Karl no trabajó en toda su vida lo que Groucho en un año, pero pasa por ser el gran experto en trabajo y trabajadores |
Las pintadas insultantes en su tumba
londinense traen a la actualidad a un personaje clave en la historia
contemporánea, Karl Marx, cuya biografía está repleta de sombras Muchos autores, historiadores e
investigadores han puesto a la vista los abundantes trapos sucios del fundador
del marxismo. Y no se trata de ideología (algunos de esos autores habían sido
marxistas), sino de la verdad documentada, probada, indiscutible, una verdad
que, por otro lado, será insuficiente para convencer a quien jamás aceptará la
evidencia si ésta no coincide con su ideología.
Es más que sabido que Karl Marx (1818-1883), el gran defensor de los trabajadores y martillo de
la burguesía, se casó con una rica aristócrata (Jenny von Westphalen) y vivió a
costa de su herencia hasta que se acabó…, y ello a pesar de haber escrito y
‘filosofado’ sobre lo injusto de las herencias. Jamás quiso ni tuvo lo que se
dice una ocupación, un trabajo con el que mantener a su familia, una obligación
masculina que nadie (ni él mismo) cuestionaba en el siglo XIX. De este modo,
cuando se acabó el patrimonio de su mujer, se las arregló para vivir a costa de
su amigo y colaborador Friedrich Engels, auto-declarado comunista y, a la vez, millonario
propietario de fábricas en Inglaterra; en otras palabras, Engels escribía
contra la propiedad y la riqueza pero era muy rico y posesor de grandes
propiedades. Esta contradicción también se observa en Marx, pues escribió o
coescribió cientos de páginas acerca del trabajo y el trabajador y, sin
embargo, no sólo se negó a trabajar (en la factoría de su amigo, por ejemplo),
sino que ni siquiera tuvo curiosidad por ir a ver por sí mismo qué era eso de
una fábrica y cuáles eran las condiciones de los proletarios que trabajaban
para Engels.
También se
tiene por cierta su relación con la sirvienta, de la que nació un hijo. El adalid
del comunismo engañó a su mujer (doblemente) haciéndole creer que el recién
nacido era de su incondicional Engels. Con esta mentirijilla aplacaba a su
mujer y, de paso, ocultaba algo que él siempre había tenido por ‘asquerosamente
burgués’: tener criados y, peor aún, convertirlos en amantes.
El
escritor e historiador alemán Leopold Schwarzschild (1891-1950) estudió la correspondencia que durante
cincuenta años mantuvieron Marx y Engels; en su obra ‘El prusiano rojo. La vida
y la leyenda de Karl Marx’ deduce (con muchísimos argumentos y evidencias
incontestables) que “fue un hombre que encontró en el proletariado un
instrumento de su ambición personal”. Asimismo, este autor expone que Marx siempre fue un vividor alérgico al trabajo (sus
escritos le proporcionaron poco rédito), así que cuando la familia de su mujer
dejó de ser su fuente de ingresos, “sedujo a Engels para que lo mantuviera”. O
sea, que jamás trabajó. “Nunca realizó el más mínimo esfuerzo por visitar una
fábrica o conocer un sistema productivo. Más bien, sus esfuerzos se volcaron en
vivir de Engels, consiguiendo de su amigo una auténtica pensión vitalicia”.
En su correspondencia
también se nota racismo. Por ejemplo, a Ferdinand Lasalle lo trató de “negrito
judío” y “judío grasiento”. En una carta que le escribió a Engels en 1862,
expresa: “Ahora no tengo la menor duda de que, como indica la conformación de
su cráneo y el nacimiento de su cabello, desciende de los negros que se unieron
a Moisés en su huida de Egipto, a menos que su madre o abuela paterna tuvieran
cruce con negro” (¡qué disparates!). Igualmente se opuso a la boda de su hija
con Paul Lafargue porque éste era de origen cubano y tenía la piel oscura; sus
desprecios no terminaron una vez casados, pues tildaba despectivamente a su
yerno de “negrillo” o “gorila”. Además, tenía criados en su casa, pero nunca
les pagó. Y si algún obrero se atrevía a discutirle alguna de sus afirmaciones,
reaccionaba con violencia y lo tachaba de
“ignorante”; por ello, si alguno de sus compañeros de la Liga Comunista le
contradecía, era apartado fulminantemente de los órganos de dirección, donde
sólo podían estar los inequívocamente afines.
En cuanto a sus obras literarias, la
mayor parte de lo que se le atribuye lo escribió Engels. Pero también se
apropió de pensamientos y reflexiones ajenas; por ejemplo, en sus textos
aparecen máximas y sentencias que, al no citar al verdadero autor, parece que son
originales, como “la religión es el opio del pueblo”, que Heinrich Heine
escribió en 1840; igualmente se apropió de “los obreros no tienen nada que
perder salvo sus cadenas”, cuyo autor es Jean Paul Marat (‘L´ami du peuple’); o
la tan divulgada “¡proletarios del mundo, uníos!”, que aparece en el Manifiesto
del Partido Comunista como propia, aunque es del también alemán Karl Sapper.
En fin, es innegable la enorme
influencia que Karl Marx ha tenido en el último siglo y pico, sin embargo,
conviene conocer la realidad para poner al personaje en su sitio.
CARLOS DEL RIEGO