Si todo se fabrica en un laboratorio lo que se obtiene son manufacturas, cosas con destino predeterminado. |
El libro, escrito por la británica Aarathi Prasad con el
título de ‘Como la virgen’, ha levantado una gran polémica en Inglaterra. En él
se dice que muy pronto no será necesario nada parecido al sexo cuando se quiera
obtener un bebé (cosa que ya se produce). Por un lado se explica que ya se están
investigando los códigos para que los óvulos se conviertan en embriones sin
necesidad del aporte de espermatozoides; y por otro, se estudia cómo conseguir
células reproductoras masculina y femenina a partir de células madre; y con la
misma base se trabaja para fabricar úteros o cromosomas artificiales con los
que obtener un embrión. Todo esto, que de momento sigue en el plano teórico,
persigue en realidad la consecución de individuos pseudo humanos sin la
presencia de padre y madre.
Si esas hipótesis científicas (moralmente discutibles)
llegan al éxito en la práctica, darían pie a numerosas cuestiones éticas. Para
empezar, lo que se estaría haciendo es ‘cosificar’ a la persona, pues será
fabricada como una cosa; posteriormente, se tendrían individuos sin padres (ni
hermanos, abuelos, primos, tíos…), es decir, el niño viviría sin conocer los
afectos que se desarrollan dentro de la familia, tendría compañeros similares y
educadores que, en el mejor de los casos, le darían instrucción fría y
materialista, y ‘sólo’ le hurtarían el sentimiento de tener y pertenecer a
una familia (último refugio de la
persona). Así, quienes movieran los hilos tendrían vía libre para hacer lo que
quisieran con esas manufacturas, o sea, podrían confeccionarlas y conducirlas
según necesidades y conveniencias, ya que las manipularían a su antojo desde el
primer momento y siempre pensando en los fines deseados.
Pero claro, al carecer
de familia, todas esas ‘cosas’ entenderían el mundo y la existencia de forma
totalmente distinta a la que viene demostrando su perfección y eficacia desde
hace millones de años, pues no hay que olvidar que la persona (lógicamente hay
excepciones y extremos) va desarrollándose física, psicológica,
intelectualmente desde un núcleo muy cercano, desde ese grupo reducido que
forman padres y hermanos y que va agrandándose con familiares más alejados. En
ese hipotético e indeseable caso de la fabricación de individuos nadie será
responsabilidad de nadie, nadie tendrá obligaciones ni vínculos ni afectos,
porque eso no se enseña con teoría, sino que se va interiorizando desde la
primera respiración y con el roce diario (aunque seguro que se idearían
sucedáneos).
Con un sistema de cosecha de cosas parecidas a personas, lo
que se lograría sería algo muy parecido a las hormigas, todas hijas de la misma
madre, todas pensando de modo idéntico, respondiendo coordinadamente a los
estímulos, desarrollando toda la vida como un solo organismo, sin pensar, sólo
dejándose llevar por la programación insertada en el laboratorio.
Si tal escenario llegara un día, el hombre (excepto la
minoría que controla todo el proceso) perdería su individualismo, su identidad
única, su libertad de decisión, su humanidad. Pero por mucho que pueda
sorprender, habrá (hay) mucha gente que, partiendo de un materialismo
calculador, absoluto y excluyente, no vería con malos ojos esa pérdida de
identidad, personalidad y otras capacidades individuales si a cambio se alcanza
la igualdad total. Y todo eso sin detenerse en otras cuestiones (fabricación a
la carta o como reserva de órganos y tejidos, destrucción de defectuosos,
métodos para acelerar el crecimiento, tiempo de vida predeterminado) y
consecuencias.
Da escalofríos pensar (como ya pensaron algunos escritores)
en una situación así.
CARLOS DEL RIEGO
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