Armstrong y Colón pusieron el coraje y la maestría |
Cuando se llevan a cabo gestas como las que culminaron Cristóbal Colón y Neil Armstrong, siempre ha de haber detrás alguien que, con medios y poder suficientes, ponga la voluntad y la fe necesarias para realizar lo que se tiene por imposible.
Colón en pintura de Ghirlandaio fechada en 1520 |
Para emprender tan arriesgado viaje, pues no se tenía
noticia de que alguien hubiera hecho algo parecido, se necesitaban muchos
apoyos. Probó Colón suerte ante varios comités de expertos, que
indefectiblemente calificaban el proyecto como una memez.
Kennedy e Isabel pusieron la voluntad de desafíar a lo imposible. |
John Kennedy dijo a principios de los sesenta que tenía
intención de llevar un hombre a la luna y volver a traerlo a casa sano y salvo
antes del final de los años sesenta, “y vamos a hacerlo no porque sea fácil,
sino porque es difícil”. Desgraciadamente, él no pudo verlo, ni siquiera el
desarrollo del proyecto, pero su voluntad puso a muchos en marcha y consiguió
ilusionar a la población, con lo que logró hacer cierto el sueño.
Isabel de Castilla y John Kennedy fueron imprescindibles
para que las dos gestas lograran sus objetivos, y ambos representan la figura
de quien pone los medios y, sobre todo, la voluntad para que algo cercano a lo
imposible se convierta en realidad, ya que sin ese empeño, sin ese anhelo y
esas ganas de atentar contra lo inalcanzable, probablemente seguiríamos en el
Paleolítico.
Pero luego hay que tener al hombre indicado para subir a la
nave y sortear los infinitos problemas que surgirán, a la persona que no se
arredre ante las dificultades pero que sepa poner prudencia a cada situación, a
ese que posee arrojo y valentía, capacidad de liderazgo, recursos ante
cualquier situación y conocimientos suficientes para saber qué hacer en cada
momento.
Como es sabido, Colón era un muy experto navegante y, con
seguridad, estaba convencido de que la Tierra era redonda (ya los sabios
griegos lo afirmaron y probaron sobre el papel), pero no tenía idea ni
aproximada de las distancias. Por eso las cosas se complicaron en los últimos
días de travesía, con el descontento entre las tripulaciones de los tres barcos
y con amenaza de motín. En ese momento culminante, mostrando convicción y
temple, Colón propuso navegar tres días más y, si no se veía tierra, volverse a
España. Gracias a ello, hoy hace 520 años se escuchó el castellano por primera vez
en América.
Armstrong era un tipo frío con miles de horas de vuelo en
aviones caza. Cuando le hablaron de viajar a la luna no lo dudó un instante, no
porque fuera un loco temerario, sino porque vio ante sí un reto cercano a la
ficción, pero posible. Al igual que Colón, al final de la ida se vio ante graves
imprevistos. El módulo lunar, debido a un error del ordenador, se pasó del
lugar indicado para alunizar, por lo que desde la Tierra le dijeron que le
quedaba combustible para unos segundos y que suspendiera la misión para
iniciara el regreso a la nave en la que esperaba Collins; sin embargo,
Armstrong propuso intentarlo manualmente. En aquel momento todos tenían el
corazón en la garganta y bombeando frenéticamente, pero alguien seguía
realizando su trabajo sin que sus pulsaciones apenas subieran; con gran
destreza y una serenidad incomprensible (sitúese uno en aquel momento) Neil
Armstrong posó suavemente su bote de desembarco sobre la luna sólo unos
segundos antes de la catástrofe. Y lo hizo a mano.
Armstrong y Colón personifican la valentía, la determinación
y la maestría que exigen las gestas de un tamaño tal, que modifican el rumbo de
la Humanidad.
La principal diferencia conceptual entre el tándem
Isabel-Colón y Kennedy-Armstrong reside en que éstos sí sabían dónde iban y qué
podían esperar encontrar, mientras que aquellos emprendieron un viaje a lo
desconocido, sin contacto ni ayuda de nadie, sin saber cuándo y con qué se iban
a topar. Afortunadamente, en ambos casos se unieron la voluntad de desafiar a
la utopía con la tenacidad y entereza precisas para romper ese imposible.
CARLOS DEL RIEGO
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