Niños y adolescentes se enganchan a la pantalla hasta convertirla en el centro de su vida |
Un grupo de adolescentes en un parque, jóvenes a la puerta
de un pub o discoteca, una pareja que come en el restaurante, unos amigos
viendo por la tele el partido del siglo…, no charlan o bromean entre ellos,
sino que cada uno está concentrado en su pantalla, aislado de los que están a
su alrededor, con los que apenas cambia algún monosílabo o frase esquemática;
sin embargo, sí que están comunicándose, pero con otros que no están a su lado,
mientras miran obsesivamente a su utensilio electrónico y teclean a toda
velocidad.
Es una muestra evidente de la dependencia que hacia los distintos
tipos de aparatitos se está desarrollando en prácticamente todo el mundo, pero
no la única, pues también está la inquietud que se llega a sentir cuando uno se
da cuenta de que ha olvidado el teléfono en casa, en el trabajo, en el bar, y
no puede ir a recogerlo inmediatamente; e igualmente es ya habitual llegar a
casa e ir a toda prisa a ver si hay mensajes en el correo electrónico, o correr
para conectarse a las redes sociales; asimismo se puede comprobar que hay mucha
gente que no se separa del ordenador durante horas, pues no deja de enviar y
recibir, subir fotos aquí y allí, reenviar o ‘retuitear’ (la incomprensible RAE
ha admitido este barbarismo) continuamente, incansablemente, obsesivamente; y
qué decir de la infelicidad que siente el adolescente cuando está sin móvil o
la irritante frustración que provoca el ordenador que se ‘peta’.
En la película de animación ‘Wall-e’, los viajeros de la
gigantesca nave espacial están todo el tiempo mirando exclusivamente a su
pantalla, de la que jamás apartan la vista, de forma que incluso cuando hablan
con quienes están al lado también lo hacen a través de esa especie de lámina de
cristal que está a apenas unos centímetros de su cara; no sorprende que, cuando
se produce un incidente que inutiliza la pantallas alguien diga, al lado de una
enorme pileta, “¡anda, si tenemos piscina!”.
La situación parece disparatada, extrema, cómica, pero
empieza a no resultar sorprendente ver un grupo de personas, de amigos, que ni
se hablan ni se miran durante largos minutos, que parecen hipnotizados
contemplando con devoción su dispositivo electrónico personal y deslizando los
dedos por el teclado. En lugar de verse como herramientas al servicio de la
persona, los aparatos están convirtiéndose en el centro de la vida de las
personas; y por razones evidentes, con los más jóvenes en primera fila de la
tendencia, puesto que la mayor parte del tiempo que no están en clase o
durmiendo tienen encendido el teléfono o similar, incluso mientras comen, ven
su serie de televisión, caminan por la acera, o en la cama mientras se despiden
de sus seguidores y amigos virtuales. Y ello a pesar de que la mayor parte de
las veces no tienen mucho que decirse, y por eso se ponen muy contentos cuando
alguien hace el más insulso comentario, lo que sea, pues ya pueden contar que X
dice esto y no aquello.
Todas estas máquinas resultan tremendamente útiles,
provechosas, eficaces, pero no dejan de ser herramientas, por lo que no parece
muy inteligente cederles tanto tiempo, tanta importancia. De todos modos,
viendo lo vertiginoso que resulta el avance tecnológico, seguro que la actual
fiebre pasará…, para ser suplida por otra con otros modos, con otros artefactos
más potentes, más pequeños, más manejables…, hasta que un día no sean precisas las
manos. Será otro comienzo.
“El día que la tecnología sobrepase nuestra humanidad, el
mundo sólo tendrá una generación de idiotas”, dijo el siempre clarividente
Albert Einstein.
CARLOS DEL RIEGO
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