Quienes llevan tocando el ‘air guitar’ (o
sea, la guitarra imaginaria) desde aquellos lejanos años setenta del siglo
pasado, quienes comprueban cómo se desborda su adrenalina al escuchar el heavy
clásico, quienes encuentran en el rock duro la esencia del rock, y en fin,
quienes tienen química con las distorsiones, voces agudas y secciones de ritmo
en estampida, han de tener a los británicos Uriah Heep en lugar preferente, y
sobre todo, a su excelente disco en directo ‘Live 73’ , donde el heavy metal
alcanza una de sus cimas.
La banda sigue en activo después de
tantos años (se funda en 1969, aunque hasta el 72 no lanzan su primer LP),
aunque con miembros cambiantes y siempre recordando aquellos años. Armado con
su mejor formación en el 74 lanzan ese inolvidable ‘Live 73’ , un álbum maestro en su
género, un disco cercano a la perfección del estilo.
Tras una breve introducción arranca con ‘Sunrise’,
ese tiempo medio-lento y ese sonido tan característico construido con la
combinación de órgano y guitarra que, muchas veces, si se cierran los ojos y
con el volumen apropiado, da la impresión de ser algo así como una gigantesca
rueda de sonido que gira y se acerca, inmisericorde, aplastando cerebros; la
poderosísima base rítmica, la dramática entonación y excesos de la voz solista
(del malogrado David Byron) y los coros, épicos, mágicos, completan una canción
cien por cien heavy, cien por cien rock en su máxima extensión. Le siguen la
dinámica e irresistible ‘Sweet Lorraine’ y la potentísima ‘Traveller in time’,
con sus cortes tremendistas y sus puentes delicados pero amenazadores. La cara
se cierra con la trepidante, arrolladora ‘Easy livin´’, una pieza de alto ritmo
que sigue escuchándose con los puños cerrados, la mente sojuzgada y los
sentidos inhábiles para otra cosa; aquí luce el grupo en todo su esplendor: la
filosofal combinación guitarra-órgano, la voz y los coros incitantes, la
batería pletórica y un bajo inquieto que recorre notas a toda velocidad (a
cargo del también malogrado Gary Thain).
La cara B tiene dos temas. Uno es ‘July
Morning’, pieza dramática y teatral, épica y lírica, con solos magníficos,
ajustados, brillantes, y una estupenda voz solista que parece cantar desde un
teatro de la ópera situado en las mismísimas calderas de Pedro Botero; sin
duda, uno de los modelos del rock con tintes heroicos. El otro es ‘Tears in my
eyes’, tema ágil, cambiante, tremendamente sólido, con variada utilización de
la guitarra (Mik Box, el único que sigue en la banda) y una construcción
cercana al rock & roll, pero sin perder nunca la referencia de lo barroco.
La cara C también tiene dos temas de gran
extensión. El primero es ‘Gypsy’, con una entrada efectista y con un ‘in
crescendo’ que desemboca en un ritmo y un sonido absolutamente heavy metal, de
una pureza ciertamente rara de encontrar en otros de su generación (los Purple
o los Zeppelin); la canción continúa durante 13 minutos como arrastrando
aquella rueda de sonido impía y destructora, dura pero hechizante. ‘Circle of
hands’, siendo otra delicia, parece menos sobresaliente, aunque tiene unos
solos sensacionales.
La última cara se abre con el imperativo
‘Look at yourself’, otra pieza brillantísima en la que vuelve la demoledora
rueda sónica (esta vez a mayor velocidad), los cortes indómitos, el ritmo
frenético pero bajo control, los solos apabullantes y las voces y coros
cargados de magia y personalidad. ‘Magician´s bithday’ y ‘Love machine’ parecen
una, pues se siguen sin solución de continuidad, dando impresión de un dramático
cambio de dirección a la mitad y resultando una verdadera delicia en sus dos
partes; la primera más delicada, la segunda rasposa pero encantadora, sin
olvidar la melodía y dando cancha al virtuosismo. Y el disco se cierra con
‘Rock & roll medley’, una traca final en forma de recorrido por diversos
clásicos del rock & roll bajo el prisma del metal más duro y que lleva al
oyente al séptimo cielo de un género inagotable.
Todas las canciones tienen inspiradas
melodías (muchas del teclista y guitarrista Ken Hensley, que vive e Alicante, España),
virtuosas ejecuciones, cálidas y apasionadas interpretaciones y, en fin, un
resultado final que convierte este disco en una de las cumbres de su género.
Los amantes del heavy lo conocerán y tendrán en lugar destacado, y si no, no lo
son... aun.
CARLOS DEL RIEGO
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