miércoles, 26 de febrero de 2014

EL PELIGRO DE CEDER ANTE LOS ASESINOS Resulta verdaderamente increíble la pantomima montada hace unos días (II-2014) bajo la dirección escénica de los terroristas de la banda Eta, con ellos mismos en papel de protagonistas y con los observadores internacionales como comparsas necesarios.


Los asesinos y los tontos serviles están más cerca de lo que parece.
Esto ha sido una demostración más del desconocimiento que más allá de los Pirineos se tiene sobre la jauría de pistoleros; pero también de que siempre hay quien está dispuesto a bajarse los pantalones de modo servil ante los violentos, que por más que sorprenda siempre cuentan con el apoyo de otros tan fanáticos como ellos.

La escena es para verla y no creerla. Los mafiosos, encapuchados, pusieron sobre la mesa una mínima muestra de su armamento e hicieron ver que lo entregaban por voluntad propia, o sea, sin asumir la derrota; por su parte, los mirones (pues no otra cosa hicieron) admiten el juego de los verdugos ahora metidos a perdonavidas y así dan a entender que, con ellos allí, está garantizada la legitimidad…, cuando lo que están haciendo es colocarse a la misma altura que los enmascarados, se han mostrado sumisos ante los sicarios, han cedido a sus exigencias, han admitido sus reglas y seguido al pie de la letra el guión escrito tras la máscara. Los criminales darían orden de empezar a grabar e indicarían a los tontos lameculos, a los mequetrefes internacionales, cuándo deberían entrar en escena…, y éstos asentirían de modo untuoso y servicial. A nadie extrañaría que, acabada la farsa, se despidieran con un apretón de manos.

Es de locos aceptar las condiciones de una banda mafiosa y asesina, pero menos aún cuando está derrotada, desarticulada, descabezada, aunque sus integrantes aun no lo sepan o no quieran admitirlo. Si de verdad existiera intención sincera de cambio, de terminar con tan siniestra organización (cuyos ‘logros’ sólo se miden por litros de sangre), no entregarían cuatro pistolas y un par de kilos de explosivos, sino que desvelarían la ubicación de todos sus arsenales, se entregarían ellos mismos y reconocerían ante sus víctimas el daño causado, e incluso contestarían a todas las cuestiones sin resolver en la rastrera historia de la manada de hienas. Lo malo es que no están dispuestos a aceptar la derrota, y por eso se creen aun fuertes para imponer condiciones y por eso van a continuar exigiendo, tanto como si hubieran logrado vencer al gobierno del estado, a la ciudadanía, a la sociedad. Los integrantes de esta auténtica secta creen estar legitimados, piensan que han adquirido derechos por haber mostrado capacidad de matar, y por tanto exigen negociación, tira y afloja, concesiones a cambio de perdonar vidas. Pero lo peor es que esos mamarrachos que se hacen llamar verificadores están de acuerdo con los miserables abyectos en exigir concesiones a cambio. ¡Se ponen de su parte! ¡Y seguro que se sienten salvadores!

Estos auténticos facciosos, en su demencia fanática, piden, pero los gobiernos legítimos no pueden ceder, no deben aflojarse el cinto y claudicar, pues si así hicieran estarían enviando un mensaje de obediencia y sometimiento a todas las pandillas criminales, a todos los delincuentes; si quienes tienen la legalidad democrática como respaldo conceden algo, los nazis habrán ganado y así se sentirán.
No hay que olvidar que, en 1938, los ministros francés e inglés, Daladier y Chamberlain, firmaron en Munich unos acuerdos con Hitler y Mussolini y volvieron a sus países diciendo que el führer y el duce eran personas razonables. O sea, optaron por bajarse los pantalones, ceder ante la violencia. Unos meses después…

¿Cuánto tardarán los del verdugo en anunciar otro montaje, otro espectáculo siniestro?   


CARLOS DEL RIEGO

lunes, 24 de febrero de 2014

AC / DC, CUARENTA AÑOS DE ROCK EN ESTADO PURO Es asombroso, pero dos docenas de discos y cuatro décadas después, AC DC se ha asentado como uno de los más universales iconos del rock a pesar de que su propuesta es la misma que en sus comienzos. Afortunadamente.

Si el rock pudiera representarse con imágenes, esta sería una muy adecuada
Nadie en aquel momento hubiera apostado por la longevidad de aquellos recién llegados llamados AC DC; ni mucho menos que se convertirían en una de las bandas de rock más populares, influyentes, exitosas, vendedoras y aclamadas de todo el planeta. Pues sí, han pasado nada menos que 40 años desde que el grupo tomó forma, y Angus es casi un sesentón a pesar de sus pantalones.



Para empezar, estos británicos australianos hicieron su irrupción internacional en plena efervescencia punk, produciéndose cierta disputa; por un lado había quien descalificaba a AC DC por hacer ‘rock mastodóntico’, pero por otro había que los veía como una banda ‘que da mucha caña’. Su propuesta es realmente simple, de hecho resulta tópica, fácil, carente de sorpresa, con escasas variantes…, pero resulta perfecta para menear la cabeza; no suele llevar cadencia veloz, pero las guitarras apabullan, abruman, penetran fácilmente, se enganchan y mueven al receptor a su antojo; y luego está la voz, siempre cascada y un tanto arenosa, rasposa, aguardentosa…, ya fuera la del recordado bon Scott o la del eficaz Brian Johnson. Pero la seña de identidad de la banda es Angus caminando con paso firme con el escenario mientras arranca rock en estado puro de su negra Gibson. Ciertamente lo de AC DC nunca ha sido ni innovador ni original, nada de eso, ellos han apostado por recorrer siempre, más o menos, el mismo camino, pero asombrosamente la cosa funciona, la potencia de la muralla construida resulta irresistible para todos los que tienen química con el rock, con el rock en general, y da igual que se prefiera el hard o el heavy a la clásica, el metal, cross over o cualquier subgénero con guitarras distorsionadas, todos coinciden en Angus Young.


Sí, los temas de cualquiera de sus álbumes podrían formar parte de cualquier otro. Pero en realidad da igual que sus canciones apenas muestren variaciones, en primer lugar porque el rock no admite cánones de otros géneros musicales, sino que el rock permite recursos y ejercicios que otras músicas repudian; y en segundo lugar porque nadie desearía que AC DC empezara a hacer canciones en claves distintas y que dejara de ser lo que es. Lo bueno de esa guitarra tocada con hacha es que todo interesado en este mundillo la reconoce al instante, la asimila, la encaja, la metaboliza y la acompasa con su propio ritmo vital. Han publicado dos docenas de discos en los que apenas hay otra cosa que lo que ya había en el primero, sin embargo, invariablemente,  aquello que lanzaron en 1976 produce el mismo efecto que lo que publicaron hace un par de años; claro que tienen su himnos: ¿quién no se deja sacudir por ‘Let there be rock’?, ¿quién es capaz de sujetar la cabeza, quién no siente la sacudida, quién no ha gritado con todas sus fuerzas ‘Highway to hell’?.., y eso que títulos como esos (por citar sólo un par de emblemas de la banda) han sonado millones de veces en millones de altavoces (en la época del vinilo se solía decir que se “había pinchado tal disco hasta que sangró”).

Como todo iniciado sabe, AC DC es el grupo de los guitarristas Angus y Malcom Young; además, otro de sus hermanos, Georges, formó junto a Harry Vanda un grupo de new wave llamado Flash & the Pan, que tuvo un éxito corto y limitado a principios de los ochenta del siglo pasado gracias a canciones como ‘Media man’ o ‘Waiting for a train; luego se convirtieron en productores de grupos de diverso pelaje, incluyendo el de sus hermanos pequeños (a los que enseñó a tocar la guitarra). Echando la vista aún más atrás, Georges Young formó parte del grupo Easybeats y firmó, junto a su compi Harry Vanda, uno de los grandes clásicos de los sesenta, el precioso ‘Friday on my mind’ (1966), que versionéo en su ‘Pin ups’ el mismísimo David Bowie (¡a dónde se puede llegar tirando del hilo!).

A pesar de su aspecto de colegial travieso, menudo, inquieto, Angus será un sesentón el año que viene. Afortunadamente todo indica que el rock va a seguir fluyendo desde estos electricistas australianos (en realidad originarios de Escocia). Mientras la Gibson no quede olvidada en el ángulo oscuro, mientras Brian Johnson conserve su voz, mientras los Young sigan teniendo rock líquido en lugar de sangre corriendo por sus venas, habrá AC DC, habrá rock. Sólo.  


CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 19 de febrero de 2014

SÓLO SE VE LA MOTA EN OJO AJENO: HUMANO Y ETERNO SENTIMIENTO Dichos que tenían validez hace milenios la mantienen al pie de la letra hoy, como el que dice que es más fácil ver las pequeñas debilidades de los demás que las propias barbaridades

Imagen con que el Telegraph inglés ilustra las maldades de la siesta
 y otros usos españoles.
Hay cosas que no cambian por más tiempo que pase. Una de esas es aquello de “ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”. Es sorprendente que esa forma de ver, esa visión comprensiva con la maldad propia y despiadada con la flaqueza del otro se da en todas partes, en toda sociedad, en toda clase social, en toda época. Hay quien se pone como un basilisco con un conductor que no pone el intermitente mientras él pasa a 80 donde hay límite de 40. Y hay asesinos múltiples que claman al cielo porque otros presos fuman cerca o porque no tienen en sus ordenadores de la cárcel los video-juegos más novedosos…, ese tipo de ‘agresiones’ les parecen insoportables, pero no ven tan reprochable liquidar a dos docenas de personas.

La última visión de mota en ojo ajeno la protagonizan los columnistas y opinadores de Inglaterra y Estados Unidos. Resulta que desde el New York Times se echan las manos a la cabeza y señalan como origen de todos los males de España la costumbre de la siesta y, en general, los horarios por los que se rige el personal por estas latitudes; además, reprochan que los españolitos se reúnan en el bar para ver el partido tomando una ‘birra’, que se cene a las 10 de la noche y que se vaya tarde a la cama.

 Porque, claro, tener tan fácil acceso a las armas como a la goma de mascar es mucho menos perjudicial que dormir la siesta; y eso que no se tienen noticias de que nadie haya muerto por dormir mucha o muchas siestas; en todo caso, seguro, hay menos bajas por sestear que por disparar. Ah!, y ejecutar a unos cuantos negros e hispanos (y también blancos, oiga), a disminuidos psíquicos, a menores o a personas sin dinero para pagar a los mejores abogados, eso es mucho más saludable que cenar a las diez…, a pesar de que la silla o la inyección suelen causar más muertes que las cenas tardías. Además, como ni británicos ni estadounidenses trasiegan cerveza ni ven partidos, pueden, pues, criticar que otros lo hagan. 

Por otro lado, afirman aquellos ‘expertos’ que la siesta debe durar una hora o menos, cuando todos los verdaderos estudiosos del tema (o sea, los que tienen experiencia) señalan que lo conveniente y beneficioso es que no pase de los quince o veinte minutos. Y para mayor desfachatez, los mencionados diarios ilustran su regañina con la imagen de un gordinflas durmiendo…, como si en USA no hubiera durmientes obesos y sebosos o como si todos los ingleses tuvieran la figura de Beckham.

En fin, que en el colmo de la hipocresía, la petulancia y el engreimiento, en la cumbre del complejo de superioridad, aquellos periodistas se preguntan si no sería hora de que España cambiara muchas de sus costumbres…, ¿alguna vez se habrán hecho tal pregunta refiriéndose a su país? Será que, tal vez, aquellos países, aquellos periodistas se creen legitimados para tirar la primera piedra.

No es que las costumbres españolas sean las mejores (seguro que son fácilmente mejorables), pero que aquellos se atrevan a afear menudencias a otros y se olviden de sus enormidades denota cinismo e ignorancia. De hecho, ¿sabrán los gacetilleros de marras, que se piensan libres de culpa y defecto, situar España en el mapa?     

El caso es que aquellos fenómenos quieren imponer hasta sus costumbres, como si pretendieran uniformidad en usos y maneras, como si ansiaran que todos los pueblos adoptaran lo que ellos creen que es lo mejor…, porque es lo suyo. Por cierto, al parecer, menos de uno de cada cuatro celtíberos puede permitirse la cabezadita tras el cocido.

CARLOS DEL RIEGO

lunes, 17 de febrero de 2014

CLÁSICOS DEL ROCK SUREÑO El sur de Estados Unidos posee, debido principalmente a su devenir histórico, su propia personalidad, la cual se refleja en todas sus manifestaciones culturales, incluyendo la música rock; tan es así que hasta se ha acuñado un subgénero dentro de ese amplio cajón de sastre: el rock sureño, que incluye bandas verdaderamente únicas.

Charlie Daniels, considerado el padre del rock sureño.
No son pocos los grupos que, dentro de esa denominación de origen, han brillado y dejado auténticas joyas, héroes para la leyenda y un sonido característico. En la prehistoria del rock sureño podrían citarse muchos nombres, desde el gran Hank Williams a los no menos grandes Creedence, pero la esencia la pusieron otros. Entre sus principales señas de identidad destacan (además de que todos proceden de estados del sur, aunque no todos los grupos del sur hacen southern rock) la generosidad instrumental, sobre todo la profusión de guitarras, desde la ‘steel guitar’ hasta la acústica de 12 cuerdas; asimismo es casi general el sonido de finos teclados y no es extraña la presencia de saxos, armónicas, violines, e incluso flautas; la voz siempre es profunda y densa, muy armónica, muy modulada; los ambientes conseguidos son herederos del country y deudores del blues más pantanoso. Luego, lógicamente, cada autor y productor aporta su ‘manierismo’. El resultado es intenso, exigente, pero por más instrumentos que haya, jamás se capta como ruidoso ni se pone cargante. La presencia de la bandera sudista también es casi obligada en vivo, sobre todo si el concierto es el cualquier ‘estado confederado’; por cierto, es curioso cómo agitar la ‘Cruz sureña’ no se hace ni se entiende como menosprecio o deseo de divorcio.    


No son pocos los grupos que han sobresalido especialmente dentro de la estantería del ‘southern rock’, pero hay tres nombres imprescindibles: Allman Brothers Band, Lynyrd Skynyrd  y Marshall Tucker Band, que pueden ser identificados por tres canciones magistrales, tres piezas emblemáticas y cargadas de carácter como son, respectivamente, ‘Jessica’, ‘Sweet home Alabama’ y ‘Fire on the mountain’.



El grupo de los hermanos Allman (Duane murió en 1971) ha dejado canciones de leyenda, como la emotiva y vibrante ‘Rambin’ man’ (inspirada en una homónima de Hank Williams, pero sin nada que ver) o la más jazzística ‘In memory of Elisabeth Reed (frase que vieron en una lápida de un cementerio de su pueblo, Macon, Georgia, el mismo donde está enterrado Duane), pero su pieza de bandera es la irresistible ‘Jessica’. Se trata, sin duda, de uno de los mejores (por no decir más) instrumentales de la historia del rock. La batuta la lleva la inmaculada, elegante, finísima guitarra de Dickey Betts, que dibuja en el aire una fantástica, casi hipnótica melodía; el ritmo atrapa, los arreglos que órgano y piano aportan un ambiente único. Con todo ello se consigue, un tema de gran densidad pero con el que es muy fácil identificarse, de modo que tras un par de audiciones, ‘Jessica’ se vuelve importante en la lista de éxitos que cada uno tiene en su memoria.



Lynyrd Skynyrd tiene también canciones sobresalientes, como la monumental ‘Free bird’, una pieza lenta y larga cargada de intención y emoción, que va ganando en intensidad para terminar en una explosión de guitarras con riffs encendidos; el pájaro libre es Duane Allman. Pero la canción de Lynyrd Skynyrd es, claro, ‘Sweet home Alabama’. Su entrada es emblemática, con esa entrada inconfundible y ese ‘Turn it up!’ (‘¡Súbelo!’, que no estaba previsto, pero al escuchar lo bien que quedaba decidieron dejarlo), con el ritmo cadencioso y la voz profunda, con el piano sutil y los coros, con el enfrentamiento de guitarras…, en cualquier parte del mundo sería tarareada a la primera. El tema gira en torno a dos asuntos; por un lado se trataba de contestar a lo que Neil Young decía en sus ‘Southern man’ y ‘Alabama’, y por otro reconocer el trabajo de los estudios Muscle Shoals y sus músicos, The Swampers’. Sin embargo lo que ha prevalecido es la controversia con el viejo Neil, que insinuaba racismo, y la réplica de los sureños, mostrando su orgullo por ser del sur (curiosamente eran de Florida).

Marshall Tucker Band propone algo más elaborado, barroco si se quiere, pero con el sello de fino estilista; su sonido se presenta cargado de detalles y gran aporte instrumental, con la correspondiente voz densa y penetrante, ese extraordinario cuidado a la hora de pulir y refinar la mezcla final y esa chispa en la melodía…, todo encaja en una armónica y arrebatadora perfección. En su repertorio se encuentra verdaderas delicatesen, como ‘Can´t you see’, ‘Ramblin´’ o ‘Searchin’ for a rainbow’, pero sobre todas destaca la prodigiosa ‘Fire on the mountain’. Lucen la steel guitar, las acústicas, las eléctricas, la flauta, en una cabalgada acompasada y melodiosa que invita a subirse a su ritmo suave que parece acariciar los sentidos. Es una canción absolutamente imprescindible y que gusta desde el primer momento, pues transmite algo que se acopla perfectamente a los receptores de estímulos placenteros del cerebro. En 1980 murió uno de sus fundadores, Tommy Caldwell, y en 1993 su hermano Toy, el guitarrista.

Pero además de los ‘majors’ del rock sureño, la nómina de adscritos a este estilo es amplia, variada y muy atractiva. Ahí está el hipnótico Charlie Daniels (barbas, violín y sombrero) al frente de Charlie Daniel Band que, aunque country y campero por los cuatro costados, es considerado padre del southern rock.  Blackfoot (más heavy), Molly Hatchet (tirando a metal épico, aunque con una voz delatora), The Outlaws (finísima, preciosa fusión de country, rock & blues y armonías vocales), 38 Special (más rythm & blues), Cowboy (pioneros del country-rock, con apuesta más melódica, anteriores a Poco o Eagles y muy unidos a los Allman), o los siempre elegantes y entrañables, por lo que significaba tener sus discos en los años setenta, Amazing Rythm Aces (aquella rana en moto); y Little Feat (tirando hacia el blues), Black Oak Arkansas, Atlanta Rythm Section, Ozark Mountain Daredevils…   

Visto desde 2014, resulta casi increíble que en aquella España de hace cuatro décadas hubiera quien conociera e incluso tuviera discos de estas bandas.


CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 12 de febrero de 2014

ALGO HUELE MAL EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE INVIERNO DE SOCHI Los servicios con varios inodoros aledaños y sin barreras de algunos alojamientos de los juegos de Sochi deben ser lugares poco apacibles para los sentidos, pero en todo caso mucho menos que las cuentas de unos juegos que han costado más que todos los anteriores juntos. Pero no es lo único que desprende hedor

De cuatro en cuatro, podrán darse la mano y compartir esfuerzos.
Los Juegos Olímpicos de Invierno que se están celebrando en la ciudad rusa de Sochi muestran pegas, datos sorprendentes y, en fin, cuestiones discutibles desde el punto de vista deportivo. Se sabe que ha habido enorme controversia con el asunto de las declaraciones y medidas antigay (problema habitual cuando hay escasez de neuronas); y el personal ha hecho todo tipo de chistes con las fotos de váteres comunales con hasta cuatro tronos juntos y sin barreras entre ellos, de modo que permiten que quienes estén reinando a la vez se cojan de la mano…, tal vez por aquello de que la unión hace la fuerza. Ah!, también está prohibido orinar de pie (se supone que las mujeres están exentas), vomitar o pescar en la taza del váter.  


Prohibido orinar de pie, vomitar o pescar en la taza del váter.
Hecho sabido es que Pierre de Fredy, el Barón de Coubertain, quien tuvo la idea de restaurar los juegos y no paró hasta conseguirlo, fue un declarado enemigo de la invención e instauración de los Juegos Olímpicos de Invierno, pero si hoy volviera a la vida y se llegara hasta aquella ciudad bañada por el mar Negro, terminaría por huir, horrorizado ante la calamidad en que han convertido aquella idea. Y es que no deja de llamar la atención que se pueda ganar una medalla olímpica en ‘half pipe’, o sea, deslizándose sobre una tabla por una estructura en forma de medio tubo, haciendo piruetas y acrobacias…; y de igual modo otros ‘deportes’ que carecen de valores estrictamente deportivos (o sea, no importa cómo lo hagas si, siguiendo las reglas, llegas antes, más lejos o anotas más) pero que poseen valores artísticos (lo que cuenta es hacerlo bonito, con coordinación y coreografía, ritmo y adecuación a la música), como ese baile sobre patines que se denomina patinaje artístico.

Con tanta y tan íntima proximidad este puede ser el escenario de grandes amistades
Por eso, que nadie se extrañe de ver en próximas ediciones de Juegos Olímpicos sucedáneos como el fútbol sala o el fútbol playa, soga-tira o hockey subacuático (ya existe), concurso de poesía o  ‘chess-boxing’, modalidad nueva que exige a los participantes medir su intelecto sobre un tablero de ajedrez, primero, y luego sus puños en el cuadrilátero.

Por otro lado, en los últimos años se ha producido el curioso fenómeno de atletas que, tras no ser seleccionados por su país, buscan otro de menor nivel deportivo, solicitan nacionalizarse (seguro que con buena recompensa) y en un par de meses están listos para defender la bandera de un país que pisarán un par de veces en su vida y que no sabrán ubicar en el mapa; y no se trata de que la tierra natal del prófugo hubiera sido colonia del país receptor, sino de jamaicanos que se nacionalizan eslovenos, estadounidenses que se vuelven rusos y macedonios, etíopes que corren como qataríes o keniatas que lucen la bandera sueca. El COI lo permite todo mientras fluya el numerario, como demuestra el hecho de designaciones de sedes sin ningún criterio (¿qué criterio seguirían cuando llevaron a Berlín los de verano del 36 y a Garmisch los de invierno, o a Pekín en 2008?).

Y ahí está el núcleo del asunto, pues en realidad los miembros de tan importante comité sí que responden a un criterio, como prueba el asombroso hecho de que el presupuesto de los presentes Juegos Olímpicos de Sochi se eleva a los 40.000 millones de euros, cifra que dejará boquiabierto a quien no sepa que el presupuesto de todos los juegos de invierno celebrados hasta la fecha (el primero en 1924) es el equivalente a 35.000 millones de euros, según dato matemático desvelado por un historiador holandés, Jurryt van der Vooren; por cierto, el presupuesto inicial era de siete mil millones, de modo que hay que deducir que gran parte de la diferencia iría a... Otro dato poco conocido de lo oscuro de las cuentas del COI y otros organismos deportivos internacionales (que, dicho sea de paso, no pagan impuestos) es que en los juegos de invierno de Nagano (1998) hubo denuncias de sobornos y corrupción, pero casualmente los papeles, justificantes, presupuestos, gastos, libros de cuentas… resultaron quemados antes de que nadie pudiera echarles un vistazo. Asimismo, el escándalo de las competiciones amañadas para manipular apuestas en Salt Lake City (2002) parece cosa de poco comparado con la presión, amenazas e intimidación que la policía canadiense ejerció sobre quienes se oponían a los juegos de Vancouver 2010.

El gigantismo descontrolado y los intereses comerciales y económicos sobre los deportivos, así como la vulgarización y cotidianización de los juegos están minando seriamente eso que ideó aquel aristócrata francés que pensaba que el deporte serviría para unir.

En fin, el dato de los dineros de Sochi ha sido escasamente difundido, pero el olor del dinero es tan fuerte que no hay manera de disimularlo, y todos los asuntos del COI huelen peor que aquellos váteres que permitían compartir esfuerzos. 


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 9 de febrero de 2014

SKA, AQUELLA LOCURA DE 1979: MADNESS Muchos dijeron que cosa tan simplona no tendría ningún futuro, pero el tiempo ha confirmado el ska en el paisaje del rock. Aunque el género tiene su prehistoria, el caso es que no cuajó hasta que unos chiflados dieron vida a la locura, Madness

Madness, uno de los grupos más divertidos del último medio siglo.
Pocos géneros musicales están tan asociados a la diversión despreocupada, a la alegría porque sí, como el ska. Originado en Jamaica y antecedente del reggae, fue reelaborado en Inglaterra en la segunda mitad de la increíble década de los setenta del siglo pasado, y justamente hace 35 años se publicó el álbum que situó definitivamente el vivaracho ritmo en el universo que dominan el rock y el pop. De este modo, aunque en aquel momento hubo quien entendió aquello como poco más que ‘pachanga’ con charanga y pandereta, lo cierto es que el irresistible atractivo del ska está ya tan asimilado que cualquier banda de cualquier género puede hacer una en ese plan sin que nadie se sorprenda. Aquel disco era, claro está, el ‘One step beyond’ de los inigualables Madness.


Comenzaba ese álbum con un discursito en el que se definían como posesores del “sonido más marchoso y facilón que existe actualmente”. Después, una auténtica locura: ritmo hiperacelerado, un instrumental bastante limpio, dirigido por el saxo, dinámico y sin demasiada floritura, con atmósfera festiva y saltarina que invitaba a dejarse llevar; ciertamente la cosa era muy simple, demasiado simplona dijeron algunos (incluso hubo quien aventuró que eso no tendría el menor futuro), pero el caso es que contagiaba ganas de saltar, de dejarse llevar por esa algarabía bulliciosa que desprendía su vibrante ritmo y su aire despreocupado y optimista. En el vídeo del tema homónimo del LP, ‘One step beyond’, mostraban cómo hacer para disfrutar de aquello plenamente, o sea, cómo bailar ska; el resultado es desternillante y aun hoy produce un efecto similar al del Flautista de Hamelín, es puro movimiento, vitalista y divertido, gamberrismo inocuo. Pero aquel álbum emblemático contenía mucho más. ‘My girl’ es medio ska medio reggae (en realidad éste es la versión lenta de aquella) y presenta una melodía encantadora. ‘Night boat to Cairo’ es vehemente, emotiva, y tiene un saxo que deja clara la conexión con el jazz, sobre todo en sus arrebatados pasajes instrumentales. ‘In the middle of the night’ ralentiza la cosa y, sin perder tensión, tiende más al reggae. ‘Madness’, la que cierra el disco, es otro canto a la despreocupación y la intrascendencia en el que se repite eso de ‘madness’, locura. Además hay instrumentales encantadoramente desquiciados, como el delicioso ‘Tarzan´s nuts’ o la adaptación skatalitica de ‘El lago de los cisnes’ de Tchaikovski, que el grupo se atrevió a hacer con un resultado sorprendente…, mostrando también una ingenua y sana inconsciencia; es como si quisieran decir algo así como “eh, sí, hacemos música fácil, pero podemos tocar lo que sea”. En fin, se trata de un disco ideal cuando la trascendencia agobia y se necesita perspectiva: tiene efectos euforizantes.


Por otro lado, aquel 1979 vio cómo aparecía otro de los emblemas del género, el primer Lp de los Specials que, producido por un tal Elvis Costello, regalaba joyas skatalíticas como ‘A message to you’, ‘It´s up to you’, ‘Nite club’ o la pegajosa ‘Monkey man’.

El caso es que aquello del ska, la propuesta más enloquecida del universo de la música popular, arraigó de tal modo que es rara la banda que no se marca uno de vez en cuando, aunque habitualmente camine por otros terrenos; incluso hay grupos que mezclan punk y ska para arremeter contra todo. Por cierto, entonces, al final de los setenta, uno de los pioneros del género en español tenía una muy buena que recomendaba “Salid por las noches, no pringuéis en casa”... 


CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 5 de febrero de 2014

HACIA LA DIGITALIZACIÓN DEL PENSAMIENTO El río ya empieza a sonar. No están lejos los implantes de chips en el cerebro ni la posibilidad de convertir todo el contenido de una mente en gigas y gigas de datos; luego se metería todo en un archivo informático y se podría descargar, ya en otro cerebro ya en un dispositivo electrónico. La cosa no deja de resultar inquietante.

Puede que esto, chips en el cerebro, no esté lejos.
La tecnología avanza a tal velocidad que, en algunos casos, se adelanta incluso al propio pensamiento. Científicos están investigando cómo convertir todo el contenido del cerebro (recuerdos, ilusiones e inquietudes, conocimientos y experiencias, gustos, sentimientos…) en datos informatizables y, por tanto, almacenables en dispositivos electrónicos; de este modo, toda esa masa de datos puede ser transferida a una máquina o a otro cerebro. Imagínese que todo lo que contienen las neuronas de una persona que muere se trasplanta a un disco duro, ¿cómo se sentirá ese ente?, ¿tendría derechos?, ¿será consciente de que ya no es persona?, ¿necesitará volver a otro cuerpo o le valdrá con un artilugio autónomo?, ¿qué se pensaría al tener conciencia de ser pero no poder hacer, no poder salir, no poder estar? Es más, también hay quien augura (ya hay laboratorios trabajando en ello) que no pasará mucho antes de que se puedan implantar chips en el cerebro con casi infinitas aplicaciones; en este sentido, ya se han realizado experimentos de conexión entre dos cerebros que (así lo afirman los sujetos del experimento) consiguieron comunicarse sensaciones e incluso órdenes.

Aparte de las cuestiones puramente tecnológicas del tipo de si es posible o no y cuándo, aparte de los posibles problemas fisiológicos o anatómicos, se plantean infinitas cuestiones éticas y morales. Por ejemplo. Actualmente ya se están implantando chips en la cabeza conectados a las neuronas, de modo que no faltará mucho para que se puedan crear sinapsis (conexiones) entre las neuronas y un dispositivo completo, como un teléfono móvil con todas sus aplicaciones, posibilidades y funciones; incluso todo el teléfono podría estar adherido a las circunvoluciones cerebrales. De este modo, el individuo ya no tendría que teclear los mensajes, ni siquiera pronunciarlos de viva voz, sino que sólo con el pensamiento se podrá construir el mensaje y enviarlo; así, las personas podrán comunicarse sin abrir la boca, ya estén frente a frente o a kilómetros de distancia; esto sería una forma de telepatía. El problema es que si toda la sesera (con toda su información) está enchufada a un móvil, al igual que con éste, cualquiera podría descargar los datos que desee, de modo que ya no habrá secretos que guardar, y todo el mundo podrá acceder a todo el mundo (si hoy se derriban barreras informáticas y se descifran contraseñas…). Así, no se podrá mentir, la policía sólo tendrá que conectar un cable al coco del sospechoso y ‘leer’ qué piensa o dónde estuvo el día tal a tal hora; esposa y esposo no se afanarán en buscar indicios de infidelidad, pues bastará encontrar el momento para descargar información de la mollera del consorte; no será preciso estudiar, ya que sólo será necesario copiar y pegar datos para convertirse en experto en todas las ramas del saber…, y así en todas las cuestiones que uno quiera imaginar.

El caso es que al ser todos potencialmente como libros abiertos, al estar permanentemente localizados, visualizados, monitorizados, será sencillísimo controlar y manipular a la ciudadanía (con la actual tecnología ya se puede espiar y saber de millones de personas). Y así, continuando con tan imprudente y atrevida especulación, puesto que será imposible esconder nada en el encéfalo, será muy difícil tomar la decisión de hacer algo contra la ley, mentir y exponer excusas, portarse mal, ser hipócrita, estar secretamente enamorado, tener ideas, deseos, inquietudes, intenciones, sentir…, puesto que todo quisque tendrá el convencimiento, la certeza de estar siendo permanentemente observado. Todo el mundo actuará del mismo modo, todo el mundo será perfectamente previsible y las emociones terminarán por desaparecer, pues al poder ser desvelado el pensamiento se tenderá a utiliza la inteligencia como la utilizan las máquinas: de modo frío, práctico, idéntico, carente de ideas, gustos, sentimientos. De este modo, la persona habrá perdido su capacidad de decisión, o sea, el libre albedrío, el poder escoger libremente entre hacer el bien o hacer el mal, eso que hace hombre al hombre, eso que hace buenas y malas personas. No habrá nada de eso, ese concepto de bueno y malo habrá desaparecido. Todos pensarán y se conducirán igual, pues todos estarán enchufados al procesador central. Hormigas.

La tecnología es una herramienta, un instrumento, igual que la energía nuclear o un cuchillo, no es buena ni mala, sino que todo depende de cómo y con qué fin se use; pero el caso es que la experiencia nos dice que si se puede hacer un uso perverso de algo, alguien lo hará. Los implantes cerebrales pueden conseguir que un ciego vea, pero también conocer lo que hay guardado entre los surcos, lóbulos y circunvoluciones de cada uno.   

Sea como sea, todo es pura especulación. Como cuando hace mil años se especulaba con el final del océano o sobre cómo se sostiene la luna.   


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 2 de febrero de 2014

ALGUNOS DISPARATES DE LOS OCHENTA Una forma de conseguir popularidad rápidamente es acudir al disparate, al exceso, como hicieron algunos en los ochenta del siglo pasado que, lógicamente, se diluyeron en poco tiempo. ¿Alguien recuerda a Sigue Sigue Sputnik o a Adam & The Ants?

De semejante guisa se atrevían a presentarse en público Adam & The Ants
Siempre ha habido grupos de pop y rock que han optado, para que se les prestase atención, por una presencia y puesta en escena exagerada más que fiarlo a sus canciones. Por ejemplo, se puede decir que Kiss o Village People hicieron del esperpento su principal rasgo de identidad en los años setenta. Pero puede afirmarse que fue la década de los ochenta del siglo pasado la que más disparates permitió, algunos de ellos con cierta gracia…, al menos durante un par de minutos. Fue el momento de las hombreras insultantes, de los tocados delirantes y los teñidos monstruosos, de los colores estruendosos y, en fin, de una estampa digna de un cuadro de El Bosco.


El caso es que, una vez que la marea punk derribó las paredes de los cánones de la música popular, el todo vale se impuso, de manera que en los primeros años de aquella década algunos se inscribieron en la carrera de la exageración y, casi siempre, del mal gusto; era la moda, había que ir un poco más allá en el empeño de llamar la atención a base de (visuales) provocaciones. Pero claro, nada hay más cierto que el hecho de que todo lo que está de moda pasará de moda, con lo que aquellos grupos desaparecieron tan repentinamente como un cambio de escaparate al llegar la nueva temporada.

En realidad, ya en su momento causaron más curiosidad y sonrisa que otra cosa. Vistos desde hoy la percepción apenas ha cambiado: mucha más fachada que canciones, pero hay algunos a los que se les ve como curiosidades de su tiempo, como representantes de un corto período en el que el personal vivía bastante más despreocupadamente. Era un hedonismo rococó, decadencia si se quiere, fantasía, desinhibición sin prejuicios…, y exceso, exceso en todo, “nada satisface tanto como el exceso” decían en una peli.


Entre los que mostraban una facha más escandalosa estaban los Sigue Sigue Sputnik. Eran estos un especímen singular, un grupo de rock con ínfulas futuristas, con tanto sinte como laca y maquillaje. A mediados de los ochenta tuvieron su minuto de gloria con la canción ‘Love misile F1-11’. Efectos, ecos, filtros, voces, oropeles sonoros…, y alguna guitarra que asoma de vez en cuando; la melodía es prácticamente inexistente, apenas pasa de un recitado que parece ser poco más que un pretexto para exhibir novedades tecnológicas. Con tan escaso contenido no puede extrañar que duraran lo que una moda, pero el caso es que en su segundo disco se decidieron a hacer más rock y menos pantomima, aunque curiosamente la cosa se diluyó por indiferencia general. El vídeo se ve con esa sensación de una moda más que pasada, trasnochada, casi hilarante.

Otro grupo que destacó en aquella antología del disparate fue Adam & The Ants. Surgido con propósitos punk aun en los 70, comprobaron que no se comían nada, así que contrataron al figurón Malcom McLaren (sí, el que se inventó a los Sex Pistols) para que diera un giro a la cosa. Se vistieron de piratas de guardarropía, se pintaron y peinaron como si fueran de carnaval y probaron fortuna. De esta guisa lanzaron un par de álbumes, de los que salieron sus dos únicos ‘éxitos’, el ‘Stand & deliver’ y el ‘Dog eat dog’. Los temas no tienen gran cosa, aunque un veterano resabiado como el guitarrista Marco Pirroni daba un poco más de consistencia al sonido; de todos modos a veces se sugiere algo de melodía que se puede tararear. Sea como sea, un par de años y al archivo. Por cierto, el tal McLaren se llevó a varios de los integrantes de los Ants para otro de los grupos de su cuadra, Bow Wow Wow, digno de entrar en el estante de los desacatos y que sonó con una titulada ‘C-30, C-60, C-90’, título que no comprenderán quienes no conocieran la cinta de casete (aquellas TDK…).

Dead or Alive, Visage o los primeros Spandau Ballet y Duran Duran militaron en los ejércitos de la mamarrachada que, como en cualquier otro tiempo, también hubo en los ochenta del XX. De otro modo, también fueron auténtica jaula de grillos Frankie Goes to Holliwood, pero ahora con canciones, algunas de verdadero mérito como la sugerente ‘Relax’ o la impagable ‘Two Tribes’, cuyo imprescindible vídeo mostraba un doble del presidente USA Ronald Reagan y otro del soviético Konstatin Chernenko peleándose ante una audiencia mundial que apuesta; los últimos treinta segundos son antológicos.

La versión española de la cosa fueron los lechuguinos de (¡horror y pavor!) Locomía, aunque los cardados, el colorido empalagoso e incluso la espantosa hombrera también menudearon por aquí. Afortunadamente también hubo mucho y bueno, tanto aquí como allí.

Hoy también hay de esto, como esas y esos que tienen más espacio en los medios por lo visual que por lo sonoro.


CARLOS DEL RIEGO