KARL MARX |
Todos tenemos
amigos o conocidos que suelen afirmar, casi siempre muy ufanos, cosas como “yo
soy comunista”, “yo socialista”, o “yo es que soy muy rojo”, “yo muy de
izquierdas”... Sin embargo, cuando uno compara cómo viven, cómo actúan o cómo
se conducen en su día a día los que tal cosa aseguran con los que no, queda
objetivamente claro que no hay diferencia real. Así, quienes se piensan tan
rojos tienen hipoteca, automóvil, sueldo, trabajo o cuentas corrientes iguales
o muy similares a los del resto; es decir, unos y otros son burgueses
capitalistas más o menos acomodados.
Cuando se les
hace ver esto, casi todos destacan, por un lado, que ser de izquierdas es un
sentimiento, algo que se lleva dentro, algo que está en la forma de pensar; y
por el otro que lo que reivindican son conceptos tan deseables como justicia
social, reparto de la riqueza..., cosas que jamás han negado muchos que no se
creen de izquierdas; asimismo integran actos de solidaridad al decálogo del buen
rojo. Pero si ser socialista o comunista está sólo en la cabeza del interesado
habría que dar la razón al enfermo que se cree Napoleón, pues en su cabeza es
Napoleón. Si la cosa se concreta en deseos e intenciones loables (como mejorar
las condiciones de vida de los más desfavorecidos), sin duda coincidirán con la
mayoría de la población, pues ser buena o mala persona nada tiene que ver con
convicciones políticas. Y si lo único que se hace como buen izquierdoso son
actos de solidaridad, hay que decir que la gente viene dando de comer al
hambriento desde varios milenios antes de que apareciera cualquier concepto
político. Por ello, cuando se les pregunta qué han hecho positivamente de
izquierdas últimamente, apenas señalarán actos de solidaridad, presencia en
cierta manifestación, apoyo a partidos pretendidamente rojos, expresar
opiniones y muy poco más, es decir, nada verdaderamente de izquierdas.
En el mismo
sentido se dan casos verdaderamente sonrojantes, como el gran industrial o el
gran magnate de la comunicación que se dicen socialistas mientras en su
actividad cotidiana incitan al consumo, ¿y qué hay más capitalista que el
consumo?, cabe preguntarse. Y del mismo modo los líderes sindicales o
dirigentes de partidos presuntamente socialistas que exhiben artículos de lujo
idénticos a los de los capitalistas a los que dicen oponerse o, más aun, que
forman parte de consejos de administración de entidades financieras, esencia
del capitalismo. Si la base del comunismo es el reparto equitativo de la
riqueza ¿por qué esos líderes no reparten sus mansiones y posesiones y
renuncian a todos sus privilegios?
Al mismo carro
ideológico se suben ciertos modos de pensar en torno a temas como el terrorismo
(hay quien siempre hallará más o menos disculpa si la banda se dice comunista),
el nacionalismo (cuando pocos sentimientos hay más de derechas que el
patriotismo militante, y sin embargo muchos se creen de izquierdas y a la vez
nacionalistas), el aborto (es de izquierdas matar y de derechas tratar de
proteger al no nacido) y muchas otras cuestiones en cuya posición coinciden los
buenos rojos.
En realidad, hoy
día, en las sociedades occidentales no se puede ser más que capitalista, ya que
nadie renunciará a sus posesiones ni pedirá la dictadura del proletariado ni
cualquier otra de las exigencias que impone el socialismo en sentido estricto. Y
para suplir esas imposiciones ideológicas se instaura opinión respecto a ciertos
temas (opinión tomada, ante todo, en contra de la conservadora); así la
inmigración: se pide total apertura de fronteras, la adopción: exigiendo
derecho a adoptar para todos, los animales: se llega a reclamar derechos para
estos, la política penal: hay que hacer siempre lo mejor para el preso, al que
no debe faltarle nada, la religión: la Iglesia Católica
ha de ser perseguida, no así la
Musulmana u otras... Comulgando con este tipo de opiniones,
casi siempre coincidentes con lo políticamente correcto, se es un buen
socialista (eso sí, cuando éste se ve afectado en primera persona no siempre
actúa siguiendo aquella opinión). De hecho poco más hace falta, si acaso dejar
bien claro, incluso con ostentación, a qué partido se vota, para ser el
perfecto “sociata”.
DINERO |
Si uno dice
que es budista pero es de misa y comunión diaria miente o se miente, igual que
quien se dice del Barça y va a todas partes con la camiseta del Real Madrid,
igual que quien se dice patriota pero siempre está hablando mal de España y
jamás le otorga ningún mérito, igual que quien se dice pacifista y pega a su
mujer, igual que quien se dice demócrata pero apoya a gobiernos no surgidos de
las urnas, igual que quien se dice contrario a la pena de muerte pero busca
justificación de algunas, igual que, en fin, quien se dice comunista o
socialista y presume de reloj de oro, coche deportivo, propiedades inmobiliarias,
pertenencia a sociedades para ricos o poderosos y otros símbolos cien por cien
capitalistas, neoconservadores, ultraliberales... Es decir, en realidad, lo que
determina cómo se es no es lo que se dice sino lo que se hace y, en todo caso,
si lo que se dice coincide con lo que se hace; y si no es así uno miente o se miente
a sí mismo.
En fin, que
los que se dicen de izquierdas en realidad sólo se lo creen, y es así porque
piensan que así se es mejor persona, como si esto dependiera de la postura
política, como si no hubiera buena y mala gente a un lado y a otro, como si
todos los buenos fueran quienes piensan como yo y todos los malos el resto.
Aquí, hoy, quien se diga comunista o socialista engaña o se engaña.