Circula por las redes una imagen que describe perfectamente la situación
La actual situación
de emergencia en las democracias occidentales, especialmente en España,
demuestra que el sistema que ordena y administra se ha pervertido y necesita
revisión y modificación.
Por un lado los
partidos políticos. Se han convertido en estructuras piramidales cuyos
objetivos son ganar elecciones, pescar subvenciones, hacer política y colocar
en puestos apetecibles a cuantos más de sus adeptos mejor. Lo de buscar y procurar
el bien común es tan ajeno a un partido político como la rueda a un trineo. Es
una certeza matemática que las políticas de partidos, es decir, las políticas
partidistas, son eso: por y para el partido. Por eso se ha repetido tantas
veces que las luchas partidistas y los mismos partidos políticos, según está
montado el sistema actualmente, son inevitablemente perjudiciales para el bien
público. Y es que cuando un partido (cualquiera) desea el poder no dudará en
aliarse con quien le haga falta y cueste lo que cueste, aunque lo que conceda
signifique perjuicio para otros. Esto es política y a esto dedican los partidos
todos sus esfuerzos.
Por otra parte el
político en sí. Es evidente que, en la actualidad, la figura del político es la
de quien sólo piensa en la política, quien sólo hace política. Todo su tiempo,
sus ilusiones, anhelos, energías tienen como único fin la propia política. Así,
tanto en sus manifestaciones públicas como en sus intervenciones en el
parlamento todo es política: “Exigimos la dimisión de…”, dicen unos, y otros
contestan: “Apoyen incondicionalmente nuestras maniobras”, y luego, “Son
ustedes unos irresponsables”, “Ustedes dijeron esto y hacen lo otro”, “Ustedes
son unos tal y unos cual”…, y así sucesivamente. En otras palabras, el 99.99%
del tiempo están tratando asuntos políticos, asuntos que les interesan a ellos
y a sus partidos, de modo que no les queda tiempo para afrontar los verdaderos
problemas, es decir, no se busca el bien común ni siquiera en situaciones de
emergencia sanitaria y económica como la presente. Lo que importa es conservar
el poder unos, y ganarlo otros. Nada más.
Si no hay reformas de
fondo la cosa irá a peor, de modo que los partidos se convertirán en sectas (si
no lo son ya) en las que el líder manda sin que nadie le discrepe y los fieles
obedecen pase lo que pase, se diga lo que se diga y se haga lo que se haga.
Buena cosa sería limitar la estancia en política a ocho años (más o menos el
diez por cien de la vida de una persona) para que el ciudadano metido a labores
políticas sepa la fecha en que se extingue su tiempo en esa tarea y se dedique a
aquello por lo que se le paga, no a hacer política y medrar para ir para ir ascendiendo.
Otra medida útil sería que los cargos específicos se otorgaran tras oposición y
no por amiguismo, enchufismo y nepotismo, que es como se hace ahora. Lo mismo
habría que hacer con los destinos en que se suele colocar a los políticos que
ya están amortizados, a los que se sienta en poltronas que exigen muy poco pero
están muy bien pagadas, como los puestos en consejos de administración de
empresas públicas o en organismos como el Consejo del Reino y similares. Y qué
se puede decir de esa norma que le da
una jugosa paga vitalicia a quien ha estado dos legislaturas en función
pública.
Todo esto se ha
propuesto, se ha repetido infinidad de veces, pero lo malo es quien tiene que
tomar la decisión de acabar con todas estas perversiones es el mismo político
que está disfrutándolas, con lo que la cosa no pinta bien, o sea, que de
momento todo seguirá igual, pues ellos, los políticos profesionales y
vitalicios, no querrán ni hablar de privarse de todos los privilegios que ahora
disfrutan. Además, es fácil deducir que cualquiera de los presentes, llegado el
caso, haría lo mismo que los políticos, puesto que ¿quién se resiste a ganar
mucho, a ejercer poder y a ser protagonista en los medios sin tener realmente
ninguna obligación?
¿Alguien piensa que
los actuales gobernantes y grandes cargos políticos (se incluye diputados y
senadores) tendrían éxito dependiendo exclusivamente de su trabajo, de su
mérito y de su esfuerzo? ¿Alguien sabe de algún político que haya vuelto al
trabajo después de dejar de serlo? En fin, según están las cosas hay que ser
muy ingenuo, crédulo o fanático para creer hoy en los políticos vitalicios. Y
sin entrar en algo tan propio e inseparable del político como la corrupción,
pues no hay partido que no tenga su lista de casos.
El sistema está
pervertido, podrido, es carísimo e ineficaz. ¿Qué hacer?
CARLOS DEL RIEGO