miércoles, 10 de agosto de 2022

LOS ASTURES, EL ÚLTIMO PUEBLO LIBRE DE LA ANTIGUA HISPANIA

 

 

Así podía lucir un guerrero astur


Los astures estaban muy hechos a la violencia (Imagen, Despertaferro)

Fueron los astures, junto a los cántabros, los últimos pueblos de la península que sucumbieron al empuje de las legiones romanas. Astura es como los clásicos llamaron al río Esla, y astures los que habitaban en las riberas y cercanías del Astura. A comienzos del primer milenio antes de Cristo la zona estaría habitada por diversos pueblos íberos, que luego asimilaron gran parte de la cultura celta. Los historiadores clásicos informaban de la existencia y costumbres del pueblo de los astures (al parecer se pronuncia ‘ástures), y se sabe que estaban allí en el VI a. de C.

Suele decirse que los astures fueron el último pueblo libre de la península, ya que desde que fueron derrotados por Roma (19 a. de C.), los habitantes de la vieja Hispania fueron invadidos y ocupados casi sin interrupción durante el siguiente milenio y medio. Aquellos habitantes de la actual provincia de León (desperdigados también por Asturias, Zamora y el este de Galicia) eran un pueblo muy primitivo, con tradiciones, costumbres y creencias arcaicas, sobre todo comparándolo con los pueblos de la ribera mediterránea. 

Eran tribus basadas en estructuras familiares, se asentaban en lugares algo elevados y fáciles de defender (la principal ciudad astur fue Lancia, cerca de León capital). Las mujeres eran las verdaderas propietarias y, por tanto, las que se quedaban con la herencia y decidían las esposas para sus hermanos; además existía la costumbre de la ‘covada’, que consistía en que nada más dar a luz, la mujer se levantaba del lecho y lo cedía al marido para que cuidara él  al recién nacido…, se suele explicar que con ese gesto el hombre se sentía padre legítimo, aunque es imposible saber la verdadera razón. 

Se dedicaban a la agricultura y la ganadería, aunque no tanto como a la guerra y la rapiña; así, cuando la naturaleza no daba lo suficiente (o aunque lo diera) salían a arrebatárselo a otras tribus a sangre y fuego. Y si se veían perdidos, sólo se daban una opción: el suicidio. Debían ser gentes duras como rocas, con sus tradiciones guerreras por encima de todo; por ejemplo, si las cosas iban mal en la batalla, las madres mataban inmediatamente a sus hijos para que no se convirtieran en esclavos (práctica que también se daba en Grecia), y se cuenta que un hombre vio encadenados a su padre y a sus hermanos, los cuales le suplicaban que los matara…, cosa que hizo. También cuentan las fuentes clásicas que, tras la derrota ante Roma, los supervivientes fueron crucificados, pero no por ello dejaron de cantar himnos de guerra. Por otro lado, parece que eran muy hospitalarios y recibían bien al viajero. 

Explican los autores antiguos (Estrabón, Plinio, Diodoro, Trogo Pompeyo, Tito Livio) que su principal fin en la vida era la libertad, por lo que estaban dispuestos a perder la primera antes que la segunda. Podían dormir en el suelo sobre un lecho de pajas o ramas, comer una sola vez al día, beber de cualquier charco o enjuagarse los dientes con orina; al parecer, metían trozos de cerdo en tripas y luego lo secaban y ahumaban (botillo del Bierzo). Se hacían pan de bellota, que era tan duro como su propia existencia, y por eso casi siempre estaban dispuestos a viajar a las llanuras a quitar el grano de trigo a sus habitantes…, después de haber matado y quemado hasta agotarse.

Tenían sus mitos y sus dioses, como Marti Tileno (nombre romano, del que deriva el del Monte Teleno; el original astur era Cossus) o Bodo (nombre cien por cien autóctono), a quienes sacrificaban animales y, claro, prisioneros. Sus sacerdotes (¿druidas?) adivinaban el futuro observando el vuelo de la corneja, el temblor del fuego o los sinuosos movimientos de las culebras. También llevaban a los enfermos a los lugares sagrados, donde curaban o morían; a veces a los niños enfermos los ahumaban (eso valía para todo). Los criminales eran despeñados por un barranco o apedreados hasta la muerte. 

Habitaban en pallozas, construcción que, al parecer, hunde sus raíces en el Neolítico, con muros de pizarra sin ventanas y con cubierta (teito) vegetal. Sus armas eran ligeras y manejables, espada, daga, lanza y hacha, escudo y casco de bronce, honda y falcata ibérica, que era una espada de filo único y forma muy característica (en hoja y enmangue) que tuvo que llegar importada de otras partes de la península. 

Su cultura y civilización desparecieron cuando, finalmente y tras siglos de intentarlo, Roma logró derrotarlos. Para ello el emperador Augusto empleó nada menos que siete legiones: la I y II Augustas, la III Macedonica, la IV Alaudae, la IX Hispanica, la X Gemina y la VI Victrix; junto a ellas, las tropas auxiliares, en total un ejército de unos 70.000 hombres. Unas atacaron hacia el Bierzo y Lugo, otras desde Asúrica Augusta y la ribera del Órbigo hacia el norte, hacia el mar Cantábrico siguiendo las orillas del Esla. Aun así, los romanos sufrieron lo indecible, pues eran maestros en batallas en campo abierto, mientras los astures recurrían a la guerra de guerrillas. Por eso, tras la batalla solían crucificar a todos los supervivientes, en su mayoría heridos y moribundos; a veces ‘sólo’ les cortaban las manos, como cuenta el topónimo Mampodre (macizo montañoso), que viene de ‘manus podare’, o sea, manos cortadas.

Los astures del lado norte de Picos de Europa, al parecer, nunca dejaron de sentirse astures, y de ahí Asturias.

CARLOS DEL RIEGO

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