Uno de los grandes misterios sin resolver de la época
contemporánea que despierta siempre el máximo interés en todo el mundo es, sin
duda, el asesinato del trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, John
Fitzgeral Kennedy. Como todo el interesado sabe, el magnicidio ocurrió en
Dallas, Texas, hace exactamente 49 años y, según el informe oficial (el de la
Comisión Warren), fue obra exclusivamente de un tirador solitario, Lee Harvey
Oswald. Sin embargo, investigaciones y juicios posteriores llegaron a la
conclusión de que, al menos, la cosa no estaba tan clara; de hecho, a finales
de los años setenta del siglo pasado se determinó que la muerte del presidente
fue una conspiración, e incluso el comité que llegó a tal conclusión afeó
duramente el trabajo de la CIA, el FBI, los servicios encargados de la
seguridad presidencial e incluso el de la propia Comisión Warren, es decir, en
palabra llana se les dijo a todos ellos que habían sido unos auténticos
chapuceros; así las cosas, la pregunta oportuna actualmente sería ¿qué interés
tenía la Comisión Warren para actuar como lo hizo? A pesar de todo, una parte
significativa de la población (tanto estadounidense como del resto del mundo)
sigue anclada firmemente en la teoría del loco solitario, negando toda
evidencia y defendiendo esperpentos como que “la conspiración siempre tiene su
atractivo y por eso se sigue poniendo en duda la culpabilidad de Oswald” (¿).
Existen varias certezas, más allá de los casi infinitos
indicios e incomprensibles irregularidades detectadas en la investigación, que
llevan a confirmar que hubo más de un asesino aquel mediodía. Por un lado, al
parecer, la trayectoria prevista para la comitiva presidencial se cambió a
última hora, de manera que incluso los periódicos del día indicaban el
itinerario desechado; entonces, ¿cómo sabía Oswald que el coche de Kennedy pasaría
por delante del almacén de libros desde donde supuestamente disparó?
Y por otro lado existe un dato puramente físico que descarta
totalmente que el dudosísimo personaje fuera el pistolero, o al menos el único.
Según demuestra la película que filmó Abraham Zapruder del asesinato, el
presidente recibió al menos tres impactos en menos de siete segundos, cosa que
es absolutamente imposible. El prestigioso tirador deportivo español José Borja
Pérez (varias veces campeón del mundo y de Europa de tiro de precisión, récord
mundial de carabina a 100
metros y experto absolutamente fiable) publicó hace
veinte años en la revista Historia y Vida una carta en la que explicaba que él
mismo había intentado varias veces imitar lo que supuestamente hizo Oswald.
Así, se procuró un arma y munición casi idénticas a la que oficialmente usó el
a su vez asesinado ‘asesino solitario’. Se colocó a cien metros y, con ayuda de
un amigo cronometrando (arrancó el crono al sonar el primer disparo y lo paró
justo con el tercero), apretó el gatillo tres veces en 15,70 segundos,
resultado que los dos primeros acertaron perfectamente en la diana mientras que
el otro se quedó cerca; en un segundo intento rebajó el tiempo hasta los 10,40
segundos, haciendo diana perfecta en el primer tiro y dejando un poco más lejos
los otros dos; y en la tercera tanda tardó 9 segundos justos, con un blanco
perfecto y dos peores que la vez anterior. Asimismo hay que tener en cuenta que
la diana utilizada estaba fija, no en movimiento como hace 49 años el coche en
el que iba Kennedy, de forma que cuando se tira contra un blanco móvil el
tirador ha de ‘correr la mano’, es decir, apuntar delante del objetivo y
calcular instintivamente el punto exacto en el que proyectil y diana han de
encontrarse; evidentemente, esta circunstancia dificulta muchísimo más
conseguir precisión, y exige bastante más tiempo para hacer puntería; y no hay
que dejar a un lado otro factor de dificultad, que es el nerviosismo que ha de
tener quien va a disparar a una persona y más a alguien tan importante. En
definitiva, deduce el experimentador campeón de tiro deportivo, es
absolutamente imposible hacer tres blancos perfectos en menos de 7 segundos
contra un objetivo móvil con un fusil de cerrojo y a 100 metros de distancia.
Admitida la imposibilidad física de que el enigmático Oswald
consiguiera tal proeza, la pregunta ahora sería, ¿pues entonces quién fue y por
qué? Se han apuntado muy diversas posibilidades, pero la que parece más
probable es la que señala directamente a las fábricas de armas. Hay que
recordar que era firme propósito de Kennedy retirar cuanto antes las tropas
estadounidenses de Vietnam, lo que significaría que la industria armamentística
del país norteamericano (cuyo principal cliente siempre es el gobierno federal)
iba a perder muchos miles de millones de dólares; y luego, que los fabricantes
entraran en contacto con los enemigos internos del presidente (en algunos casos
eran la misma persona) y que se urdiera el plan asesino, debió ser cosa fácil.
El poder de los industriales de la guerra es mucho mayor que lo que se piensa,
sobre todo en USA, y como demostración ahí están las dos guerras de Irak que,
lejos de ser por el petróleo (hubieran conseguido mucho más con menos esfuerzo)
y a distancia sideral de que el motivo fueran las armas de destrucción masiva,
fueron impulsadas por esos fabricantes, que necesitaban que su mejor cliente
hiciera unas cuantas compras, y dado el poder e influencia que tienen en la
política y el ejército estadounidense…
Claro que, de momento y hasta dentro de unos 20 ó 25 años,
habrá que conformarse con hipótesis.
CARLOS DEl RIEGO
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