Busto de César, considerado el último genio de la Antigüedad |
Hay historiadores que consideran que Julio César fue el
último genio, la última gran figura que proporcionó la Edad Antigua. Ahora, ha
sido encontrado entre la infinidad de ruinas de Roma el lugar exacto donde el
militar, estratega, político y escritor fue abatido, y con tal motivo se han
vuelto a analizar las causas de tan importante asesinato.
Es sabido que en el complot participaron alrededor de
sesenta senadores, pero solo dos docenas participaron en el crimen activamente;
a pesar de todo, parece que la mayoría de las cuchilladas que recibió el
conquistador de las Galias fueron superficiales, y que sólo una o dos
resultaron mortales. Eso sí, todos cumplieron el ritual de manchar sus manos
con la sangre del dictador.
En primer lugar no debe perderse la perspectiva histórica,
es decir, no puede juzgarse o valorarse nada de aquello (ocurrido hace 2056
años) con mentalidad y parámetros actuales. El pretexto, la razón histórica con
la que los asesinos quisieron justificarse fue, claro está, el manido,
consabido y mil veces repetido “por salvar a la patria”. Sin embargo, las
razones últimas y auténticas de casi todos los conspiradores fueron mucho menos
altruistas. De hecho, lejos de tratarse de un crimen político, César fue muerto
por odio y resentimiento, por envidia y codicia, por despecho y rencor, así
como por la ruindad de aquellos que habiendo sido favorecidos, ayudados y
perdonados por él, ante la imposibilidad de devolverle una parte de todo lo
recibido y ante el sentimiento de deuda infinita que tenían hacia él, no podían
soportar su enorme presencia.
Los instigadores, los que intrigaron para que los senadores
del partido aristocrático se unieran a la conjura fueron, sobre todo, Bruto,
Casio, Trebonio y Casca. El primero era hijo adoptivo del autor de ‘La Guerra
de las Galias’, de hecho, todo lo que tenía (cargos incluidos) se los debía a
la benevolencia de César; es más, cuando éste se enfrentó a Pompeyo en la
guerra civil, Bruto se puso de parte del rival de su padre, sin embargo, cuando
vencido pidió clemencia, César le perdonó sincera e inmediatamente. Tal gesto
de grandeza generó un insuperable rencor en Marco Junio Bruto.
Igualmente, Casio era alguien de quien el dictador nunca
sospecharía, a pesar de que primero sirvió a las órdenes de Craso y luego, en
su contra, junto a Pompeyo; sin embargo, Julio César no sólo le perdonó la
vida, sino que le nombró legado y luego pretor. Por su parte, Trebonio luchó
junto a él en contra de Pompeyo, por lo que fue recompensado con cargos
importantes; y a pesar de algún fracaso como gestor, César le otorgó nuevos
cargos y destinos. Casca, finalmente, fue el encargado de asestarle la primera
puñalada, que fue la única que repelió usando un punzón de escribir.
El resto de los conjurados veían que el inteligente político
y militar romano acaparaba más y más cargos, con lo que sus ansias de ascenso
político (el ‘cursus honorum’) se veían frenadas (está enfermiza ambición de
poder se ha demostrado, con el paso de los siglos, insuperable para quienes
entran en política). Posiblemente algún asesino lo hiciera por patriotismo
(razón esgrimida infinitamente a lo largo de la historia), pero ninguno actuó
por venganza.
Curiosamente, tras consumarse el asesinato, Bruto, Casio y
los otros se presentaron al pueblo como héroes que habían salvado Roma de la
dictadura, pero los romanos reaccionaron de modo opuesto, ya que el político y
legislador era muy popular entre los ciudadanos; esto demuestra, una vez más,
lo lejos que están de la realidad y de los problemas verdaderos quienes viven
exclusivamente en los pasillos y en las penumbras de la intriga política, pues
aquellos llegaron a creer que todos compartían su pensamiento.
Curiosamente, el asesinato de César, lejos de las supuestas
pretensiones de los asesinos (impedir la dictadura y mantener la república),
fue la primera piedra para la instauración del Imperio a cargo de Octavio
Augusto.
Respecto a si dijo algo o no en aquel histórico momento, es
fácil deducir que si era tan aficionado a las frases sentenciosas (‘Alea jacta
est’ o ‘veni, vidi, vici’), su subconsciente le dictara la suprema “¿Tú también
Bruto?” o algo similar. Pero por otro lado, poniéndose en su piel en aquel
trance, también es fácil concluir que se debió quedar mudo de sorpresa e
infinita amargura (más que de terror ante la evidencia de la muerte) al ver que
entre los traidores estaban aquellos en quienes más confianza tenía depositada.
Así, se tapó la cabeza con la toga para no ver las caras de quienes creía sus
amigos. Traición en estado puro.
CARLOS DEL RIEGO
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