No puede sorprender que Bardem, Toledo y Gordillo se sientan más cerca de los verdugos que de las víctimas. |
El sábado 12 de enero se celebra una marcha en Bilbao para
exigir beneficios para los terroristas de Eta; piden sus amigos que sean
trasladados cerca de sus casas, que sean excarcelados los que tengan
enfermedades graves (como la de de Juana), que no se alarguen sus condenas y
que, en fin, se respeten sus derechos como presos y como personas. Que
personajes destacados de la sociedad vasca se iban a adherir sin condiciones a
la reivindicación era sabido; ahora se han destapado otros amigos de los
asesinos procedentes de diferentes partes de España, aunque ciertamente no
puede sorprender que los actores Guillermo Toledo y Pilar Bardem, el
incalificable alcalde Sánchez Gordillo y el ex Unesco Federico Mayor Zaragoza (entre
otros) se posiciones a favor del asesino y, por tanto, en contra de la víctima.
No hará falta recordar que el comunicado de los convocantes
sólo habla de sus derechos, pero no se acuerda de los de los muertos y heridos,
mutilados, secuestrados y familiares.
Los que apoyan la marcha (vascos y no vascos) afirman que lo
que defienden es el acercamiento de presos a sus domicilios, o sea, se
solidarizan, defienden, amparan a los etarras, pero no hay noticia de que
ninguno de ellos (Mayor aparte, pues no es personalidad tan significada ni
mediática) haya sido visto en las manifestaciones de respaldo a los que
perdieron la vida o quedaron heridos y quienes los lloran o cuidan; con esta
actitud dejan bien patente que están de parte de quienes apretaron el gatillo o
hicieron estallar la bomba, y que les importan un bledo los muertos y heridos,
los bebés y niños (aquellas dos gemelas de tres años asesinadas en el atentado
de Zaragoza…), los padres, madres, hijos que sus amigos enviaron cobardemente
al cementerio. Indignante, descorazonadora es la postura de quienes manifiestan
más empatía con el protoser que pone una bomba en un supermercado que con las
personas que allí hacían la compra y allí quedaron para siempre.
Es oportuno preguntarse entonces ¿harían aquellos tres lo
mismo, manifestar su adhesión a los agresores, si entre las victimas tuvieran
algún hijo, padre, hermano, amigo o ser querido? Resulta incomprensible que pidan
por los violentos fanáticos y no tengan una sola palabra, un solo gesto para
quienes fueron vilmente, cobardemente asesinados.
Asimismo también parece de lo más curioso y desconcertante
el hecho de que sean tan exigentes de justicia para las victimas de hace
sesenta años, tan beligerantes con quienes mataron durante la Guerra Civil y la
posguerra y, a la vez, sean tan indiferentes con los ejecutados ayer mismo y
tan condescendientes con los verdugos de hoy.
Esto es lo que quita razón, esa incoherencia, ese doble
rasero, ese relativismo moral que disculpa unas muertes y condena otras en
función del traje que vistan los pistoleros.
CARLOS DEL RIEGO
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