No pocos serían felices siendo enteramente vegetales |
El aserto que afirma que somos lo que comemos no puede ser
más cierto. De hecho, si se piensa, ninguna acción es más íntima que comer,
nada nos penetra tanto. Y por eso el tema de la alimentación se ha situado
entre los más atendidos entre la población. Que si los ingredientes o las
fechas de caducidad, que si los bajos en calorías o los específicos para
diabéticos, los envasados o los del día, los ecológicos o los industriales…,
nadie compra y come sin prestar atención expresa a algunas de las infinitas
variantes que presenta la oferta alimenticia; es más, la población de
nutricionistas aficionados se ha disparado. De este modo, aunque la práctica de
engullir exclusivamente vegetales renunciando a animales viene de lejos y es
habitual en ciertas culturas, en las últimas décadas ha arraigado en las
sociedades avanzadas, sobre todo desde que personajes habituales de los medios
de comunicación proclaman su doctrina.
Afirman los partidarios de mantenerse a base de vegetación
que todo son beneficios para la salud y/o que nadie tiene derecho a matar y
comer animalitos. Esto último sería discutible, pero aquello aun más. Así,
cuando se pregunta a un centenario por sus hábitos siempre señala aquello de
“siempre he comido de todo”, y tal aconsejan los profesionales del tema.
Además, el sistema digestivo humano está preparado para acoger y procesar flora
y fauna, es omnívoro, y si se le niega algo tarde o temprano lo notará.
Y entre los que llevan su creencia al extremo están los
veganos, que renuncian a todo aquello que un día formara parte de cualquier
bestezuela parda o que signifique incomodidad para los bichos; por cierto, no
está claro si la amnistía que declaran incluye a todos los que forman parte del
reino animal o se excluyen insectos, arácnidos, reptiles... Seguro que estas
personas (que están en su pleno derecho de comer lo que les dé la gana) se
creen moralmente superiores a los demás, seguro que se sienten elevados por
encima del común y miran al carnívoro con desprecio o condescendencia, seguro
que se piensan mejores personas…, poco menos que santos en la tierra.
Este tipo de pensamiento animalista y naturista suele
utilizar también el argumento de que el hombre es el único animal que consume
leche en edad adulta…, cosa absolutamente lógica, ya que el toro tendría que ir
a las fuentes si quisiera un traguito, algo que no está en su instinto y,
seguro, la vaca se opondría, mientras que el homo sapiens ha aprendido a
ordeñar, envasar, transportar, calentar y mezclar eso tan exclusivo de los
mamíferos. Asimismo también hay quien atribuye efectos perversos a cualquier
lácteo, aunque jamás se presentan pruebas concluyentes; y es que los iluminados
abundan entre quienes viven obsesionados por la pitanza, a la que acusan de ser
la causante de todos los males del ser humano.
En todo caso la tendencia a prescindir de un tipo de
alimento es típica de sociedades opulentas donde no falta de nada, es decir,
allí donde haya hambre no se va a despreciar ni pan duro ni una paletilla de
cordero.
Algunos de quienes practican esta especie de variante del
buenismo, en fin, querrían llegar a lo que aquel vegano que salió en los
Simpson y que presumía de no comer nada que arrojara sombra.
CARLOS DEL RIEGO
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