Quien se sienta en el sofá ante un contenedor ha de ser consciente de que verá basura |
El espectáculo que ofrecen a diario las cadenas generalistas
impares (la 1 no, claro) es verdaderamente repulsivo. Gran parte de sus
emisiones, o sea, sus programas estelares, no solo son una muestra de bajeza
moral e instintos perversos, de incultura palurda y analfabeta, de manipulación
sensacionalista que pasa por periodismo, sino que en la mayor parte de los
casos los temas tratados giran en torno a personajillos desconocidos y, en todo
caso, a personas sin el más mínimo mérito, virtud o valor (salvo que sea meritorio
haberse casado con o separado de, haberse acostado con o haber sido engañado
por). Gritos y amenazas, llantos desesperados, posturas de gran indignación,
insultos de todo tipo, gestos forzados, palabras exageradas…, apenas un par de
minutos de emisión son suficientes para convencerse de que hay muchas personas
dispuestas a renunciar a su dignidad, a su intimidad, a su honor; pero también
es tiempo de sobra para comprobar que gran parte de la escena está dirigida por
un guión o unas directrices diseñadas por los expertos en manipulación de
masas.
Ahora, con la sobredosis de morbo que llega de Córdoba, aquellas
cadenas tienen carnaza para roer durante una buena temporada. La espeluznante tragedia
de los niños de ese desalmado llamado Bretón habrá hecho que ya se estén
frotando las manos los que han hecho de los índices de audiencia su fin
absoluto; no se llegará a tanto como lo que hacía aquel periodista brasileño
(muerto hará un par de años) que tramaba y ordenaba asesinatos para llegar
antes que nadie a la escena del crimen y luego dar la noticia en exclusiva,
pero seguro que muchos de los que confeccionan este tipo de desecho audiovisual
estarían encantados de abonar cifras sustanciosas a cambio de recibir soplos de
criminales, y así, de algún modo, colaborar con ellos. Es por eso que ya no
sorprende que acudan a estos apestosos platós (donde abundan, por otra parte,
las mujeres pico de pato) verdaderos sinvergüenzas que, eso sí, ven premiadas
sus detestables acciones con cargo a la producción del programa.
Es decir, los directores, guionistas, presentadores y demás
partícipes de esos subproductos deleznables envueltos en focos y un pretendido
‘glamour’ que no pasa de casquería cutre y vergonzante, acogen como agua de
mayo desgracias de este tipo, y por eso no tienen el menor escrúpulo a la hora de
premiar con cheques apetecibles a todo tipo de canallas que pasan por allí para
satisfacer enfermizas ansias de morbo.
Añadir a ello los spots publicitarios, series y programas
con escenas subidas de tono (a veces a un milímetro del sexo explícito) en
horarios inadecuados es ocioso por evidente, pues poco a poco la mediocridad de
quienes los idean y ponen en antena va siendo asumida por el público, indefenso
ante la última tecnología en artimañas y maniobras sibilinas y manipuladoras;
es decir, peldaño a peldaño van consiguiendo que la barbaridad y la atrocidad
vayan siendo identificadas como la normalidad.
Lógicamente, los responsables del contenido de estos
contenedores de basura se agarran a pretextos económicos y de respuesta del
espectador. Contra aquellas está la razón de que no todo vale para ingresar, y
contra éstas se puede aducir que el público también estaría ahí con menos
escándalo. Pero en los contendores impares todo está sometido a la dictadura
del índice de audiencia, cosa que, por otra parte, es tenido como dogma de fe
por los manipuladores, a su vez manipulados por quienes manejan esos
idolatrados índices.
CARLOS DEL RIEGO
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