jueves, 30 de julio de 2015

DESTRUCCIÓN DE PATRIMONIO: El ABSURDO DE INTENTAR MODIFICAR LA REALIDAD Y LA HISTORIA Al parecer, la manera de pensar (es un decir) de muchos regidores españoles es idéntica a la de los talibán; tanto unos como otros están convencidos de que destruyendo monumentos y estatuas quedará modificada la realidad

Hay españoles que, al igual que los talibán, estarían encantados de poder destruir
 estatuas, monumentos, vestigios 
El caso de la retirada de bustos e imágenes que se viene observando en ayuntamientos y otros organismos oficiales en los últimos meses, no deja de recordar la ‘retirada’ de los llamados Budas de Bamiyán y muchos otros restos histórico-artísticos llevados a cabo por los islamistas fanáticos y descerebrados; y en el mismo saco caben pretensiones tan disparatadas como la de demoler monumentos o la de quitar del callejero nombres de personajes históricos en función del ideario de turno. Es más, uno de los que decidió tan eficaz y necesaria iniciativa (debe ser la más importante para los ciudadanos, pues ha sido la primera) vino a decir algo así como “al menos no lo hemos reventado”, que es como decir “si por nosotros fuera…”.
Esa acción, ese modo de pensar evidencia una conducta no sólo sectaria, engreída, sino surgida del convencimiento de poseer el monopolio de la verdad. Esa forma de pensar (¿), que anida en muchas mentes, tiene el convencimiento de que quienes vivieron antes han de ser juzgados hoy e incluso deben ser borrados de la Historia, como si la intención última fuera cambiarla para que todo hubiera transcurrido según la conveniencia del regidor o ideólogo de turno, o de quien tenga la fuerza.
Con esas intenciones los talibán dinamitaron estatuas, restos monumentales y construcciones milenarias, pues en su obtuso y opaco entendimiento, lo ajeno a su credo no merece la existencia, no tiene derecho a ser. Pues resulta que los recién llegados a las poltronas municipales que quieren derruir arquitecturas y borrar nombres están haciendo lo mismo, aunque sea con otros métodos y, lógicamente, procurando guardar las apariencias; pero al igual que en los mahometanos rabiosos y sanguinarios, lo que subyace en su imaginario perfecto es el deseo de reescribir la Historia y, si no se puede, al menos intentar destruir todo vestigio de aquello que no coincida con lo que su ideario impone.
Puestos a barruntar cómo será la montaña del absurdo y el disparate, se puede vaticinar qué será lo próximo que los catedráticos en ‘verdadología’ van a exigir. Por ejemplo, los animalistas extremos reclamarán la destrucción (o al menos la retirada de la vista del público) de las tauromaquias de Goya, e igualmente el raspado u ocultación de los bajorrelieves asirios (donde se cazan leones), o incluso el repintado de las pinturas rupestres cantábricas y levantinas, ya que todo ello muestra múltiples escenas cinegéticas y de maltrato animal; y también pedirían acabar con las estatuas de Felipe II, Los Reyes Católicos, El Cid, Don Pelayo… Otros Iluminados mesiánicos darían el siguiente paso al denunciar el machismo existente en muchas de aquellas representaciones prehistóricas, en las que el hombre caza y la mujer se queda en casa recogiendo miel. Llegando a la cima de aquella montaña de la estulticia: la vanguardia feminista denunciaría que la propia Naturaleza es machista, puesto que obliga a las mujeres a pasar por el trance del embarazo y el parto mientras exime al hombre de tales trabajos. Y haciendo cumbre en el Olimpo de la necedad, se tacharía de homófoba (por cierto, sería más preciso decir homosexófoba) a esa perversa Naturaleza, que impide que dos personas del mismo sexo conciban hijos.
A tales calamidades mentales podrían llegar algunos en caso de continuar por ese camino absurdo que lleva al intento de instrumentalizar la Historia, y rebelarse contra la obstinada realidad, con fines ideológicos.
Cuando el espacio exclusivo de la razón es okupado por posiciones ideológicas tan ofuscadas como inamovibles se llega al delirio.

CARLOS DEL RIEGO

lunes, 27 de julio de 2015

THE CRAMPS Y ALIEN SEX FIEND, ALMAS GEMELAS Sucede a veces en esto del rock. Hay grupos que presentan características similares a pesar de que el resultado de su trabajo no tenga tanto parecido. Así es con los estadunidenses The Cramps y los ingleses Alien Sex Fiend

Los inseparables Lux y Ivy en modo Cramps
Estas dos bandas de ‘serie B’, tienen un sinfín de elementos comunes, tanto en su puesta en escena como en los ambientes que crean sus canciones, a pesar de lo cual, es imposible confundirlos; de hecho, se trata de grupos peculiares, singulares, tremendamente originales y, sin duda, con mucho rock en su propuesta.

Mr. y Mrs Fiend, un matrimonio bien avenido, en casa y en escena
The Cramps son unos diez años ‘más viejos’ que los Alien y tienen sobre éstos una poderosa influencia. Curiosamente, el núcleo de los dos grupos es una pareja, un chico-chica indisoluble: Lux y Poison fueron matrimonio hasta la muerte del primero en 2009, mientras que Mr. & Mrs. Fiend son inseparables desde hace más de tres décadas. ‘Calambres’ y ‘Alienígenas’ militan en una honrosa segunda división del rock, aunque marcados con el valiosísimo sello de los auténticos; de los que transitan por la retorcida senda del r & r sin contacto con las grandes compañías, atendiendo lo imprescindible al negocio, a las multinacionales (fueron tentados pero dijeron no) y dedicándose sólo a la parte artística; con esta actitud perdieron fama, ventas, pero ganaron una total libertad creativa y nunca se vieron sujetos a obligaciones, contratos e imposiciones. El éxito multitudinario siempre se les negó, pero poseen ese prestigio, esa reputación que proporciona el haberse negado siempre a pasar por el aro, algo que tarde o temprano exige la gran empresa.


Otro denominador común que exhiben con orgullo los dos grupos es su pasión por las viejas películas de terror y ciencia ficción de los años cincuenta, las conocidas como ‘serie B’ estadounidenses, de las que extraen gran parte de su estética y puesta en escena; por eso disfrutan moviéndose entre ambientes irónicamente terroríficos, entre el horror divertido y la parodia con cementerio y lápidas, con formas monstruosas que sonríen, y con clásicos del cine de terror en blanco y negro. Así, no sólo no producen canguelo, sino que se ve toda esa parafernalia con gesto guasón, incluso con sentimiento de complicidad, como cuando se está ante algo cercano y entrañable. Humor negro, grueso, irónico con todo, hasta con ellos mismos.



Pero es que, además, los cantantes de las dos formaciones son (Lux Interior fue) artistas de la cabeza a los pies, con inquietudes más allá de la música, sobre todo en lo que se refiere a las artes plásticas. Y por si fuera poco, esos dos histriones componen y crean a la primera impresión, es decir, convierten en música lo primero que se les ocurre, sin arreglar en exceso, sin modificaciones ni mejoras, sin permitir que nada altere la intención original, nada de eso, lo único que les valía era la sensación inicial.


Sus canciones, sus discos, ritmos y melodías, así como las atmósferas que sugieren sus composiciones son precisamente lo que más separa una banda de otra. Así, The Cramps son básicamente rockabilly con tintes psicóticos y un sonido tremendamente esquemático; por ello, se puede afirmar que ellos inventan eso del ‘psicobilly’ y, dado que también incorporan elementos punk de primerísima mano, es evidente que también abren la puerta del ‘punkabilly’ (sin ellos el revival remozado de muchos ‘gatos’ hubiera sido imposible). El ambientillo gris oscuro de los clásicos hombres-lobo y frankensteins, brujas y vampiros impera en sus canciones, pero sin perder jamás el tinte jocoso, el tono de mofa y sarcasmo. El sonido es pura simplificación: la batería apenas se sale de los cuatro porrazos en caja y plato, la guitarra suena a esbozo y huye de florituras, mientras la voz, cortante, dibuja unas notas cargadas de ingenua amenaza o pensamiento tragicómico…, y no hay más, puesto que en no pocos de sus discos (los primeros) ni siquiera necesitan bajo. Increíblemente, con tan poca cosa The Cramps logran algo originalísimo, nuevo y primitivo a la vez. En el escenario los ojos del espectador siempre iban hacia la figura larguirucha y desgarbada, provocadora y desafiante de un excesivo Lux Interior, y a la vez a la excitante Poison Ivy, su esposa, siempre con taconazos, faldita escueta, gran guitarra…, y siempre con gesto de estar pensando: “no te pases un pelo o te pateo el culo, je je”.    

Alien Sex Fiend también gusta de decoración a base de gusanos y murciélagos, calaveras deformadas y lápidas derruidas, caretos corrompidos y ojos purulentos…, a pesar de lo cual nunca desaparece el aspecto chusco ni la sensación de que van a quitarse las máscaras y echarse a reír; sí, estos alienígenas pervertidos resulta muy divertidos, inquietantemente divertidos. Su sonido (sin bajista) es también muy especial, con guitarras cuyas cuerdas no se están quitas jamás y teclados indefinidos, fundidos al todo; tiene algo glam, algo hard, algo gótico, algo rock y mucho punk. El resultado es denso, hipnótico, atractivamente tenebroso. En España, en realidad en Valencia, tuvieron un tremendo tirón que, seguro, les dio presencia en los ambientes más atrevidos de toda Europa; todo se originó en las enormes discotecas de aquella zona (Barraca, Chocolate), donde ya en 1983 sonaban de modo impío obligando al personal a bailar frenéticamente, compulsivamente, como si al detenerse fueran a morir. En vivo solían aparecer enredados en una especie de gruesa y elástica telaraña que unía músicos, micrófonos, instrumentos, monitores…, en medio de una luz negra y fluorescente; y luego estaba Mr. Fiend con sus ojos desorbitados, cara encalada, sonrisa socarrona y turbadora y movimientos exagerados, pusilánimes, dementes, y finalmente, carcajeantes. 
       
Lux y Mr. Fiend, en fin, están entre Bela Lugosi y Eduardo Manostijeras, Frankenstein y Laurel y Hardy. Y sorprendentemente, ambos poseen un pálido aire de romanticismo clásico.


CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 22 de julio de 2015

¿HABÍA MÁS DEMOCRACIA Y LIBERTAD EN LA II REPÚBLICA QUE HOY? Por increíble y disparatado que parezca, hay personas en España que hablan con nostalgia de las libertades que hubo en la II República a la vez que menosprecian la calidad de la democracia que hay desde la Transición

La II República Española fue asolada por múltiples revueltas y levantamientos, inestabilidad, huelgas salvajes y violencias sin fin, por eso, no se puede decir que aquella democracia era mejor que la de hoy.
Una de las ventajas de Internet es que permite que la gente difunda, de modo inmediato y global, sus ideas, deseos o intenciones desde la comodidad de casa, sin que nadie le interrumpa o le contradiga, de manera que bien puede asegurarse que al lanzar el mensaje en la red se dice exactamente lo que se piensa…, al menos en ese momento; sin embargo, esta ventaja también puede dejar en evidencia (entre otras cosas) la ignorancia del tema sobre el que se escribe.

Recién pasado un 18 de julio, sorprende comprobar cómo hay muchos españoles que denostan, menosprecian e incluso insultan a la actual democracia española, así como sus grados de libertad (de expresión, de asociación), sus servicios y coberturas sociales…, a la vez que hablan con añoranza (y desconocimiento) de la II República, elogiando la gran libertad que se disfrutaba, su estabilidad, seguridad, solidaridad y, en fin, la alta calidad democrática que imperó en España en aquellos años. Sin embargo, por mucho que se grite y se reivindique aquello, no hay comparación posible.

En primer lugar, los procesos democráticos que se suceden por estos lares en 2015 (generales, autonómicos, municipales…) no pueden ser más transparentes: se conoce con total precisión cuántos han votado y a quién, y los números cuadran. Tal cosa no se puede decir de las elecciones que se produjeron desde 1931; como es sabido, la II República surgió de unas elecciones municipales (una irregularidad); en el cómputo general ganaron los monárquicos pero al comprobar que en las ciudades vencieron los republicanos, éstos decidieron anular los votos del mundo rural, o sea, pusieron reglas a posteriori (otra irregularidad); y en algunos de los sucesivos plebiscitos nunca se publicaron los resultados, es más, en algún caso desaparecieron urnas y actas sin que hubiera denuncia o se iniciara investigación. Es evidente que, en el terreno puramente electoral, aquello no fue mejor que lo que surgió de la Transición.
Hoy se exhibe sin mayor problema la bandera tricolor, hay diarios y publicaciones abierta y ostensiblemente antimonárquicos, y no pasa nada por manifestar con absoluta libertad el rechazo al sistema. En aquellos azarosos e inciertos años no sólo no se permitía exhibir la bandera bicolor, sino que una de las primeras acciones llevadas a cabo tras la instauración de la República fue la supresión de periódicos notoriamente monárquicos, como el ABC (se cerró, se colocó en su dirección y redacción a amigos correligionarios y volvió a publicarse); y continuamente se estaba exigiendo y obligando a políticos, funcionarios y militares una declaración firmada y pública de adhesión incondicional a la causa republicana, y quien así no lo hiciera perdería todos sus derechos y dejaría la administración. Es innegable que, en este aspecto, hoy existe muchísima más libertad que entonces.

Por lo que a estabilidad se refiere, cierto que hubo un 23 F, uno sólo, en 1981 y sin mayores consecuencias ni derramamiento de sangre; sin embargo se produjeron en los años republicanos intentonas golpistas, rebeliones y levantamientos violentísimos contra el gobierno, procedentes de la derecha y de la izquierda: Castilblanco, Casas Viejas, Arnedo, la ‘Sanjurjada’, Asturias, Cataluña…, todos con extrema violencia y muertos, muchísimos muertos. Hubo asimismo un sinfín de huelgas salvajes (miles) siempre con enfrentamientos y sangre, así como revueltas, asesinatos, venganzas y linchamientos. Resulta difícil entender que alguien sostenga que el clima de aquellos días fuera más saludable y democrático.   

Igualmente, es imposible que hoy se quemen intencionadamente inmuebles (sean iglesias o sedes sindicales) y que las fuerzas de seguridad se queden de brazos cruzados por orden del gobierno. Y más disparatado es que el líder de la oposición en el parlamento sea secuestrado y asesinado por la policía (con uniformes y coches oficiales) sin que nadie trate de indagar, buscar culpables o investigar. Si tales sucesos ocurrieran en tiempos actuales serían legión los que trabajarían para encontrar a los culpables y ponerlos ante el juez. No cabe duda: tampoco por este lado aquello fue mejor. 

Y no será necesario exponer todos los logros sociales que hoy se dan por hechos y que en aquellos días ni siquiera se soñaban (en la práctica, sólo en educación se produjeron avances, eso sí, espectaculares).

Y por si fuera poco, también se llevaron a cabo maniobras antidemocráticas en el propio parlamento. Acerca de esto conviene leer los textos del Presidente de la República  Niceto Alcalá-Zamora. En el Journal de Geneve escribió en 1937: “Desde el 17 de febrero (de 1936), incluso des­de la noche del 16, el Frente Popular, sin esperar el fin del recuento del escrutinio y la proclamación de los resul­tados, la que debería haber tenido lugar ante las juntas Provinciales del Censo en el jueves 20, desencadenó en la calle la ofensiva del desorden, reclamó el Poder por medio de la violencia. Crisis: algunos Gobernadores Civi­les dimitieron. A instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre se apoderó de los documentos electorales. (…) Se anularon todas las actas de ciertas provincias donde la oposición resultó victorio­sa; se proclamaron diputados a candidatos amigos venci­dos. Se expulsaron de las Cortes a varios diputados de las minorías. (…) Fue así que las Cortes prepararon dos golpes de Esta­do parlamentarios. Con el primero, se declararon a sí mis­mas indisolubles durante la duración del mandato presi­dencial. Con el segundo, me revocaron”.

¿De verdad alguien con dos dedos de frente puede tener nostalgia de aquella ‘democracia’?, ¿hay quien pueda elogiar con nostalgia los republicanos años 30 y afirmar que había más libertad, más seguridad, más estabilidad…, más calidad democrática que lo que trajo la Transición?


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 19 de julio de 2015

EL CORAZONCITO POÉTICO Y FILOSÓFICO DE LOS MÁS BRUTOS Aunque los temas tópicos del autor de rock son chicas, coches, fiestas y desenfrenos e incluso el propio rock, muchos han adosado a su música su inquietud por los temas eternos en el devenir de las personas; así The Who, Uriah Heep o Blue Öyster Cult

The Who siempre mostraron gran atención a la temática de sus canciones
Una de las constantes en el repertorio de los grupos más clásicos del rock es la pieza lenta, generalmente con textos cargados de apasionamiento, ternura, poesía, con pensamientos elevados y reflexiones idealistas. De hecho, no son pocos los grupos de rock grueso que reservan gran parte de su oferta a las piezas pausadas y serenas; es más, los hay que han hecho de esos temas la esencia de su propuesta artística.



De este modo, las bandas más renombradas han puesto especial empeño en que sus ‘lentos’ y ‘medio tiempos’ tengan un lustre especial, un algo que eleve esas partituras a la categoría de emblema, de forma que cuando suenan en vivo el ambiente adquiere tintes mágicos. Tres bandas especializadas en rock musculoso fueron capaces de mostrar enorme ternura y delicadeza en momentos puntuales (hay muchos más ejemplos, claro); son tres grupos que tienen su origen aun en los años sesenta: The Who, que en 1971 publicó la preciosa ‘Behind blue eyes’, el mismo año en que Uriah Heep dejó esa perla titulada ‘Lady in black’, y los indescriptibles Blue Öyster Cult con su inquietante y siempre recordada ‘Don´t fear the Reapper’. Se trata de formaciones que se asocian de modo infalible a lo más recio y vigoroso del rock, aunque con estas (y algunas otras) canciones dejaron bien patente que también poseían su corazoncito, que tenían algo más que transmitir que una sucesión de ritmos desbocados y guitarras rabiosas y afiladas.

De los británicos The Who está casi todo dicho. Lo suyo siempre fue rock sobrecargado, energético hasta el extremo: la figura de Pete Towshend dándole a las seis cuerdas como si fuera el aspa de un molino, o las muecas del malogrado Keith Moon mientras aporreaba parches a tres mil revoluciones por minuto (sin olvidar la voz de Daltrey y la inmovilidad de Entwistle) son ya parte de la historia de este negocio. Sin embargo, la creatividad del compositor principal (el mencionado Townshend) iba mucho más allá, como demuestra la profundidad de intenciones de sus óperas rock o canciones como la brillantísima ‘Behind blue eyes’. Cuentan que era una pieza pensada para otra ópera que no pasó de proyecto, publicándose definitivamente en el sensacional Lp ‘Who´s next’. Ese ‘Tras unos ojos tristes’ (o ‘azules’), ofrece una melodía delicada, dulce, que Roger Daltrey entona con gusto, con mucha clase. Comienza filosofando con pensamientos como “nadie sabe cómo es ser el malo, el triste, el odiado…, tras unos ojos azules” (o tristes)…, para transmitir una sensación de soledad, de aislamiento, y finalmente de desamparo. La pieza explota brevemente cerca del final. Aseguran que el trasfondo es la presión que sentía Townshend tras el éxito de ‘Tommy’, pues él mismo se separaba del mundo cuando iniciaba el proceso creativo. Es, en fin, una obra sobre el individuo que mira hacia sí mismo.


Uriah Heep es considerado como pionero del heavy más académico, del hard más poderoso, ese que hace pensar en una apisonadora lenta pero imparable. Lo épico, lo mágico y mitológico presiden los temas de sus canciones. En su segundo álbum regalaron la hipnótica ‘Lady in black’. Tiene un ritmo que apenas varía y un ambiente de himno que sólo precisa unas guitarras acústicas y al que no le falta la tonada para corear todos a una. El texto es muy simbólico y poético con metáforas e imágenes irreales, como un cuento romántico en el que predomina el paisaje de ruinas y destrucción producto de la miseria humana; el desolado caminante se topa con la misteriosa dama que le interroga sobre el por qué de tanta violencia (“La guerra es tan fácil de empezar y tan difícil de terminar”), y cuando él quiere respuestas la dama desaparece; finalmente, el protagonista reflexiona sobre el encuentro y renace su esperanza. Aunque en el propio disco se explica que la letra se inspira en la visión de una desconocida mujer, o sea, en algo fantasmagórico e irreal, su temática gira en torno a extremos tan reales y humanos como la violencia y el amor.


Desde Nueva York, Blue Öyster Cult se atrevió a abrirse camino por el rock oscuro e inquietante en épocas en las que la contracultura era la vanguardia. Grupo de guitarras distorsionadas y sección de ritmo profunda y poderosa (rara vez a toda velocidad), en su cuarto álbum sorprendieron con un tema de complexión ligera, casi transparente, pero con una reflexión sobre el destino del hombre: la muerte. ‘(Don´t fear) The Reaper’ (‘No temas a la Parca’) es, según su autor, un tema de amor, pero de un amor eterno, más allá incluso de la muerte, y por eso se menciona el máximo símbolo del amor: Romeo y Julieta. Hubo, sin embargo, quien entendió la canción como una invitación al suicidio, pues lo de ‘no tengas miedo de la muerte’ puede retorcerse para darle el sentido de ‘atrévete’; Donald ‘Buck Dharma’ Roeser ha desmentido esta intención mil veces, tantas como sobre ello se le ha preguntado. Sea como sea, es una melodía excelente, casi pop (o sin casi), con un diálogo que invita a participar. Nuevamente trata de temas tan propios y que tanto inquietan al hombre como el amor y la muerte, los que llevan al escritor a la reflexión.

Sí, los que escriben rock también son capaces de pararse y pensar en las cuestiones que desde siempre preocupan a la persona.   
  
Los grupos ingleses son menos extrovertidos, a pesar de lo cual, no tuvieron problema en dejar constancia de su visión del ‘God sabe the Queen’ nombres tan significados como The Queen, que lo incluyeron como cierre del ‘Una noche en la ópera’, o The Beatles, que la tocaron de improviso en el famoso concierto de la azotea.     


CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 15 de julio de 2015

¿ADIESTRAR ANIMALES EQUIVALE A TORTURARLOS? Hay veces que da la impresión de que muchas biempensantes y bienintencionadas personas ven a los animales como si de otra especie de personas se tratara; como aquel juez argentino que determinó que un orangután era una ‘persona no humana’

Los animales ni saben ni desean, sólo obedecen a su instinto sin posibilidad de elección, por eso nadie puede decir lo que los bichos quieren
A raíz del estreno de un programa de televisión en el que se mostraban animales amaestrados para realizar diversas habilidades, mucha gente expresó su rechazo contra el adiestramiento de las bestezuelas al equiparar entrenamiento con maltrato; entre estos fundamentalistas fanatizoides hay incluso prestigiosos naturalistas y expertos animalísticos. De este modo, uno de ellos afirma que no es necesario recurrir a la fuerza y a la violencia, sino que basta con quebrar su voluntad para que exista tortura; otro (Joaquín Araujo) va más lejos y asegura que “los animales no quieren dejar de ser lo que son”, y añade que “sacarlos de su hábitat y obligarle a hacer cosas que no quiere es abuso”.

El primero de los estudiosos se llama Herreros y es antropólogo y naturalista (así se presenta en la prensa). Su tesis es que adiestrar a un caballo o a un oso es quebrar su voluntad, es decir, este buen señor da por sentado que él conoce cuál es la voluntad de los animales, y ello a pesar de que los animales no se rigen por voluntad, por deseo, sino que simplemente actúan por instinto, no pueden hacer otra cosa, no escogen, no sopesan posibilidades, no deciden: el instinto les obliga, el instinto decide su impulso en cada momento. Por esto, porque en realidad carecen de voluntad, resulta difícil quebrar su voluntad, como dice el tal Herreros. Además, este personaje (que, seguro, tiene un gran concepto de sí mismo) cae en la falacia totalitaria de dar a las palabras el sentido que le conviene; así, señala como tortura el entrenamiento, cuando en realidad sólo se puede hablar de tortura cuando el torturado está en situación de indefensión absoluta (por ejemplo, atado e inmovilizado) y el torturador está en posición de seguridad absoluta; sin embargo, cuando se obliga a un león a saltar de una banqueta a otra (por ejemplo), no se da ninguna de esas dos exigencias. En pocas palabras, Herreros está absoluta, consciente y voluntariamente equivocado, pues su creencia animalista, su bienintencionada pasión por los irracionales, le nubla el buen juicio hasta el punto de atribuirles características exclusivamente humanas.

Por su parte, Araujo (más conocido) va más allá y sostiene que los animales “quieren o no quieren”, es decir, este señor ha debido hablar con los animales (con todos) y éstos le han dicho lo que quieren y lo que no. Volviendo al razonamiento anterior, hay que insistir en que los animales ni quieren ni desean, sino que hacen lo que hacen porque no pueden hacer otra cosa: el instinto y las hormonas le señalan lo que tiene que hacer sin que tengan la más mínima posibilidad de elección o albedrío. Pero pasando por encima de esta línea argumental y entrando en los razonamientos del animalista, cabe preguntarse ¿cómo sabe Araujo si el oso prefiere repetir el mismo gesto diez veces a cambio de diez bocadillos antes que perseguir a diez conejos para comerse sólo uno? Y aún se puede ir más allá en el absurdo: ¿cómo puede el naturalista en cuestión estar seguro de que los animales silvestres no envidian a los domésticos?; piénsese que cuando vagan en plena naturaleza han de estar todo el día buscando comida, a merced de los elementos, las heridas, las enfermedades, los depredadores, mientras que junto al hombre sólo tienen que aprender cuatro trucos para conseguir comida, pasándose el resto del tiempo cómodamente, a salvo de inclemencias y peligros… 

No puede extrañar que en Argentina un juez sentenciara que un simio, uno en concreto, “es una persona no humana”; además del evidente disparate, el dudoso magistrado se arroga la potestad de decidir el significado de las palabras, inventándose terminología ex profeso para justificar todo tipo de esperpento que se le ocurra. 

De todos modos, resulta enormemente difícil hacer entender a un ‘animalista’ la imposibilidad de otorgar derechos a los animales, ya que no aceptan que cada derecho conlleva una obligación, un deber, y no se puede exigir a un animal que cumpla las mismas obligaciones que cumplen (aunque sea en teoría) los que tienen derechos y obligaciones, o sea, las personas. Estas razones le resultan tan arduas a algunos racionales como a los irracionales entender la diferencia entre el cubismo y el impresionismo; lo explicaban en una película en la que uno enseñaba a otro a cazar bisontes: “te acercas colocándote detrás del caballo, decía el experto; pero te verá las piernas, respondía el aprendiz; qué más da, concluía el primero, un bisonte no sabe cuántas patas tiene un caballo”.

Lo que es inadmisible es que el adiestramiento se lleve a cabo con violencia o auténticos malos tratos, esto es otra cosa, ya que aunque los bichos no puedan tener derechos, sí que han de estar protegidos por la obligación que tienen los humanos de tratarlos con benevolencia, con humanidad.   
    

CARLOS DEL RIEGO

domingo, 12 de julio de 2015

BOB DYLAN, LA ESTRELLA QUE DESEA EL AISLAMIENTO El gran Bob Dylan está ofreciendo una gira por España. Las crónicas en prensa de sus conciertos, así como los que expresan su opinión en los foros subsiguientes, muestran opiniones divididas, enfrentadas

El gran Bob Dylan ha elegido vivir separado del mundo
Por un lado están los que hablan del ‘show’ con decepción por lo distante del músico, por otro los que comentan lo encantados que salieron del espectáculo. Los primeros reprochan al cantante y compositor que se coloque en segundo plano del escenario, tras un teclado, y que no se dirija al público en ningún momento (ni buenas noches, ni gracias, ni adiós); también echan de menos que apenas se digne hacer algunas de las canciones que lo colocaron en el lugar de privilegio que ocupa y que, cuando toca una clásica, casi haya que adivinar la melodía; en fin, la mayoría de sus numerosos incondicionales agradecerían verlo sólo ante el micro con guitarra y armónica, unos minutos, un par de temas. Y por si fuera poco, afirman algunos opinadores que su expresión es hosca, huidiza, como si quisiera castigar con su indiferencia a los que acuden a verlo.

Asimismo, ese distanciamiento del público, de la gente, se confirma al saber que sólo sale de su camión-vivienda (custodiado por varios escoltas) para ir al concierto y que, a causa de ello, no se relaciona con mortales que no pertenezcan a su restringido círculo, en el que no caben ni siquiera los músicos de su banda; como además tiene cocina y cocinero en su gran rulot, Dylan no entra en contacto con nadie ajeno a su guardia pretoriana. Prefiere vivir encerrado, aislado por voluntad propia. Igualmente, el trato que da a los grupos teloneros es, según éstos, absolutamente indignante, impropio de una estrella (“bailaré sobre tu tumba” escribió uno de los que abrió para él en Granada).  

Opiniones radicalmente opuestas exponen los que sonríen por el solo hecho de estar ante un histórico del rock, los que están encantados de ver al mito cantar aunque casi todo el repertorio esté integrado por los temas de sus últimos discos (algunos de los cuales son, hay que destacarlo, verdaderamente excelentes). Este público no exige que recupere alguno de los títulos con los que Robert Zimmerman se convirtió en Bob Dylan, como tampoco ve con desencanto que el venerado músico se muestre gélido, distante, encerrado en sí mismo y en sus canciones.

Mirando cómo se lo montan sus colegas, sus iguales y sus quintos en escena se comprueba que no todas las grandes estrellas hacen tal cosa; por ejemplo, Paul McCartney no deja nunca de regalar los oídos de la audiencia recordando unas cuantas piezas de su antiguo grupo; los Stones siempre colocan media docena (al menos) de sus títulos emblemáticos a lo largo de la actuación; John ‘Creedence’ Fogerty basa su lista de directo en sus más recordados temas; Neil Young siempre consigue la complicidad del público cuando da pie a que se cante a voz en grito sus más combativos y evocadores versos; ¿y alguien se imagina un concierto de AC DC sin esas que todo el mundo tiene en mente?... En el otro lado, adoptando una postura similar a Dylan, puede situarse al cascarrabias de Van Morrison, el León de Belfast, que también suele exhibir rostro malhumorado y gesto de pocos amigos, a pesar de lo cual tarde o temprano dirige algunas palabras al personal y permite que se tararee alguno de sus viejos éxitos.

Así las cosas cabe preguntarse ¿se debe el artista a su público y por ello está obligado a tener en cuenta sus deseos cuando sube al escenario?, o por el contrario, ¿tiene que pensar sólo como artista que deja salir lo que lleva dentro y por ello tocar lo que desee?; en el caso concreto de Bob Dylan, ¿debe ceñirse a lo más nuevo o también ha de reservar unos minutos para ofrecer algo de lo mejor que tiene?

Tal vez el hecho de que el veterano cantautor no sonría jamás y que siempre presente un actitud esquiva y avinagrada, se deba a que los años (74) han quebrado su salud más de lo normal. En ese sentido, es obvio que su voz es calamitosa, grimosa a veces; nunca la tuvo armoniosa y brillante, al contrario, pero sí que poseía una textura característica, era firme y más o menos estable; desde hace unos años, sin embargo, el sonido que producen sus cuerdas vocales da verdadera pena, parece el de un padrino mafioso afónico que, herido de muerte, quiere gritar…, y esto queda patente también en sus discos de estudio. Contrasta, en fin, la brillantez compositiva que exhibe en cada disco con la pérdida absoluta de capacidad vocal.

En fin, resulta curioso ver cómo Bob Dylan mantiene la lucidez creativa en un nivel altísimo a la vez que se aleja de su realidad profesional más cercana. Por eso es oportuno preguntarse, ¿qué debe ser más importante para el músico ante el público, para un Bob Dylan en escena, ceñirse a los propios deseos artísticos o conseguir la felicidad de quien, ilusionado, acude al concierto?, ¿ser feliz él o hacer felices a otros? Seguro que hay un punto ideal entre ambas posturas.    


 CARLOS DEL RIEGO

jueves, 9 de julio de 2015

ALGUNOS HOMBRES MALOS: ROUSSEAU Y VERLAINE La Historia está plagada de hombres considerados objetivamente perversos. Sin embargo, sorprende comprobar cómo se han eliminado de la negra lista personajes terribles cuya conducta y actos se han ocultado gracias a otros ‘méritos’

Aunque escribió tratados sobre educación y no paró de aconsejar sobre el tema, Rousseau metió a sus cinco hijos en el orfanato a los pocos días de nacer
Además de todos los grandes criminales que han pasado y que las crónicas señalan como objetiva y comprobadamente malvados (inútil recordar nombres), también han existido otros indeseables protagonistas de la Historia a quienes la historiografía ha tratado de modo benevolente; de este modo, hay casos de escritores o artistas cuyo talento y reconocimiento han oscurecido un comportamiento vil con sus semejantes, y particularmente despreciable con las personas que más cerca tenían. 
Nadie es perfecto, todo el que esté o haya estado aquí tiene cadáveres en el armario, cosas que callar, actos que preferiría no haber hecho; en fin, nadie puede atreverse a tirar la primera piedra. Pero además de los defectos y pequeñas maldades tan propios del humano (que generalmente nunca llegan a graves), hay otros procederes que sobrepasan lo aceptable y que convierte a algunas figuras históricas en auténticos hombres malos. Dos ejemplos: Rousseau y Verlaine.

Paul Verlain, borracho violento, maltratador cobarde e indecente, cuya vileza parece esconderse entre sus obras
El suizo Jean Jaques Rousseau es el paradigma de pensador de gran influencia cuya vida de puertas adentro lo señala como un auténtico canalla, un miserable hipócrita y desnaturalizado. Como es sabido, el autor de ‘Emilio, o De la educación’, tuvo cinco hijos con su amante Teresa Levasseur (una joven lavandera), los cuales fueron arrancados de los brazos de la madre (quien llorosa suplicaba que no se los quitara) a las pocas horas de nacer, envueltos en un paquetito y depositados en orfanatos e inclusas (se sabe que apenas el cinco por cien de los entregados llegaban a la edad adulta, para convertirse inevitablemente en mendigos). Este hombre al que le encantaba presumir en las tabernas de lo que obligaba a hacer a las mujeres, no tuvo nunca el menor remordimiento por su aborrecible conducta, y cuando alguien le preguntaba ponía disculpas como que no tenía dinero para mantener a sus hijos (existen múltiples evidencias de que era avaro hasta el extremo) o como que no quería que fueran educados según se educaba entonces (prefirió que no recibieran nombre ni que fueran registrados); cuando Voltaire en 1764 le acusó públicamente de abandonar a sus bebés, declaró descaradamente: “¿Cómo podría trabajar con los problemas domésticos y el ruido de los niños?”. Eso sí, con un cinismo hipócrita que raya la demencia, se atrevió a proclamar: “Sé muy bien que ningún padre es más tierno que lo que yo hubiera sido”. Y acerca de Teresa escribió sin el menor atisbo de dignidad: “Nunca he sentido el menor rastro de amor por Teresa; las necesidades que satisfice con ella fueron puramente sexuales, y no tenía nada que ver con ella como individuo”. No puede extrañar que algunos de sus contemporáneos lo aborrecieran muy por encima de sus méritos filosóficos y literarios; así, el escocés David Hume afirmó que Rousseau era “un monstruo que se ve a sí mismo como el único ser importante del universo”; y Denis Diderot lo define como “falaz, vanidoso como Satán, cruel, hipócrita y lleno de malevolencia”. A pesar de todo e incomprensiblemente, tenía un elevadísimo concepto de sí: “Nunca he conocido un hombre mejor que yo, con un corazón más amoroso, tierno y sensible”.

Otra firma de peso en el universo de las letras que puede ser calificado como un indeseable, cobarde, violento, depravado y, en fin, una auténtica mala persona se mire por donde se mire, es el francés Paul Verlaine. Se casó con Matilde Mauté (de 16 años), que padeció toda calamidad y maltrato que uno pueda imaginarse; el poeta se emborrachaba a diario y varias veces al día le propinaba palizas atroces (sus contemporáneos aseguran que le pegaba por costumbre, sin mediar palabra, sin siquiera buscar pretexto), como la que la pobre recibió días antes de dar a luz al hijo de ambos; al poco, éste estuvo a punto de ser asesinado por su padre cuando, presa de una rabia incontenible, lo tiró contra la pared…, el bebé tenía tres meses. Perverso y abyecto hasta la barbarie, conoció a Arthur Rimbaud, se enamoró de él y lo metió en casa, donde vivió con la familia y donde se acostaba con el padre sin que ninguno mostrara el menor pudor; Rimbaud debió encontrarse allí en la gloria, pues se llevó (o sea, robó) todo lo que halló de valor para costear sus vicios (drogas y alcohol). Posteriormente Verlaine se fugó con el joven poeta abandonando mujer e hijo. Lógicamente, la vida en pareja de Verlaine y Rimbaud fue un continuo de peleas (sin contar el carácter sadomasoquista de su relación), borracheras, celos e infidelidades hasta que la cosa acabó a tiros.

No son, evidentemente, conductas tolerables, no son debilidades humanas, defectos consustanciales a la persona, pequeñas faltas o deslices comprensibles; de hecho, infidelidades, engaños y traiciones abundan en el universo artístico. Pero lo de estos dos indeseables no es eso, sino que se trata de verdadera maldad. Por mucho valor filosófico o literario que muestren sus obras, los actos, naturaleza y costumbres de ambos deben ser tenidos en cuenta y siempre presentes cuando se alaben sus logros intelectuales. Por eso, ¿se puede degustar un poema de Verlaine a la vez que se le imagina pateando a su esposa embarazada?, ¿se pueden considerar las ideas sobre educación de Rousseau pensando en cómo ‘educó’ él a sus hijos?


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 5 de julio de 2015

YES SE QUEDA SIN SU ETERNO BAJISTA: MUERE CHRIS SQUIRE Fallecía hace apenas unos días el que fuera bajista del grupo británico Yes desde el debut de la banda en 1968. Un cáncer acabó con él cuando sólo tenía 67 años. Pocos sabían de él, pero muchos en todo el mundo han expresado su reconocimiento

Chris Squire, como el resto de Yes, era un auténtico virtuoso, innovador, atrevido, perfeccionista
Al leer la noticia podría pensarse que Yes era, hoy día, un viejo dinosaurio prácticamente olvidado, por lo que muy pocos serían quienes sabrían de Chris Squire; sin embargo, a los pocos minutos de divulgarse la noticia en los medios generalistas españoles, empezaron a llegar comentarios, de modo que en poco tiempo eran decenas y luego cientos; para sorpresa de muchos, eran legión los amantes del rock que recordaban tanto al icónico grupo de rock sinfónico como al poderoso bajista. Lógicamente, en medios ingleses y estadounidenses, los amantes del género que querían dejar constancia de su tristeza por el deceso se contaban por miles; pero además de expresar su pena, el personal también recordaba las múltiples virtudes artísticas de la banda en general y del malogrado en particular. Y es que, viéndolo desde hoy, no cabe la menor duda: Yes y Chris tenían toneladas de talento: sí, estaban a la vanguardia de la música rock, eran lo máximo que uno podía escuchar si se pretendía estar enterado de lo que se cocía en la punta de la evolución y la exploración.     


La primera impresión que un españolito jovenzuelo se llevaba al toparse con un disco de Yes en los primeros setenta del siglo XX era de estar ante algo verdaderamente grandioso, puesto que ya desde la portada el aficionado quedaba petrificado: ¡qué maravilla!, las preciosas ilustraciones de Roger Dean impactaban a primera vista, sí, de modo que el arte de este pintor (“yo me siento un paisajista mucho más que un dibujante de ficción”, afirmó) dejaba huella en el espectador. Desgraciadamente, hoy no merece la pena (ni artística ni económicamente) lanzar discos con carátulas tan elaboradas y creativas como la que presenta, por ejemplo, el triple Lp en vivo ‘Yessongs’, que despliega hasta ocho caras y exhibe panorámicas asombrosas, surrealistas, oníricas (copiadas luego en la película ‘Avatar’).

Tras el efecto producido por las portadas, el oyente volvía a quedar sobrecogido con la propuesta musical, puesto que, en realidad, Yes era un grupo integrado por solistas, por auténticos virtuosos que, en cualquier momento, dejaban evidencia de un talento deslumbrante; esto fue así sobre todo en los años gloriosos de la banda, cuando el teclista era nada menos que Rick Wakeman, el guitarrista Steve Howe (que mantiene vivo al grupo) y el bajista el malogrado Chris Squire; sin olvidar la inconfundible voz de Jon Anderson. Por cierto, es curioso que Yes haya tenido media docena de teclistas, otros tantos guitarristas, tres baterías, cuatro cantantes y, sí, ¡un solo bajista!

Quienes tengan cierta edad (la suficiente para estar allí entonces) y ya supieran algo de rock en la primera mitad de la década de los setenta, recordarán el nombre de Rick Wakeman como el de un pianista y teclista superlativo, y recordarán su imagen: melena rubia, una larga capa brillante y un corro de teclados a su alrededor. Sus extensos solos llevaban al espectador de un lado a otro, de un estrato clásico a un terreno rocoso sin que la cosa chirriara (por cierto, su hijo Oliver también se hizo cargo de los teclados de Yes durante unos años). Por su parte, Steve Howe era lo más parecido a un guitarrista de clásica que pudo haber nunca en el escenario del rock; las introducciones de las canciones, con sus manos sobre el mástil, resultaban antológicas; entonces era casi imposible verlo (salvo que se tuviera la suerte de asistir a sus conciertos), pero hoy, con cientos de grabaciones, se puede comprobar de cerca la dimensión de su talento. También hay que recordar, sí, el poderoso hilo de voz del solista, Jon Anderson. Cuando se dice que Yes fueron los mejores y más lúcidos representantes del rock sinfónico, no es afirmación baladí: todos ellos hubieran brillado, sin la menor duda, en cualquier otro género musical, incluyendo el exclusivo terreno de la música clásica.

Y Chris Squire, bajista y letrista de enorme carácter y personalidad. Era de esos que no se conforma con repetir cíclica y monótonamente la línea de bajo diseñada para la canción, sino que era capaz de meter ‘minisolos’ donde apenas cabían las notas obligatorias a las cuatro cuerdas gruesas. Excelente escritor de letras, Squire siempre mantuvo una posición inquieta en cuanto al sonido y propuestas del grupo, no quería anquilosarse, sino evolucionar, desarrollar la idea; baste recordar que fue él quien convenció a Trevor Horn y Geoff Downes (o sea, The Buggles, los del ‘Video kill de radio star’) para que se incorporaran a la banda y dieran nuevo impulso a unas ideas que, superadas por los acontecimientos, exigían profundas actualizaciones; y eso que aún no habían terminado los setenta. Su figura longilínea, su vistosa capa, sus continuas visitas al micro en medio de una gran nube multicolor, componían una emblemática silueta de los años clásicos del rock; sí, tal vez tenga menos fama que otros, pero Chris Squire será ya siempre una pieza insustituible de la época más legendaria de la historia de la música rock.

Sorprende y gratifica comprobar que hay en todo el mundo muchos miles de aficionados que están en la misma sintonía que el ya histórico Chris Squire.   
          
CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 1 de julio de 2015

¡QUÉ FÁCIL ES ADAPTARSE AL PODER! Asombra comprobar cómo quienes despotrican contra el sistema se adaptan al mismo nada más ocupar el sillón, con celeridad y gran desenvoltura. En España se está comprobando de manera irrefutable.

Cuando se está fuera se reprocha todo, y cuando se está dentro se hace aquello que  tanto se criticó
Hace unos meses criticaban todo, todos los poderes y todas las conductas de los poderosos, pero una vez colocados ellos en el sillón, actúan como si llevaran ahí toda la vida. Esto no hace más que demostrar que nada se parece más a un político que otro político, sin que ese parecido se malogre o distorsione en función de ideas y creencias.  
Los recién llegados apenas han tenido tiempo de sentarse en la poltrona, pero ya hablan, actúan y se conducen como todos. Debe ser algo así como un virus que penetra en cada persona en el momento en que toma posesión. De este modo, es verdaderamente cómico el modo en que los novatos asumen el lenguaje de los veteranos; por ejemplo, cuando uno larga su verdadero pensamiento creyendo que la cosa no pasará de Facebook, utiliza luego la manida disculpa del “se ha sacado de contexto”; del mismo modo, en el momento que afloran las corruptelas, se declaran excusas tan viejas como “yo no sabía nada”; e igualmente se tira mucho de aquello de “esto es una persecución planificada contra mi persona”, “esta denuncia tiene fines políticos”, “tengo la conciencia tranquila porque nunca he cometido ilegalidad alguna”, “pretenden desacreditarnos pero no lo van a conseguir”…, y así sucesivamente.    
También resulta portentoso cómo entienden lo de los favores a familiares y colegas; una coloca al marido y otra a la sobri, pero proclaman que en estos casos no hay nepotismo, ya que los cargos asignados a dedo “son de confianza” o “no son de confianza”, como si no fuera lo mismo enchufar así que asó. Eso sí, la medalla de oro de la desfachatez se la lleva una que, siendo concejal, adjudicó contratos a la empresa de su hermano y su padre, y cuando se le piden explicaciones pone cara candorosa y se disculpa diciendo que no sabía que esa empresa era de sus familiares más directos… En definitiva, los recién llegados recurren a lo que los políticos pillados in fraganti han recurrido desde que se inventó esta dudosa pero imprescindible actividad.
Igualmente, cuando los que hoy asumen el cargo eran ciudadanos de a pie, renegaban de todo el sistema y voceaban contra las instituciones, contra el capitalismo, contra los bancos…, pero ahora que  ellos se ven en donde nunca pensaron verse, ahora que tienen ingresos con los que jamás soñaron, ahora que sus cuentas corrientes danzan de alegría…, ahora resulta que los organismos del estado son necesarios y respetables, el dinero tiene otro color y los bancos son necesarios.  
Y así, reproducen sin pudor aquello que echaron en cara a los que estaban antes que ellos; por ejemplo, una neocasta de Navarra desahució a una familia con todos en paro porque no le pagaban el alquiler; y otro en Cádiz movió Roma con Santiago y fotógrafos contra una anciana enferma a la que sus inquilinos no pagaban el alquiler desde hacía años; y la nueva jefa del ayuntamiento envía a los municipales para que desalojen mendigos del centro de Madrid… ¡Qué no dijeron hace apenas unos meses acerca de sucesos similares!

En fin, si se piensa detenidamente, no están haciendo nada que quienes los precedieron no hubieran hecho ya…, y nada que no vayan a hacer quienes los sucedan. Y esto es así en cualquier parte del mundo, puesto que (dejando a un lado escasas excepciones, que las hay) los que acceden por primera vez al cargo político tratarán de maniobrar siempre en beneficio propio; así, muchos españoles creen que su país es el paraíso de los trincones y el enchufismo, pero basta echar un vistazo por foros y medios de todo el mundo para comprobar que en todas partes cuecen habas: los últimos presidentes de Francia se han sentado en el banquillo por aprovecharse personalmente o favorecer a allegados; en Italia están los casos sangrantes de Berlusconi o de Bettino Craxi; ni siquiera la modélica Alemania se libra, pues Helmut Kohln se vio salpicado por asuntos financieros, y el primer ministro Christian Wulff dimitió en 2012 al descubrírsele prácticas fraudulentas; en Rusia se afirma que la corrupción supone el 50% de su producto interior bruto; lo que pasa en Grecia es consecuencia de la generalización de las trampas en todos los estratos de la sociedad; en Centro y Sudamérica los casos son tantos que la población ya se lo toma a broma; en China ejecutan todos los años a políticos acusados de meter la mano en la caja, aunque los altos mandos del partido (el comunista, el único permitido) viven en la opulencia; en los países del sudeste de Asia o en África cunde la deshonestidad, el soborno, el amiguismo y el envilecimiento más sangrante. Y no importa que se renueven los nombres que ostentan el poder, pues en muy poco tiempo los novatos calcan las costumbres de sus predecesores. E invariablemente recurrirán a equivalentes explicaciones y pretextos, casi a las mismas palabras.

La experiencia lo dice: puestos ante situaciones similares y con la vara del poder en la mano, la mayoría de las personas actuarán de idéntica manera sin que sus acciones tengan que ver con sus ideologías. Los casos que en España están escenificando los nuevos políticos son ilustrativos, paradigmáticos, pues los que acusaban de ‘casta’ a los que estaban antes se han convertido en eso mismo apenas instalados. Debe ser fácil acostumbrarse.

Es como si al recibir destino en la administración el ciudadano se sintiera impulsado a reproducir aquello que tanto criticó.    


CARLOS DEL RIEGO