lunes, 13 de agosto de 2012

LONDRES 2012: TANTAS SOMBRAS COMO LUCES Además de fabulosas actuaciones e imágenes deportivas que ya forman parte de la historia del olimpismo, Londres 2012 también será mencionado cuando haya que hablar de los fallos calamitosos de los encargados de impartir justicia… y de los organizadores


El equipo de relevos de Sudáfrica fue
incomprensiblemente calificado para la final
a pesar de que no llevó el testigo hasta la meta..
Terminados los Juegos de la XXX Olimpiada, quedarán para el recuerdo sensacionales logros olímpicos, sobre todo los conseguidos en el estadio (que son, al final, los que más trascendencia y duración tienen), pero también algunas colosales meteduras de pata, decisiones verdaderamente vergonzosas y unos cuantos errores organizativos ciertamente sangrantes.  


Los errores de los jueces de las contiendas son algo que forma parte del deporte, es decir, son factores con los que hay que contar, sin embargo, ha habido árbitros que se han obcecado en el fallo y exhibido una soberbia inaudita al no querer rectificar a pesar de estar plenamente seguros de que su decisión era injusta; y ello apenas terminados los encuentros, es decir, pudiendo rectificar, pues aún estaban en el terreno de juego y las actas sin redactar, pero su orgullo, altivez y mediocridad se lo impidió.

Asimismo fue absolutamente impresentable lo que decretaron los distintos comités que, además, no tienen siquiera la disculpa de hacerlo en momentos de máxima tensión, pues  fueron decisiones consensuadas, masticadas durante mucho tiempo por unos cuantos “expertos” (habría que ver cuántos de éstos se vistieron alguna vez de corto y saltaron a una pista) que, finalmente fallaron, erraron, en el más estricto sentido del término.

Hay dos casos que resultan insultantes. Uno es el de la tiradora de esgrima coreana, quien fue derrotada por un tocado claramente fuera de tiempo; presentada la reclamación, los integrantes de ese comité comprueban la realidad: el tiempo estaba cumplido cuando la alemana toca a la coreana, sin embargo, adoptan una decisión incomprensible, pues dicen que sí, que la que reclama tiene razón, pero que no hay vuelta atrás y mantienen la injusticia (la protagonista, además, hubo de quedarse en la pista durante las deliberaciones). Fue algo pasmoso, irritante, insultante, ya que, con el tiempo cumplido, anular ese punto ilegal de ningún modo hubiera sido rearbitrar.

Otro caso esperpéntico se produjo en el estadio. El equipo sudafricano de 4x400 metros queda eliminado por lesión de uno de sus integrantes, es decir, no llevó el testigo hasta el final; luego presenta una reclamación acusando a otro equipo de haber provocado aquella lesión, demanda que el comité correspondiente atiende y toma en consideración, decidiendo recalificar al equipo sudafricano y metiéndolo en la final… ¡un equipo de relevos que no entrega el testigo al juez compite en la gran final! Un auténtico dislate, un absurdo impropio de quienes deben velar por la limpieza de la competición, un contrasentido que parece perpetrado por quienes están más atentos a la corrección política que a la justicia, pues injusto fue que un equipo que no llega a meta en la semi alcance una final. En resumen, una trampa. Y también podría hablarse del paso incorrecto de los marchadores, todos y durante casi toda la prueba, pero sólo algunos fueron descalificados…

Y por último hay que mencionar algunas chocantes medidas tomadas por la organización. Por un lado, el asunto del pebetero, sustraído a la vista de todo el que no estuviera dentro del estadio. Y por otro lado (y mucho peor), el hecho de que las carreras de más largo aliento (marcha y maratón) fueron expulsadas del estadio, hurtándoles así, tanto a los ganadores como a todos los que alcanzaban la meta, el aplauso y reconocimiento del centro de los juegos: el estadio olímpico. Y es que, tras horas y kilómetros de esfuerzo, entrar en el estadio y recibir la ovación del público que espera a los atletas, debe poner la carne de gallina al más frío. Da la impresión de que ciertas decisiones se dejaron en manos de los expertos en marketing que, lógicamente, no tienen en consideración ningún aspecto deportivo.   
    
CARLOS DEL RIEGO

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