Ruiz Mateos vuelve periódicamente a la palestra informativa,
ahora al ser detenido por no acudir a una cita judicial. El personaje no tiene
desperdicio y, a pesar de las abismales diferencias en todos los terrenos,
tiene no pocos factores que lo harían personaje destacado de la picaresca
española más tradicional y novelesca. Es más, su trepidante y variopinta
trayectoria vital, los tremendos vaivenes de su existencia, los episodios
ridículos que protagonizó y que tantos chistes, chanzas y mofas provocó, sus
enfrentamientos con los poderosos y demás correrías, harían un aprovechable y
divertido argumento para engrosar ese género español tan literario como real.
José María (como su amado Escrivá de Balaguer) se convierte
en permanente carne de noticia desde que en 1983 le expropian su grupo de
empresas por unas minucias como que no pagaba a Hacienda desde hacía años o
como que la mayoría de sus empresas estaban en bancarrota y con profundos agujeros
contables. Evasión de divisas, apropiación indebida, fraude y otras cosillas lo
llevan a la cárcel, pero al poco de salir protagoniza uno de los momentos más
hilarantes, patéticos, ridículos y vergonzantes del final del siglo pasado. A
la salida del juzgado, en 1989, este personajillo convertido a partir de
entonces en un bufón del reino, se acercó al ministro Miguel Boyer (Psoe) y le
propinó lo que debería haber sido un puñetazo pero que apenas se quedó en un
ligero golpecillo con el puño en plan figura egipcia; y a todo esto, amenazando
con un tembloroso “que te pego, que te pego, leche”, palabras que, seguro,
hubieran aterrorizado al mismísimo Al Capone. Por su parte, Boyer hizo como que
iba a repeler el ataque, pero el barullo que se formó les evitó a ambos el
enfrentamiento cuerpo a cuerpo, lo que les hubiera llevado no ya al ridículo
más chusco, sino a la más violenta vergüenza ajena.
Quienes lo vivieran sonreirán al recordarlo, y quienes no
sepan de qué va esto podrían buscarlo para hacerse unas risas. El caso es que
en aquellos segundos inolvidables, Ruiz Mateos y Boyer demostraron ser dos
auténticos mequetrefes, dos lechuguinos incapaces de armar el puño y el brazo, dos
tipos atemorizados por la situación y que se agarraban de sus acompañantes para
que éstos sólo tuvieran que decir “no, que te pierdes”, dos alfeñiques, en fin,
que jamás se habían manchado las manos con otra cosa que no fuera la tinta con
que firmaban; no en vano a los dos no les falta más que visera y manguitos para
componer al perfecto chupatintas, al covachuelista (así llamaban a los oscuros
y corruptos funcionarios en el siglo XIX) enfermo de papeleo. Lo curioso es que
uno y otro quisieron aparentar ser tipos duros, uno con su ineficaz agresión,
el otro con su amago de contraataque; sin embargo la cosa quedó en pelea de
petimetres que se hubieran conformado con tirarse del pelo.
Pero esta especie de cómico improvisado no se dejó dominar
por la vergüenza, sino que, al ver que la gente se reía con él (en realidad, de
él), empezó a aparecer vestido de Supermán y repitiendo el ya emblemático “que
te pego, que te pego, leche”; luego se dejó ver con atuendo de presidiario, con
una cruz a cuestas, acosando a los familiares del timorato ministro y en otras
esperpénticas salidas de tono.
Y a la cosa picaresca contribuyó (contribuye) el gobierno y
la justicia española, puesto que casi 30 años después no hay sentencia
definitiva, de modo que en todo este tiempo unos tribunales han dicho una cosa
y otros la contraria. Y gracias a eso, este espécimen tan hispano montó otra
timba que, pocos años después, le volvió a llevar al cierre y la intervención.
Entre medias, forma un partido político y representa a España en el Parlamento
Europeo, compra un equipo de fútbol, huye de España, acumula más acusaciones… De
haber nacido hace 500 años alguien hubiera escrito una novela picaresca que
bien pudo ser “Sobre las andanzas, aventuras y padecimientos del astuto y
sibilino monaguillo que terminó en mercachifle y prestamista que engañó a
listos y tontos”. Pura esencia española.
CARLOS DEL RIEGO
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