Imagen de uno de los terroristas que dio la vuelta al mundo |
Fue el 5 de septiembre de 1972, en el
undécimo día de los juegos de Munich
1972. Ocho terroristas del grupo Septiembre Negro entran en la villa olímpica
con el equipo israelí como objetivo, y para demostrar sus intenciones desde el
principio, asesinan a dos atletas que les hacen frente y secuestran a otros
nueve (tres logran huir); luego comunican sus exigencias (liberación de
terroristas y un avión para irse a un país musulmán con los rehenes), pero la
policía les tiende una trampa que, como era de esperar, resultó una catástrofe:
murieron todos los rehenes, un policía y cinco terroristas, siendo capturados
otros tres (Israel se encargó de todos los responsables del atentado
recurriendo al ‘ojo por ojo...’).
La bandera olímpica a media hasta en recuerdo de las víctimas |
Aquel ‘martes negro’ significó la
defunción definitiva del espíritu olímpico, puesto que más allá de los valores
propiamente deportivos, los Juegos Olímpicos son algo más que competiciones. En
sus comienzos (los primeros datos se sitúan en 776 antes de Cristo), los juegos
estaban presididos por la ‘ekcheira’ o paz olímpica, de modo que todas las
guerras, todos los conflictos quedaban detenidos desde una semana antes del
comienzo y hasta una semana después del final, y esa paz se respetó a lo largo
de más de 1000 años, excepto en tres ocasiones. Desde la restauración de los
juegos, sí que hubieron de ser suspendidos en tres ocasiones, no celebrándose los
de 1916, 1940 y 1944 a
causa de las dos guerras mundiales.
A pesar de todo, el lugar donde se venían
celebrando los juegos siempre había sido respetado, e incluso la política
apenas sí había mostrado su fea cara en el espacio olímpico (ya en México 68 hubo
indeseables indicios). Pero en Munich se rompió definitivamente el espíritu
olímpico, puesto que se abrió la puerta a la utilización de los juegos con
fines políticos aprovechando el enorme impacto mediático que tienen en todo el
mundo. De este modo, luego se produjeron varios boicots que provocaron
ausencias masivas en Montreal, Moscú, Los Ángeles, Seúl..., en Atlanta 96 se
produjo otro atentado terrorista con dos muertos, unos países exigen la
expulsión de otros del movimiento olímpico, hay deportistas que aprovechan los
éxitos y las cámaras para hacer política, los atletas se cambian de
nacionalidad por cuestiones económicas..., por no hablar de los tramposos
dispuestos a cualquier cosa (aunque tramposos los ha habido siempre en
cualquier lugar o actividad).
Campeones como Mark Spitz quedaron eclipsados por la masacre |
La esencia del olimpismo ha desaparecido,
no el espíritu deportivo, el de la competición limpia, el del atleta que
participa noblemente y se comporta con sus rivales con total deportividad. No,
el aspecto deportivo sigue intacto en la mayoría de los participantes y sólo
depende de cada uno de ellos. El que ha sufrido el tiro de gracia es ese
sentimiento que debería prevalecer desde la inauguración a la clausura al menos
en el recinto olímpico, lo que se ha perdido es ese saberse a salvo en la villa
olímpica gracias al respeto general y absoluto de la tregua, de la paz, de la
‘ekcheira’, que permite que se aparquen resentimientos y conflictos, guerras,
odios y violencia, que permite que el participante esté a salvo de la política;
en fin, que sea como una isla donde lo único que importa es la voz de inicio de
la competición y el compañerismo, nobleza y deportividad de toda la comunidad
olímpica. Al menos allí y durante esas dos semanas, ya que pedir más es pedir
lo imposible. La realidad es que los inminentes Juegos de Londres (ya triple
ciudad olímpica) van a contar con más agentes de seguridad que participantes.
Los Juegos de Munich continuaron tras un
día de luto y dejaron grandes gestas, grandes nombres para los anales
olímpicos: Mark Spitz y sus siete medallas de oro en natación, el fondista
Lasse Viren y su exhibición en el estadio, la increíble final de baloncesto con
aquellos tres segundos que llevaron a USA a su primera derrota... Pero la cita
olímpica de Muncih 72 será siempre asociada a la tragedia, a la violencia, al
fin del espíritu olímpico..., al menos entendido con ese halo romántico que
tenía hasta aquel martes de hace 40 años, aquel ‘martes negro’.
(Todo sobre los juegos en el libro 'Citius, altius fortius. Las Olimpiadas y sus mitos')
Carlosdelriego.
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