El inglés Chamberlain y el francés Daladier con Hitler y Mussolini en Munich (1938); cedieron ante los agresores creyendo que así los calmarían |
Hay políticos que tienen claro que con el
brabucón, con el matón, con el que amenaza o, directamente con el delincuente,
adoptan una postura firme y toman las medidas oportunas, mientras que hay otros
dirigentes que ceden pensando que es mejor evitar la confrontación aunque haya
que consentir en todo o en parte ante el que trata de intimidar; y lo hacen
pensando que de este modo el agresor aplacará su ira y se conformará. Sin
embargo, siempre sucede todo lo contrario, pues quien busca pelea, al ver que
el rival se acobarda, él se envalentona e incluso piensa que, al ceder, lo que
se está haciendo es darle la razón, es decir, se convence de que tiene derecho
a su exigencia y a ponerse como se pone. La cosa no es nueva, de hecho hay en
la historia reciente no pocos ejemplos de dirigentes políticos que optaron por
no enfadar al agresor, por transigir para evitar problemas; pero la realidad es
obstinada, y cada vez que un político ‘se baja los pantalones’ ante quien
amenaza, se verá obligado a volver a meter el rabo entre las piernas una y otra
vez, hasta que un día se plante y afronte con valentía decisión y firmeza el
problema, pues la táctica del apaciguamiento muestra inseguridad, miedo e
indecisión.
Chamberlain 'bajándose los pantalones' |
Durante la Revolución Francesa ,
en aquel parlamento llamado La
Convención , los diputados más exaltados amenazaban e incluso
organizaban al pueblo contra sus rivales políticos; entre éstos (moderados o
girondinos) hubo quien optó por tratar de calmar a los jacobinos, pensando que
así dejarían de perseguirlos. Sin embargo, lo que ocurrió fue todo lo
contrario, que muchos de ellos terminaron en la guillotina (claro que al final
también acabaron sin cabeza muchos jacobinos).
Unos meses antes del comienzo de la
II Guerra Mundial tuvieron lugar los
Acuerdos de Munich, por el que los primeros ministros Daladier (Francia) y
Chamberlain (Inglaterra) aceptaron ceder a Hitler una parte de Checoslovaquia
(los Sudetes) para evitar la guerra. Así, volvieron a sus países muy ufanos y
satisfechos, declarando disparates como que “Hitler es un hombre razonable” o
que de esa conferencia vendría “paz para nuestros tiempos”. Churchill, sin
embargo, contrario a ceder ante el posible enemigo, dijo a Chamberlain que
“pudo elegir entre la humillación y la guerra, prefirió humillarse, pero eso no
evitará la guerra”. El astuto y emblemático estadista británico estaba en lo
cierto, puesto que al poco de tomar la región de los Sudetes, Hitler se sintió
fuerte al comprobar que las potencias occidentales preferían agacharse ante él
antes que una guerra, así que rápidamente invadió el resto de Checoslovaquia y,
antes de un año, Polonia, dando inicio así a la guerra que Winston Churchill
había anunciado. Además, éste mantuvo siempre su firmeza, contario a pactos,
tratados o cesiones, y animó a los ingleses a oponerse con todas sus fuerzas a la Alemania nazi. Finalmente
quedó comprobado que el hombre pegado a un puro tenía razón, de modo que,
seguramente, una postura diferente de Inglaterra y Francia en aquella reunión
de Munich hubiera cambiado la historia y, tal vez, evitado una guerra.
La banda mafiosa y terrorista Eta seguía poniendo bombas a pesar de que el gobierno español adoptaba la política de apaciguamiento |
A menor escala, en España hemos visto
muchas veces a los grandes líderes ceder y ceder vergonzosamente. Cedieron
durante muchos años al chantaje terrorista, hasta el punto de que un presidente
(Zapatero) llegó a negociar con los asesinos mientras éstos ponían bombas,
excarceló a un abyecto verdugo que decía estar en huelga de hambre (se demostró
que era una patraña), e incluso permitió que se avisara a la banda mafiosa Eta
de una redada policial. Pero ese personaje de luces muy limitadas (Zapatero)
dio muestras de su debilidad pusilánime muchas otras veces, bajándose los
pantalones ante los piratas del mar Rojo, ante los nacionalistas separatistas,
ante todo aquel que le planteara una amenaza seria. Sólo se mantuvo firme en un
acto de mala educación y descortesía, de insulto e incultura: se negó a
levantarse al paso de la bandera de Estados Unidos, menospreciando a todos los
estadounidenses cuando lo que pretendía era manifestar al presidente Bush su
descontento. Como era de esperar, no consiguió absolutamente nada, los etarras
siguieron matando, los piratas asaltando barcos, los separatistas exigiendo a
voz en grito...
Y es que el resultado de plegarse a la
postura del agresor es siempre el contrario al deseado, pues éste se alimenta
de la debilidad del agredido (¿acaso la mujer maltratada consigue mejor trato
de su pareja o marido mostrándose sumisa?, nada de eso, lo enfurece más). En la
película ‘Mars attacks’ (Tim Burton, 1996), hay una secuencia que demuestra en
qué acaba la política de apaciguamiento, el bajarse los pantalones ante el
agresor. En ella, el jefe marciano y su séquito se reúnen con los senadores de
Estados Unidos “para parlamentar”, pero repentinamente los invasores sacan sus
armas y se ponen a pulverizar a todos los presentes; en medio de la batalla, el
personaje interpretado por Pierce Brosnan (el profesor Kessler), esquivando
disparos láser, se dirige al jefe marciano diciendo cosas como “pero señor
embajador, esto es una locura, le ruego considere su postura, piense en lo que
está haciendo”. Lógicamente, estas palabras de humillación no surten efecto y
dicho profesor acaba perdiendo la cabeza. Seguramente es la misma solución que
hubiera adoptado el aludido ex presidente (Zapatero), y hubiera obtenido los
resultados de siempre.
CARLOS DEL RIEGO
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