Mapa de Hispania pocos años antes de la batalla de Simancas.
Hace nada menos que 1085 años. Unos
tres cuartos de la Península Ibérica estaban dominados por el Califato de
Córdoba, mientras que el cuarto restante era, casi todo, el Reino de León. Era
el año 939, el Califa Abderramán III se sentía insultado e irritado por las
victorias que Ramiro II de León lograba sobre los musulmanes. Le llamaba tirano
y puerco y para acabar con él organizó un gigantesco ejército con el que
demostrar quién mandaba en la península
Abd al-Rahman ibn Muhammad (891-961),
que ha pasado a la Historia como Abderramán III, se había proclamado califa
independiente de Bagdag diez años antes, en 929, cuando fundó el Califato de
Córdoba, un reino poderoso y admirado en todo occidente, y ello a pesar de las
rencillas y disputas internas a las tuvo que enfrentarse y al constante
incordio de los reyes de León, siempre empeñados en empujar la frontera hacia
el sur. Ramiro II de León (898-951) era un tipo de armas tomar (cuando atrapó a
los traidores que querían usurparle el reino no dudó en sacarles los ojos,
incluyendo a su hermano Alfonso); en los veinte años de su reinado no dejó
pasar alguno sin campaña contra los sarracenos; “no sabía descansar” dice de él
la Historia Silense.
El Rey de León había conquistado Osma
(además de otras muchas acciones bélicas exitosas) y tomado la fortaleza de
Margerit (Madrid). Al orgulloso Abderramán (cuya madre era vascona) los
triunfos de ese “diablo, perro, puerco, tirano Ramiro” (calificativos con que
lo ‘adornan’ las crónicas musulmanas) le parecieron inadmisibles, de modo que
organizó un gigantesco ejército, llamando a la yihad para castigar al ‘enemigo
de Dios’. Soldados propios, mercenarios e infinidad de voluntarios de todos los
territorios dominados por los musulmanes conformaron un ejército de un tamaño
jamás visto en la península: entre ochenta mil y cien mil hombres para
emprender la ‘Campaña del supremo poder’. Tan convencido estaba de su triunfo
que ordenó oraciones a Alá en todas las mezquitas para agradecer la próxima y
segura victoria. Ramiro contó con su ejército y con tropas castellanas,
navarras y de otras regiones cercanas al Duero.
Julio de 939, los dos ejércitos
estaban casi frente a frente cerca de Simancas (Valladolid), preparándose para
la batalla. Consta que hacía el 20 de julio se produjo un eclipse de sol (del
que hay datos de cronistas de uno y otro bando y que también fue visto en
Alemana e Italia), con lo que todo el mundo se quedó a la espera. Kitab Al Raud
cuenta: “hubo un espantoso eclipse de sol (…) que llenó de terror a los
nuestros y a los infieles (…) Dos días pasaron sin que unos y otros hicieran
movimiento alguno”. Pasado el susto, a principios de agosto se desataron las hostilidades.
Las bajas fueron abundantes en ambos bandos, pero la segunda parte de la
batalla fue terrible para los caldeos (también llamados amorreos, bárbaros…).
Al parecer, el ejército califal había sido reclutado demasiado deprisa; el
cronista Ibn Hayyan habla de incompetencia de los mandos militares, e incluso
enfrentamientos y recelos entre unos y otros generales que desembocaron en
vergonzosas retiradas (muchos fueron ejecutados al llegar a Córdoba).
Ante el empuje del ejército cristiano
los musulmanes huyeron hacia un paraje llamado La Alhóndega (ya en Soria),
donde se toparon con tremendos precipicios. Escribió el cronista Al Muqtabis:
“… y en la retirada el enemigo los empujó hacia un profundo barranco (…) del
que no pudieron escapar, despeñándose muchos y pisoteándose de puro hacinamiento”.
El propio Abderramán se vio obligado a huir a toda prisa y herido (“semivivus
evasit”), ni siquiera tuvo tiempo de desmontar su lujosa tienda, ni de llevarse
el valioso Corán que le habían traído de Oriente, ni su famosa cota de malla
tejida con hilo de oro, ni las mujeres que conformaban su harén personal (que,
despavoridas, corrían diseminadas por los campos)…, todo cayó en manos de
Ramiro, que con gran botín y muchos cautivos regresó triunfante a León.
Además de los errores de reclutamiento
y organización del ejército de Abderramán, los historiadores musulmanes hablan
de la caballería pesada leonesa como factor determinante en la batalla. Serían
unos trescientos o cuatrocientos jinetes con pesadas armaduras de hierro que,
según la estrategia de Ramiro, debían esperar el momento oportuno para entrar
en acción; entonces, tras horas de combate, los caballeros leoneses reciben la
orden de ataque: no cabalgan, no corren, sino que avanzan despacio, apenas al
trote, todos juntos, como una máquina enorme y pesada que se lleva por delante
todo lo que encuentra a su paso sin sufrir bajas. Lógicamente, al ver ‘aquello’
y escuchar cómo retumbaba la tierra, el enemigo entrara en pánico y huyera en
desbandada.
De tan grande enfrentamiento se supo
en toda Europa, y existen varios textos de diversas procedencias que hablan de
tan sonado triunfo cristiano (alguno de los cuales habla de ‘Radamiro,
cristianísimo rey de Galicia”), del eclipse, de las incontables bajas en el
ejército del califa…A raíz de la batalla, el territorio dominado por el Rey de
León desplazó su frontera hacia el sur del río Duero, zona a la que se llamó
‘extrema Dorii’, Extremadura.
La victoria en Simancas está
considerada como una de las más meritorias y trascendentes de toda la Edad
Media europea y la primera gran victoria de la Reconquista. Como detalle final
se puede añadir que Ramiro entabló posteriormente pactos con el califa y, como
muestra de buena voluntad, dos años después le devolvió su preciado Corán (doce
tomos), así como otros objetos de gran valor y algunas decenas de prisioneros.
Este gesto fue muy valorado en Córdoba, que se lo agradeció enviando
embajadores a León para dar gracias en nombre del Califa Abd al-Rahman ibn Muhammad
al-Nāṣir li-dīn Allah.
CARLOS DEL RIEGO
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