El timorato y necio Neville Chamberlain creyó que bajándose los pantalones aplacaría a la bestia, pero fue al revés, la bestia se envalentonó y pasó lo que pasó. |
Hay políticos que con el brabucón, con el que
amenaza o delinque adoptan una postura firme y toman las medidas oportunas,
mientras que hay otros que ceden pensando que es mejor evitar la confrontación
aunque haya que consentir ante el que trata de intimidar; y lo hacen pensando
que de este modo el agresor se conformará. Sin embargo, siempre sucede todo lo
contrario, pues quien busca pelea, al ver que el rival se acobarda, él se envalentona
e incluso piensa que cuando el otro cede y trata de apaciguar es que le está
dando la razón, o sea, se convence más de que tiene derecho a su exigencia y a
ponerse como se pone. La cosa no es nueva, de hecho hay en la historia reciente
de Europa (y de España) no pocos ejemplos de dirigentes políticos que optaron
por no enfadar al agresor, por transigir para evitar problemas; pero la
realidad es obstinada, y cada vez que un político ‘se baja los pantalones’ ante
quien amenaza, se verá obligado a volver a meter el rabo entre las piernas una
y otra vez, hasta que un día la cesión sea total y ganen los que más gritan,
amenazan y usan la violencia. El apaciguamiento muestra inseguridad, miedo,
indecisión.
Durante la Revolución Francesa, en aquel
parlamento llamado La Convención, los diputados más exaltados, jacobinos,
amenazaban e incluso organizaban al pueblo contra sus rivales políticos; entre los
moderados o girondinos hubo quien optó por tratar de calmar a los jacobinos, creyendo
que así dejarían de perseguirlos. Pero fue al revés: muchos girondinos
terminaron en la guillotina (claro que después también acabaron sin cabeza
muchos jacobinos).
Unos meses antes del comienzo de la II Guerra Mundial
tuvieron lugar los Acuerdos de Munich, por el que los primeros ministros
Daladier (Francia) y Chamberlain (Inglaterra) aceptaron ceder a Hitler una
parte de Checoslovaquia (los Sudetes) para evitar la guerra. Así, volvieron a
sus países muy ufanos y declarando que “Hitler es un hombre razonable”, o que
de esa conferencia vendría “paz para nuestros tiempos”. Churchill, contrario a
ceder ante el posible enemigo, dijo de Chamberlain que “pudo elegir entre la
humillación y la guerra, prefirió humillarse, pero eso no evitará la guerra”.
El astuto estadista británico estaba en lo cierto, puesto que al poco de tomar
la región de los Sudetes, Hitler se sintió fuerte al comprobar que las
potencias occidentales preferían arrodillarse antes que una guerra, así que
rápidamente invadió el resto de Checoslovaquia y, antes de un año, Polonia,
dando inicio así a la guerra que Winston Churchill había anunciado; además, se mantuvo
siempre contrario a concesiones o pactos con la Alemania nazi. Finalmente
quedó comprobado que el hombre pegado a un puro tenía razón, de modo que,
seguramente, una postura diferente de Inglaterra y Francia en aquella reunión
de Munich hubiera cambiado la historia y, tal vez, evitado una guerra.
Aquí,
en España, se trató de apaciguar a terroristas, se negoció con ellos mientras
ponían bombas y se les avisaba de redadas…, o sea, se bajaron muchos pantalones
para que ‘fueran buenos’. No se consiguió nada, claro.
Y es que el resultado de plegarse a la postura del
agresor es siempre el contrario al deseado, pues éste se alimenta de la
debilidad del agredido (¿acaso la mujer maltratada consigue mejor trato de su
pareja o marido mostrándose sumisa?, nada de eso, lo enfurece más). En la
película ‘Mars attacks’ (Tim Burton, 1996), hay una secuencia que demuestra en
qué acaba la política de apaciguamiento: el jefe marciano y su séquito se
reúnen con los senadores terráqueos para parlamentar, pero repentinamente sacan
sus armas y pulverizan a todos los presentes; en medio de la batalla, el
personaje interpretado por Pierce Brosnan (el profesor Kessler), esquivando
disparos láser se dirige al marciano: “pero señor embajador, esto es una
locura, le ruego considere su postura, piense en lo que está haciendo”.
Lógicamente, estas palabras de auto-humillación no surten efecto y dicho
profesor acaba perdiendo la cabeza.
Con esa postura que adoptan los gobiernos nacionales
ante los separatistas se obtendrán parecidos resultados.
CARLOS
DEL RIEGO
(Actualización
del texto de 20.VI-12)
No hay comentarios:
Publicar un comentario