Carrillo en 1963 junto a otros gerifaltes comunistas, como los 'angelitos Kruchev o Ceaucescu |
El fallecimiento de Santiago Carrillo, como no podía ser de
otro modo, ha provocado un aluvión de elogios y alabanzas que, analizando al
personaje con un poco de perspectiva y objetividad, son de todo punto
inmerecidos; con él se cumple una especie de refrán que en la película
‘Chinatown’ dice uno de los protagonistas: “Políticos y prostitutas se vuelven
respetables si duran lo suficiente” (97 años cumplió el político asturiano).
Sin embargo, el que fuera secretario general del PCE, al igual que otros tipos
con las manos manchadas de sangre, goza de buena prensa, de un prestigio entre
quienes se creen de izquierdas que pasa por encima de los hechos; de este modo,
si alguno del bando opuesto hubiera perpetrado los crímenes de Carrillo o, por
ejemplo, los del que se hace llamar Marcos Ana (que fusiló a más de uno),
serían tratados como sin duda se merecen, pero al haberse convertido en
emblemas de la izquierda, las barbaridades que cometieron parecen de menor
entidad, llegándose incluso a culpar a los muertos o a comprender y justificar
los fusilamientos.
Carrillo, que participó en la revolución de Asturias de 1934
(un levantamiento contra la República, pero como lo llevaron a cabo sectores de
izquierdas, sigue siendo visto con simpatía), fue una de las máximas
autoridades en el Madrid acosado por los nacionales desde julio del 36. Él fue
Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid durante los
primeros meses de la Guerra Civil, y como quiera que el gobierno había salido por
pies hacia Valencia, Carrillo y otros comunistas, anarquistas y sindicalistas
se hicieron con el control total de la ciudad, de modo que durante unos meses
camparon a sus anchas, hicieron y deshicieron y decidieron sobre la vida de
miles de personas. En tanto que alto cargo del Partido Comunista (ya había sido
convenientemente adoctrinado en su viaje a Moscú), seguro que Carrillo sabía lo
que pasaba en las checas (lugares donde se torturaba a los que se tenía como
enemigos de la República) y seguro que no dejó de enterarse puntualmente del
secuestro, tortura y asesinato de Andreu Nin; no hay que olvidar que los
comunistas españoles estaban a las órdenes de los comisarios políticos
soviéticos, y éstos no tenían el mínimo escrúpulo a la hora de usar la violencia.
Así, desde principios de noviembre y hasta primeros de
diciembre de 1936, fueron sacados de las cárceles madrileñas entre 2000 y 2500
presos políticos que terminaron fusilados en Paracuellos del Jarama y otros
pueblos de Madrid. Carrillo, en función de su cargo, tenía que estar enterado
desde el primer momento, pero aunque no hubiera sido así, consta que varios
diplomáticos extranjeros fueron a verlo para explicarle lo que estaba pasando,
pero él hizo la vista gorda, miró a otro lado…, si no es que él mismo había
ordenado o consentido las ejecuciones; por cierto, la mayoría de los presos que
terminaron enterrados en Paracuellos eran civiles a los que ni se les había
comunicado el motivo de su detención. Que Santiago Carrillo mantuviera durante
toda su vida que él no supo nada de las masacres no resulta creíble por
disparatado, además, el recurso al “yo no me enteré” es contradictorio con su
personalidad calculadora y controladora.
Esta evidencia serviría para descalificar a cualquiera de
por vida, sin embargo, este señor fue distinguido con la medalla al Mérito en
el Trabajo a pesar de que no trabajó en su vida más allá de unos meses en un
periódico cuando era adolescente, y Doctor Honoris Causa por la Autónoma de
Madrid que, al actuar así, da mayor importancia a su aportación durante la
Transición (para algunos sobrevalorada) que a las miles de personas muertas gracias
a su necesaria colaboración. Un auténtico disparate.
CARLOS DEL RIEGO
No te voy a rebatir los hechos que comentas, pero líbreme dios de juzgar por ello. Eso sí, el contexto en el 36 era bélico, con lo que lo raro hubiera sido que no estuviera envuelto en fusilamientos o muertes de cualquier tipo. En cualquier caso, una réplica de un historiador reputado: http://ecorepublicano.blogspot.com.es/2012/09/ian-gibson-carrillo-no-fue-el-inductor.html
ResponderEliminarAmigo Juan Diego: Conozco el libro de Gibson, y en él no le quita culpa a Carrillo, sino que se muestra convencido de que sabía lo que pasaba. Y por otro lado, si valoramos el contexto por encima del hecho (en realidad no está tan alejado en el tiempo) hay que hacer lo mismo con los criminales del otro bando.
EliminarGracias. Un abrazo
Sí, en ese último punto estoy muy de acuerdo, por eso no apoyé cómo trataron algunos periodistas y comentaristas la muerte de Fraga entre otros. Un abrazo (por cierto, entiendo que ya no sigues haciendo "Ensalada", no? Hace unos cuantos años que no vivo en León y apenas escucho las radios locales)
EliminarJuan Diego, has dado en el clavo, pues el trato dado a Fraga (con culpas menos cruentas) fue muy diferente por parte de un sector de la prensa, que valora de distinto modo el mismo hecho según lo haga uno u otro.
EliminarUn abrazo.