Las personas, los individuos son los verdaderos responsables de las crisis, y los que hacen buenas o malas instituciones y organismos |
Las culpas de los responsables de la crisis recaen en los
bancos, en el sistema político, en el capitalismo, en la globalización... Pero
en realidad, quienes toman las decisiones, quienes actúan bien o mal, quienes
aciertan o se equivocan, quienes meten la mano en la caja no son bancos ni
sistemas, sino personas. Es decir, quien hace bueno o malo un método,
organización o institución es el individuo.
En los últimos años se está produciendo un creciente
descrédito hacia las instituciones, tanto públicas como privadas. Así, hay
quien desconfía de la democracia occidental al estar dominada por los partidos
y sus respectivos directores. Pero la democracia, incluso así, es la mejor (o
menos mala) de las formas de organización, y quienes la hacen perversa son las
personas, los directivos, los integrantes de lo que se suele llamar la
‘nomenclatura’ de las organizaciones políticas, que colocan en puestos de
máxima responsabilidad y como candidatos a cargo político a personas sin el más
mínimo mérito, a ciudadanos que jamás han demostrado valía en ningún terreno, a
integrantes del partido que jamás han realizado el mínimo esfuerzo lejos de los
engranajes del mismo; es decir, el problema es que se pone en disposición de
gobernar a hombres y mujeres que sólo han mostrado astucia y esfuerzo para,
dentro de las estructuras del partido, ponerse cerca de quienes tienen el poder
de confeccionar las listas para las elecciones o que pueden regalar puestos de
trabajo de “poco esfuerzo y mucho provecho”, como dicen los clásicos españoles.
En definitiva, las personas al frente de las organizaciones políticas son las
que hacen perverso el sistema de partidos, pues premian a los fieles aunque
sean mediocres, incultos y aprovechados, antes que a los capaces, honestos y
trabajadores. El problema es que los hombres íntegros están mal vistos dentro
del partido, pues suelen hacer preguntas molestas, tienen muchos escrúpulos o
incluso pueden actuar según su conciencia.
También se desconfía del sistema representativo, pero la
realidad es que el sistema no es culpable, pues no toma decisiones; son los
individuos los que toman la decisión de anteponer la ideología a la justicia,
el interés personal o el de su partido antes que el general, la afinidad o
simpatía antes que lo conveniente. Y así los bancos, pues quien decide
llevárselo en crudo o realizar operaciones dudosas o ilegales no es la entidad (algo
en realidad abstracto), sino que son los directores y altos ejecutivos con
poder de decisión. Igualmente son responsables del deficiente sistema legal (al
menos el español) quienes escriben las leyes (los políticos), que deciden que
robar 40 años a una persona es menos grave que robar 40.000 euros, pues el
ladrón está obligado a devolverlo íntegramente, mientras el asesino apenas
entrega 10 ó 12 años. Del mismo modo el capitalismo, que es un modelo económico
que premia (teóricamente) a quien más trabaja, al más decidido, al más
preparado, al más audaz, pero si quien más gana lo hace ilegalmente o sorteando
la ley, la culpa es de quienes tienen la misión de regular, de vigilar, de
buscar y castigar irregularidades; o sea, la falta no es del capitalismo, sino
de las personas que abusan y de las que no cumplen con su deber regulando,
vigilando y castigando.
Por eso, porque la culpa no la tiene la institución, porque un
método o código es lo que quieran las personas, hay que exigir
responsabilidades a las personas: al presidente e integrantes del consejo de
administración del banco, al presidente e integrantes del consejo de ministros,
ídem de la empresa o institución pública o privada. Y así, una vez determinado
el verdadero responsable, debe actuarse contra él, exigiendo que el político,
el presidente, el alto ejecutivo, el director que ha actuado de modo impropio,
equivocado o delictivo, responda con su propia persona y su propio patrimonio. Si
la decisión del político o banquero ha causado perjuicio al ciudadano, debe
pagar él mismo con su dinero, con inhabilitación, con cárcel, no su partido, no
el organismo o entidad que representa. Esta es la verdadera responsabilidad: si
no lo haces bien pagarás por ello aunque tu intención fuera buena y simplemente
te equivocaste; y debe ser así porque si el médico, el conductor, el tabernero
o el pescadero se equivocan pagarán por ello, al contrario que el político, el
juez o el banquero que fallan. Todo el que accede a cargo de responsabilidad
debería asumir que llegará el momento de pedirle cuentas, y si objetivamente no
salen, él será el responsable y por tanto él tendrá que pagar. Y si no
interesan las condiciones, nadie obliga a aceptar el nombramiento.
Si se exigieran este tipo de responsabilidades, los puestos
de poder estarían mayoritariamente en manos de personas honestas, y por tanto,
habría pocos candidatos.
CARLOS DEL RIEGO
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