Muchas veces se ha dicho que la política de partidos enfrenta a la población. Y debe ser así, puesto que es evidente la polarización de la sociedad actual. Desde hace siglos, milenios, la gente se ha dado de palos con sus compatriotas por el poder sobre un territorio (grande o pequeño); ese ha sido el gran objetivo y el principal motivo de la eterna lucha. En todos los países ha ocurrido lo mismo, exactamente lo mismo, incluyendo a España
El deseo de poder debe ser como una droga que lleva a quien la prueba a hacer lo que sea por conseguirla. El ansia de mandar sobre un espacio y unas gentes han sido la causa de infinidad de conflictos en todo el mundo a lo largo de los siglos. La vieja Hispania ha sido escenario de gresca interna desde hace milenios, pero no más que el resto de naciones y territorios del planeta.
La biografía de España muestra que gran parte de sus naturales no han dejado de darse mamporros entre ellos desde la Edad de Piedra, como revelan las pinturas prehistóricas del arco mediterráneo español. Más adelante, en época de romanos, luego godos y bárbaros, la cosa continuó a la gresca. Y en esas llegan los musulmanes a sangre y fuego, y mientras los reinos cristianos los combaten, nunca dejan de cruzar sus espadas entre ellos. En el siglo XIV un hermanastro mató a otro para quedarse la corona, y algo parecido ocurrió en el siglo siguiente. En la conquista de América los españoles estuvieron zurrándose, conspirando y matándose entre ellos continuamente; durante la peripecia de Hernán Cortés se produjeron varias sublevaciones y enfrentamientos, alguno de los cuales es muy elocuente: Cortés envió a Cristóbal de Olid, uno de sus capitanes, a explorar y poblar una zona, pero al poco éste se levantó contra el conquistador y se adjudicó las nuevas tierras, así que el conquistador de México mandó a otro de sus lugartenientes para sofocar la rebelión, pero al llegar la expedición de castigo no encontró al díscolo, pues éste, a su vez, había ido a sofocar otra revuelta, otro alzamiento protagonizado por uno de sus segundos… Francisco Pizarro hubo de luchar contra sus compatriotas tanto como contra los incas; Almagro y sus partidarios pelearon contra los Pizarro varias veces, hasta que Francisco lo derrotó y lo ejecutó…, cosa que los almagristas vengaron presentándose en casa del conquistador de Perú y metiéndole veinte estocadas entre pecho y espalda. Todo por el poder.
Cuando los españoles salen de América, las nuevas repúblicas apenas pasan un año sin conflictos civiles. Dictaduras, revoluciones, atentados, guerrillas, corrupción infinita, sublevaciones militares, nuevas dictaduras, matanzas entre paisanos, más revoluciones…, tal ha sido la historia de Iberoamérica en los últimos dos siglos. Conquistar el mando es el único objetivo.
En la metrópoli la cosa no era distinta. La Guerra de las Comunidades (lo de los comuneros de Castilla) tuvo un origen económico, aunque también fue un intento de las aristocracias urbanas por mantener privilegios y poderes medievales. La Guerra de Sucesión enfrentó a dos pretendientes a la corona española, lo que llevó a sangrientas batallas entre españoles (ayudados por franceses, ingleses, holandeses…). Los ‘pronunciamientos’ masónicos contra Fernando VII, las Guerras Carlistas, los levantamientos de la Primera República (se proclamaron independientes los cantones de Almería, Sevilla, Salamanca, Cartagena)…, el caso era acceder al poder fuera como fuera y aunque fuera sobre un territorio mínimo. La Segunda República y la Guerra Civil reavivan la lucha entre españoles. Y todo esto fijándose sólo en lo que tiene mayor relieve histórico, o sea, sin detenerse en los infinitos motines, sargentadas, cuarteladas, motines, pronunciamientos y sublevaciones de toda clase que siempre tuvieron el mando (mucho o poco) como objetivo.
Pero no hay que pensar que esto es cosa de exclusiva de españoles. En absoluto. La guerra a muerte entre compatriotas se viene produciendo en todos los países del mundo, sin excepción, desde que se tiene noticia. Por ejemplo Francia; tras los romanos, los galos, merovingios, francos, germánicos y otros pueblos se matan entre sí en pos del poder, de la jefatura, de la corona; luego están las crudelísimas guerras de religión o la Revolución Francesa (que fue una lucha fratricida), lo de Napoleón, la comuna de París, la guerra entre franceses que hubo durante la primera y la segunda guerras mundiales. En Inglaterra se vienen atizando entre ellos desde los tiempos de los normandos y los sajones, igual que entre ingleses, irlandeses, escoceses…; el gordinflas de Enrique VIII no se conformó con decapitar esposas (bueno, ‘sólo’ dos) sino que se divirtió matando a todo inglés que le llevara la contraria; la toma del poder por parte del puritano Oliver Cromwel (que prohibió la risa, el teatro, la música) produjo masacres de ingleses, irlandeses, escoceses…, y católicos fueran lo que fueran, incluso decapitaron al rey Carlos I; más recientemente, los ingleses nunca han dejado de aplastar irlandeses (precisamente el 3 de agosto de 1916 ahorcaron al héroe nacionalista Roger Casement), y la lucha sangrienta entre irlandeses e ingleses (todos hijos de la Gran Bretaña) no ha cesado hasta hace unos pocos años. Estados Unidos, a pesar de que apenas tiene dos siglos y medio de vida, ya ha visto una sanguinaria guerra civil, por no hablar de la lucha entre estadounidenses blancos, negros e indios que parece no tener fin.
La historia de los países africanos o asiáticos es la historia de la guerra interna de cada uno de ellos. Las matanzas de chinos a manos de chinos han producido millones y millones de muertos, igual que las de los pueblos africanos desde que allí sólo había tribus…
La lucha fratricida es una constante en todo el mundo desde que se ‘inventó’ el poder, la jerarquía, el dominio. Hoy el deseo irreprimible por mandar utiliza otras armas, otras herramientas tal vez menos sangrientas (al menos en occidente, pues en otras partes sigue en vigor el palo), pero el combate por el poder continúa produciendo enfrentamientos, conflictos y hostilidad entre paisanos. Alguien dijo que la política de partidos mata la democracia y perjudica al país; y es así porque los partidos trabajan para sí, para su propio beneficio, como empresas, y sólo tienen un objetivo: el poder, el mando, y eso siempre provoca enemistad, discordia y, claro, violencia.
CARLOS DEL RIEGO
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