Un entrenador se desespera ante la incomprensible decisión del árbitro. |
Las protestas, quejas y actuaciones y declaraciones subidas
de tono a causa de los continuos, garrafales y trascendentes errores arbitrales
que se están produciendo en Londres 2012 están sorprendiendo más incluso que
los abundantes fallos de organización. Y es que cuando se prepara una cita de
alta competición se puede entrenar todo, se puede prever casi todo y se puede
trabajar para que cualquier imprevisto no sea tal, lo único que está al margen
de cualquier tipo de entrenamiento es lo que se llama el factor humano, es
decir, aquello que pueda afectar al deportista, ya sea propio de la competición
o algo externo, y que influye decisivamente en su rendimiento. Pero incluso la
influencia de este factor se puede trabajar o, en todo caso, intentar minimizar
sus consecuencias.
Y así se llega al factor humano que afecta al juez de la
contienda, al árbitro, y ahí sí que no pueden hacer nada entrenadores,
preparadores, estrategas… Se trata de un factor absolutamente imprevisible
incluso para el mismísimo juez, no digamos para el deportista o el equipo en
plena competición.
Los defensores de la figura arbitral pase lo que pase suelen
disculpar sus flagrantes meteduras de pata aduciendo que todo el mundo se
equivoca, que los jugadores también yerran…, cierto, pero la esencia de la
disputa deportiva es que se resuelva según los aciertos y los fallos de los
contendientes, no que sea la injusta decisión del director del evento la que
decida quién gana y quién pierde. Así, cuando el jugador o atleta falla, se
perjudica a sí mismo y a su equipo, mientras que cuando lo hace el referí
perjudica a otros, es decir, no es ecuánime decir que el jugador también se
equivoca para disculpar la injusticia, pues el encargado de impartir justicia
puede distorsionar la competición con sus erratas.
Además, el árbitro, en tanto que persona, puede verse
afectado por eventualidades que le lleven al error inconsciente: el factor
humano del juez puede volverse decisivo. Pero mucho peor es cuando el que tiene
que administrar justicia se conduce cobardemente, por ejemplo cuando toma una
decisión y al segundo se da cuenta de que es un error y, como para compensar,
permite que los jugadores le agobien, empujen e incluso insulten; también puede
actuar de modo indeciso, o sea, no lo tiene claro y lo deja correr, le parece
pero no está seguro, así que hace lo más fácil, nada; asimismo también está el
miope, que mira y no ve, que nunca tiene el ángulo correcto, que se despista y
pierde el transcurrir de la acción; y también abunda el simplemente malo, que
cambia de criterio constantemente, ahora en esta dirección y ahora en la otra,
o lo que ahora sanciona después lo permite, o compensa sanciones y decisiones
con otras en sentido contrario (doblando así el número de fallos), o
desautoriza a sus ayudantes mejor colocados.
Y por si fuera poco, las cámaras lentas, que denuncian
cualquier patinazo y dejan en el más espantoso de los ridículos al árbitro,
sobre todo cuando queda bien claro que ha visto lo que ha pasado y, sin
embargo, toma la decisión incorrecta.
CARLOS DEL RIEGO
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