo el que les pareciera reaccionario o contrarrevolucionario, ya que los guardias rojos tenían competencia para elegir a quién ejecutar. Lógicamente, la herramienta utilizada fue la violencia más brutal. Torturas, palizas, saqueos, desplazamientos forzosos (millones de jóvenes urbanos fueron ‘destinados’ a trabajo en el campo), encarcelamientos sin mediar palabra, trabajo hasta la muerte, humillaciones públicas, fusilamientos…, la lista de las barbaridades llevadas a cabo en la cacería va mucho más allá de lo que pueda imaginarse.

 

Así, entre otras acciones perpetradas por la Guardia Roja, fueron exhumados, juzgados, condenados y quemados los huesos de algunos emperadores chinos de muchos siglos atrás; se destruyó patrimonio histórico, artístico y cultural de valor incalculable, se prohibieron las bodas al estilo tradicional chino y muchas otras costumbres arraigadas en el pueblo; se saquearon y arrasaron templos (Buda y Confucio se convirtieron en demonios antirrevolucionarios), bibliotecas y otros edificios, se quemaron libros por miles, cementerios, objetos de arte… y, especialmente, todo lo que oliera ligeramente a la tradición, a creencias, a cultura o a extranjero.

 

Y se ordenó a las policías locales que jamás interviniesen en las acciones de la Guardia Roja, que actuaron de modo idéntico a las SS nazis. Los especialistas no se ponen de acuerdo para la cifra de muertos que causó la Revolución Cultural, aunque sí se barajan algunos datos: en Pekín, en sólo dos meses de 1966 fueron ejecutadas casi dos mil personas y se produjeron cerca de mil suicidios entre los que iban a ser detenidos. Las estimaciones más bajas hablan de unos tres millones de muertos, otros elevan la cifra hasta los diez millones, a los que hay que añadir cantidades parecidas de heridos, mutilados y desaparecidos (muchas veces llegaba la Guardia Roja, se llevaba a uno o a la familia entera, y de ellos nunca jamás se volvía a saber). Evidentemente, los sucesivos gobiernos chinos siempre se han opuesto a llevar a cabo una investigación sobre el asunto. Igualmente es relevante el hecho de que la educación se convirtió en el medio ideal de adoctrinamiento, sustituyéndose materias típicas de la enseñanza por dogmas ideológicos. Puede afirmarse que la cultura y la educación en aquella China fueron enjauladas en el férreo corsé maoísta.

 

Pero por muy aterrador que parezca, las brutalidades cometidas durante la Revolución Cultural (que se concentró en intelectuales, militares, políticos, clases medias urbanas) se quedan en poco si se comparan con las ocurridas años antes en el Gran Salto Adelante (1958-61 ó 62, también idea de Mao y que se cebó en los más pobres, en los campesinos y poblaciones rurales).  Baste recordar que la cifra de muertos que causó ese ‘salto’ varía, según investigadores, entre los 25 y 50 millones, siendo imposible precisar, ya que la mitad de las víctimas ‘desaparecieron’, simplemente se las llevaron de casa y nunca más se volvió a tener noticia de ellos. Y es que, además, de la más salvaje violencia, el Gran Salto Adelante exigía entregar toda la cosecha al estado, de modo que millones de personas murieron de hambre por las calles, a veces a las puertas de almacenes repletos de grano para exportar (sobre todo a la URSS a cambio de maquinaria pesada, y para pagar deuda).

 

Lo incomprensible es que, a pesar de aquellas aterradoras atrocidades, en China y otras partes del mundo hay quien sigue rindiendo culto y admiración  a Mao (que fue definido por una de sus colaboradoras-amantes como “un sicópata ebrio de violencia”), y a nadie se le ocurre preguntar por aquellos ‘desaparecidos’, ni en China ni fuera. Aunque sean millones. Es acongojante. 

 

CARLOS DEL RIEGO

 

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