La presencia en puestos de importancia debe determinarla la honradez, la eficacia, la capacidad de trabajo, no el hecho de ser hombre o mujer |
Hace unos días se difundió la noticia de que el Parlamento
Europeo buscará alguna ley para obligar a las empresas a que tengan en sus
consejos de administración y en sus plantillas un cupo mínimo de mujeres. Esto
no es sino una de las más claras evidencias del ansia de todo político por
conseguir el total control de la empresa, del comercio, de la persona, con lo
que ésta se conducirá según los deseos del gobernante; y esta tendencia afecta
más cuanto más ideologizado esté el representante electo. Es hasta lógico que
en el espacio público trabajen tantas mujeres como hombres, aunque con este
sistema siempre se está al borde de la injusticia; y es así porque si para
entrar en un organismo oficial se hacen oposiciones, han de lograr el puesto
los que mejor nota saquen, independientemente del sexo, pues así lo dice la
Constitución, pero si se beneficia a las mujeres por encima de hombres con más
mérito (o viceversa) se está discriminando según el sexo (y no sirve lo de la
discriminación positiva, pues es positiva para uno y negativa para el otro). Es
increíble que haya quien arriesgue capital, tiempo, esfuerzo, ilusión en un
proyecto empresarial, y que venga un jerifalte con más ideología que cerebro a
imponer el equipo que tiene que contratar; hoy se exige paridad
mujeres-hombres, pero pronto amenazarán al empresario si no emplea un mínimo de
africanos, de asiáticos, de gays y lesbianas, de enanos, de obesos, de flacos…
Otro ejemplo clarificador de ese irresistible apetito de
dominio que tienen los que detentan el poder está en la prohibición de fumar en
espacios privados. La proscripción de los fumadores raya la histeria. En
España, primero se obligó a los bares y similares a separar el local en área de
fumadores y área de no fumadores…, para unos meses después (cuando muchos
habían gastado dinero en las obras) salir con que ni separación ni nada,
prohibición total. El problema es que un bar no es un lugar de obligado paso o
estancia, es decir, no existe ninguna razón para que alguien tenga el deber de
entrar en un bar, por lo que exigir la ausencia de tabaco se antoja capricho;
lo ideal es que hubiera bares (hoteles, restaurantes…) libres de humos y bares
que permitieran fumar, es una cuestión de libertad, de modo que el usuario que
no quiera humareda (esa asquerosa, densa y maloliente nube que se forma en
sitios cerrados con fumadores) se irá al local que no permita fumar…, ¡pero si
en España hay un bar cada 15
metros ! Que el dueño elija, que para eso arriesga su
tiempo y su dinero, y si al consumidor no le gusta, que no vaya, pues no hay ley
ni obligación ciudadana que exija pasar por el bar; o sea, no es un ministerio,
ayuntamiento u oficina por la que tarde o temprano haya que acudir, sino un
lugar de asistencia voluntaria. Además, cierto que el tabaco produce
enfermedades, pero menos que el humo de las fábricas o los escapes de los
automóviles, y no se exige que la fábrica no ahúme; y por si fuera poco, se
permite producir y vender tabaco, pero se señala y aísla a quien lo consume. Ya
se ha visto el curioso caso de que a la puerta de un bar se aglomere un grupo
de parroquianos fumando, incluyendo el barman, mientras el local queda totalmente
vacío…
Una más que ilustra la codicia de control del político es la
tentación de algunos de prohibir los castigos (razonables) en el seno familiar,
y cuenta con apoyo, pues hay quien está dispuesto a denunciar a los padres que
dejan al niño-adolescente sin aparatos electrónicos o sin salir el sábado
porque ha suspendido cinco asignaturas.
El trasfondo de este tipo de prohibiciones e imposiciones
está en el deseo incontenible del mandamás de arrebatar trozos de libertad al
contribuyente. La libertad consiste en la capacidad de elegir, de decidir sin
invadir la libertad y el derecho del prójimo. Y así, si uno está en su casa,
tiene derecho a fumar, y si abre un bar, tiene el mismo derecho, porque sigue
siendo su casa, y si un consumidor no quiere respirar tabaco, que no entre en
el bar de fumadores, pues la libertad de permitir fumar en mi casa no afecta a
la libertad de decisión del cliente para entrar o no entrar, ya que no tiene
obligación de pasar; del mismo modo que si uno quiere abrir un bar donde sólo
se sirva vino, no se le puede exigir que también venda refrescos para que
puedan entrar los abstemios.
Acceder a este tipo de reglamentación equivale a ceder
trozos de libertad y permitir que la política guíe la vida de la persona.
CARLOS DEL RIEGO
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