El genial cuadro de Goya es una perfecta descripción del trato que Neruda, Verlaine y Rousseau dieron a sus hijos. |
No existe la perfección entre los
individuos del género humano, toda persona tiene defectos y comete sus faltas.
Pero hay algunos que traspasan los límites de las debilidades humanas y se
convierten en auténticos indeseables. Como es lógico, tal cosa se da en todos
los ámbitos. Recientemente se supo de la controversia en torno al poeta chileno
Pablo Neruda, a quien se iba a honrar dando su nombre al aeropuerto de la
capital de este país; sin embargo, las maldades que perpetró en su vida han
frenado la iniciativa. Él mismo admitió haber violado a una camarera; se sabe además
que fue un maltratador reincidente, y sus propios textos muestran el trato que dio
a su hija, Malva Marina, la cual nació con una discapacidad, hidrocefalia; el poeta
la rechazó, la insultó y trató con desprecio y, finalmente, la abandonó cuando
tenía dos años (murió con ocho). ¿Cómo puede un corazón tan duro y
desnaturalizado hablar de amor, de bondad, de los sentimientos más elevados de
la persona? ¿Acaso sus versos son el tupido velo que tapa todas sus
atrocidades?
Pero no es el de Neruda el único caso de
escritor-bestia. El filósofo suizo Jean Jacques Rousseau (1712-1778) puede ser
un perfecto candidato para el título de peor padre del mundo. Este elemento,
que pasa por ser uno de los grandes pensadores del XVIII, como es sabido, tuvo
cinco hijos con una joven lavandera llamada Teresa Levaseur, los cuales, a todos
los bebés, a los cinco, se los arrancó de los brazos a la llorosa y suplicante madre
y, sin ponerles nombre siquiera, los
echó al hospicio, donde el 95% no llegaba a la edad adulta y los que llegaban se
convertían en mendigos alcohólicos. ¿Y este sádico figurón da lecciones de
educación? ¿Es posible que semejante bestia tenga aun consideración entre
ciertos intelectuales? Voltaire lo caló rápidamente y le dirigió las más
violentas y merecidas invectivas, pero él se exculpaba con un ridículo “no
puedo trabajar con el ruido de los niños”. El muy hipócrita, egoísta y mezquino
(le encantaba presumir en las tabernas de lo que obligaba a hacer a las
mujeres), cuando la gente murmuraba por lo que había hecho a sus hijos y a la
mujer (“nunca he sentido el menor rastro de amor por Teresa, no tengo nada con
ella como individuo”, graznó una vez) alegó que no tenía dinero para mantenerlos,
cuando era evidente que dinero no le faltaba (era avaro hasta el extremo);
luego trató de disculpar su aberración diciendo que no quería que sus hijos
fueran educados por sus abuelos… Un indeseable que se atrevió a decir que él
hubiera sido un buen padre, un desvergonzado que escribió ‘Emilio o de la
Educación’ y que fue incapaz de cumplir con su obligación. David Hume dijo de
él: “Es un monstruo que se ve a sí mismo como el único ser importante del universo”;
y Denis Diderot: “falaz, vanidoso como Satán, cruel, hipócrita y lleno de
malevolencia”. Pero él tenía otro concepto de sí: “Nunca he conocido a un
hombre mejor que yo, con un corazón más amoroso, tierno y sensible”. Un
auténtico degenerado cuyos libros no pueden lavar su asquerosa conducta.
El francés Paul Verlaine (1844-1895) es
otro ejemplo de literato pervertido y contrario a cualquier atisbo de
humanidad. Este sub- simio pegaba por costumbre a su mujer Matilde Mauté, de 16
años, sin decir nada, sin mediar pretexto o palabra, golpes, palizas, borracho
y feroz, puñetazos y patadas; estando embarazada le dio tal paliza que hubiera
muerto sin el rápido socorro de los vecinos; en otra ocasión, lleno de ira
asesina, cogió al bebé de tres meses y lo lanzó contra la pared. Luego, este
ser atroz se enamoró del poeta Arthur Rimbaud y se fue a vivir con él a su
casa, con su familia; la cama matrimonial quedó para ellos. Finalmente abandonó
a su mujer e hijo (lo mejor que les pudo pasar), y huyó con su amante, quien se
llevó todo lo que de valor encontró en la casa. Un año antes de su muerte
Verlaine fue proclamado ‘Príncipe de los poetas’, aunque merecía el de la
crueldad.
No puede extrañar que Neruda tuviera a
Verlaine como una de sus referencias.
CARLOS DEL RIEGO
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