El capitalismo se ha mostrado como el menos malo de los sistemas, sobre todo teniendo en cuenta las alternativas, y quien lo hace mejor o peor es el individuo |
En época actual en la que los bienpensantes y muchos de los
que se creen de izquierdas tienen difícil encontrar enemigos genéricos a los
que combatir abiertamente, resulta casi obligado que vuelvan los ojos a
‘perversiones’ tan dañinas como el capitalismo; y es que ya no hay enemigos
declarados, como un Franco o un Pinochet, y además, el malo que encarna todo lo
peor del capitalismo, Estados Unidos, está ahora gobernado por un presidente negro
(o de color, o afroamericano, o cualquier término que no ofenda a posesores de
la absoluta verdad), con lo que la corrección política se impone, al menos en casos
como éste, a la búsqueda de ese maléfico ser al que combatir. Y así, el
capitalismo, ancestral perversión de todos los que apoyan ideas de izquierda, es
la diana a donde apuntan los que creen militar en el socialismo o comunismo;
así se demuestra en todo foro donde se introduzca el tema, en las pintadas de
las calles, en las conversaciones de bar o de sobremesa, en los medios…, “el
capitalismo es el gran Satán”; claro que eso es con palabrería y poco más, pues
los que tal sostienen lo hacen teorizando desde entornos capitalistas, donde
generalmente disfrutan de posición desahogada y sin intención de ir más allá de
la retórica para demostrar su militancia (el problema mayor es que hay quien se
traga y digiere esos postulados y se cree legitimado para obrar con violencia).
Pero el capitalismo, como método de economía, no es sinónimo
de corrupción y villanía, sino que son algunas personas las que lo convierten
en algo pernicioso para gran parte de la población. En realidad, este sistema
se basa en el libre mercado, en la competencia, de modo que hay capitalismo en
el tendero y el chapista, en la pescadería y en el zapatero rápido, y no sólo
en las grandes corporaciones y multinacionales. Lo que envilece el sistema es el
hecho de que los políticos no hacen su trabajo, no se encargan de legislar con
justicia y de vigilar para que los que toman decisiones en esas grandes
empresas lo hagan sin quebrantar la ley (sin entrar en la pura corrupción).
Cuando un gran banco recurre al rescate y sus directivos se embolsan millones es
fallo no del capitalismo como modelo económico, sino de los que tienen la
obligación de escribir las leyes adecuadas y de hacerlas cumplir: los
legisladores, los políticos. Cuando se despiden trabajadores a la vez que los
integrantes del consejo de administración se suben el sueldo, cuando se
arrebatan derechos sociales o se intimida al empleado, cuando se llevan a cabo
prácticas mafiosas como hacen las grandes cafeteras (que se ponen de acuerdo
para ofrecer precios ridículos a los agricultores, que han de aceptar o ‘comerse’
su café), cuando no se exige a los culpables de la quiebra fraudulenta que
paguen con su patrimonio, cuando los grandes empresarios o financieros ganan
millones con trucos legales, cuando se evaden impuestos gracias a embrollos
empresariales, en fin, cuando los que están en lo alto de la pirámide
financiera realizan mañas fuera de la ley, la culpa no es del sistema
capitalista, sino de los infractores y, por encima de todo, de los de siempre,
de los que no realizan la función para la que se les paga.
El capitalismo no persigue que haya ricos y pobres, no
consiste en eso, sino en que quien más trabaje, quien sea más audaz e
inteligente, quien más tiempo, esfuerzo y recursos dedique a su actividad,
dentro de la ley, gane más que el que cumple su horario sin mayor compromiso,
sin mayor preocupación. Por eso, vagos y mediocres proponen, exigen, igualar a
éste con aquel.
El caso es que es en los países democráticos y capitalistas
donde más cerca está el ciudadano de la justicia, a diferencia de países con
modelos económicos comunistas, donde en la práctica no existe la libertad, ya
que el comunismo (que siempre se ha impuesto por la fuerza) prohíbe derechos
tan básicos como la iniciativa privada, el movimiento de las personas o la
discrepancia ideológica.
Pero que el capitalismo sea el menos malo de los regímenes
económicos no quiere decir que sea perfecto, sobre todo porque quien hace y
deshace, quien obra correcta o incorrectamente es la persona, que es la que
hace mejor o peor el sistema. Como analogía podría mencionarse la democracia,
que sin ser perfecto (está lejos de la perfección, sobre todo en el lugar donde
se ha instalado hoy), es el mejor y más justo modelo político, y sus muchos
fallos no son culpa más que de las personas, no del propio sistema.
CARLOS DEL RIEGO
Muy a lo Juan de Mariana te ha quedado el artículo, pero yo casi extrapolaría lo que has comentado a otras ideas (socialismo, ya no voy a hablar de comunismo para no encender alarmas) y podríamos decir lo mismo de la/s religion/es. Son sistemas o ideas que acaban pervirtiéndose, supongo que por nuestra propia naturaleza. Hace tiempo, cuando Juan José Millás escribió un artículo criticando la economía financiera centrado en su lado más especulativo y menos humano, alguien en twitter mostró un artículo de Juan Ramón Rallo que defendía su existencia como mecanismo regulador de la economía "real". Todo muy bonito, pero llega la realidad y el sistema se pervierte. Y si como defiende Rallo u otros JuanMarianistas reducimos el estado al mínimo y quitamos poder a los políticos, la corrupción aparecerá por otra parte casi con toda seguridad. Por otra parte, lo que mucha gente de izquierdas propone, no es apoyar a vagos ni mediocres (esto último mucho más subjetivo), sino no abandonar a las personas a su suerte. Por esa regla de tres, un minusválido sólo puede salir adelante si la persona que lo tiene a su cargo ya es extraordinaria, trabajadora y no mediocre como para tener unos ingresos que le permitan pagarle lo que le haga falta a su hijo mientras viva (o eso entiendo yo, quizás esté equivocado en el planteamiento). Para mi, el mero hecho de tener a cargo a una persona discapacitada (intelectual principalmente) ya es un acto de heroicidad en sí mismo. No sé cuál es la solución en estos casos para todas las personas que no se pueden valer por si mismas o que tienen algún grado de dependencia.
ResponderEliminarAmigo Juan Diego:
EliminarEso es, quien hace malo o bueno un sistema, una idea, un proyecto, una forma de ordenación, una empresa, una religión..., siempre es la persona. La corrupción aparecerá (está en la naturaleza humana), pero si los políticos son diligentes esa corrupción será excepcional, no habitual.Respecto a las personas necesitadas, el gobierno tiene la obligación de atender a los, discapacitados, dependientes (de lo poquísimo bueno de la etapa Zapatero fue la Ley de Dependencia), enfermos, parados... El resto,a competir en el mercado laboral, a trabajar más que los otros, a esforzarse más...
Gracias, un saludo.